Capítulo 31
Formas misteriosas
El 26 de octubre de 1999, Georges A. Bonnet estaba esperando que el presidente Gordon B. Hinckley se pusiera de pie. Acababa de terminar una reunión de asignación presupuestaria con la Primera Presidencia, el Obispado Presidente y varias Autoridades Generales y administradores de la Iglesia en el Edificio de la Administración de la Iglesia, en Salt Lake City. Por lo general, Georges no asistía a esa reunión, estaba allí en lugar del director administrativo del Departamento de Propiedades. Sin embargo, sabía que la reunión no terminaba hasta que el presidente Hinckley se levantara y se dirigiera a la puerta.
Y el profeta no parecía tener intención de levantarse. En lugar de eso, miró directamente a Georges y le preguntó: “¿Qué haremos con el Templo de Ghana?”. Sus ojos suplicaban una respuesta.
Georges no sabía qué decir. La pregunta lo tomó completamente por sorpresa. Casi una década antes, mientras servía como director de Asuntos Temporales en África, había contribuido a poner fin a la proscripción de todas las actividades de la Iglesia por parte del Gobierno de Ghana, alentando a Isaac Addy, miembro de la Iglesia en Acra, a reconciliarse con su medio hermano distanciado, el presidente de Ghana, Jerry Rawlings.
Georges se había ganado el respeto de los líderes de la Iglesia por su trabajo en Ghana. Sin embargo, ahora tenía un nuevo trabajo en la Iglesia y no estaba relacionado con África. Lo único que sabía sobre el Templo de Ghana era que el presidente Hinckley lo había anunciado en febrero de 1998.
—Lo siento —dijo finalmente Georges—, pero no estoy involucrado en el proyecto.
El presidente Hinckley permaneció sentado, con la mirada suplicante aún en los ojos. Le dijo a Georges que el progreso del templo estaba estancado. Al principio, el Gobierno de Ghana parecía apoyar el proyecto, y la Iglesia había comprado una propiedad en una de las calles principales de Acra. No obstante, justo antes de la palada inicial prevista para abril de 1999, el Gobierno se había negado a emitir el permiso de construcción para la Iglesia. Nadie sabía por qué.
Después de la reunión, Georges volvió al Edificio de las Oficinas Generales de la Iglesia con el Obispo Presidente, H. David Burton, y su segundo consejero, Keith B. McMullin. Ellos estaban ansiosos por saber lo que Georges pensaba que la Iglesia tenía que hacer a fin de obtener el permiso para construir el templo en Acra.
—¿Le importaría ir a Ghana? —le preguntó uno de ellos.
—En lo absoluto —respondió Georges—. Estaría encantado de hacerlo.
Unas semanas después, Georges llegó a Ghana y halló que la Iglesia estaba prosperando allí. Para el momento de la proscripción, había casi 9000 miembros de la Iglesia en Ghana y no había ninguna estaca. Ahora, diez años después, el país tenía cinco estacas con más de 17 000 miembros. Y esos miembros oraban fervientemente para que se progresara y se continuara con la Casa del Señor. Cuando el presidente Hinckley visitó Ghana en 1998 y anunció el templo, los santos se habían puesto de pie y habían gritado de felicidad. Nadie podría haber anticipado que habría demoras.
En Acra, Georges se reunió con el arquitecto del templo, los abogados de la Iglesia y con funcionarios gubernamentales. También se reunió con el élder Glenn L. Pace, Presidente del Área África Occidental, quien estaba agradecido por su ayuda. Georges podría notar que el élder Pace se sentía muy frustrado con la situación. Sin embargo, él aún tenía esperanza. Recientemente, los santos de África Occidental habían realizado un ayuno especial por el templo y el élder Pace creía que un cambio estaba por ocurrir.
Después de una semana de reuniones, Georges extendió su viaje otra semana para organizar sus conclusiones. Según las personas con las que habló, los representantes de la Iglesia habían ofendido de forma involuntaria a la Asamblea Metropolitana de Acra (AMA), la organización gubernamental que aprobó los proyectos de construcción en la ciudad. La AMA creía que los representantes habían sido demasiado insistentes y arrogantes durante el proceso de aprobación del permiso. También parecía haber algo de resistencia por parte del presidente Rawlings, quien ya no hablaba con su hermano, a pesar de su reconciliación durante la proscripción.
Georges compartió con el élder Pace lo que había averiguado y juntos prepararon un informe para el Obispado Presidente. Después de eso, Georges regresó a Utah con un informe en la mano, sintiéndose satisfecho por haber hecho su parte en Ghana.
De vuelta en Fiyi, Juliet Toro estaba disfrutando del programa de aprendizaje a distancia de la Universidad BYU. Sus clases no se parecían a nada que hubiera experimentado antes. Al crecer, siempre había tenido miedo de hacer preguntas en la escuela. Le preocupaba que sus profesores la ridiculizaran por decir algo incorrecto. Pero esta vez, no tardó en descubrir que los facilitadores del aula los alentaban a hacer preguntas y nunca la hicieron sentir tonta. También sentía el Espíritu del Señor en el salón de clases, guiando su aprendizaje.
El primer semestre de Juliet fue extremadamente desafiante. Su clase más difícil era gestión de negocios. Aunque ya estaba familiarizada con algunos principios de negocios básicos, Juliet solía sentirse abrumada por los muchos términos y definiciones nuevas que aprendía en clase. Al final del semestre, sentía que tenía demasiado que repasar para el examen. Sin embargo, obtuvo una buena puntuación en la prueba y la calificación final más alta de la clase.
Sus clases de religión y contabilidad planteaban otros desafíos. Siendo una miembro nueva de la Iglesia, no estaba familiarizada con Doctrina y Convenios, por lo que recibió ayuda de su compañera de estudios Sera Balenagasau, una miembro de toda la vida y que había servido en una misión de tiempo completo. Para la contabilidad, recurrió a su esposo, Iliesa. Hasta hacía poco, él había trabajado en un banco, por lo que comprendía bien el tema y podía ayudarla a resolver los problemas. Al final del semestre, también obtuvo las calificaciones más altas en esas clases.
Dado que la casa de Juliet estaba frente a la universidad, se convirtió en un lugar de reunión y estudio para los alumnos. Sus compañeros de clase a menudo la ayudaban a preparar las comidas y a ordenar su hogar. Juliet disfrutaba de tenerlos como amigos y su disposición para ayudarla a ella y a su familia le daba ánimo. Observarlos era como ver el Evangelio en acción.
El segundo semestre comenzó el 1 de septiembre de 1999. Algunos de los alumnos, a quienes no les había ido bien, querían volver a rendir sus exámenes para mejorar sus calificaciones, por lo que se crearon cursos resumidos para ellos. Y, ya que a Juliet le había ido tan bien en el primer semestre, fue contratada como facilitadora para los alumnos de gestión de negocios.
Durante los siguientes tres meses, Juliet compaginó sus estudios con sus otras responsabilidades como facilitadora y madre. Trataba a los cinco jóvenes en su curso abreviado de gestión de negocios como si fueran sus hijos. A medida que avanzaba el semestre, podía notar que ellos se sentían más cómodos en el entorno de ella que con sus facilitadores de BYU. Hablaban libremente en la clase y parecían menos reticentes a hacerle preguntas a ella. Al final del semestre, todos aprobaron el examen.
Un día, los directores del programa llamaron a Juliet y le dijeron que ella daría el discurso de despedida.
—¿Qué significa eso? —preguntó ella.
Para su sorpresa, eso significaba que ella tenía el mejor rendimiento académico de todos sus compañeros de clase ese año. Su confianza llegó hasta las nubes. “Sí”, se dijo a sí misma. “¡Puedo hacerlo!”.
Poco después, el programa realizó una ceremonia de graduación para los alumnos y alrededor de 400 familiares y amigos. Los graduados de Fiji LDS Technical College, con birretes y togas azules, recibieron reconocimiento por completar el programa. Juliet y muchos otros también recibieron certificados de introducción a los negocios de BYU–Hawái. Juliet dio el discurso de despedida.
Después de eso, Iliesa expresó su gratitud y la de Juliet en una carta dirigida al élder Henry B. Eyring, el Comisionado de Educación de la Iglesia. “Mi esposa y yo siempre nos preguntábamos si podríamos continuar con nuestra educación”, escribió él. “Parece que nuestras oraciones en silencio han sido respondidas. El Señor trabaja de formas misteriosas”.
El 1 de enero de 2000, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles publicaron “El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, una declaración firmada que honra al Salvador dos milenios después de Su nacimiento. “Los alentamos a que usen este testimonio escrito para edificar la fe de nuestros hijos en el Padre Celestial”, aconsejó la Primera Presidencia.
En la declaración se incluía un testimonio colectivo de la misión divina de Jesús durante esta vida y la eternidad. “Manifestamos nuestro testimonio de la realidad de Su vida incomparable y de la virtud infinita de Su gran sacrificio expiatorio”, declararon los apóstoles. “Ninguna otra persona ha ejercido una influencia tan profunda sobre todos los que han vivido y los que aún vivirán sobre la tierra”.
Tres meses más tarde, durante la Conferencia General de abril de 2000, la Iglesia publicó Testigos especiales de Cristo, una película de una hora en la que se presentaba a cada miembro de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce Apóstoles compartiendo su testimonio personal del Salvador.
La película iniciaba con el presidente Hinckley caminando por los salones iluminados del BYU Jerusalem Center. “Esta ciudad grande y antigua”, decía deteniéndose en un balcón, “siempre ha sido una inspiración para mí, puesto que lleva impresa la huella del Hijo de Dios”.
Luego, procedía a relatar la historia de Jesús, desde Su nacimiento en Belén hasta Su Resurrección de la tumba. “Nadie puede comprender completamente el esplendor de Su vida, ni la majestuosidad de Su muerte, ni la universalidad de Su dádiva a la humanidad”, testificó el profeta. “Declaramos lo mismo que el centurión dijo al morir el Señor: ‘Verdaderamente éste era Hijo de Dios’”.
Después de esta introducción, la película transcurría de un testimonio de un apóstol a otro. Cada secuencia se realizaba en un lugar diferente. Algunos apóstoles hablaron frente a los templos, mientras que otros hablaron en lugares históricos como Palmyra, Kirtland y Nauvoo.
El élder Neal A. Maxwell, de pie debajo de un potente telescopio en un observatorio, testificó sobre la influencia universal del Salvador. “Muchísimo antes de que naciera en Belén y se le llegase a conocer como Jesús de Nazaret, nuestro Salvador era Jehová”, testificó él. “Ya entonces, bajo la dirección del Padre, Cristo era el Señor del universo, que creó incontables mundos, de los cuales el nuestro es solo uno”.
“¡No obstante, en la grandeza de Sus creaciones”, el élder Maxwell continuó, “el Señor del universo, que ve cuando todo pajarillo cae a tierra, es nuestro Salvador personal!”.
El élder Henry B. Eyring, el miembro más nuevo del Cuórum de los Doce Apóstoles, habló desde los peldaños de la fachada este del Templo de Salt Lake. “Los templos dedicados son lugares sagrados a donde puede venir el Salvador resucitado”, declaró él. “Cada parte de estos edificios, y todo lo que en ellos se lleva a cabo, reflejan el amor del Salvador por nosotros y nuestro amor por Él”.
El presidente James E. Faust, caminando de forma reverente por la base del antiguo Templo de Nauvoo, dio su testimonio del Salvador y Su sacrificio. “Sé que mediante la agonía inexpresable de la Expiación, los hombres y las mujeres, si se arrepienten, pueden ser perdonados de sus pecados”, dijo él. “Debido al milagro de la Resurrección, todos resucitarán de entre los muertos. Siento Su amor y me asombra el precio que Él pagó por cada uno de nosotros”.
La película terminaba con un testimonio final del presidente Hinckley mientras él y sus compañeros apóstoles estaban de pie frente a la estatua del Christus en la Manzana del Templo.
“Es Él, Jesucristo, quien está a la cabeza de esta Iglesia que lleva Su nombre sagrado”, declaró el profeta. “Unidos, en calidad de Sus apóstoles autorizados y comisionados por Él para hacerlo, damos nuestro testimonio de que Él vive y de que vendrá otra vez a reclamar Su reino y reinará como Rey de reyes y Señor de señores”.
El 19 de mayo de 2000, seis meses después de la graduación de Juliet Toro, militantes armados irrumpieron por la fuerza en el Parlamento de Fiyi y tomaron como rehenes al primer ministro del país y a docenas de otros funcionarios gubernamentales. La crisis se convirtió rápidamente en un golpe de estado a gran escala. El país se vio envuelto en la violencia y la anarquía durante varios días.
Juliet lloraba mientras veía los informes del golpe de estado por televisión. Al principio, hubo un confinamiento general de la población. Las empresas y las escuelas cerraron, y las iglesias dejaron de llevar a cabo sus reuniones. Después de eso, se flexibilizaron las restricciones y los dos hijos mayores de Juliet fueron a ver una película con sus primos y un amigo de la iglesia. Sin embargo, poco después de haberse ido, la violencia volvió a surgir en Suva, lo que sumió a la ciudad en el caos. Juliet se sintió desesperada cuando escuchó las noticias. Pasaron tres horas. Cuando sus hijos por fin volvieron a casa, ella los abrazó con fuerza.
El golpe de estado comenzó cuando se había terminado la construcción del Templo de Suva, Fiyi, y los santos se estaban preparando para un programa de puertas abiertas y para la dedicación en junio. En ese momento, muchos miembros de la Iglesia se preguntaban si esos eventos se pospondrían hasta que se acabaran las revueltas.
El 29 de mayo, el presidente de Fiyi renunció y los militares tomaron el control del Gobierno. Dos días más tarde, el presidente Hinckley llamó a Roy Bauer, presidente de la Misión Suva Fiyi, para preguntar sobre las condiciones en el lugar. El presidente Bauer le informó que el país estaba relativamente estable bajo la dirección del ejército, a pesar de la situación de los rehenes en curso. Se había reabierto el aeropuerto de Suva y era nuevamente posible desplazarse por la ciudad.
El presidente Hinckley estaba satisfecho. “Nos vemos el mes próximo”, dijo él.
Los santos en Fiyi realizaron un pequeño programa de puertas abiertas en el templo a principios de junio, el cual atrajo a más de 16 000 visitantes.
Un sábado, tres autobuses llegaron al programa de puertas abiertas con personas de otras religiones. Una mujer bajó del autobús y tuvo una sensación maravillosa que se hizo más potente a medida que se acercaba al templo. En el pasado, ella había hablado contra la Iglesia. Ahora ella se lamentaba de sus palabras y oró pidiendo perdón antes de entrar al templo.
—Hoy sé que esta es la verdadera Iglesia del Señor —dijo a uno de los santos que conoció durante el recorrido—. Por favor, envíen a los misioneros.
Debido al golpe de estado, la Primera Presidencia decidió realizar solo una sesión de dedicación, en lugar de cuatro, lo que limitó la cantidad de personas que pudieron asistir a la ceremonia. Aun así, el 18 de junio, el día de la dedicación, Juliet y otros santos fiyianos permanecieron de pie fuera del templo a lo largo de la carretera principal.
El templo estaba ubicado en la cima de una colina con vistas al Océano Pacífico. Cuando el automóvil que llevaba al presidente Hinckley y su esposa, Marjorie, pasó lentamente por allí, los santos los saludaron agitando pañuelos blancos en el aire y realizaron la Exclamación de Hosanna. El profeta sonrió y también los saludó. Ver al profeta hizo que todos se sintieran mejor. El cielo estaba soleado y Juliet podía sentir el entusiasmo y la emoción en el ambiente.
En sus palabras durante la dedicación, el presidente Hinckley habló sobre la importancia de los templos nuevos y rediseñados. Ya había dedicado más de dos docenas de templos en todo el mundo. “Es la Casa del Señor”, declaró en un púlpito en el salón celestial. “Pueden obtener los lavamientos, las unciones y las investiduras y venir a este salón hermosamente amueblado, después de haber pasado a través del velo como simbolismo de nuestro paso de la vida a una vida nueva”.
“Aquí hay dos salas de sellamiento con hermosos altares, donde pueden mirar en los espejos y tener una sensación de eternidad”, continuó él. “No existe algo como esto sobre toda la faz de la tierra”.
Pronto el templo abrió sus puertas para efectuar ordenanzas. Y, después de prepararse para ingresar a la Casa del Señor, los miembros de la familia Toro fueron sellados por esta vida y por la eternidad.
El 10 de agosto de 2000, Georges Bonnet se sentía muy solo. Nueve meses después de su viaje a Ghana, regresaba al país; esta vez para servir como director de Asuntos Temporales de la Iglesia en el área África Occidental. Su esposa, Carolyn, y tres de sus hijos pronto se unirían a él en Acra, pero por ahora, estaba solo.
El progreso del Templo de Acra seguía estancado y los líderes de la Iglesia esperaban que Georges, con su reputación de liderazgo informado y prudente en África, pudiera ayudar a sacar adelante el proyecto. Georges sentía el peso de su asignación y esperaba estar a la altura de los desafíos que le esperaban. Escudriñó su alma y pensó en Jesucristo y en Su sacrificio expiatorio.
“Aunque creo firmemente en los poderes de la Expiación para llevar paz al alma”, escribió en su diario, “hay, sin duda, otros poderes y bendiciones de la Expiación que aún debo experimentar”.
Una vez que llegó a Acra, Georges pronto se enteró de que obtener un permiso de construcción para el templo era solo uno de los numerosos asuntos serios que exigían su atención en África Occidental.
Al principio, estaba seguro de poder manejar la carga, la cual abarcaba otros proyectos de construcción importantes y un templo en Aba, Nigeria. “Ya he trabajado aquí”, se dijo a sí mismo. “Lo puedo hacer”. Y, cuando su familia se unió a él, se sintió menos solo.
Sin embargo, después de un mes, no estaba tan seguro de sí mismo. Sus muchas otras responsabilidades le dejaban poco tiempo para ocuparse del permiso de construcción del Templo de Acra. Mientras que los santos de toda Ghana se preparaban fielmente para ingresar a la Casa del Señor, nadie (dentro o fuera de la Iglesia) parecía saber cómo ponerle fin al estancamiento. Lo único en que las personas estaban de acuerdo era que Jerry Rawlings, el presidente de Ghana, era el responsable de la demora.
Sintiéndose desesperanzado, Georges oró: “Hay demasiados problemas, demasiadas complicaciones”, dijo él. “¿Cómo quieres, Señor, que haga esto? Haré lo que Tú digas. Seré Tu instrumento, pero yo, por mí mismo, no puedo hacerlo”.
Poco después, Georges comenzó a colaborar con la oficina de la Primera Dama de Ghana para organizar proyectos de ayuda humanitaria. Esperaba que el hacer eso ayudara a la familia Rawlings a conocer mejor a la Iglesia y su misión. También comenzó a ayunar todos los domingos.
A mediados de noviembre de 2000, Georges se sentía optimista. Estaba cada vez más convencido de que Isaac Addy, el hermano del presidente, era vital para resolver el estancamiento, como lo había sido durante la proscripción. Sin embargo, no estaba seguro de pedirle a Isaac que se acercara al presidente en representación de la Iglesia.
Si bien los hermanos se habían reconciliado durante la proscripción, la reconciliación había durado poco. A Isaac, el hermano mayor, le dolía pedir otro favor. Sin embargo, la esposa de Isaac, June, lo alentó a confiar en Jesucristo para que lo ayudara a enmendar la relación con su hermano. Entonces, a pesar de su dolor, Isaac le aseguró a Georges que estaba dispuesto a hablar con Jerry acerca del templo.
El 3 de diciembre, Isaac llamó al hogar de los Bonnet con buenas noticias. Un ayudante del presidente se había comunicado con él para hacerle preguntas sobre el templo y el presidente estaba dispuesto a apoyar el proyecto si la Iglesia podía realizar unas modificaciones menores en el diseño del sitio. Era domingo de ayuno y Georges e Isaac no habían comido en todo el día. Sin embargo, en lugar de romper el ayuno esa noche, fueron al sitio del templo juntos para determinar si las solicitudes del presidente eran razonables.
A medida que caminaban por el terreno, sintieron que podían adaptarse a las peticiones. “Isaac, aquí es donde estará el templo”, dijo Georges. “Vamos a pedirle al Padre Celestial que intervenga”.
Se arrodillaron y ofrecieron una oración, pidiéndole al Señor que bendijera sus esfuerzos. Sintieron el Espíritu poderosamente y, de inmediato, llamaron al ayudante del presidente para decir que estaban dispuestos a negociar. Tanto Georges como Isaac se sintieron bien acerca de la conversación.
Dos días después, Isaac se reunió en privado con su hermano en el Castillo de Osu, la residencia presidencial de Ghana. Justo antes de la reunión, Georges llamó a Isaac para recordarle que le dijera a su hermano que lo amaba. Después de eso, Georges se fue a casa, y estuvo orando y caminando de un lado al otro, esperando noticias de Isaac. Como no recibía ninguna llamada, Georges se fue al sitio del templo a esperar. Finalmente, el teléfono sonó media hora más tarde.
—Se acabó —dijo Isaac con voz alegre. Él y Jerry habían hablado sobre el templo unos diez minutos solamente. Luego habían pasado el resto del tiempo hablando y recordando a su familia. Al final de la conversación, sonreían, reían y lloraban juntos. Jerry dijo que la Iglesia podía comenzar a trabajar en el templo de inmediato.
Isaac había preguntado si necesitaban consultar primero al comité de planificación de la ciudad.
—No te preocupes— le dijo el presidente—. Yo me encargaré de eso.