Capítulo 7
Hijos del mismo Dios
A principios de octubre de 1963, la sección local de Salt Lake City de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP, por sus siglas en inglés) se preparaba para realizar una protesta pacífica fuera de la Manzana del Templo durante la conferencia general. A medida que la inminente protesta salía en los titulares a lo largo de Estados Unidos, los organizadores esperaban que la manifestación persuadiera a los líderes de la Iglesia a aclarar su postura sobre los derechos civiles.
Si bien el periódico Deseret News, propiedad de la Iglesia, había aprobado la inclusión racial gradual en 1956, Utah aún se quedaba atrás con respecto a otros estados vecinos en la aprobación de una legislación de derechos civiles. La NAACP esperaba que una firme declaración de la Iglesia influyera en los legisladores para garantizar la igualdad de protecciones y oportunidades para todas las personas del estado.
La protesta iba a ser una más de las muchas planeadas en ese tiempo en los Estados Unidos. A comienzos del año, John F. Kennedy, presidente de los EE. UU., había propuesto una ley de derechos civiles para proteger a afroamericanos y a otras personas de color de la discriminación. Unos meses después, la NAACP ayudó a organizar una enorme marcha en Washington D. C. para protestar por la desigualdad social y económica en los Estados Unidos. La marcha terminó con un discurso conmovedor del Dr. Martin Luther King Jr., un prominente líder en materia de derechos civiles, el cual inspiró a muchas personas a oponerse a la injusticia racial.
Después de enterarse sobre la protesta planificada frente a la Manzana del Templo, Sterling McMurrin, profesor de filosofía de la Universidad de Utah, hizo arreglos para que los líderes de la NAACP de Salt Lake City se reunieran con Hugh B. Brown, de la Primera Presidencia.
La tarde del 3 de octubre, el presidente Brown recibió a Albert Fritz, el presidente de la sección local de la NAACP y a otros organizadores de la protesta en el Edificio de la Administración de la Iglesia. N. Eldon Tanner, a quien se había llamado ese mismo día para reemplazar a Henry D. Moyle en la Primera Presidencia, también los acompañó.
En la reunión, los organizadores preguntaron si la Iglesia planeaba hablar en apoyo de los derechos civiles.
—Como saben, la Iglesia no participa en la política —dijo el presidente Brown. La Iglesia mantenía desde hacía mucho tiempo una posición de neutralidad política.
Entonces, los organizadores señalaron que la Iglesia a menudo hablaba sobre temas morales, y los derechos civiles, razonaron ellos, eran un asunto moral.
El presidente Brown estuvo de acuerdo con ellos, pero ni él ni el presidente Tanner pensaban que fuera necesaria una protesta pública. Prometieron hablar con el presidente McKay acerca de la posibilidad de que la Iglesia emitiera una declaración sobre los derechos civiles.
Después de la reunión, el presidente Brown y el presidente Tanner le pidieron a Sterling McMurrin que los ayudara a redactar una declaración para que el presidente McKay la aprobara. Mientras tanto, Albert Fritz instó a los miembros de la NAACP a posponer la manifestación y dar tiempo a la Iglesia para emitir la declaración. Algunos de los protestantes ya habían hecho carteles, pero aceptaron esperar al menos otra semana.
El sábado 5 de octubre, el presidente Brown notificó a la NAACP que el presidente McKay había aprobado una declaración, la cual el presidente Brown leyó en la conferencia general a la mañana siguiente.
“En esta Iglesia no hay doctrina, creencia o práctica que tenga la intención de negar el disfrute de todos los derechos civiles por parte de ninguna persona, independientemente de la raza, el color o el credo —declaraba—. Creemos que todos los hombres son hijos del mismo Dios y que es un mal moral el que cualquier persona o grupo de personas niegue a cualquier ser humano el derecho a un trabajo remunerado, a una oportunidad educativa completa y a todo privilegio de la ciudadanía.
“Llamamos a todos los hombres de todo el mundo, tanto dentro como fuera de la Iglesia, a que se comprometan con el establecimiento de la igualdad civil plena para todos los hijos de Dios —continuaba—. Lo que sea menos que esto perjudica nuestro alto ideal de la hermandad de los hombres”.
La declaración salió en la primera página de las noticias en Salt Lake City y en otros lugares. A pedido de Albert Fritz, la NAACP no realizó ninguna manifestación durante la conferencia. Esperaba que su organización y la Iglesia pudieran ser aliados.
—Si trabajamos en armonía —dijo él—, tendremos un mejor estado.
A lo largo de 1963, Hélio da Rocha Camargo estuvo viajando frecuentemente por Brasil. Había recibido el Sacerdocio de Melquisedec no mucho después del recorrido del élder Spencer W. Kimball por Sudamérica en 1959 y ahora prestaba servicio como consejero en la presidencia de la Misión Brasileña. Con el rápido crecimiento de la Iglesia en muchas partes del país, su llamamiento le exigía reunirse con santos de ciudades tan lejanas como Río de Janeiro, Belo Horizonte, Recife y Brasilia, la capital de Brasil recientemente construida.
En los últimos cuatro años, más de treinta y cinco mil personas se habían unido a la Iglesia en América Latina. En 1961, se organizó la primera estaca en español de la Iglesia en la Ciudad de México. Al mismo tiempo, la cantidad de misiones en Sudamérica había crecido a más del doble. Ahora había dos misiones en Brasil, dos en Argentina, una en Uruguay, una en Chile y una que abarcaba Perú y Bolivia.
En cada una de estas misiones, el objetivo era extender ampliamente el Evangelio, ayudar a los santos a vivir fielmente y establecer las primeras estacas en Sudamérica. La organización de estas estacas daría a los miembros más autoridad para liderar y servir en la Iglesia, lo que eliminaría la necesidad de tener líderes que no fueran de su región.
Wayne Beck, presidente de la Misión Brasileña y su predecesor, Grant Bangerter, creían que la mejor manera de preparar a los santos para la responsabilidad de las estacas era fortalecer y capacitar a líderes locales de la Iglesia. La experiencia de Hélio como ministro metodista hacía de él un candidato ideal para el liderazgo en la Iglesia y el presidente Bangerter rápidamente lo había llamado a posiciones de responsabilidad.
Uno de sus primeros llamamientos de liderazgo fue para servir como consejero en una presidencia de distrito con otros dos santos brasileños. Al principio, estaba poco familiarizado con sus nuevos deberes y tenía dificultades para entender su propósito, por ello habló con el presidente Bangerter. “No estoy haciendo nada valioso aquí”, le dijo.
—¿Qué le gustaría hacer? —preguntó el presidente.
—Me gustaría volver a mi rama y ser maestro —respondió Hélio—. Podría ser un buen maestro.
Luego, el presidente Bangerter explicó que los santos locales eran cruciales para el desarrollo de la Iglesia en su país. Como miembro de la presidencia de distrito, Hélio desempeñaba un papel clave para llamar y capacitar a los maestros y líderes locales de la Iglesia.
—Ahora es el momento en que el Señor está levantando a Sus siervos para el establecimiento de Su obra con poder en Sudamérica —le dijo el presidente—. A algunos se los llama para llevar la carga, y le ha tocado a usted.
Hélio de repente vio el liderazgo en la Iglesia desde una nueva perspectiva. En el transcurso de pocas semanas, él y los otros miembros de la presidencia de distrito ya estaban trabajando de manera eficiente.
Después de eso, Hélio capacitó a muchos líderes locales, una responsabilidad que continuó después de ser llamado a la presidencia de la misión. Como consejero tanto del presidente Bangerter como del presidente Beck, ayudó a sus hermanos santos a mejorar la calidad de sus reuniones sacramentales, fomentó la participación en proyectos de construcción de la Iglesia y trabajó para fortalecer las ramas. Ahora, dondequiera que la Iglesia estaba bien establecida en la misión, las ramas y los distritos funcionaban esencialmente como barrios y estacas. Si se necesitaba un bautismo o una confirmación, un poseedor del sacerdocio brasileño efectuaba la ordenanza.
La esposa de Hélio, Nair, servía como consejera en la organización de la Primaria de la misión, donde hacía su parte para preparar a los santos para el liderazgo en la estaca. Siguiendo el modelo de la Iglesia para las estacas, la presidencia organizaba una conferencia cada año para las líderes y maestras de la Primaria. En sus lecciones para las mujeres, Nair ofrecía sugerencias para enseñar a los niños pequeños, mejorar la asistencia a la Primaria y utilizar el curso de estudio y las ayudas visuales disponibles.
—Le pedimos a Dios que bendiga toda la obra que han hecho por los niños —dijo en la conferencia de 1963 a quienes trabajaban en la Primaria— y que Él aumente nuestra fe y nuestro deseo de vivir de acuerdo con los principios del Evangelio, dedicándonos con entusiasmo y sinceridad a la obra que Él nos ha confiado.
En su labor en la presidencia de la misión, Hélio magnificó su llamamiento con el mismo fervor que había tenido como ministro. Una vez le dijo al presidente Bangerter que el verdadero discipulado requería una devoción y dedicación totales a la causa de Cristo.
—Cualquier buen metodista lo sabe —dijo Hélio. Y creía que los Santos de los Últimos Día también deberían comprenderlo.
Cerca de finales de 1963, Walt Macey, de cuarenta y cuatro años, estaba inquieto. Como copropietario de tres tiendas de comestibles en Salt Lake City, no estaba seguro de si debía mantener sus tiendas abiertas los domingos. Al crecer, se le había enseñado que el día de reposo era un día sagrado de descanso, pero recientemente, había notado que muchos Santos de los Últimos Días estaban comprando en el día de reposo al igual que otras personas.
Dondequiera que mirara, veía restaurantes, gasolineras y tiendas abiertas el domingo. Y su socio comercial de larga data, Dale Jones, pensaba que sus tiendas de comestibles también deberían permanecer abiertas. Vendían bastante los domingos y Walt aceptó el argumento de que permanecer abiertos ayudaba a las familias que necesitaban comprar los fines de semana. Pocos hogares tenían dos automóviles y, dado que los esposos normalmente se llevaban el automóvil al trabajo los días de semana, el domingo era un día importante para hacer las compras.
Walt nunca se había sentido totalmente cómodo con el hecho de que las tiendas funcionaran en el día de reposo. Le angustiaba pensar que estaba impidiendo que sus jóvenes empleados asistieran a sus reuniones religiosas. Unos años antes, le había dicho a Dale que su negocio sería bendecido si cerraban los domingos. Dale no estuvo de acuerdo. “No vamos a cerrar”, dijo dando por terminado el asunto.
Recientemente, sin embargo, una conversación con Joseph Fielding Smith, el Presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles, había inquietado a Walt. El presidente Smith y su esposa, Jessie, eran clientes habituales de su tienda en el lado oeste de Salt Lake City. Un día, el presidente Smith fue al mostrador de carne donde estaba trabajando Walt.
—Hermano Macey —le dijo—, quiero que quite ese cartel de la ventana. Había muchos carteles en la ventana, así que Walt le preguntó a cuál se refería.
—El cartel que dice: “Abierto los domingos” —dijo el presidente Smith. Le dijo a Walt que prefería comprar en las tiendas que honraban el día de reposo y cerraban los domingos. Luego, se dio la vuelta y se marchó. Walt no lo había vuelto a ver en la tienda desde entonces.
El presidente Smith había sido apóstol durante más de medio siglo. Durante ese tiempo, había visto que el respeto por el día de reposo disminuía entre los cristianos de todo el mundo. Al reconocer que había motivos comprensibles para trabajar el día de reposo, a él y a otros líderes de la Iglesia les preocupaba que el domingo simplemente se convirtiera en otro día de recreación y comercio. Una y otra vez, habían alzado la voz contra el uso del día de reposo para eventos deportivos, ir a ver películas, salir de compras y otras actividades que podían realizarse en otros días. Más que cualquier otro apóstol de su época, Joseph Fielding Smith suplicó a los santos que mantuvieran sagrado el día del Señor.
—Debemos dejar de violar el día de reposo —había declarado en la Conferencia General de abril de 1957—. Les prometo a ustedes, quienes abren sus tiendas el día de reposo, que si observan el día de reposo, si las cierran y atienden los deberes que el Señor les ha dado y guardan Sus mandamientos, prosperarán.
Dos años después, la Primera Presidencia enseñó el mismo principio y llamó a los santos a dejar de comprar los domingos.
Después de su conversación con el presidente Smith, Walt decidió cambiar. Sintió la impresión de que no estaba a la altura de lo que él sabía que era correcto.
Una vez más, habló con Dale sobre cerrar las tiendas el domingo y Dale se negó a considerarlo. “Bueno —dijo Walt—, dado que esto significa mucho para mí, o me compras las tiendas o te las compraré yo”.
Un mes después, Dale aceptó disolver la sociedad. Él tomaría dos de las tiendas y Walt, la otra. Walt decidió reabrir su tienda con un nuevo nombre: Macey’s.
No mucho después, Deseret News anunció que Macey’s cerraría los domingos. Esa noche a las 23:15 h, Walt recibió una llamada en su casa. Era la hermana Smith. “El presidente desea hablar con usted”, le dijo ella.
El presidente Smith se puso en línea. “Hermano Macey —dijo—, veo en el periódico de esta noche que ha cerrado su tienda en el día de reposo. Regresaré”.
Poco tiempo después, Walt vio al presidente Smith comprando en la tienda.
A principios de 1964, Belle Spafford se encontraba en su decimonoveno año como Presidenta General de la Sociedad de Socorro. La organización tenía una membresía mundial de 262 002 mujeres que participaban en más de seis mil Sociedades de Socorro de barrio y rama y se reunían regularmente para aprender unas de otras y proporcionar servicio caritativo. La Sociedad de Socorro recaudaba y gestionaba sus propios fondos para llevar a cabo muchos programas, actividades e iniciativas, incluida la revista de la Sociedad de Socorro, que pronto celebraría cincuenta años de publicación.
La presidenta Spafford estaba muy orgullosa de sus hermanas de la Sociedad de Socorro. “En una época en que las mujeres participan en muchas actividades y una gran cantidad de ellas tienen empleo, es alentador que la asistencia promedio a las reuniones regulares de la sociedad haya aumentado —había observado recientemente en la conferencia anual de la organización—. Estamos agradecidas por su devoción a la Sociedad de Socorro y por la rectitud de sus vidas”.
Comenzaba el año nuevo y la presidenta Spafford y sus consejeras, Marianne Sharp y Louise Madsen, tenían varios meses de viaje por delante.
Bajo el nuevo programa de correlación, la Presidencia General y la Mesa Directiva General de la Sociedad de Socorro estaban visitando las conferencias de estaca durante la primera mitad del año para capacitar a las líderes locales de la Sociedad de Socorro y hablar a las presidencias de estaca, sumo consejos, obispados y otros líderes de estaca y barrio. Asistir a estas conferencias les daba nuevas oportunidades para educar a los líderes del sacerdocio sobre el trabajo de la Sociedad de Socorro.
A medida que la Iglesia organizaba más y más estacas fuera de los Estados Unidos, la presidencia también se encontró viajando a destinos internacionales con mayor frecuencia. Recientemente, habían capacitado a estacas en Australia, Nueva Zelanda y Samoa, y habían visitado a los santos de Europa durante la primavera.
Durante sus visitas a las conferencias de estaca por todo el mundo, la presidenta Spafford y las miembros de su Mesa Directiva presentaban una filmina llamada The Awakening [El despertar], que realzaba la importancia de la Sociedad de Socorro. Las filminas se estaban convirtiendo en una herramienta educativa popular dentro y fuera de la Iglesia, en gran medida porque eran económicas y fáciles de usar. A través de una serie de imágenes proyectadas en una pantalla, El despertar contaba la historia ficticia de Mary Smith, una miembro de la Iglesia cuya fe se estaba apagando y era reavivada a través de la Sociedad de Socorro y las visitas personales de los miembros del barrio. En las imágenes finales de la filmina, Mary y su familia habían regresado a la Iglesia y se estaban preparando para ser sellados en el templo.
Durante años, la presidenta Spafford y sus consejeras por lo general habían aprobado los materiales didácticos de la Sociedad de Socorro. El despertar, por ejemplo, había sido escrita y producida por las miembros de la Sociedad de Socorro de la Estaca Butler, de Salt Lake, antes de que la Presidencia General de la Sociedad de Socorro la adoptara como parte de su presentación para las estacas.
Sin embargo, recientemente, la responsabilidad de desarrollar el curso de estudio para las organizaciones de la Iglesia había recaído en el élder Harold B. Lee y el recién creado Consejo de Coordinación para toda la Iglesia. Si bien la Sociedad de Socorro aún no estaba utilizando planes de lecciones correlacionados, el comité había comenzado a solicitar que todas las organizaciones de la Iglesia enviaran bosquejos para las lecciones y otros materiales para su aprobación. La presidenta Spafford respaldaba este cambio y, como miembro del Consejo de Coordinación, participaba en el proceso de correlacionar las lecciones de la Iglesia.
El 24 de junio de 1964, los viajes de la presidenta Spafford la llevaron al este de los Estados Unidos para el “Día de la Sociedad de Socorro” en la Feria Mundial de Nueva York. Al igual que con la Exposición Colombina de 1893, la Iglesia consideraba que la feria era una oportunidad para compartir su mensaje en un escenario mundial. Se construyó un enorme salón de exposiciones diseñado para verse como el Templo de Salt Lake y se hicieron varias presentaciones sobre el Salvador y Su Evangelio, entre ellas una popular película de quince minutos llamada El hombre en su búsqueda de la felicidad, que enseñaba a los visitantes en cuanto al Plan de Salvación.
El Día de la Sociedad de Socorro se organizó para mostrar los logros de las mujeres Santos de los Últimos Días. El punto destacado del día fue un coro de “madres cantantes” de las Sociedades de Socorro de las estacas de Nueva York y otras ciudades. Sus presentaciones atrajeron a multitudes de tamaño considerable y la presidenta Spafford pensó que cada concierto era mejor que el anterior. La feria era un lugar ruidoso, pero a medida que las mujeres unían sus voces en himnos y otras canciones sagradas, toda la conmoción parecía desaparecer. Para la presidenta Spafford, era como si ángeles estuvieran cantando.
Después, un periodista le preguntó por qué no había ningún coro de “padres cantantes”.
—Bueno —respondió ella—, somos una organización de mujeres.
Aproximadamente por esa época, Giuseppa Oliva tomaba asiento en un centro de reuniones parcialmente terminado en Quilmes, Argentina. Era la primera capilla en el país construida por misioneros del programa de construcción de la Iglesia y los santos que asistieron a la conferencia de distrito esa mañana ansiaban su finalización. Al igual que muchos centros de reuniones en todo el mundo, representaba años de servicio dedicado y sacrificio por parte de los santos que se reunían allí.
Giuseppa y su esposo, Renato, provenían de la isla italiana de Sicilia. Al igual que muchos italianos, habían trasladado a su familia a Argentina después de la Segunda Guerra Mundial para encontrar un mejor trabajo. Aunque la adaptación a un nuevo país, cultura e idioma había sido difícil, habían establecido un hogar para sus cinco hijos en Sudamérica. Siete años después de dejar Sicilia, Giuseppa conoció a algunos misioneros Santos de los Últimos Días y pronto ella y sus dos hijas aceptaron su mensaje. Desde entonces, ambas hijas se habían casado con hombres jóvenes de la Iglesia.
Sin embargo, Giuseppa se sentía preocupada durante la conferencia. Una crisis económica estaba oprimiendo a la nación. El costo de vida en Argentina estaba aumentando un 20 % al año y muchas personas estaban perdiendo su empleo puesto que las empresas tenían dificultades para pagar a los empleados. En vista de tanta incertidumbre económica, Renato, que era fabricante de canastas, había vuelto a Sicilia y quería que su familia se uniera a él.
Sin embargo, Giuseppa se mostraba reacia a irse. En los cinco años desde que el élder Spencer W. Kimball había visitado Argentina, la membresía de la Iglesia en el país había aumentado a más de ocho mil personas. Sus ramas eran fuertes y los diezmos de los fieles santos habían hecho que la Misión Argentina fuera financieramente autosuficiente por primera vez en su historia. La cantidad de bautismos de conversos estaba en aumento, lo que fortalecía las congregaciones como la de Giuseppa.
Italia, por otro lado, no tenía ni una sola rama de la Iglesia. Si Giuseppa optaba por unirse a Renato allí, tendría que renunciar a las bendiciones de la asistencia regular a la Iglesia. Y dado que Renato no era miembro de la Iglesia, él no podía administrarle la Santa Cena ni otras ordenanzas del sacerdocio.
Cuando finalizó la sesión de la mañana de la conferencia de distrito, Giuseppa se acercó a Arthur Strong, presidente de la Misión Argentina, y le contó su dilema. Dijo que quería quedarse con sus hijas en Argentina, pero también sentía que necesitaba estar con su esposo en Europa. El presidente Strong la escuchó y le recomendó que regresara a Italia.
—Ese es el lugar adonde usted pertenece —le dijo.
—¿Qué debo hacer respecto a la Iglesia? —preguntó Giuseppa.
—La iglesia crecerá en su propia ciudad —prometió él—. No tendrá que preocuparse por eso.
Giuseppa no estaba convencida. ¿Sería realmente posible que sucediera algo así? Ella decidió confiar en el Señor y volver a Italia. Su fe, después de todo, aún no la había llevado por mal camino.
En junio de 1964, Darius Gray, de dieciocho años, vio que una nueva familia se había mudado a su vecindario. Al pasar caminando por su casa, notó un montón de niños jugando al aire libre.
—Somos los Felix —le dijo uno de ellos—. ¡Somos mormones!.
Darius, que era afroamericano, había crecido asistiendo a una variedad de iglesias con sus padres, entre ellas algunas iglesias predominantemente de raza negra. A la larga, su interés en la religión lo había llevado a estudiar catolicismo, judaísmo, islam y bahaísmo. Sin embargo, aunque vivía en Colorado, un estado que colindaba con Utah, sabía muy poco sobre los Santos de los Últimos Días y estaba seguro de que nunca había conocido a uno.
En los meses siguientes, llegó a conocer a la nueva familia. John Felix era radioaficionado y le enseñó el código morse a Darius. Barbara, la esposa de John, estaba más interesada en compartir su religión. Ella y sus hijos le dieron una copia del Libro de Mormón. Él dudó en aceptarlo, pero le encantaban los libros y finalmente comenzó a leerlo.
Las palabras del Libro de Mormón le llegaron al corazón e invitó a los misioneros a visitarlo. Su padre había fallecido hacía algunos años, así que en su casa solo vivían él y su madre, Elsie. Ella era una férrea cristiana que siempre estaba abierta a hablar con personas de otras religiones. Darius no pensó que a ella le importaría que los misioneros fueran a su casa.
Sin embargo, durante la visita, ella se quedó en su habitación y cuando los jóvenes se fueron, llamó a Darius.
—No quiero que esos dos jóvenes vuelvan aquí —le dijo.
—¿Por qué no? —preguntó Darius.
—Esta es mi casa —dijo ella— y no los quiero aquí.
Darius sabía que no debía cuestionarla, pero era difícil dejar de lado el tema. Cuando finalmente le preguntó de nuevo por qué se oponía a los misioneros, ella explicó que dos misioneros Santos de los Últimos Días habían visitado su hogar una vez. Habían estado dentro solo por un momento cuando uno de los misioneros le preguntó si ella era de raza negra.
—Sí, por supuesto —había respondido ella.
Luego, los dos misioneros se fueron sin explicación y desde entonces, había tenido un sentimiento negativo sobre la Iglesia.
La historia inquietó a Darius. No dudaba de su madre, pero también se preguntaba si su experiencia negativa habría sido un caso aislado.
Darius continuó estudiando con los misioneros y no pasó mucho tiempo hasta que decidió unirse a la Iglesia. Sin embargo, el día anterior a su bautismo, preguntó a los misioneros sobre las enseñanzas de la Iglesia en cuanto a la raza. Se preguntaba cómo se aplicaban a él.
Por un momento, nadie habló. Luego, uno de los misioneros se puso de pie y se dirigió lentamente a un rincón de la habitación, dándole la espalda a Darius. El otro misionero dijo: “Bueno, hermano Gray, la consecuencia principal es que no podrá poseer el sacerdocio”.
De repente, Darius se sintió como un tonto. “Mamá tenía razón —pensó él. ¿Cómo podría unirse a la Iglesia ahora?”. Él sabía lo que se sentía al ser tratado de manera diferente por ser de raza negra y se negaba a verse o considerarse menos que nadie.
Esa noche, Darius se fue a la cama y se envolvió en un acolchado (edredón). Él creía en Dios y en la salvación por medio de Jesucristo y, hasta ese día, había creído en todo lo que los misioneros le habían enseñado. No sabía qué hacer. ¿Cómo podía conciliar su fe con lo que había aprendido sobre la restricción del sacerdocio de la Iglesia?
Abrió una ventana cercana y apoyó la cabeza en el descanso de la ventana. El aire nocturno le llenó los pulmones y ofreció una oración. Cuando terminó, cerró la ventana e intentó dormir, pero dio vueltas y vueltas hasta que finalmente sintió que debía orar una vez más. Una vez más, abrió la ventana y comenzó a orar.
Esta vez, una voz clara y audible le habló. “Este es el Evangelio restaurado —le dijo— y debes unirte”.
De inmediato, Darius supo lo que tenía que hacer. Al día siguiente, entró en las aguas del bautismo y se convirtió en miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.