Voces de los miembros
Vivir el Evangelio
Vivir el Evangelio se puede comparar con muchas cosas. Hoy vamos a compararlo con un deporte amado en todo el mundo: el baloncesto. Antes de que comience un partido de baloncesto, se eligen los equipos. Vinimos a esta tierra porque fuimos escogidos y elegimos ser parte del equipo de Dios.
En el baloncesto hay entrenadores, ayudantes y árbitros que nos guían y protegen. En el Evangelio, tenemos un Padre Celestial, Jesucristo y el Espíritu Santo para dirigirnos, guiarnos y protegernos. Son importantes para nosotros y nuestro equipo. El entrenador en jefe se puede comparar con nuestro Padre Celestial. Es la persona que se encarga de todo y vela por los jugadores. El entrenador asistente se puede comparar a Jesucristo porque Él es nuestro intercesor; pasamos por medio de Él cuando oramos a nuestro Padre Celestial. Los árbitros se pueden comparar con el Espíritu Santo porque Él está allí para guiarnos y protegernos. Él nos susurra que tomemos buenas decisiones, guardemos los mandamientos y permanezcamos en el sendero.
Al igual que cuando finalmente somos seleccionados después de las pruebas para formar parte del equipo de baloncesto, para comenzar nuestro viaje en el Evangelio, debemos nacer de nuevo por medio del bautismo por la debida autoridad. Se siente muy bien después de ser bautizado y confirmado, incluso mejor cuando se forma parte del equipo. Una vez que somos bautizados en el equipo, la obra no termina. Al igual que driblear en baloncesto, podríamos dar demasiados pasos en la dirección equivocada sin escuchar al Padre Celestial por medio de las impresiones del Espíritu Santo. A medida que seguimos practicando (arrepintiéndonos) y jugando (tratando de hacerlo mejor), superamos los desafíos o las tentaciones y llegamos a ser más semejantes a nuestro Salvador. Para ganar con éxito, el jugador debe mantenerse fiel, practicar mucho y jugar siempre en equipo, no individualmente. Debemos seguir asistiendo a la Iglesia, aprender a servir a los demás y amar como lo hace Cristo.
En resumen, vivir el Evangelio de Jesucristo requiere deseo, práctica, esfuerzo y determinación. Requiere que demos lo mejor de nosotros, que mantengamos la cabeza en el juego y no permitamos que las influencias externas nos distraigan si queremos ganar. ¡Y esa será nuestra mayor victoria!