Capítulo 12
Un estilo de vida completo
“Estoy muy preocupado por mi garganta”, escribió el élder Spencer W. Kimball en su diario el 8 de enero de 1970. “Mi voz parece estar deteriorándose lentamente”.
En los doce años transcurridos desde que los médicos le extirparon una cuerda vocal cancerosa, su voz había sido poco más que un áspero susurro. Sin embargo, ese contratiempo apenas frenó su servicio en la Iglesia. Desde que estableció la estaca de São Paulo en 1966, el élder Kimball había organizado las primeras estacas en Argentina y Uruguay, había dedicado Colombia a la obra misional y había ministrado a los santos en Ecuador. También había escrito un influyente libro, El milagro del perdón, y había empezado a presidir el Comité del Presupuesto y el Comité Misional de la Iglesia.
Sin embargo, cuando su voz empeoró, consultó a un médico, preocupado de que el cáncer hubiera regresado. El médico descubrió una mancha roja en el lado izquierdo de la garganta del élder Kimball y realizó dos biopsias. Esto hizo que la voz del apóstol se resintiera aún más, por lo que se vio obligado a amplificar el volumen de su habla con un pequeño micrófono que llevaba colgado al cuello.
El élder Kimball regresó al hospital el 12 de enero para conocer el pronóstico. Después de estudiar los resultados de las biopsias y consultar con otros expertos, el médico creía que el cáncer había regresado y había pocas esperanzas de que se pudiera salvar la voz del élder Kimball.
Mientras el élder Kimball consideraba cómo seguir adelante con el tratamiento, se preguntó si debía retirarse del Cuórum de los Doce Apóstoles para dejar espacio a un hombre más capaz.
Al día siguiente, el élder Kimball le contó a N. Eldon Tanner lo que había dicho el médico y el presidente Tanner recomendó que las Autoridades Generales realizaran un ayuno especial en su nombre. Dos días después, las Autoridades Generales se reunieron en el templo y Harold B. Lee ofreció una sentida oración. Cuando terminó, el élder Kimball se sentó en el medio de la sala y Gordon B. Hinckley le ungió la cabeza con aceite. Los otros apóstoles de la sala luego se reunieron en círculo alrededor del élder Kimball y el presidente Tanner selló la unción y lo bendijo.
Durante la bendición, el élder Kimball se sintió más cerca de su Padre Celestial y de los miembros de su Cuórum. La pesada carga que llevaba pareció desaparecer y él sabía que si Dios quería que continuara en su ministerio, entonces Él encontraría la manera de que lo hiciera, con o sin su voz. Después de la bendición, el élder Lee abrazó al élder Kimball. Otros apóstoles del círculo dijeron que se sentían bendecidos de participar en una experiencia espiritual tan poderosa y unificadora.
El domingo por la mañana, tres días después de la bendición, el vecino del élder Kimball lo llamó inesperadamente. Había oído que el presidente McKay había muerto y quería saber si era cierto.
—No he escuchado nada —respondió el élder Kimball. Comenzó a hacer llamadas y, al poco tiempo, se enteró de que el profeta efectivamente había fallecido esa misma mañana.
El élder Kimball se apresuró a llegar al Edificio de la Administración de la Iglesia. Tanto Joseph Fielding Smith, el apóstol de mayor antigüedad, como Harold B. Lee estaban con la familia McKay. El élder Kimball encontró a Joseph Anderson y Arthur Haycock, los secretarios de la Primera Presidencia y de los Doce, y pasaron varias horas llamando a las Autoridades Generales para darles la noticia.
La muerte del presidente McKay entristeció a la Iglesia. Su amor por los santos de todo el mundo era legendario. Lideró la Iglesia por casi diecinueve años y dos tercios de sus tres millones de miembros fueron bautizados durante su presidencia. Cuando sucedió a George Albert Smith en abril de 1951, la Iglesia tenía 184 estacas. Ahora, en 1970, había 500 estacas, entre ellas catorce en Australia y Nueva Zelanda, trece en Europa, y las primeras en Argentina, Brasil, Guatemala, México, Tonga, Uruguay y Samoa Occidental.
Casi el noventa por ciento de las nuevas estacas durante la administración McKay se formaron en Estados Unidos y Canadá, donde el crecimiento de la Iglesia siguió siendo alto. En Norteamérica, la reputación de la Iglesia se benefició debido a destacados Santos de los Últimos Días, como J. Willard Marriott, fundador de una gran cadena hotelera, y George W. Romney, quien había sido director ejecutivo de American Motors Corporation y gobernador del estado de Michigan.
El presidente McKay dedicó cinco templos en cuatro países y supervisó la traducción de las ordenanzas del templo a una decena de idiomas. Asimismo, la conferencia general se volvió aún más accesible, ya que doscientas estaciones de televisión y docenas de estaciones de radio en Norteamérica, Centroamérica y Sudamérica transmitían las sesiones. Como defensor de la obra misional y la educación de la Iglesia, el presidente McKay amplió enormemente las iniciativas de la Iglesia en ambas áreas. Además, su implementación del programa de correlación, que consideraba su obra más importante como Presidente de la Iglesia, hizo que las verdades sencillas del Evangelio restaurado fueran más accesibles a una audiencia mundial.
Miles de santos asistieron al funeral del presidente McKay para presentar sus respetos. Poco tiempo después, el Cuórum de los Doce Apóstoles se reunió para sostener a Joseph Fielding Smith como nuevo Presidente de la Iglesia. A los noventa y tres años, el presidente Smith fue el hombre de mayor edad en asumir el liderazgo de la Iglesia. Llegó al cargo con casi sesenta años de experiencia como apóstol y los santos respetaban su considerable conocimiento de la historia de la Iglesia y las Escrituras. Como hijo del presidente Joseph F. Smith, también era nieto de Hyrum Smith, hermano del profeta José.
El presidente Smith llamó a Harold B. Lee y a N. Eldon Tanner para que fueran sus consejeros en la Primera Presidencia. Dado que las nuevas funciones del presidente Lee le impedían servir como presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles, el élder Kimball fue apartado para servir como Presidente del Cuórum en su lugar.
En contra del consejo de un amigo médico, que lo instó a buscar tratamiento contra el cáncer en California, el élder Kimball dejó de lado sus preocupaciones de salud después de la muerte del presidente McKay y prefirió centrarse en sus deberes apostólicos. Seguía sin estar seguro de cuál era la mejor manera de tratar la enfermedad y, dado que su habla había mejorado desde la bendición, no quería someterse a ninguna cirugía que pusiera en riesgo su voz.
Cuando el presidente Lee lo apartó en su nuevo llamamiento, habló de los problemas de salud del élder Kimball y le ofreció palabras de consuelo y esperanza.
—Bendecimos particularmente tu voz —dijo él—, suplicando al Señor que preserve tu capacidad de comunicarte con la voz, así como mediante instrucciones escritas, para que puedas vivir en la tierra mientras la vida te sea agradable y hasta que el Señor diga que es suficiente.
Poco después de llegar a California, Maeta Holiday fue a un centro comercial con Venna Black, su madre tutelar en el Programa de colocación de estudiantes indígenas. Maeta nunca había ido al centro comercial, por lo que prestó mucha atención a cada giro que Venna hacía con el auto.
En el centro comercial, Maeta eligió algunas prendas de ropa que necesitaba, pero cuando llegó el momento de irse, Venna no estaba segura de cómo volver a casa. “No recuerdo por dónde debo ir”, le dijo a Maeta.
—Bueno, ve por aquí —dijo Maeta, indicándole a Venna que fuera por la calle de la derecha. Y continuó guiando a Venna de regreso a la casa, paso a paso.
—¿Cómo sabes llegar a casa? —le preguntó Venna, sintiéndose muy impresionada.
—Soy muy observadora —respondió Maeta. Memorizar puntos de referencia era un hábito que había adquirido mientras pastoreaba ovejas, cuando era niña en la reserva navajo. Si no prestaba atención a los puntos de referencia, era posible que no pudiera volver a casa.
Maeta comenzó a asistir a la escuela secundaria local poco después de esta experiencia. Sus primeros días allí fueron aterradores. La escuela era mucho más grande que cualquiera a la que hubiera asistido antes. Sus pasillos atestados de personas estaban flanqueados por casilleros. Casi todos los alumnos eran blancos y, hasta donde ella sabía, ella era la única estudiante del programa de colocación allí. Sin embargo, no percibió prejuicios raciales por parte de sus compañeros, como sí les ocurrió a algunos estudiantes del programa en otras escuelas. Sus compañeros la aceptaron y no tardó en hacer amigos.
Al igual que otros jóvenes de su barrio, Maeta asistía a Seminario temprano en la mañana. Ella y su hermana de acogida, Lucy, se levantaban todos los días de la semana a las cinco de la mañana para poder llegar a tiempo al centro de reuniones del barrio. El primer día de Seminario, Maeta esperó en su silla sin saber muy bien por qué estaba allí, hasta que comenzó la clase. Entonces se dio cuenta. “Ah —pensó ella—, aquí aprendemos sobre la Iglesia”.
A Maeta no le interesaba mucho Seminario. Se sintió sorprendida y confundida cuando se enteró de que le darían una calificación en la clase. “¿Cómo te pueden calificar por tus creencias?”, se preguntó. ¿Dios le daría la calificación? Aun así, ella y Lucy rara vez faltaban a clase.
Durante su primer año de secundaria, Maeta se unió al coro de la escuela. Al año siguiente jugó al baloncesto, deporte que había aprendido en un internado en Arizona. Se destacó en este deporte y se convirtió en armadora de su equipo. Le gustaba hacer bandejas y anotar desde el lado de la línea de tiro libre, pero también era buena pasando la pelota a las demás jugadoras. Al final de la temporada, sus compañeras y entrenadores la eligieron como la jugadora más valiosa.
El programa de colocación recomendaba que los alumnos regresaran después de cada año escolar a vivir con sus familias biológicas durante el verano. A Maeta no le gustaba volver a casa ni pasar tiempo con su problemática madre, Evelyn, pero Venna creía que era importante que Maeta siguiera conectada con sus raíces y la animó a escribir a casa todos los meses. Cada vez que llegaba el verano, Maeta tomaba el autobús a Arizona.
En la primavera de 1970, cuando Maeta estaba terminando su segundo año de secundaria, se enteró de que la casa de su madre se había incendiado. Nadie resultó herido y Maeta no estaba preocupada por su familia. Venna, sin embargo, ayudó a Maeta a comprar algunas cosas para reponer lo que sus hermanos y hermanas menores perdieron en el incendio.
El día que Maeta se fue a Arizona, Venna la dejó en la parada del autobús con cajas de cartón llenas de comida, ropa y mantas. “Esto es para tu familia”, explicó ella. “Esto es de nuestro barrio”.
Mientras Maeta observaba cómo cargaban las cajas en el maletero del autobús, la emoción la embargaba. Cuando llegó por primera vez a California, sospechaba de la amabilidad de los Black y se preguntaba si la habían acogido solo para que ella hiciera los quehaceres domésticos. Luego había entendido que ellos se preocupaban por ella; pero no fue sino hasta que vio las cajas, que supo cuánto la quería su familia de acogida,
y no se había dado cuenta de cuánto ella los quería.
Más tarde ese año, Kazuhiko Yamashita, de dieciséis años, buscaba escapar del sol en una calurosa mañana de julio en Osaka, Japón. Él y su hermano mayor, Masahito, habían viajado durante horas para asistir a la Exposición General de primera categoría de Osaka, una feria mundial en la que se presentaban cientos de impresionantes exhibiciones y pabellones de naciones y organizaciones de todo el mundo. Su lema era “El progreso y la armonía de la humanidad”, y dondequiera que miraran los visitantes, podían ver pruebas de la impresionante recuperación de Japón luego de la devastación de la Segunda Guerra Mundial.
Kazuhiko y Masahito ya habían visitado juntos algunas exhibiciones. En el pabellón de Estados Unidos, vieron una de las exhibiciones más populares de la exposición: una piedra lunar traída del histórico alunizaje del año anterior.
Sin embargo, los hermanos se habían separado en esta ocasión, ya que Masahito buscaba exhibiciones de ingeniería y Kazuhiko deambulaba por el recinto de la exposición con su cámara. Kazuhiko quería ir al pabellón de Japón para ver qué tipo de exhibiciones mostraba su país natal al mundo, pero, cuando llegó al pabellón, la fila se extendía mucho más allá de la entrada. Un empleado le dijo que la espera era de al menos dos horas.
En lugar de permanecer tanto tiempo bajo el sol abrasador, Kazuhiko siguió adelante y caminó durante cinco o diez minutos antes de ver un pabellón que parecía un hermoso edificio blanco. Tenía dos niveles y una alta aguja con una estatua dorada de un hombre tocando una larga trompeta. Kazuhiko no sabía de qué trataba el pabellón, pero no tenía fila, por lo que no tendría que esperar para entrar.
Luego de pasar por un jardín de estilo japonés, entró a un vestíbulo donde un guía lo llevó a él y a otros invitados para realizar un recorrido. Kazuhiko no tardó en enterarse de que el pabellón ofrecía información sobre La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y sus miembros. La Iglesia había presentado exhibiciones populares en otras exposiciones mundiales, pero esta era la primera vez que llevaba un pabellón a un país donde el cristianismo no era la religión principal. La planta baja del edificio tenía una réplica de mármol de tres metros y medio del Christus, una estatua del escultor danés Bertel Thorvaldsen. También había una exposición fotográfica sobre las actividades cotidianas de los miembros de la Iglesia en todo Japón.
La familia de Kazuhiko era budista y él no sabía nada acerca de Jesucristo ni del Padre Celestial. Sin embargo, después de que él y los demás invitados pasaran al segundo piso del pabellón, entraron a una serie de salas donde les enseñaron sobre el ministerio del Salvador y Su función en la creación del mundo. Aprendieron sobre el plan de felicidad de Dios y la restauración del Evangelio de Cristo a través de un joven profeta llamado José Smith.
El recorrido terminó en un pequeño teatro con una versión japonesa de El hombre en busca de la felicidad, el cortometraje que la Iglesia había estrenado en la Feria Mundial de Nueva York en 1964. A instancias de los líderes de misión locales Ed y Chieko Okazaki, la película japonesa se rodó localmente con actores japoneses populares, algunos de los cuales Kazuhiko reconoció. Pero las preguntas que plantea la película, ¿de dónde venía?, ¿por qué estaba aquí?, ¿adónde iba?, eran nuevas para él. Nunca había pensado en ellas y no estaba seguro de creer las respuestas que le habían dado en el pabellón.
Al salir del teatro, Kazuhiko vio a un hombre parado en el pasillo.
—¿Crees en eso? —preguntó Kazuhiko, refiriéndose a la película.
—Sí, lo creo —respondió el hombre sin dudarlo.
—¿Estás seguro?
Kazuhiko salió del pabellón y continuó explorando la exposición, pero no había ido muy lejos cuando se dio cuenta de que se le había quedado la cámara. Se apresuró a regresar a la exhibición, donde un miembro del personal encontró la cámara extraviada.
Como muestra de gratitud, Kazuhiko compró un ejemplar japonés del Libro de Mormón y dejó su nombre y dirección al miembro del personal, aunque no estaba especialmente interesado en aprender más acerca de la Iglesia.
Tres meses después, un par de misioneros aparecieron en su casa en las afueras de Tokio. No esperaba que lo visitaran, pero se alegró de verlos y estaba dispuesto a escuchar lo que tuvieran que decir.
En septiembre de 1970, la Presidenta General de la Sociedad de Socorro, Belle Spafford, se puso de pie en el Tabernáculo de Salt Lake ante miles de mujeres Santos de los Últimos Días en la conferencia anual de la Sociedad de Socorro. El evento solía ser un momento de regocijo, ya que mujeres de todo el mundo se reunían para relatar experiencias y recibir instrucciones de sus líderes. Esta conferencia, sin embargo, fue más sombría que otras.
“Vivimos en una época caracterizada por vivir una crisis tras otra”, afirmó la presidenta Spafford. En Estados Unidos, imágenes de guerra y disturbios civiles aparecían en las pantallas de televisión todos los días. Los conflictos raciales seguían siendo intensos y los asesinatos de destacados políticos y líderes de derechos civiles conmocionaron a la nación. Los jóvenes continuaban protestando contra la guerra de Vietnam. La paz y la tranquilidad parecían efímeras.
La propia Sociedad de Socorro se encontraba en una época de transición mientras la organización se adaptaba a la correlación de la Iglesia. En el pasado, las miembros de la Sociedad de Socorro recaudaban sus propios fondos y creaban presupuestos, que luego eran aprobados por los líderes del sacerdocio. Sin embargo, la Primera Presidencia había anunciado recientemente que las Sociedades de Socorro se financiarían por medio de los presupuestos de los barrios o las ramas.
Con el nuevo sistema, los líderes locales del sacerdocio asignaban a cada organización de barrio una cantidad fija para gastar cada año. Las Sociedades de Socorro individuales podían seguir controlando cómo gastaban sus recursos sin la carga adicional de recaudar fondos para su organización, pero como las Sociedades de Socorro ahora tenían un presupuesto limitado, perdieron parte de la independencia financiera de la que habían disfrutado a lo largo de los años. Los bazares de la Sociedad de Socorro, tradicionales eventos de recaudación de fondos en los que las mujeres exhibían y vendían sus artesanías, también llegaron a su fin.
Otros cambios afectaron su administración. Como parte de su labor de servicios sociales, la Sociedad de Socorro se había encargado del Programa de colocación de alumnos indígenas, de los servicios de adopción y acogida de la Iglesia, y de un programa de rehabilitación para jóvenes con problemas. Sin embargo, estos programas se limitaban en gran medida al oeste de Estados Unidos y el deseo de ampliar los servicios sociales a los miembros de la Iglesia de todo el mundo bajo una organización única y correlacionada impulsó una reestructuración.
En 1969, los líderes de la Iglesia crearon los Servicios Sociales Unificados, que reunían todas estas iniciativas bajo el liderazgo de oficiales del sacerdocio. La presidenta Spafford continuó como asesora, pero ya no dirigía los programas.
A medida que la Sociedad de Socorro se adaptaba a los cambios, la presidenta Spafford y sus consejeras se sinceraron sobre los posibles problemas que veían. Cuando se enteraron de que el Comité de Correlación de Adultos tenía la tarea de redactar las lecciones de la Sociedad de Socorro, la presidencia dio su opinión. Al final, la Sociedad de Socorro redactó sus propias lecciones con aportes y revisiones del comité.
La presidenta Spafford reconoció la necesidad de que la Sociedad de Socorro hiciera adaptaciones a medida que el Evangelio restaurado se extendía por todo el mundo. Ahora, la revista de la Iglesia para lectores internacionales se estaba traduciendo a diecisiete idiomas. Sin embargo, la revista de la Sociedad de Socorro, Relief Society Magazine, se publicaba solo en inglés y español.
Para ayudar a llegar a la mayor cantidad posible de lectores con mensajes correlacionados, los líderes habían propuesto recientemente cambios en las publicaciones de la Iglesia. En junio de 1970, anunciaron que se retiraría la mayoría de las revistas actuales, entre ellas Instructor, Improvement Era y Relief Society Magazine. También llegarían a su fin las revistas en inglés de larga data en las misiones, como Millennial Star, en el Reino Unido, y Cumorah’s Southern Messenger, en Sudáfrica. En su lugar, la Iglesia publicaría tres nuevas revistas, cada una dirigida a un grupo etario particular: Ensign [Estandarte] para adultos, New Era [Nueva Era] para jóvenes y Friend [Amigo] para niños.
De pie ante su audiencia en el Tabernáculo, la presidenta Spafford sabía que muchas mujeres estaban lidiando con los recientes cambios, al igual que ella. Su presidencia había recibido cartas de mujeres afligidas por la noticia del fin de la revista. La presidenta Spafford comprendía su aflicción. Cuando se propuso la idea, ella se opuso, pues consideraba que la revista cumplía una función importante en la Iglesia y en la vida de las hermanas. ¿Qué podía decir ahora para brindar alivio y consuelo?.
Tomó como tema un pasaje del Libro de Mormón: “Vivimos de una manera feliz”. Cuando enfrentaron tiempos difíciles, el pueblo de Nefi no disminuyó sus esfuerzos. Guardaron los mandamientos de Dios lo mejor que pudieron. Además, eran trabajadores, criaban rebaños y manadas, sembraban y cosechaban.
Lo mismo podía suceder con la Sociedad de Socorro. Los cambios organizacionales no alteraron las cosas que conducían a la felicidad: la rectitud, el servicio compasivo, la expresión creativa y la participación comunitaria.
—La Sociedad de Socorro ofrece oportunidades ilimitadas —testificó la presidenta Spafford— para nutrir los elementos esenciales de una vida feliz.
En febrero de 1971, seis años después de su conversión, Darius Gray vivía en Salt Lake City. Como miembro de la Iglesia, había disfrutado de la hermandad de muchos santos que se hicieron amigos de él y lo ayudaron a adaptarse a su nueva religión. También había conocido a algunos miembros de la Iglesia que lo maltrataban por ser de raza negra, pero se aferró a las poderosas palabras que había escuchado la noche anterior a su bautismo: “Este es el Evangelio restaurado y tú te unirás a él”.
Darius trabajaba como periodista para KSL-TV, una estación de noticias local. Antes de conseguir el trabajo, nunca había considerado dedicarse al periodismo. Entonces conoció a Arch Madsen, presidente de la empresa de comunicaciones propiedad de la Iglesia que supervisaba KSL. Darius encontró que Arch era amigable y directo, así que aceptó el trabajo. Era como si Dios le estuviera trazando un camino para él.
Después de ser contratado, Darius se licenció como periodista en la Universidad de Utah. También participó activamente en su barrio en Salt Lake City y fue superintendente de la Escuela Dominical. A través de Arch, conoció a Monroe Fleming, un Santo de los Últimos Días de raza negra que trabajaba en el Hotel Utah. La esposa de Monroe, Frances, era miembro de la Iglesia de cuarta generación y bisnieta de Jane Manning James. Los Fleming lo invitaron a cenar, hablaron con franqueza sobre sus experiencias en la Iglesia y le presentaron a otros miembros de la comunidad negra de Santos de los Últimos Días de Salt Lake City.
Entre las personas que conoció Darius se encontraba Lucile Bankhead, la querida matriarca de la comunidad. Al igual que Frances Fleming, ella era descendiente de pioneros Santos de los Últimos Días de raza negra y había crecido en la Iglesia. También conoció a Eugene Orr, quien se había unido a la Iglesia en 1968 y se había casado con una mujer que conoció en Utah, Leitha Derricott. Ahora Eugene y Leitha organizaban pícnics de verano para hermanar a sus amigos de raza negra de la zona.
Darius quedó particularmente impresionado con Ruffin Bridgeforth, un hombre de raza negra que se había mudado a Utah en 1944 como empleado del ejército estadounidense. Ruffin y su esposa, Helena, se unieron a la Iglesia en 1953 y criaron a sus hijos en la fe. Darius admiraba la constancia, la discreta sabiduría y la amabilidad de Ruffin. A lo largo de los años, Ruffin se había hecho muy amigo del élder Thomas S. Monson y otros líderes de la Iglesia. A menudo hablaba en barrios, estacas y misiones sobre los miembros de raza negra de la Iglesia.
Un día, Darius recibió una llamada telefónica de Heber Wolsey, jefe de Relaciones Públicas de la Universidad Brigham Young. Heber conocía el trabajo de Darius en KSL y ocasionalmente le pedía ayuda cuando la Universidad Brigham Young se enfrentaba a polémicas relacionadas con la raza
Recientemente, la universidad había sido objeto de un intenso escrutinio público respecto de la restricción del sacerdocio por parte de la Iglesia y los activistas políticos a veces organizaban manifestaciones y boicoteaban eventos deportivos de la Universidad Brigham Young. La polémica estalló en octubre de 1969, cuando catorce jugadores de fútbol americano de raza negra de la Universidad de Wyoming pidieron llevar brazaletes negros durante el partido que iban a disputar contra la Universidad Brigham Young. Su entrenador los expulsó del equipo, lo que atrajo la atención de los medios y provocó protestas.
Ahora los activistas en Wyoming estaban convocando a otra protesta; esta vez en un partido de baloncesto contra la Universidad Brigham Young. Cuando el rector de la Universidad Brigham Young, Ernest L. Wilkinson, se enteró del plan, emitió una declaración escrita en defensa de la universidad y envió a Heber a hablar con los organizadores. Sin embargo, los activistas querían conocer a un miembro de raza negra de la Iglesia, por lo que Heber llamó para preguntar a Darius si podía volar a Wyoming.
—¿Qué tan pronto? —preguntó Darius.
—Oh —dijo Heber—, en los próximos treinta minutos.
Darius corrió al aeropuerto y tomó el vuelo. Cuando llegó a la universidad, Heber lo llevó rápidamente a un auditorio lleno. Se sentaron adelante, frente a los principales activistas. Darius mantuvo una sonrisa amistosa pero, mientras respondía a sus preguntas, se dio cuenta de que a algunos de ellos les disgustaba que él defendiera a la Iglesia. Aun así, decidió mantenerse fiel a sí mismo y a sus creencias.
Durante una de las reuniones de ese fin de semana, alguien acusó a Darius de deshonrar a su raza al unirse a la Iglesia. Darius respondió: “Nací de raza negra. Soy de raza negra ahora y moriré siendo de raza negra. Estoy orgulloso de mi herencia negra y lucharé por las causas justas para las personas de raza negra con todas mis fuerzas”.
Luego hizo una pausa. “También soy mormón”, agregó con orgullo. “La iglesia mormona tiene respuestas para mí que no he encontrado en ningún otro lugar. No hay conflicto entre el color de mi piel y mi religión”.
A pesar de los esfuerzos de Darius y Heber, los estudiantes de Wyoming realizaron una manifestación antes y durante el juego. Mientras Darius los observaba, sentía empatía con su deseo de igualdad racial, pero no creía que ellos comprendieran del todo a la Iglesia ni sus enseñanzas.
“Si estuvieran dispuestos a manifestarse universalmente contra los prejuicios y la desigualdad en cualquier lugar, pero no contra los principios de la fe mormona —reflexionaba posteriormente—, habría estado dispuesto a unirme a ellos”.
El 19 de enero de 1971, Anthony Obinna, un maestro de escuela nigeriano de cuarenta y dos años, sacó un bolígrafo y una hoja de papel azul para escribir una carta al Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. “He leído varios libros en busca de la salvación —escribió él— y al fin encontré la respuesta”.
Durante los últimos años, Anthony, su esposa, Fidelia, y sus hijos habían estado confinados en gran medida en su casa mientras la guerra civil nigeriana hacía estragos a su alrededor. Un día, mientras Anthony pasaba largas horas de incertidumbre, abrió una revista vieja y vio algo que no esperaba: la imagen de un alto y majestuoso edificio de piedra con varias agujas grandes.
Ya había visto el edificio antes: en un sueño que había tenido antes de que estallara la guerra civil. En el sueño, el Salvador lo había guiado hasta el magnífico edificio, que estaba lleno de personas, todas vestidas de blanco.
—¿Qué es esto? —preguntó Anthony.
—Estas son personas que asisten al templo —respondió el Salvador.
—¿Qué están haciendo?
—Están orando. Oran aquí siempre.
Cuando despertó, Anthony quería saber más sobre las cosas que había visto. Contó el sueño a Fidelia y a sus amigos, y les preguntó qué creían que podía significar. Nadie fue capaz de ayudarlo. Finalmente pidió orientación a un reverendo. El reverendo tampoco pudo interpretar el sueño, pero le dijo a Anthony que si el sueño era de Dios, entonces sus preguntas se resolverían algún día.
Tan pronto como Anthony vio la ilustración en la revista, supo que había encontrado la respuesta. En la parte superior de la ilustración había una leyenda que la identificaba como el Templo de Salt Lake City.
“Los mormones, oficialmente los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, son diferentes”, decía al inicio del artículo. En él se relataba la historia de la Iglesia y se explicaban algunas de sus doctrinas básicas. “Es un estilo de vida completo”, decía el artículo. “La chispa religiosa que impulsa esa comunidad de esfuerzo es la creencia de que todos los habitantes de la tierra son hijos espirituales de Dios”.
El artículo hizo que Anthony pensara muchas cosas rápidamente. Vivía cerca de sus hermanos, así que inmediatamente los reunió y les habló de la imagen y de su sueño.
—¿Estás seguro de que es ese edificio? —preguntó su hermano Francis.
Desafortunadamente, no pudo escribir a las Oficinas Generales de la Iglesia en ese momento debido al bloqueo vigente durante la guerra. Tampoco conocía ninguna de las congregaciones no oficiales de Santos de los Últimos Días en Nigeria. Muchas de ellas se dispersaron durante la guerra y perdieron contacto entre sí y con la Iglesia. De algunos creyentes, como Honesty John Ekong, nunca más se supo. Ahora que la guerra había terminado, nada impedía que Anthony se comunicara con la Iglesia.
En su carta al Presidente de la Iglesia, Anthony expresó su deseo de tener una rama de la Iglesia en su ciudad. “El mormonismo es realmente único entre las religiones”, escribió él.
Unas semanas más tarde, recibió una carta. “En este momento no hay ningún representante oficial de Salt Lake City en su país”, decía en la carta. “Si lo desea, estaré encantado de mantener correspondencia con usted sobre las enseñanzas religiosas de Jesucristo”.
La carta tenía la firma de LaMar Williams, del Departamento Misional.