Capítulo 39
Siempre está a la cabeza
Al comenzar el año 2013, el presidente Thomas S. Monson esperaba que fuese un año trascendental. No solo cumplía cinco años como Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, sino que también cumplía cincuenta años como apóstol del Señor. El momento parecía el correcto para reflexionar sobre su presidencia y el estado de la Iglesia.
Algunos años antes, el presidente Monson había recibido una carta de un miembro de la Iglesia que tenía problemas. “El Evangelio nunca se ha apartado de mi corazón, a pesar de que ya no lo tenga en la vida”, escribió el hombre. “Por favor no se olvide de los que estamos acá… los Santos de los Últimos Días perdidos”.
Las conmovedoras palabras del hombre le habían recordado al presidente Monson una pintura que había visto en la que un bote salvavidas se zambullía en aguas turbulentas y blancas para salvar a un barco encallado. La pintura tenía un nombre largo y extraordinario, que el presidente Monson había abreviado a dos simples palabras: Al rescate. La frase se había convertido en una especie de lema durante su presidencia. Desde que se convirtió en el profeta, había sentido una mayor urgencia por seguir al Salvador al tender una mano con comprensión y amor a quienes se sentían desdichados, temerosos, perdidos o solos.
El 3 de febrero, el presidente Monson conmemoró el quinto aniversario de su presidencia con un mensaje dirigido a los santos. “Las oportunidades que tenemos de servirnos unos a otros son ilimitadas”, declaró. “Estamos rodeados de personas que necesitan nuestra atención, nuestro aliento, consuelo, apoyo y bondad”.
Instó a los santos a recordar las palabras del Salvador: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”.
En su mensaje, el profeta también habló sobre la obra misional, que es una de las muchas maneras en que los miembros de la Iglesia podían acudir al rescate de otras personas. Unos meses antes, había anunciado un cambio en la edad mínima para prestar servicio misional. Se había reducido a diecinueve años para las mujeres jóvenes y dieciocho para los hombres jóvenes.
En corto tiempo, miles de solicitudes misionales, más de la mitad de ellas provenientes de mujeres jóvenes, llegaron a las Oficinas Generales de la Iglesia. El cambio había brindado nuevas oportunidades a los jóvenes de fortalecer su testimonio del Salvador y de renovar su compromiso para con la Iglesia a través del servicio misional. Además, disminuyó los conflictos que algunos miembros de la Iglesia afrontaban en países donde las normativas universitarias o las referentes al servicio militar dificultaban que sirvieran en una misión.
Para proseguir con su mensaje, el presidente Monson señaló que se habían anunciado treinta y un templos nuevos y que se habían dedicado dieciséis durante los últimos cinco años. Prometió: “Estos números seguirán aumentando a medida que avancemos al hacer que los templos sean accesibles a todos los miembros, dondequiera que vivan”.
Finalmente, se refirió a su edad avanzada. “El pasado agosto celebré mi cumpleaños número ochenta y cinco”, dijo. “Con el tiempo, la edad nos afecta a todos”. Sin embargo, aseguró a los santos que la Iglesia estaba en buenas manos.
“Nuestro Salvador, Jesucristo, a quien seguimos, a quien adoramos, y a quien servimos, siempre está a la cabeza”, testificó. “A medida que seguimos hacia adelante, ruego que sigamos Su ejemplo”.
El 28 de mayo de 2017, Willy Binene se puso de pie para compartir su testimonio en el centro de reuniones de su barrio en Luputa. Era el último domingo que la familia estaría allí, al menos por un tiempo. Recientemente, él y Lilly habían recibido el llamamiento de la Primera Presidencia para servir como líderes de la Misión Costa de Marfil Abiyán, en la costa occidental de África. Al haber perdido la oportunidad de servir en una misión a tiempo completo de joven, Willy siempre había esperado servir una junto a Lilly algún día. Sin embargo, ninguno de los dos pensaba que el llamamiento llegaría tan pronto.
Un año antes, el élder Neil L. Andersen, del Cuórum de los Doce Apóstoles, había viajado a la República Democrática del Congo a fin de dar la palada inicial para el Templo de Kinsasa. Durante el viaje, él y su esposa Kathy, fueron a Mbuji–Mayi, una ciudad a unos 145 kilómetros (90 millas) al norte de Luputa, para reunirse con los santos de la zona. Willy se reunió con el élder Andersen y le relató su historia.
Varios meses después de la visita del élder Andersen, el apóstol sorprendió a Willy y a Lilly con una videollamada. Les dijo que el Señor tenía otra asignación para ellos y les hizo algunas preguntas sobre su vida y sus responsabilidades laborales. Luego preguntó a Lilly: “¿Aceptaría dejar el país para ir a servir al Señor en otro lugar?”.
—Sí —le dijo Lilly—, estamos dispuestos.
Aproximadamente una semana después, el presidente Dieter F. Uchtdorf les extendió el llamamiento para servir como líderes de misión. Lo recibieron con una mezcla de alegría y temor, pues se sentían inseguros en cuanto a si podrían estar a la altura de sus nuevas responsabilidades. Sin embargo, aquella no era la primera vez que el Señor les pedía que hicieran algo difícil, y estaban dispuestos a dedicarse por completo a Su servicio.
Lilly pensó: “Si es Dios quien nos ha llamado, Él se manifestará y nos capacitará para la obra”.
Sus cuatro hijos, de entre cinco y dieciséis años, tomaron bien la noticia. Sin embargo, los santos de Luputa no podían ocultar la tristeza en sus rostros cuando se anunció el llamamiento de Willy y Lilly. Durante más de dos décadas, Willy había ayudado a que la Iglesia prosperara en Luputa. Esta había pasado de ser un pequeño grupo de creyentes desplazados a convertirse en una floreciente estaca de Sion. Los santos no lo veían tan solo como su expresidente de distrito y de estaca. El Evangelio restaurado les había enseñado a verse como hermanos y hermanas, así que Willy, Lilly y los niños Binene eran su familia.
Al compartir su testimonio con los miembros del barrio, Willy sintió un inmenso amor por ellos; sin embargo, no derramó lágrimas, aun cuando Lilly, los miembros del coro y todos los demás sí lo hicieron. Pocas cosas en su vida habían sido como él esperaba. Parecía que cada vez que él había planificado algo, ya fuera para estudiar, servir en una misión de tiempo completo o trabajar, algo había sucedido y lo había encaminado en otra dirección. No obstante, al contemplar su vida en retrospectiva, podía ver que el Señor siempre había tenido un plan para él.
Después de la reunión, las emociones finalmente lo vencieron y comenzó a derramar lágrimas. Él no creía haber hecho nada especial. De hecho, se sentía algo insignificante, como una gota en el océano, pero sabía que el Señor lo guiaba y lo impulsaba a avanzar conforme el plan se volvía más evidente y claro.
En casa, él, Lilly y los niños se despidieron de sus amigos. Luego la familia subió a un automóvil que los esperaba para llevarlos al siguiente lugar donde prestarían servicio.
Willy comprendió entonces: “Jamás debes apresurarte. Deja el tiempo en manos de Dios”.
El presidente Monson falleció el 2 de enero de 2018. Aunque su salud había desmejorado en los últimos años, su testimonio siempre se había mantenido firme. Un día, poco antes de su muerte, sus consejeros de la Primera Presidencia lo visitaron en su hogar. Cuando se estaban marchando, él los detuvo y les dijo: “Amo al Salvador Jesucristo y sé que Él me ama”.
Durante los diez años que duró su presidencia, el presidente Monson había guiado a los santos por una era de rápidos cambios sociales y sorprendentes avances tecnológicos. Las plataformas de las redes sociales habían proporcionado a los miembros de la Iglesia nuevas formas de compartir el Evangelio, de fomentar el entendimiento con personas que no son de la Iglesia y de conectarse con las Autoridades Generales. El desarrollo de los teléfonos inteligentes y de otros dispositivos móviles había ayudado a esa obra y había dado lugar a la aplicación Biblioteca del Evangelio en 2010, lo que le dio a los santos de todo el mundo un acceso más fácil a las Escrituras, las revistas de la Iglesia y otros materiales.
El presidente Monson también había supervisado la expansión de la obra misional, un mayor énfasis en la relación con las demás religiones y un aumento en la ayuda humanitaria. Bajo su liderazgo, la Iglesia había trabajado en conjunto con varias organizaciones para asistir a refugiados de zonas devastadas por la guerra, ayudar a las víctimas de catástrofes naturales, y aliviar el sufrimiento del pobre y del enfermo.
La Iglesia también había mejorado la labor del Fondo Perpetuo para la Educación y otros esfuerzos para brindar oportunidades de formación académica o profesional a personas en todo el mundo. En 2009, la Universidad BYU–Idaho y otras tres sedes habían iniciado un programa piloto que combinaba clases presenciales e instrucción en línea para que la formación superior estuviera más al alcance de los alumnos y fuera más asequible para ellos. En 2017, dicho programa creció para convertirse en BYU–Pathway Worldwide, que había llegado a ofrecer oportunidades a decenas de miles de alumnos en más de cincuenta países.
Pero sobre todo, el mayor legado del presidente Monson fue su compasivo ministerio a la manera de Cristo. El día posterior a su muerte, los periódicos publicaron un sinfín de artículos sobre la vida que había llevado silenciosamente, visitando hospitales y asistiendo a funerales, sentándose junto al lecho de amigos enfermos, y alentando a jóvenes y adultos a venir a Jesucristo.
El 14 de enero de 2018, el Cuórum de los Doce Apóstoles ordenó y apartó a Russell M. Nelson como el decimoséptimo Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. El nuevo profeta se dirigió a los miembros de la Iglesia dos días después, en compañía del presidente Dallin H. Oaks y del presidente Henry B. Eyring, sus consejeros en la Primera Presidencia.
“Nuestro mandato divino”, dijo, “es ir a toda nación, tribu, lengua y pueblo, para ayudar a preparar el mundo para la Segunda Venida del Señor”. Como presidencia, querían que cada miembro de la Iglesia se “mant[uviese] en [la senda] de los convenios” y que “comenzar[a] con el fin en mente”.
“El fin por el que cada uno nos esforzamos es ser investidos con poder en una Casa del Señor, ser sellados como familias, y ser fieles a los convenios hechos en el templo”, declaró el profeta. “Su compromiso de seguir al Salvador al hacer convenios con Él y luego guardar esos convenios abrirá la puerta a toda bendición y privilegio espiritual al alcance de hombres, mujeres y niños en todas partes”.
El presidente Nelson enseguida implementó varios ajustes para contribuir con esa importante labor en la Iglesia. En la Conferencia General de abril de 2018, anunció que los sumos sacerdotes comenzarían a asistir a las reuniones de cuórum con los élderes. Además, con la ayuda del élder Jeffrey R. Holland y de la Presidenta General de la Sociedad de Socorro, Jean B. Bingham, implementó una nueva forma de cuidar de los demás, denominada “ministración”, para reemplazar la orientación familiar y las maestras visitantes.
En un mensaje sobre la ministración, el élder Holland instó a los santos a adoptar un “discipulado sincero” y les recordó el gran mandamiento del Salvador a Sus apóstoles: “Am[aos] unos a otros”. Asimismo, la hermana Bingham alentó a los santos a seguir el ejemplo de Cristo. Ella dijo: “Al tener el privilegio de representar al Salvador en los esfuerzos que hagan para ministrar, pregúntense: ‘¿Cómo puedo compartir la luz del Evangelio con esa persona o familia? ¿Qué es lo que el Espíritu me inspira a hacer?’”.
Menos de tres meses después de haber sido apartado, el presidente Nelson se embarcó en el primero de muchos tours mundiales de ministración. El profeta viajó con la hermana Wendy Nelson, con quien se casó en el año 2006, tras la muerte de su primera esposa, Dantzel, para visitar a los miembros en ocho ciudades, en cuatro continentes y en once días.
“Siempre que estoy cómodamente en mi casa, estoy en el lugar equivocado”, dijo. “Tengo que estar donde están las personas. Tenemos que llevarles el mensaje del Salvador”.
Más adelante, en la Conferencia General de octubre de 2018, el presidente Nelson anunció un cambio en los horarios de las reuniones dominicales para hacer que vivir el Evangelio estuviera más centrado en el hogar y respaldado por la Iglesia. El cambio restaba una hora a la duración de las reuniones semanales de la Iglesia a fin de dar a los santos más tiempo para estudiar el Evangelio en sus hogares. Ven, sígueme, un nuevo programa de estudio para la Escuela Dominical, para las clases de los jóvenes, para la Primaria y un programa para el estudio individual y familiar, comenzó a desempeñar un rol clave en lo concerniente a conducir a los santos a Cristo mediante el aprendizaje del Evangelio.
En la conferencia, el presidente Nelson también habló sobre el uso del nombre correcto de la Iglesia, en lugar de utilizar apodos. “Me doy cuenta con profundo remordimiento de que hemos transigido inconscientemente en que a la Iglesia restaurada del Señor se la llame mediante otros nombres, ¡y todos ellos suprimen el sagrado nombre de Jesucristo!”, declaró. “Al omitir Su nombre de Su Iglesia, estamos quitándolo inadvertidamente a Él como el punto central de nuestra vida”.
Bajo la dirección del presidente Nelson, la Iglesia instituyó un nuevo programa para los niños y los jóvenes a fin de reemplazar los programas de los Boy Scouts, el del Progreso Personal y otras actividades para los jóvenes santos. Como parte del cambio, la Iglesia extendió el programa de conferencias Para la Fortaleza de la Juventud para que abarcara a todos los adolescentes Santos de los Últimos Días de catorce a dieciocho años. Al igual que los programas EFY y TFY, FSY [conferencias Para la Fortaleza de la Juventud, por sus siglas en inglés] daba a los jóvenes la oportunidad de asistir durante una semana a clases y charlas centradas en el Evangelio, de hacer nuevos amigos y fortalecer su testimonio.
Luego de dichos cambios, la Iglesia publicó un nuevo manual de instrucciones, el Manual General: Servir en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. El manual, cuyo objeto era ayudar a todas las personas a venir a Cristo, proporcionaba guía clara para ayudar a los santos a participar en la obra de Dios. A diferencia de los anteriores, el Manual General constaba de un solo volumen y estaba disponible a través del sitio web y de la aplicación móvil de la Iglesia. Se hallaba disponible en cincuenta idiomas a fin de promover un liderazgo uniforme e inspirado en la obra mundial de la Iglesia.
Desde los inicios de su administración, el presidente Nelson comenzó a trabajar estrechamente con la National Association for the Advancement of Colored People [Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color, o NAACP, por sus siglas en inglés] para fomentar el respeto, el civismo, y la armonía racial y étnica en todo el mundo. Condenó el racismo e instó a los santos a promover el respeto hacia todos los hijos de Dios y a edificarlos.
A lo largo de la década de 2010, algunas inquietudes relativas a la posición de la mujer en la Iglesia también condujeron a cambios importantes en las prácticas de la Iglesia. Como miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, Russell M. Nelson había enseñado que las mujeres eran “compañeras en la obra de salvación” y que sus puntos de vista en los consejos de la Iglesia eran esenciales. El élder Dallin H. Oaks también dejó en claro que las mujeres tienen autoridad del sacerdocio en el cumplimiento de sus llamamientos. “No estamos acostumbrados a hablar de que las mujeres tengan la autoridad del sacerdocio en sus llamamientos de la Iglesia, pero, ¿qué otra autoridad puede ser?”.
A partir del año 2015, las mujeres que servían como Oficiales Generales de la Iglesia comenzaron a ocupar lugares en los consejos administrativos generales claves en las Oficinas Generales de la Iglesia. Linda K. Burton, Presidenta General de la Sociedad de Socorro, se unió al Consejo Ejecutivo del Sacerdocio y de la Familia; Bonnie L. Oscarson, Presidenta General de las Mujeres Jóvenes, se unió al Consejo Ejecutivo Misional; y Rosemary M. Wixom, Presidenta General de la Primaria, se unió al Consejo Ejecutivo de Templos e Historia Familiar. Y en el año 2019, el presidente Nelson y sus consejeros autorizaron a las mujeres a actuar como testigos oficiales en bautismos y en los sellamientos del templo.
Al igual que el presidente Monson, el presidente Nelson procuró recibir entendimiento conforme la Iglesia abordaba temas relacionados con las personas de la comunidad LGBTQ. En el año 2015, Estados Unidos fue el décimo noveno país en legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo. Desde entonces, la Primera Presidencia había reiterado el respeto de la Iglesia por las leyes del país, al mismo tiempo que afirmaba su compromiso con el matrimonio entre un hombre y una mujer.
A medida que la Iglesia se esforzaba por comprender y atender las necesidades de los miembros LGBTQ y sus familias, añadía más videos y materiales a su sitio web. Durante un devocional de la Universidad Brigham Young, el élder M. Russell Ballard instó a los miembros de la Iglesia a estar más atentos a los sentimientos y a las circunstancias de los santos LGBTQ. “Ciertamente debemos actuar mejor de lo que lo hemos hecho en el pasado”, declaró, “para que todos los miembros sientan que tienen un hogar espiritual donde sus hermanos y hermanas los aman y donde tienen un lugar para adorar y servir al Señor”.
Desde el inicio de su presidencia, el presidente Nelson había testificado de la importancia del templo para guardar a los hijos de Dios en la “senda de los convenios” y para recoger a Israel a ambos lados del velo. Durante sus primeros dos años, él anunció treinta y cinco templos nuevos en lugares tan diversos como Bangalore, India; Puerto Moresby, Papúa Nueva Guinea; y Budapest, Hungría. En dicho período, también se dedicaron ocho templos nuevos, incluso una Casa del Señor en Roma, Italia.
El profeta creía que el Templo de Roma marcaba un punto de inflexión en la historia de la Iglesia. “Las cosas avanzarán a un ritmo acelerado”, declaró después de la dedicación. “La Iglesia tiene ante sí un futuro sin precedentes, incomparable. Solo estamos poniendo los cimientos de lo que está por venir”.
En la Conferencia General de octubre de 2019, el presidente Nelson anunció que el año 2020 sería designado como un año de celebración del bicentenario; sería una oportunidad para que los santos recordaran el aniversario número doscientos de la Primera Visión de José Smith, cuando él vio al Padre Celestial y a Jesucristo.
Invitó a los santos a sumergirse en la luz de la Restauración. “Espero que en los próximos seis meses, todos los miembros se preparen para una conferencia sin igual que conmemorará la fundación misma del Evangelio restaurado”, dijo él. “Al hacerlo, la conferencia general del próximo mes de abril no solo será memorable, sino inolvidable”.
Poco después de la Conferencia General de octubre de 2019, Laudy Kaouk, una joven de diecisiete años, se sentía sola mientras iba conduciendo por la calle. “Padre Celestial, necesito sentir que estás allí”, rogó en oración.
Laudy cursaba su último año de escuela secundaria en Provo, Utah. Cuando no estaba en clase o enviando solicitudes de ingreso a varias universidades, participaba en grupos escolares extracurriculares o iba a trabajar en un restaurante local. También era presidenta de su clase de las Mujeres Jóvenes y danzaba en Luz de las Naciones, la celebración cultural latinoamericana anual de la Iglesia en el Centro de Conferencias. Su vida no podría estar más ajetreada ni ocupada.
Las cosas estaban cambiando en su casa también. Le encantaba ser parte de una gran familia unida. Su padre era de Siria y su madre, de Venezuela. Eran conversos desde hacía mucho tiempo y habían emigrado a Provo antes de que naciera Laudy, la menor de la familia. Toda la familia se reunía en casa el domingo: los hermanos casados llevaban a sus cónyuges e hijos con ellos. Laudy siempre esperaba con ansias aquellas reuniones.
Pero recientemente, su casa parecía mucho más vacía. Su hermana mayor había partido a la misión en Japón, por lo que Laudy era la única de los hijos que vivía en casa. Como siempre había tenido hermanos que vivían con ella, ahora se sentía sola. Así que derramó su alma en oración a Dios.
Dos semanas después, Laudy recibió una llamada del presidente de estaca. Le dijo que Bonnie H. Cordon, la Presidenta General de las Mujeres Jóvenes, quería conversar con ella. Laudy estaba sorprendida, pero accedió a conversar con ella. Poco después, la presidenta Cordon asistió al barrio de habla hispana de Laudy y se sentó a hablar con ella. “Yo voy a ministrar a muchas personas de todo el mundo, y quería venir y ministrarte a ti”, le dijo a Laudy.
Tan pronto como la presidenta Cordon dijo esas palabras, Laudy supo que el Padre Celestial había escuchado su oración. Esa conversación era Su respuesta.
Un mes después, Laudy llegó a casa del trabajo y encontró a sus padres esperándola ansiosos. “¡Recibiste una carta!”, le dijeron. Era de la Primera Presidencia.
Algo confundida, se sentó con sus padres y abrió la carta. Era una invitación para que hablara en la Conferencia General de abril de 2020.
“¿Cómo voy a hacerlo?”, se preguntó.
Entonces el Espíritu le susurró las palabras de Nefi: “ Iré y haré lo que el Señor ha mandado”. Se sintió entusiasmada y humilde a la vez. Supo que Dios la ayudaría.
El 30 de enero de 2020, la Organización Mundial de la Salud declaró una “emergencia de salud pública”. Un agresivo coronavirus había surgido en Asia, y contagiado a cientos de personas en China. Al principio, el virus se manifestaba mediante síntomas similares a la neumonía, pero el tratamiento médico habitual surtía poco efecto. Pronto se propagó de manera rápida e impredecible.
A principios de febrero, la enfermedad ya tenía nombre: COVID–19. La Iglesia respondió rápidamente a la crisis y los líderes enviaron más de doscientas mil mascarillas respiratorias a China. También comenzaron a cancelar reuniones, a cerrar templos para la realización de ordenanzas vicarias y a poner en cuarentena a los misioneros en las áreas afectadas.
El 11 de marzo, la OMS declaró la pandemia de COVID–19. Para entonces, la enfermedad se había propagado a 114 países, había contagiado a más de cien mil personas y había ocasionado miles de muertes. Al igual que sucedió con la pandemia mundial de gripe de 1918–1919, la Primera Presidencia suspendió todas las reuniones presenciales de la Iglesia. La Iglesia dejó de recibir nuevos misioneros en algunos CCM e ideó un sistema para la capacitación de los misioneros en casa a través de videoconferencias. La Primera Presidencia también anunció que en abril se realizaría una conferencia general virtual e indicó a los santos que efectuaran los servicios de adoración en sus respectivos hogares, para lo cual les otorgó autorización temporal a los poseedores del sacerdocio para que administran la Santa Cena a sus propias familias.
El 14 de marzo, el presidente Nelson se dirigió a los santos en un video vía internet: “Nosotros, como Iglesia global, afrontamos un desafío singular”, dijo. “Oramos por aquellos que sufren y por aquellos que han perdido a seres queridos”.
Instó a los santos a cuidarse a sí mismos y a cuidar a los demás. “Nuestro Padre Celestial y Su hijo Jesucristo nos conocen, nos aman y nos cuidan”, dijo. “De ello podemos estar seguros”.
El 4 de abril de 2020, Laudy Kaouk se sentó en el auditorio casi vacío del Edificio de las Oficinas de la Iglesia, mientras garabateaba nerviosamente en su cuaderno. La sesión del sábado por la noche de la Conferencia General Anual número 190 de la Iglesia había comenzado y pronto sería su turno para hablar.
Más temprano, el presidente Nelson había dado inicio a la conferencia en el pequeño auditorio. La propagación del COVID–19 había llevado a la Iglesia a dejar de realizar eventos presenciales en sus instituciones educativas, a reasignar o relevar misioneros, y a cerrar indefinidamente todos los templos. Cuando el profeta se puso de pie ante los santos, no había un coro detrás suyo, ni las familiares filas de Autoridades y Oficiales Generales. En lugar de ello, sus consejeros y algunos pocos oradores se sentaban cerca, aunque con una distancia de unos metros de separación entre cada uno de ellos, como precaución contra la propagación del COVID–19.
Al dirigirse a los santos, el presidente Nelson les recordó la promesa que había hecho al final de la última conferencia, de que esa conmemoración del bicentenario de la Primera Visión de José Smith sería “inolvidable” para quienes se prepararan para ella.
“Quién iba a imaginar”, dijo, “que hablar ante una congregación visible de menos de diez personas, ¡haría que esta conferencia fuese tan memorable e inolvidable para mí!”.
Laudy había hecho todo lo posible a fin de prepararse para la conferencia, como el presidente Nelson había pedido a los santos que hicieran. Había leído parte de José Smith—Historia, en la Perla de Gran Precio, y se había maravillado ante la determinación del joven profeta de efectuar la obra del Señor, a pesar de su falta de formación. “Vaya”, pensó ella, “es probable que se haya sentido muy inadecuado”.
Esa era una sensación que ella conocía bien. No era alguien que temiera hablar en público, pero la idea de estar frente a millones de personas era intimidante. A veces dudaba de sí misma, pero también tuvo experiencias que aumentaron su confianza. Mientras preparaba el discurso, había sentido que el Señor la guiaba, como había guiado a José Smith. Su mensaje no había tomado forma de una vez, sino que había ido recibiendo poco a poco, un susurro a la vez, conforme oraba, meditaba e iba al templo.
Ahora, el élder Gerrit W. Gong concluía sus palabras, de modo que Laudy dejó el cuaderno. Se acercó al púlpito y tan pronto como se colocó detrás de este, el nerviosismo se desvaneció. “Estoy agradecida por estar aquí”, dijo. “He pasado mucho tiempo pensando en lo que podría decirles, y espero que el Espíritu les hable directamente por medio de mi mensaje”.
Cuando comenzó la pandemia, la escuela de Laudy había adoptado las clases a distancia y su rutina diaria había cambiado drásticamente. A medida que se acercaba la conferencia, ella y sus padres habían obedecido meticulosamente los procedimientos de aislamiento social para procurar mantener una buena salud y no poner en riesgo a nadie en la conferencia. Le entristecía que sus padres y demás familiares no la acompañaran en aquel salón ahora, pero sabía que estaban cerca, viéndola por televisión, y podía sentir que sus antepasados también la escuchaban y apoyaban.
Las palabras de Laudy duraron unos seis minutos. Habló del poder de las bendiciones del sacerdocio, y del amor y la paz que sentía cuando las recibía de su papá. “No duden en pedir una bendición cuando necesiten orientación adicional”, dijo. “Algunos de nosotros podemos sufrir ansiedad, depresión, adicción o sentimientos de que no valemos lo suficiente. Las bendiciones del sacerdocio pueden ayudarnos a superar esos desafíos y a recibir paz a medida que avanzamos hacia el futuro”.
Testificó que sabía por experiencia personal que Dios conocía a Sus hijos individualmente. “Siempre está al tanto de nosotros y nos bendice incluso cuando sentimos que no lo merecemos”, dijo. “Él sabe qué necesitamos y cuándo”.
Cuando Laudy concluyó, otro joven orador, Enzo Petelo, se puso de pie y ofreció un discurso. Mientras lo escuchaba, Laudy casi no podía recordar lo que había sucedido durante sus palabras. ¿Lo había hecho bien?
Tan pronto como terminó la sesión, se apresuró a dejar el auditorio para ver a sus padres. —¿Hablé demasiado rápido? —preguntó ella.
—No, hija —contestó su madre—. Lo hiciste muy bien.
A la mañana siguiente, el presidente Nelson agradeció a los santos por decidir escuchar la palabra del Señor, a pesar de la agitación mundial. “La oscuridad creciente que acompaña a la tribulación hace que la luz de Jesucristo brille con mayor fulgor”, testificó. “Solo piensen en el bien que cada uno de nosotros podemos hacer en estos tiempos”.
Citó las palabras que el Padre dijo a José Smith en la Arboleda Sagrada: “Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!”.
“En esa palabra, ‘Escúchalo’, Dios nos da el patrón o modelo para tener éxito, felicidad y gozo en esta vida”, dijo él, mientras instaba a los santos a escuchar las palabras del Señor, prestarles atención y darles oído. “Yo les prometo que serán bendecidos con poder adicional para lidiar con la tentación, las pruebas y la debilidad”, dijo. “Les prometo milagros en sus matrimonios, sus relaciones familiares y sus trabajos diarios. Y les prometo que se incrementará su capacidad para sentir gozo, aun si aumentan las turbulencias en sus vidas”.
Después de esas palabras, el presidente Nelson anunció una nueva proclamación de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce Apóstoles sobre la restauración del Evangelio de Jesucristo. Luego la transmisión emitió un video donde él leía dicha proclamación, de pie en la Arboleda Sagrada.
“Han transcurrido doscientos años desde que Dios el Padre y Su Hijo Amado, Jesucristo, dieron inicio a esta Restauración”, se declaraba en la proclamación. “Afirmamos que Dios está dando a conocer Su voluntad para con Sus amados hijos e hijas. Testificamos que aquellos que estudien con espíritu de oración el mensaje de la Restauración y actúen con fe serán bendecidos para obtener su propio testimonio de la divinidad y del propósito de ella, de preparar al mundo para la Segunda Venida prometida de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo”.
Al concluir el mensaje del presidente Nelson, los santos de los países del mundo se pusieron de pie, donde fuera que se hallaran, y agitaron pañuelos blancos en el aire. Desde la dedicación del Templo de Kirtland en 1836, los miembros de la Iglesia han rendido loor al Padre y al Hijo por medio de la sagrada Exclamación de Hosanna, y aquel día no fue diferente.
Siguiendo las indicaciones del profeta, los santos agitaron pañuelos blancos en el aire mientras sus voces se regocijaron al unísono en todo el mundo:
Hosanna, Hosanna, Hosanna a Dios y al Cordero.
Hosanna, Hosanna, Hosanna a Dios y al Cordero.
Hosanna, Hosanna, Hosanna a Dios y al Cordero.