Capítulo 8
Una cuestión de salvar almas
En calidad de nueva presidenta de la Primaria de Colonia Suiza, Uruguay, Delia Rochon dependía en gran medida de su manual de lecciones. La Iglesia había elaborado el manual específicamente para las maestras y líderes de la Primaria que vivían en las misiones y Delia oraba con frecuencia acerca de la mejor manera de usarlo. El manual se había escrito antes de que el Comité de Correlación de la Iglesia comenzara a revisar y simplificar todos los materiales de la Iglesia y tenía trescientas páginas. Aun así, Delia agradecía las muchas ideas de actividades y manualidades que proporcionaba. Aunque los niños de la Primaria a veces eran ruidosos durante sus lecciones, Delia era paciente. Si se comportaban mal, siempre podía pedir ayuda a sus padres.
Al preparar las lecciones de la Primaria, Delia sentía la obligación de seguir fielmente los materiales oficiales de la Iglesia. Un día, se encontró con instrucciones para llevar a cabo una colecta de fondos anual para el Primary Children’s Hospital [Hospital de Niños de la Primaria] de Salt Lake City. La colecta, que se había realizado cada año desde 1922, alentaba a cada niño de la Primaria a donar unos centavos para ayudar a otros niños necesitados. Delia nunca antes había visto un centavo y sabía muy poco sobre ese hospital. Tampoco tenía que salir a buscar niños con necesidades, había muchos de ellos en su clase de la Primaria. Sin embargo, ella y el presidente de rama, Victor Solari, sentían que aun así ella debía llevar a cabo una colecta de centavos para el hospital.
En lugar de unos centavos, Delia pidió a los niños que donaran vintenes, la moneda de menor valor de Uruguay. Uno de los padres hizo una pequeña caja de recolección de madera, la cual Delia colgó en una pared del centro de reuniones. Ella dijo a los niños de la Primaria que el dinero ayudaría a los niños que estaban enfermos, pero tuvo cuidado de no presionar a su clase. No quería que donaran ningún vintén que no pudieran dar.
Durante los meses siguientes, Delia no miró dentro de la pequeña caja ni señaló quién estaba donando y quién no. A veces, los niños traían vintenes y otras veces algún padre donaba algunas monedas para apoyar a la Primaria. De vez en cuando escuchaba el sonido de una moneda cuando la arrojaban al interior de la caja y los niños aplaudían al oírlo.
Cuando los líderes de la misión visitaron la Rama Colonia Suiza, Delia decidió abrir la caja. Estaba mucho más llena de lo que esperaba. Cuando contó las monedas, los niños habían donado casi dos dólares estadounidenses. Las monedas se sentían como una fortuna en las manos de Delia.
Más que eso, ella se dio cuenta de que los vintenes representaban la fe y el sacrificio de los niños de la Primaria y sus familias. Cada moneda era la blanca de una viuda, ofrecida con amor por los demás y por el Salvador.
Dos días antes de la Navidad de 1964, Suzie Towse viajaba sentada en un tren sintiéndose nerviosa. Su misión en la Oficina del Área Británica del Departamento de Construcción de la Iglesia había terminado. Ahora se dirigía de regreso a Beverley. Sus padres estaban contentos de que finalmente regresara a casa, pero aún estaban molestos de que ella hubiera elegido terminar su misión en contra de la voluntad de ellos. Ella apenas había escuchado una palabra de ellos en nueve meses.
Suzie no lamentaba su elección. A ella y a cientos de otras mujeres y hombres jóvenes, servir en el Departamento de Construcción los había acercado más a su Padre Celestial y volvían a casa con una fe más fuerte y una valiosa experiencia laboral. Sus esfuerzos habían contribuido a la finalización de casi treinta proyectos de construcción en las Islas Británicas, entre ellas una hermosa capilla en Beverley. Además, más de cuarenta proyectos adicionales estaban en marcha. A medida que Suzie reflexionaba en su trabajo, un lema de los misioneros de construcción le venía una y otra vez a la mente: “Cuando edificamos capillas, edificamos a las personas”.
Ahora, habiendo finalizado su misión, Suzie podía esperar con anhelo un nuevo capítulo en su vida. Hacía un año, los líderes de la misión les habían permitido a ella y a otros misioneros de construcción regresar a casa para la temporada navideña. En el baile de víspera de Año Nuevo, Geoff Dunning, su amigo y miembro de su rama, se acercó a ella y le pidió que bailara un vals con él. Sabiendo que él era miembro del Comité de hermanamiento, ella se burló de él. “Geoff —dijo ella—, no es necesario que lleves tu hermanamiento tan lejos”.
Después de eso, habían comenzado a escribirse cartas como novios y se comprometieron unos meses después. Geoff incluso le había enviado un anillo de diamantes de compromiso por correo y el cartero se había arrodillado al entregárselo. Planeaban sellarse en el Templo de Londres después de la misión de Suzie. Sin embargo, dado que la ley exigía que se casaran civilmente, primero tendrían una ceremonia de boda en la capilla de Beverley.
A pedido de Suzie, Geoff había visitado a sus padres varias veces y esperaba calmar sus sentimientos para con ella y la Iglesia. Al principio, la madre de Suzie se había resistido a los esfuerzos de Geoff, pero pronto se ablandó.
Cuando Suzie llegó a Beverley, sus padres le dieron la bienvenida a su hogar. Sin embargo, le dijeron que no asistirían a su boda porque tendría lugar en el centro de reuniones de la rama. Decepcionados, Suzie y Geoff oraron para que sus padres tuvieran un cambio de corazón.
A medida que se adaptaba a la vida después de la misión, Suzie descubrió que su rama había cambiado en su ausencia y no solo debido a la nueva capilla. En toda Gran Bretaña, los misioneros ahora estaban dedicando más tiempo a instruir a los posibles conversos y enseñaban a familias completas cuando era posible. Los bautismos rápidos, los juegos de béisbol y los intensos objetivos misionales que los impulsaban se habían ido. El presidente McKay había continuado oponiéndose a dichas prácticas y había dado instrucciones a los líderes locales de acercarse a los jóvenes afectados por tales prácticas y hacer todo lo posible para alentarlos a permanecer en la Iglesia.
—Son miembros y debemos conservarlos —declaró él—. Es una cuestión de salvar almas más que de estadísticas. Debemos trabajar con estos hombres y mujeres jóvenes.
Diez días antes de la boda, las oraciones de Suzie y Geoff tuvieron respuesta. Los padres de Suzie decidieron asistir a la ceremonia. Su padre quería llevarla al altar y su madre aceptó organizar la recepción de la boda en la capilla.
El 6 de marzo de 1965, muchos de los amigos de Suzie del Departamento de Construcción de la Iglesia llegaron a Beverley para la boda. Una semana más tarde, Suzie y Geoff viajaron al Templo de Londres para ser sellados. Mientras estaban en el templo, la madre de Suzie limpió una casita que la pareja había comprado para vivir en Beverley.
Pensando en los desafíos que ella había superado, Suzie recordó lo que su presidente de misión le había dicho durante esos difíciles días: “El Señor preparará una vía” y ahora sabía que así había sido.
Al mes siguiente, en Salt Lake City, Ruth Funk y el comité que supervisaba el curso de estudio para adultos reunieron a casi dos docenas de líderes de varias organizaciones de la Iglesia para proponer un plan para enseñar las clases de la Sociedad de Socorro, del sacerdocio y de la Escuela Dominical. La propuesta era el resultado de tres años de estudio del comité sobre los planes de lecciones anteriores de la Iglesia. El presidente del comité, Thomas S. Monson, que había sido llamado al Cuórum de los Doce Apóstoles un año y medio antes, dirigió la reunión.
El Consejo de Coordinación para toda la Iglesia que supervisaba el nuevo programa de correlación, ya había introducido varios cambios importantes en la Iglesia. Entre ellos se encontraban la creación de comités ejecutivos del sacerdocio y consejos de barrio para ayudar a los líderes locales a servir juntos de manera más eficaz. En respuesta a las inquietudes sobre la estabilidad del hogar y la familia, el consejo de coordinación también había enfatizado dos programas: la orientación familiar y la noche de hogar, para fortalecer el aprendizaje del Evangelio.
Estos programas tenían profundas raíces en la Iglesia. Desde los días del profeta José Smith, los maestros de barrio o de la cuadra visitaban regularmente los hogares de los santos para atender su bienestar espiritual y temporal. El programa de orientación familiar modificaba esta práctica y pedía a los poseedores del sacerdocio que visitaran los hogares de sus hermanos santos todos los meses para proporcionar servicio cristiano y entregar un mensaje correlacionado de la Iglesia.
De manera similar, los santos habían estado realizando noches de hogar desde 1915, cuando el presidente Joseph F. Smith y sus consejeros habían incentivado a los santos a apartar al menos una noche al mes para tener clases y actividades del Evangelio en el hogar. Ahora, los santos debían llevar a cabo la noche de hogar cada semana y usar un manual que la Iglesia había publicado recientemente.
Sin embargo, el curso de estudio correlacionado de la Iglesia continuaba enfrentando retrasos. Inicialmente, el élder Harold B. Lee había pensado que los diversos comités de correlación podían elaborar planes de lecciones para todos los grupos etarios para el año 1963, pero movieron el plazo a 1966 para poder escribir lecciones para el programa de la noche de hogar.
Conforme el élder Monson presentaba la propuesta del curso de estudio a los líderes reunidos, reconoció el desafío de elaborar las nuevas lecciones, especialmente cuando las organizaciones habían escrito generalmente su propio curso de estudio en el pasado.
—Llegar a un acuerdo no será fácil —dijo él—. Deberíamos adoptar las instrucciones de las Escrituras en 3 Nefi, donde el Señor dijo: “… ni habrá disputas entre vosotros”.
Durante la reunión, Ruth presentó los planes del comité para el curso de estudio de las mujeres. Al redactar su propuesta, el comité había consultado a mujeres de diversas circunstancias: casadas, solteras, divorciadas y viudas. La propuesta señalaba las muchas presiones que las mujeres enfrentaban en el mundo moderno y hacía hincapié en su propósito en el plan eterno de Dios.
Como lo describió Ruth, el nuevo curso de estudio para mujeres, tal como el curso de estudio para hombres de la Iglesia, haría hincapié en la importancia del sacerdocio y la función del hogar como el centro del aprendizaje del Evangelio. Sus objetivos principales eran inspirar a las mujeres a vivir y enseñar el Evangelio, proporcionar servicio caritativo a los demás, obtener conocimiento práctico de la economía doméstica y desarrollar un sentido de bienestar a través de las enseñanzas de Cristo.
En los meses posteriores a la presentación, Ruth quedó impresionada con Belle Spafford y las otras líderes de la Sociedad de Socorro que cooperaron con el comité. Sin embargo, no todas estaban entusiasmadas con los cambios que se avecinaban. Cuando Ruth y otras miembros del comité sugirieron ajustes al curso de estudio, algunas miembros de la Mesa Directiva de la Sociedad de Socorro se opusieron a sus iniciativas.
La creencia de Ruth de que la correlación era necesaria la ayudó a persistir a pesar de estos problemas. Ella podía ver cómo la correlación fortalecía a la Iglesia y a sus miembros. El desafío era encontrar una manera de ayudar a los escépticos del programa a captar la misma visión.
Alrededor de esta misma época, LaMar Williams seguía intentando conseguir una visa permanente para Nigeria. Él anhelaba cumplir con sus deberes como élder presidente en ese país, pero ¿cómo podría hacerlo si el Gobierno de allí se negaba a dejarlo entrar?
Desde su primer viaje a Nigeria en 1961, había logrado obtener solo una visa adicional de corta duración, lo que le permitió regresar al país por dos semanas en febrero de 1964. En ese momento, él y sus amigos, Charles Agu y Dick Obot, habían intentado solicitar al Gobierno que permitiera la entrada de los misioneros a Nigeria, pero el funcionario responsable de decidir sobre su caso se negó a reunirse con ellos.
LaMar volvió a Utah profundamente frustrado por su falta de éxito, pero se negó a renunciar a sus amigos de África Occidental. Con su ayuda, se creó un fondo de becas para que varios estudiantes de Nigeria pudieran asistir a la Universidad Brigham Young. Los estudiantes llegaron a principios del 1965 y dos de ellos, Oscar Udo y Atim Ekpenyong, se unieron a la Iglesia.
En Nigeria, mientras tanto, Dick Obot se enteró de que su grupo de adoración, conocido localmente como “La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Santos de los Últimos Días”, había recibido reconocimiento gubernamental, lo que sugería que algunos corazones en Nigeria se estaban ablandando. Los esfuerzos de LaMar por proporcionar oportunidades educativas a estudiantes nigerianos, junto con la continua influencia de sus amigos en Nigeria, no pasaron desapercibidos. Aunque el Gobierno nigeriano seguía negándose a otorgarle una visa permanente, LaMar recibió otra visa de viaje de corta duración en agosto de 1965. Con la bendición del presidente McKay, LaMar regresó a Nigeria en octubre.
Después de llegar a Lagos, LaMar se reunió con un abogado que se mostró optimista respecto a conseguir tanto una visa permanente como el reconocimiento de la Iglesia. Dos días después, LaMar habló con aproximadamente una docena de funcionarios de comunicación en cuanto a la Iglesia. Luego, voló a Enugu, la capital de la Región del Este de Nigeria, y pasó tiempo con su ministro de Estado, quien se negó a beber café, té o alcohol en presencia de LaMar por respeto a sus creencias.
En todas partes a donde iba LaMar, personas que no conocía le preguntaban si podían convertirse en miembros de la Iglesia. LaMar les aseguró que, si la Iglesia se establecía en su país, podrían ser bautizados. Un domingo, más de cuatrocientas personas se reunieron para escucharlo hablar.
El 6 de noviembre, una visita a la oficina principal de Enugu dio como resultado una extensión de noventa días para la visa de LaMar y un funcionario del Gobierno comenzó la documentación necesaria para registrar a la Iglesia en Nigeria. LaMar regresó a su habitación de hotel con buenas razones para sentirse animado. Después de años de obstáculos y evasivas, el permiso que necesitaba para comenzar la obra podría finalmente otorgarse.
Entonces, escuchó que alguien llamaba a la puerta. El secretario privado del ministro de Estado tenía un telegrama para él proveniente de las Oficinas Generales de la Iglesia.
—Suspenda las negociaciones en Nigeria —leyó—. Regrese a casa inmediatamente. Estaba firmado por la Primera Presidencia, sin ninguna otra explicación.
Para cuando LaMar Williams dejó Nigeria, Giuseppa Oliva vivía en Palermo, Italia, confiando en la promesa de que un día, la Iglesia llegaría a la ciudad. Un siglo antes, los misioneros habían intentado establecer la Iglesia en Italia, pero sus esfuerzos tuvieron corta duración. Muchos de sus conversos eran protestantes valdenses del noroeste de Italia que emigraron a Utah antes de que los misioneros se retiraran del país en la década de 1860. Sin embargo, Giuseppa no iba a quedarse sentada y esperar a que los misioneros regresaran. Poco después de llegar de Argentina, comenzó a compartir el Evangelio con sus familiares, vecinos y amigos.
Algunas personas se sentían intimidadas por su entusiasmo y le cerraban la puerta en la cara o exigían que se fuera de sus hogares. Sin embargo, un día, uno de sus hermanos, Antonino Giurintano, preguntó por qué no estaba asistiendo a la misa católica. Cuando ella le contó sobre la Iglesia, José Smith y el Libro de Mormón, quedó intrigado. Él había pasado varios años visitando diferentes iglesias, pero se sentía insatisfecho con ellas.
Después de eso, Giuseppa le habló acerca del Evangelio restaurado casi todos los días. Para su alegría, su hermano pronto pidió ser bautizado, pero sin ningún misionero en Sicilia, no había nadie que pudiera realizar la ordenanza.
En ese momento, la Misión Suiza supervisaba Italia y varios países vecinos, y la fuerza misional estaba bastante dispersa. Aunque había pequeñas congregaciones en las bases militares estadounidenses en Italia, la Iglesia solo recientemente había recibido la aprobación para predicar el Evangelio en el país. Los treinta o cuarenta misioneros que servían en Italia se encontraban principalmente en el norte, lejos de la isla de Giuseppa y Antonino. Aun así, Antonino escribió a la sede central de la misión y, en respuesta, el presidente de la misión, Rendell Mabey, le envió algunas publicaciones de la Iglesia y una copia del Libro de Mormón.
Entonces, la noche del 22 de noviembre de 1965, Giuseppa se sobresaltó por una visita inesperada de su hermano. Antonino le dijo que dos hombres de la Iglesia finalmente habían venido. Giuseppa reunió a su esposo e hijo y siguieron a Antonino de vuelta a su casa.
Uno de los visitantes, descubrió Giuseppa, era el presidente Mabey. Era un estadounidense alto y alegre que no hablaba italiano. El otro visitante era Vincenzo di Francesca, un anciano italiano Santo de los Últimos Días que vivía en la isla, a unas cuatro horas de distancia. En 1910, Vincenzo había encontrado un ejemplar del Libro de Mormón sin tapa mientras se estaba formando para ser ministro protestante en la Ciudad de Nueva York. Lo leyó con entusiasmo y aceptó su mensaje en cuanto a Jesucristo. A veces incluso predicaba basándose en el libro y, al regresar a Italia, aprendió más sobre la Iglesia y se puso en contacto con ella. Después de esperar por años que alguien con autoridad del sacerdocio viniera a Sicilia, finalmente fue bautizado en 1951.
Giuseppa y su familia hablaron con Vincenzo y el presidente Mabey durante varias horas. Luego, el presidente de la misión llegó a la conclusión de que Antonino estaba listo para el bautismo.
Temprano a la mañana siguiente, Giuseppa, Antonino, el presidente Mabey y Vincenzo compraron algunas prendas blancas y tomaron un taxi hasta una tranquila bahía por la costa donde podían llevar a cabo el servicio. Una pequeña ensenada hizo las veces de vestidor y las rocas a lo largo de la costa ofrecieron un lugar para que Vincenzo se sentara y fuera testigo del bautismo.
El presidente Mabey y Antonino anduvieron con dificultad, tomados de la mano, sobre las pequeñas y afiladas rocas de la playa. Luchando contra las frías y bravas olas, el presidente Mabey pronunció la oración bautismal y sumergió a Antonino bajo el agua. Luego, los hombres regresaron a la costa y se cambiaron con ropa seca, y Vincenzo confirmó a Antonino como miembro de la Iglesia.
El corazón de Giuseppa se llenó de gozo y amor mientras observaba el servicio. Más tarde, envió una emotiva carta a su hija María, quien aún vivía en Argentina. Antonino se había unido a la Iglesia, exclamaba ella. Era la primera persona que se bautizaba desde que ella había regresado a Palermo.