Mensaje del Área
La obra misional de los miembros
Si deseamos un testimonio más fortalecido, una Iglesia fuerte que crezca aceleradamente, es necesario que trabajemos junto con los misioneros uno a uno. Esa es la clave y la manera que el Señor ha establecido.
La Iglesia se encuentra actualmente en un periodo de crecimiento muy veloz. A partir de los comienzos del año 1830, el Reino de Dios se ha desarrollado a una velocidad asombrosa.
Los miembros de la Iglesia estamos demostrando que podemos vivir en el mundo y no tomar parte de los pecados del mundo. Bajo esas circunstancias tenemos oportunidades enormes de sembrar la semilla del Evangelio en las personas.
El Señor ha dicho: “De cierto os digo a todos: Levantaos y brillad, para que vuestra luz sea un estandarte a las naciones; a fin de que el recogimiento en la tierra de Sion y sus estacas sea para defensa y para refugio contra la tempestad y contra la ira, cuando sea derramada sin mezcla sobre toda la tierra” (D. y C. 115:5–6).
¿Qué podemos hacer para ayudar a avanzar la obra del Señor? Les doy las siguientes sugerencias:
Primero, esforzarse por obtener el Espíritu
Para obtener éxito, como dijo el Señor, debemos tener el Espíritu. Todos conocemos la historia de Enós, quien dijo: “Y os diré de la lucha que tuve ante Dios, antes de recibir la remisión de mis pecados” (Enós 1:2).
Él hizo una potente oración en la que clamó todo el día. Después él testificó que sus pecados fueron perdonados; esto se logró gracias a su fe. Enós fue sanado espiritualmente; obtuvo un testimonio de Jesucristo. Entonces, anheló el bienestar de sus hermanos, los nefitas, y los lamanitas, mientras derramó toda su alma a Dios por ellos (véase Enós 1:9).
Debido al deseo de bienestar para sus hermanos, Enós recibió respuesta y escuchó la voz del Señor. Entonces dijo que su “fe en el Señor empezó a ser inquebrantable; y oré a él con mucho y prolongado ahínco por mis hermanos, los lamanitas” (véase Enós 1:11). Al conocer nosotros el evangelio de Jesucristo podemos desarrollar el gran anhelo de bienestar para nuestras familias y amigos.
Segundo, amar a la gente
Debemos aprender a amar a la gente tal como Cristo nos lo enseñó: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?
“Y Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente.
“Este es el primero y grande mandamiento”.
Aquí aprendemos que el Señor enseña sobre la importancia del amor al prójimo, ya que no le preguntaron cuál era el segundo mandamiento, pero Él les dijo: “Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (véase Mateo 22:36–39).
¿Cómo amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos?
Nuestro corazón debe enfocarse hacia las personas con el amor puro de Cristo, con un deseo de elevarlas, de edificarlas. Moroni explicó que para tener fe debemos ser mansos y humildes, pero más adelante enseñó: “Porque si no, su fe y su esperanza son vanas”. Sin embargo, agregó un requisito más, es decir, para ser mansos y humildes “es menester que tenga caridad; porque si no tiene caridad, no es nada; por tanto, es necesario que tenga caridad… pero la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre” (véase Moroni 7:44–47).
Tener caridad va más allá de dar una limosna. Es dar de nuestro gozo al compartir este Evangelio que nos edifica. Es dar de nuestras experiencias y testimonio.
¿Tenemos hermanos, tíos, padres, abuelos, vecinos, compañeros de trabajo o de clase a quienes queremos y deseamos el bien para ellos? La mejor manera para demostrar el amor que tenemos hacia ellos es edificarlos y enseñarles el evangelio de Jesucristo.
Durante muchos años hemos escuchado la frase “cada miembro un misionero”; pero, como dijo el élder Dieter F. Uchtdorf, “cuando se habla de la obra misional… las cabezas empiezan a descender lentamente hasta que terminan escondidas detrás de los asientos, los ojos centrados en las Escrituras o cerrados en meditación para evitar el contacto visual con otros miembros” (véase “La obra misional: Compartir lo que guardan en el corazón”). Muchas veces tenemos el temor de ser rechazados al compartir el Evangelio. No obstante, lo más importante es compartir nuestras creencias con otros de manera natural, con un genuino interés.
Tercero, trabajar con diligencia sin dejar pasar oportunidades
Piensen: ¿Cómo podemos hacer invitaciones de manera natural para dar a conocer el Evangelio?
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Invita a un amigo(a) a escuchar un discurso o clase que tú compartirás en la Iglesia.
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Si ves a alguien que por primera vez llega a la capilla, muéstrale el lugar.
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Cuando haya un devocional para JAS, lleva a un amigo o familiar.
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Invita a familias a ver la presentación de los niños de la Primaria en la reunión sacramental.
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Cuando se programen actividades de servicio, motiva a tus amigos a participar también.
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Lleva a un amigo a algún taller de autosuficiencia.
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Si uno de tus hijos, nietos o sobrinos se bautiza, invita a un compañero a que asista.
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Trae a tus vecinos a una Noche de Hogar.
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Lee algunos versículos del Libro de Mormón a los investigadores.
Por lo general las personas siempre se sentirán deseosas de ayudar a otros, sentirse incluidas o bienvenidas en un lugar. Hacer una invitación de manera natural quizás será un poco difícil la primera vez, pero en las siguientes ocasiones será más fácil.
Existen muchas promesas por invitar a otros a conocer el Evangelio, y estas promesas están al alcance de cada uno de nosotros. A continuación, se mencionan algunas de ellas:
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El perdón de nuestros pecados. A Thomas B. Marsh se le mandó predicar el Evangelio, y una de las promesas que le dio el Señor fue: “Tus pecados te son perdonados” (D. y C. 31:5).
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Las bendiciones que el Señor estime convenientes: “He aquí, os envío para probar al mundo, y el obrero es digno de su salario” (D. y C. 84:79).
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Protección constante en un mundo inseguro: “Y quienes os reciban, allí estaré yo también, porque iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros” (D. y C. 84:88).
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Seguridad de que seremos salvos: “He aquí, quien mete su hoz con su fuerza atesora para sí, de modo que no perece, sino que trae salvación a su alma” (D. y C. 4:4).
Estoy convencido de que, si deseamos un testimonio más fortalecido, una Iglesia fuerte que crezca aceleradamente, es necesario que trabajemos junto con los misioneros uno a uno. Esa es la clave y la manera que el Señor ha establecido.
Sé que Dios vive y que esta es Su obra maravillosa.