Capítulo 35
Tomados de la mano
A principios de 2006, Willy Binene ansiaba mudarse a Kinsasa, la ciudad capital de la República Democrática del Congo, para continuar su capacitación en ingeniería eléctrica. Durante trece años, había trabajado como agricultor en la localidad de Luputa, a unos mil quinientos kilómetros (novecientas millas) de la ciudad.
Ahora estaba casado con una joven de nombre Lilly, que había sido bautizada durante su servicio como misionero de rama. Tenían dos hijos, pero durante los últimos dos años, Lilly y los niños habían vivido en Kinsasa mientras Willy ganaba el dinero suficiente para volver con ellos y regresar a estudiar.
El 26 de marzo, el presidente de misión, William Maycock, organizó el primer distrito de Luputa y llamó a Willy como presidente de distrito. Aunque Willy se sentía inseguro respecto a sí mismo, dejó de lado sus planes de mudarse y aceptó el llamamiento. Poco después, Lilly y los niños regresaron a Luputa y Willy asumió sus nuevas responsabilidades con ellos a su lado.
Willy era tan solo uno de los muchos santos que aceptaban llamamientos como líderes de la Iglesia en África. Casi treinta años después de que los primeros misioneros de tiempo completo llegaran a Ghana y a Nigeria, la Iglesia contaba ya con más de doscientos mil miembros en todo el continente. Ahora había estacas en la República Democrática del Congo, Kenia, la República del Congo, Ghana, Costa de Marfil, Liberia, Madagascar, Nigeria, Sudáfrica y Zimbabue. Constantemente se necesitaban líderes locales firmes y bien fundados en las enseñanzas del Salvador y Su Iglesia restaurada.
Un marfileño llamado Norbert Ounleu se unió a la Iglesia mientras estudiaba en la universidad en 1995. Dos años después, cuando se organizó la primera estaca de Costa de Marfil, fue llamado a servir como obispo. Tres años después, cuando la estaca se dividió, fue llamado como presidente de estaca. Cinco años después, él y su esposa, Valerie, fueron llamados como líderes de misión en la Misión Costa de Marfil Abiyán, que se había creado recientemente.
Al mismo tiempo, Abigail Ituma, una experiodista de radio y televisión, y DJ de radio, comenzó a prestar servicio como presidenta de la Sociedad de Socorro en su barrio en Lagos, Nigeria. Abigail era extrovertida y divertida y disfrutaba de hacer sonreír a todos a su alrededor. Muchas de las mujeres de su barrio habían dejado de asistir a la Iglesia, así que se propuso traerlas de regreso. Llamó a una de aquellas mujeres como su segunda consejera y, no mucho después, ya dedicaban horas a reunirse con las hermanas e invitarlas a la Iglesia.
Abigail creía en el poder de conectarse con las personas. Los domingos, ella y sus consejeras enseñaban lección tras lección sobre la labor de las maestras visitantes. Al principio, ninguna hermana parecía estar deseosa de cumplir con dicho programa, pero Abigail era persistente y, luego de un tiempo, más y más hermanas comenzaron a ministrarse la una a la otra. La asistencia a las reuniones de la Sociedad de Socorro comenzó a mejorar.
Mientras tanto, en Kenia, a Joseph y a Gladys Sitati se les conocía por su servicio en la Iglesia y su devoción a Jesucristo. Antes de ser bautizados en marzo de 1986, los Sitati no eran una familia religiosa. A veces asistían a iglesias cristianas locales, pero nunca se sentían nutridos espiritualmente. A menudo, Joseph pasaba el domingo trabajando o jugando golf.
Sin embargo, aceptar el Evangelio restaurado lo cambió todo. Los Sitati se sentían bien en la Iglesia y, a medida que esta se convertía en una parte central de su vida, comenzaron a pasar más tiempo juntos en familia. Joseph sirvió como presidente de rama y de distrito durante muchos años, y contribuyó a que en 1991 se reconociera oficialmente a la Iglesia en Kenia. Cuando se organizó la Estaca Nairobi, Kenia, en 2001, él fue llamado como presidente. Tres años después, en abril de 2004, fue llamado como Setenta Autoridad de Área. Por su parte, Gladys prestó servicio como presidenta de la Sociedad de Socorro de rama, y maestra de la Escuela Dominical, de la Primaria, de las Mujeres Jóvenes, de la Sociedad de Socorro y de Seminario.
En 1991, los Sitati viajaron al Templo de Johannesburgo, Sudáfrica, y se convirtieron en la primera familia de Kenia en ser sellada por esta vida y por la eternidad.
“Al reflexionar en todo lo que habíamos vivido”, recordó Joseph más adelante, “quedó muy claro para todos nosotros que no podíamos comenzar a entender el verdadero significado del Evangelio de Jesucristo hasta que hubiéramos sido sellados en el templo”.
En Sídney, Australia, Blake McKeown, de dieciocho años, estaba a punto de terminar la escuela secundaria y necesitaba planificar su futuro. Si comenzaba la universidad, no se le permitiría pausar sus estudios por más de un año. Y dado que él tenía intenciones de servir en una misión de dos años cuando cumpliera diecinueve años, decidió buscar un trabajo de temporada después de graduarse en lugar de seguir a muchos de sus compañeros a la universidad.
Blake había sido socorrista en una piscina cerca de su casa y le había gustado el trabajo. Recientemente, Bondi Rescue, un nuevo reality show de televisión sobre los socorristas de la popular playa Bondi Beach de Sídney, lo había llevado a pensar en formarse como socorrista de playa. Aunque la playa Bondi Beach estaba a unos sesenta y cinco kilómetros (cuarenta millas) de su casa, decidió participar en un programa de “experiencia laboral” de una semana, que le permitió conocer las responsabilidades cotidianas del trabajo. Además, realizó un examen de aptitud física que se requería a todos los que deseaban ser socorristas de playa.
El examen era difícil, pero Blake estaba preparado. Cuando era diácono, se había interesado en el atletismo después de practicar ciclismo de montaña con los jóvenes de la estaca. Si bien la Iglesia había adoptado el escultismo como parte del programa de los Hombres Jóvenes a principios del siglo XX, rara vez se implementaba en países fuera de los Estados Unidos y Canadá. En Australia, aproximadamente un tercio de las unidades locales participaban en escultismo, pero la estaca de Blake no era una de ellas. En esos casos, los líderes utilizaban una guía especial preparada por la Iglesia para planificar actividades para los Hombres Jóvenes.
El líder que había llevado a los jóvenes a practicar ciclismo de montaña, Matt Green, le había hablado a Blake sobre el triatlón, un deporte que combina natación, ciclismo y carreras de atletismo. Con Matt como entrenador y mentor, Blake había cultivado autodisciplina y voluntad. Cuando realizó la prueba de aptitud física en la playa Bondi Beach, los años de entrenamiento y competencia rindieron sus frutos. Se desempeñó bien y fue contratado como aprendiz de socorrista.
Después de graduarse de la escuela secundaria, Blake comenzó a trabajar en la playa todos los días de semana. El empleo no le garantizaba que saldría en Bondi Rescue, pero los productores del programa pronto enviaron camarógrafos a filmar mientras Blake aprendía a utilizar el equipo de socorrista, ayudaba a los bañistas y hacía cumplir las reglas del balneario. También grabaron el momento en que rescató a una persona del mar por primera vez.
Blake disfrutaba del empleo. Dado que él era el único miembro de la Iglesia en el equipo, se sentía algo intimidado por los otros socorristas cuyas vidas y valores eran muy diferentes de los suyos. No obstante, nunca se sintió presionado a dejar de lado sus normas cuando estaba con ellos.
A principios del año 2007, Blake y otros socorristas acudieron a prestar auxilio cuando un hombre fue visto nadando con dificultad en una zona traicionera del mar. Lo buscaron durante cuarenta y cinco minutos, pero no había rastros de un hombre ahogado, ni de uno luchando. Además, ninguno de los veinticinco mil bañistas había denunciado que algún amigo o familiar se hubiese extraviado. Después de un tiempo, los socorristas dieron por finalizada la búsqueda, con la esperanza de que la persona que habían visto hubiese podido nadar de regreso a la orilla.
Dos horas más tarde, un joven se acercó a Blake en la torre de vigilancia. Le dijo que no podía encontrar a su padre. “Quédate aquí un segundo”, le indicó Blake al muchacho. Entonces se dirigió a informar a los demás socorristas.
El equipo regresó rápidamente al mar en embarcaciones de salvamento y una moto de agua. También llamaron a un helicóptero policial para que explorara el océano desde el aire. Blake, mientras tanto, se quedó con el muchacho y su madre para hacerles preguntas sobre el hombre perdido. Sin embargo, aunque Blake les hablaba con calma, le preocupaba que su esposo y padre hubiera muerto.
Cuando ya oscurecía, uno de los socorristas alcanzó a ver a alguien entre las olas. Un socorrista se sumergió y trajo al hombre de regreso a la orilla. Trataron de reanimarlo, pero era demasiado tarde.
Blake se estremeció ante la noticia. ¿Cómo podía ser que él y los otros socorristas hubieran perdido el rastro del hombre, en especial cuando se había estado patrullando la playa tan bien? Blake nunca había pensado mucho en cuanto a la muerte, y nadie cercano a él había muerto. Ahora la muerte se sentía como algo muy real.
Era tarde cuando Blake terminó de trabajar esa noche. Mientras pensaba en el sinsentido de la tragedia que acaba de presenciar, reflexionó sobre el Plan de Salvación. Toda su vida le habían enseñado que la muerte no era el final de la existencia, que Jesucristo había hecho posible que todos se levantaran de la muerte en la Resurrección.
En las semanas que siguieron, su fe en esos principios le brindó consuelo.
El 31 de marzo de 2007, los santos sostuvieron a Julie B. Beck, Silvia H. Allred y Barbara Thompson como la nueva Presidencia General de la Sociedad de Socorro. En ese momento, Silvia prestaba servicio junto a su esposo, Jeff, que era el presidente del Centro de Capacitación Misional en República Dominicana. Si bien había disfrutado de estar entre los misioneros en el Caribe, ella esperaba con ansias trabajar con las mujeres de la Iglesia. Ese nuevo llamamiento la convirtió en la primera mujer latinoamericana en servir en la Presidencia General de la Sociedad de Socorro.
Poco después, Boyd K. Packer, Presidente en Funciones del Cuórum de los Doce Apóstoles, invitó a la nueva presidencia a reunirse con él en su despacho. Cuando llegaron, les señaló una hilera de carpetas en un estante. “Las he tenido durante unos quince años”, explicó él.
En las carpetas había más de mil páginas de historia de la Sociedad de Socorro. Décadas antes, mientras era un joven apóstol, había sido Autoridad General asesor de la Sociedad de Socorro y había desarrollado una profunda admiración por la organización y su presidenta en ese entonces, Belle Spafford. Más adelante, le había pedido a las escritoras Lucile Tate y Elaine Harris que compilaran una historia de la Sociedad de Socorro para su uso personal. Su trabajo se hallaba en esas carpetas.
“Esta es mi copia personal”, dijo a la nueva presidencia; “se las entrego a ustedes”.
Durante la presidencia de Bonnie D. Parkin, la Mesa General de la Sociedad de Socorro había estudiado Women of Covenant: The Story of Relief Society [Mujeres del convenio: La historia de la Sociedad de Socorro], una extensa historia publicada para el sesquicentenario de la organización, en 1992. Ahora la presidenta Beck y sus consejeras sintieron la impresión de leer la historia en las carpetas, así que las dividieron entre ellas y se turnaron para estudiar cada volumen. Al leerlas, adquirieron un claro sentido de la visión y el propósito de su organización.
Comprendieron que la Sociedad de Socorro había sido establecida en un principio mediante la autoridad del sacerdocio. Sus actividades y labores habían cambiado con el transcurso de los años: algunas presidencias habían fundado hospitales o se habían centrado en la labor social, la alfabetización o algún otro tipo de servicio. Sin embargo, dar oportunidades a la mujer de establecer el Evangelio de Jesucristo y brindar alivio a los necesitados siempre había sido fundamental en la labor de la organización.
No obstante, a la presidencia le preocupaba que la Sociedad de Socorro se hubiera convertido en tan solo otra clase más a la que asistir el domingo. Las reuniones y actividades de la Sociedad de Socorro durante los días de semana, especialmente en los lugares donde la Iglesia y sus miembros estaban bien establecidos, a menudo eran eventos sociales que poco tenían que ver con brindar servicio o enseñar el Evangelio. Muchas de las miembros no conocían los inspirados comienzos de la organización ni su rica historia. Las mujeres más jóvenes, en particular, mostraban poco entusiasmo al respecto. La presidencia creía que las mujeres de la Iglesia necesitaban hallar fortaleza y valor en su identidad como hermanas de la Sociedad de Socorro.
Al analizar la Sociedad de Socorro del pasado y la del presente, la presidencia pensaba en el mensaje y el propósito principales de la hermandad mundial de mujeres de la Iglesia. Las tres miembros de la presidencia habían vivido fuera de los Estados Unidos y sabían que necesitaban desarrollar un mensaje claro y simple que pudiera unir e inspirar a las miembros de la Sociedad de Socorro pese a las diferencias de idioma, cultura y circunstancias.
Trabajando juntas, las miembros de la presidencia determinaron tres propósitos de la Sociedad de Socorro: primero, aumentar la rectitud y la fe personales; segundo, fortalecer a las familias y los hogares; y tercero, buscar a los necesitados y proporcionarles ayuda. En adelante, decidieron que fomentarían los aspectos “fe, familia y ayuda” en cada oportunidad que tuvieran.
Una de sus primeras asignaciones fue revisar la sección de la Sociedad de Socorro del Manual de instrucciones de la Iglesia. Tal como había notado la anterior Presidencia General de la Sociedad de Socorro, el lenguaje complejo del manual podía ser difícil de leer y comprender para algunos miembros. La presidencia de la hermana Beck pensaba que algunas de sus pautas se ajustaban más a los miembros de la Iglesia en Utah que a los santos de todo el mundo. Al igual que otros líderes de la Iglesia en ese momento, ellas querían un manual más sencillo de leer y que diera a los miembros de la Iglesia la flexibilidad de adaptarse a las necesidades y circunstancias locales.
El manual actual dedicaba más de veinte páginas a la Sociedad de Socorro, pero la presidenta Beck esperaba producir algo mucho más breve y sencillo. Con la fe, la familia y la ayuda como su fundamento, la presidencia redactó un documento de cuatro páginas y lo envió al élder Dallin H. Oaks, que era el apóstol que supervisaba la revisión. Si bien a él le agradó lo que ellas habían hecho, recomendó agregar más instrucciones. Lo ampliaron a doce páginas y fue aprobado.
El manual era solo uno de los muchos proyectos de la Sociedad de Socorro. Mientras colaboraba con la revisión, Silvia trabajó en comités dedicados a la capacitación, al programa de maestras visitantes y a integrar a las nuevas hermanas en la Sociedad de Socorro. También viajaba a muchos países del mundo para reunirse con las hermanas de la Sociedad de Socorro y atender sus necesidades.
Tanto ella como las demás miembros de la presidencia estaban resueltas a ayudar a todos a comprender la visión de la Sociedad de Socorro.
En mayo de 2007, Silvina Mouhsen, una miembro Santo de los Últimos Días que vivía en Buenos Aires, Argentina, se hallaba atribulada. Durante los últimos años, había brindado ayuda a su hermana, quien había sido diagnosticada con depresión y psicosis severa. Durante ese período, Silvina también había sufrido la muerte de un familiar cercano, había dado a luz a su tercer hijo y había prestado servicio como presidenta de la Sociedad de Socorro de barrio. Mientras tanto, David, su esposo, procuraba un ascenso en el trabajo, ampliaba su formación académica y servía en la Iglesia. Debido a sus horarios conflictivos, Silvina apenas lo veía durante la semana.
Ahora Silvina tenía dificultad para levantarse de la cama por la mañana y comenzaba a cometer errores desconcertantes. Primero, mientras conducía al supermercado, repentinamente no pudo recordar dónde se hallaba. Otro día, había ido a recoger de la escuela a su hijo, Nicolás, y por equivocación le había tomado la mano a otro niño. Más adelante, había llevado a su hija a una fiesta el día equivocado.
Cuando Silvina consultó al médico sobre esos incidentes, este le dijo que estaba experimentando síntomas de depresión. Le recomendó que fuera a terapia, que se tomara una licencia de su trabajo como docente y que tomara medicamentos.
A Silvina le resultaba difícil aceptar aquellos consejos. Debido a que había cuidado de su hermana, sabía que las afecciones mentales eran complejas y que a veces provenían de factores genéticos que no era posible controlar. Sin embargo, siempre se había considerado una persona fuerte: alguien que cuidaba de los demás durante las pruebas y no alguien que experimentaba dificultades. Durante un tiempo, le contó a pocas personas sobre su diagnóstico.
Mientras más pensaba sobre la salud mental de su hermana y la propia, Silvina comenzó a notar a otras personas que luchaban con síntomas similares. Sin embargo, nadie hablaba de ellas. En la iglesia, había una mujer que tenía problemas de salud mental que le impedían asistir a las reuniones. Cada vez que ella pedía ayuda a los líderes locales, por lo general, le aconsejaban que se acercara más a Dios y confiara en Él para resolver sus problemas.
Por experiencia propia, Silvina sabía que aquello era solo una solución parcial a los problemas de la mujer y la alentó a buscar ayuda profesional. Meses después, Silvina supo que la mujer, había seguido su consejo y estaba mejorando.
La Iglesia había comenzado a hablar más abiertamente acerca de las enfermedades mentales en los últimos años, y a instar a los santos a reaccionar con compasión ante quienes tenían esas dificultades. La Iglesia también proporcionaba diversas fuentes de ayuda para la salud mental. El Departamento de Servicios Sociales de la Sociedad de Socorro, que entonces se llamaba Servicios para la Familia SUD, hacía mucho tiempo que ofrecía a los santos terapia y otro tipo de atención de salud mental. Si bien Servicios para la Familia solo tenía agencias en Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Gran Bretaña y Japón, estaba en proceso de expandirse a más países, entre ellos a Argentina. Algunos Centros de Servicios de Bienestar de Sudamérica, como los que se encontraban en Chile, ofrecían terapia con terapeutas calificados. La Iglesia también proporcionaba asistencia en materia de salud mental durante las catástrofes naturales. Después del tsunami del océano Índico, por ejemplo, Servicios para la Familia SUD había brindado capacitación en la región afectada para ayudar a las personas a sobrellevar las pérdidas y las situaciones traumáticas.
Al seguir el consejo de su médico, la salud de Silvina mejoró. Además de la terapia, el descanso y los medicamentos, halló alivio en el ejercicio físico y la música. Además, procuró formas de encontrar el equilibrio en su vida. En casa, ella y David pasaban más tiempo juntos. A veces se encontraban en el templo después del trabajo para poder asistir a una sesión de investidura. Otras veces, simplemente iban al supermercado juntos.
Silvina halló fortaleza adicional en la proclamación para la familia. En ella se enseñaba que las hijas y los hijos de Dios procreados como espíritus habían aceptado Su plan en la vida preterrenal, lo que hizo posible que progresaran para lograr su destino divino “como herederos de la vida eterna”. Conocer esa verdad le dio un propósito, guía y perspectiva en tanto afrontaba sus desafíos.
En la Iglesia, se apoyó más en sus consejeras de la presidencia de la Sociedad de Socorro para que la ayudaran a cumplir con sus responsabilidades. Se apoyó en el Salvador y su fe en Él comenzó a cobrar un nuevo significado para ella. Prestaba más atención a las oraciones sacramentales cada domingo, lo cual le daba la oportunidad de reflexionar más profundamente sobre la ordenanza. Una noche, David le dio una bendición del sacerdocio en la que se le prometió que su mente funcionaría de la manera en que ella necesitaba. Además, sus amigos oraban por ella y su hermano ponía su nombre en la lista de oración del templo.
Por medio de esas experiencias, Silvina creció en espíritu. Comprendió que el Salvador conocía perfectamente sus dificultades. No tenía que afrontar sus dificultades sola.
Sus amigos, familiares y el Señor estaban allí para brindarle sostén mientras sanaba.
En junio de 2007, Héctor David Hernández regresó exhausto a casa de la universidad. Con ojeras en los ojos, se sentó con Emma, su esposa, y le dijo que se había quedado dormido durante la clase.
Había transcurrido un año y medio desde que Emma y Héctor David se habían sellado en el Templo de la Ciudad de Guatemala. Ahora ambos estudiaban en una universidad pública cerca de su casa, en Honduras. Además de procurar hallar equilibrio entre el trabajo, la universidad y el matrimonio, cuidaban de su bebé, Oscar David.
La universidad a la que asistían impartía una selección limitada de asignaturas cada semestre, lo que significaba que Emma y Héctor David demorarían más en graduarse. Además, al ser padres primerizos, pasaban muchas noches sin dormir, lo que afectaba sus tareas de la universidad.
Allí sentados, Héctor David también le dijo a Emma que acaba de recibir sus calificaciones:
—No me fue muy bien —dijo frustrado.
Emma comprendió que algo tenía que cambiar. Mientras analizaban las alternativas, ella pensó en el Fondo Perpetuo para la Educación. El programa de préstamos de la Iglesia le había acudido a la mente durante años, pero ella y Héctor David querían ser autosuficientes. No obstante, ahora se sentían inspirados a cambiar de planes.
—¿Y si vas a una universidad privada y usamos el Fondo Perpetuo para la Educación? —sugirió Emma.
Héctor David soñaba con graduarse de la carrera de contabilidad en la universidad a la que ellos asistían. Pero la universidad privada que Emma mencionaba ofrecía una especialización similar en economía. También tenía tres períodos académicos al año, lo que significaba que podría cursar más asignaturas y graduarse antes. Mientras tanto, el Fondo Perpetuo para la Educación podría ayudar a pagar el alto costo de la universidad.
—De acuerdo —dijo Héctor David. Sin embargo, él quería que Emma también utilizara el FPE para lograr sus metas académicas y le dijo—: Vamos a estudiar. Yo voy a estudiar. Tú vas a estudiar.
—De acuerdo —dijo Emma, emocionada con la idea.
A partir de allí, presentaron una solicitud en conjunto para pedir el préstamo del FPE y se inscribieron en la universidad privada. Emma dio un salto de fe y dejó su trabajo en el banco, lo que le daría más tiempo para pasar en casa con Oscar David.
A las personas que utilizaban el Fondo Perpetuo para la Educación se les pedía que tomaran un curso a fin de prepararse para un futuro empleo. El curso ofrecía recursos para ayudar a los participantes a descubrir su profesión ideal y cómo prepararse para ella.
Una de las tareas que Emma debía realizar era escribir sus talentos e intereses. Indicó que ella era creativa y que le interesaba el aspecto publicitario de los negocios. Luego habló con personas que trabajaban en mercadotecnia y diseño gráfico. Después de entrevistar a esas personas, decidió cambiar su especialización de Administración de Empresas a Mercadotecnia y Publicidad.
No sabía mucho sobre esos temas, pero al sentarse en su primera clase de Mercadotecnia en la universidad privada, se dio cuenta de que estaba en el lugar correcto.
“Nací para hacer esto”, pensó ella.
Incluso con la ayuda económica del FPE, ser estudiante y madre no era fácil. Ella y Héctor David siguieron pasando noches sin dormir y teniendo dificultades para lograr el equilibrio entre sus responsabilidades. Algunos días, Emma se preguntaba si debía dejar los estudios y retomarlos más adelante.
Sin embargo, durante los tiempos difíciles, ella y Héctor David se repetían el uno al otro el lema: “Este es el momento”.
El 12 de enero de 2008, el presidente Gordon B. Hinckley visitó la tumba de su esposa, Marjorie, en el cementerio de Salt Lake City. Habían pasado casi cuatro años desde su fallecimiento. Ella había enfermado en el vuelo de regreso luego de la dedicación del Templo de Accra, Ghana, y había fallecido pocos meses después, el 6 de abril de 2004.
Juntos, el presidente y la hermana Hinckley habían recorrido el mundo ministrando a los santos y disfrutando mutuamente de su compañía. La extrañaba inmensamente. Solamente su servicio en la Iglesia y su familia impedían que la soledad lo agobiara por completo.
El presidente Hinckley trataba de visitar la tumba todas las semanas para llevarle flores y meditar sobre sus sesenta y seis años de matrimonio. Le preocupaba que algunas personas pensaran que visitaba el cementerio con demasiada frecuencia. Pero iba de todos modos.
—Ella lo era todo para mí; la persona a quien más atesoraba —había mencionado cierta vez—. Lo mínimo que puedo hacer es dejar una expresión de belleza todas las semanas.
En esta visita, aún había coronas de flores en la sepultura de las semanas anteriores y el presidente Hinckley decidió dejarlas un poco más.
Poco después, el profeta se sentó para escribir sus deseos para su funeral. Con noventa y siete años, él era el Presidente de la Iglesia más longevo de la historia. Había sobrevivido a una operación de cáncer unos años antes, pero ahora el cáncer se había propagado. Sabía que su tiempo en la tierra estaba por concluir.
“Deseo que me sepulten en un ataúd de madera de cerezo, igual que mi esposa”, dejó expresado. Quería que su funeral se llevara a cabo en el Centro de Conferencias, aunque significara que hubiera asientos vacíos en aquel enorme auditorio.
“Yo di la palada inicial y lo dediqué”, explicaba, “y creo que es apropiado que mi servicio funerario se realice allí”.
El presidente Hinckley no quería un funeral extenso. No debía superar los noventa minutos, dijo, tal como se recomendaba en el Manual de Instrucciones de la Iglesia. Pidió que su primer consejero desde hacía tanto tiempo, el presidente Thomas S. Monson, lo dirigiera. También solicitó que el Coro del Tabernáculo cantara “Vive mi Señor”, un himno que él había escrito años antes:
Yo sé que vive mi Señor,
el Hijo del eterno Dios;
venció la muerte y el dolor,
mi Rey, mi Luz, mi Salvador.
Al final de sus indicaciones para el funeral, el profeta mencionó a la hermana Hinckley. Tenía plena seguridad de que sus convenios matrimoniales perdurarían en la vida venidera. Su último deseo era que lo sepultaran junto a ella.
“Y así me pongo en manos del Señor”, concluyó, “y me uno a mi querida compañera eterna para andar tomados de la mano por la senda de la inmortalidad y la vida eterna”.