Nuestra extraordinaria fuerza misional
El hecho de tener tantos jóvenes y hermanas que toman la determinación y se comprometan con el Señor a servir una misión, habla en gran manera de la calidad de nuestra juventud.
Su amor por Dios, que llena sus corazones, los mueve bajo la influencia del Espíritu Santo.
Son en verdad la crema de la Iglesia. Su deseo de servir, su incontenible deseo de compartir el Evangelio, hace de ellos el converso más fuerte de todas sus misiones.
Hoy pude presenciar este milagro, que ya he visto en otras muchas ocasiones.
En sus palabras de despedida, el élder Campbell, un misionero que ha estado sirviendo en nuestro barrio, dio uno de los testimonios más hermosos que he escuchado en la Iglesia: “Como misionero, soy un testigo de Él todos los días”. Nunca antes había escuchado a un misionero expresar tanto en tan pocas palabras. Y ese es el efecto que una buena y honorable misión produce en el alma de un joven misionero.
Nuestro Padre Celestial desea acercarse a nosotros, y lo hace, si se lo permitimos, mediante la obra expiatoria de su Hijo Amado. Y a los misioneros se les bendice con esa cercanía que este humilde misionero expresó hoy en sus palabras de partida.
Jóvenes, acérquense al Señor preparándose y sirviendo misiones. Volverán a sus casas renovados, convertidos y con un deseo aún mayor de servir ahora y siempre.