INTRODUCCION A RELIGION 212
“Me seréis testigos”
TEMA
“…recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).)
INTRODUCCION A RELIGION 212
“Os pregunto: cuando habiendo llevado a sus Doce Apóstoles a la cima del Monte de los Olivos, el Señor les dijo:
“’…y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra”, ¿qué quiso decir con ello? (Hechos 1:8).
Fueron éstas sus últimas palabras antes de partir hacia su morada celestial.
“¿Cuál es el significado de la expresión “hasta lo último de la tierra”? El había recorrido ya la región que conocían los apóstoles. ¿Se trataba de la gente de Judea? ¿O de la de Samaria? ¿O de los pocos millones del Cercano Oriente? ¿Hasta dónde llegaba “lo último de la tierra”? ¿Se refería a los millones que pueblan ahora los Estados Unidos? ¿Incluía acaso a los millones de habitantes de Grecia, Italia, de los alrededores del Mediterráneo, de Europa Central? ¿O todas las personas que entonces poblaban el mundo y a todos los espíritus que vendrían a la tierra en los siglos futuros? ¿Será que no hemos concedido suficiente importancia a aquellas palabras ni a su significado? ¿Cómo podemos sentirnos satisfechos con cien mil conversos, habiendo más de cuatro mil millones de individuos que viven en el mundo y que necesitan el evangelio?…
“Vosotros estáis familiarizados con la declaración del Profeta José Smith en las Cartas Wentworth, escritas el 10. de marzo de 1842. (History of the Church, vol. 4, pág. 536). Estoy seguro de que el profeta José dirigió su atención hacia el futuro y contempló muchos problemas aunados a los rencores y temores entre las naciones que desembocan en guerras, revoluciones y actitudes egoístas. Estoy seguro de que contempló todas estas cosas que sucederían; y a pesar de todo dijo con gran seguridad y valor:
“’Ninguna mano impía puede detener de la obra el progreso. Tal vez las persecuciones se encarnicen, se combinen los populachos, se reúnan los ejércitos, la calumnia difame, pero la verdad de Dios avanzará majestuosa, noble e independiente, hasta que haya sido presentada a todo continente y nación, visitado toda región y haya sido escuchada por todo oído; hasta que los propósitos de Dios se cumplan y el gran Jehová diga que la obra ha sido hecha’” (History of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 4:540), (Spencer W. Kimball, “When the World Will Be Converted”, Ensign, oct. de 1974, págs. 4-13).
Los primeros apóstoles y santos trabajaron diligente y fielmente para llevar a cabo su divina misión de ser testigos ante todo el mundo. El propósito de este manual y de este curso es ayudarles a comprender cuán profundamente entendieron estos hombres la misión que les asignó el Señor y la forma en que la realizaron. En este sentido, el presidente Lee ha dicho lo siguiente:
“Al recordar la devoción generosa y sin mácula de estos primeros profetas y mártires del evangelio de Cristo, inclinémonos en señal de reverencia y repitamos con mayor aprecio y comprensión, tal como lo hizo la multitud en Jerusalén en ocasión de la entrada triunfal, las palabras: ‘Bendito es él [los apóstoles del pasado y del presente] que viene en el nombre del Señor’” (C.R., abril de 1955, pág. 19).
¿Cuál debe ser mi intención al emprender este curso de estudio?
En el estudio de la segunda mitad del Nuevo Testamento existen dos objetivos principales. Primero, acercarnos a Cristo y sentir mayor poder espiritual. Segundo, un estudio que va desde el libro de los Hechos de los Apóstoles hasta el Apocalipsis es de especial interés para los Santos de los Ultimas Días porque en la actualidad enfrentamos muchos problemas similares a los que experimentaron los santos de aquella época. En nuestra dispensación, la Iglesia de Jesucristo ha sido organizada una vez más y nuestra tarea es la misma que la de nuestros antepasados en la antigüedad: extender las bendiciones de la Iglesia y nuestro testimonio del Cristo resucitado a todo el mundo. (D. y C. 1:17-23.)
Este curso presenta en forma cronológica el testimonio de testigos presenciales
Después de la muerte de Jesucristo, sus apóstoles y discípulos atravesaron por un período de desesperación. Habían sido sostenidos y respaldados por El durante casi tres años, y ahora no estaba entre ellos. Solos, desanimados, vacilantes en la fe y posiblemente aterrorizados, regresaron a sus ocupaciones de costumbre. Si se considera que ellos eran hombres comunes y su desaliento era una reacción muy natural y humana bajo aquellas circuntancias, también debe tenerse en cuenta otro hecho: cuarenta días después estos mismos hombres poseían un ferviente testimonio de que Jesucristo estaba vivo, que ellos lo habían visto y que, de hecho, El se había levantado de entre los muertos tal como dijo que lo haría. Además, hay que meditar en el hecho de que debido a este testimonio soportaron la calumnia, las agresiones físicas y grandes adversidades, viajaron por tierra y mar y, fifinalmente, la mayoría de ellos murieron martirizados. ¿Por qué? ¿Cómo se explica tal transformación en sus vidas? ¿Por qué Pablo siendo un cruel perseguidor de los cristianos, se convierte repentinamente en un ferviente testigo de Cristo? Sus testimonios no fueron dados con un espíritu desesperado o de duda. Consideren esto detenidamente.
Pedro
“Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte,…A este Jesús resucitó Dios, DE LO CUAL TODOS NOSOTROS SOMOS TESTIGOS” (Hechos 2:22-24, 32. Se ha agregado el énfasis).
Pablo
“Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí…” (1 Corintios 15:3-8).
Juan
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1).
¿Cómo explicar ese cambio, seguridad y valor? La respuesta la proporciona la siguiente explicación, hecha por David O. McKay:
“Que la resurrección literal de la tumba fue una realidad para los discípulos que conocieron de cerca a Cristo, es una verdad. En la mente de ellos no cabía la menor duda. Fueron testigos de ese hecho. Sabían porque sus ojos habían visto, sus oídos habían escuchado y sus manos habían palpado la presencia corpórea del Señor resucitado“ (CR, abril de 1939, pág. 112; Itálicas agregadas).
La implicación de esos testimonios con respecto a ustedes debe ser clara. El élder McKay ha señalado lo siguiente a este respecto:
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“Si Cristo vivió después de la muerte, también lo harán los hombres; ocupando cada uno, en el mundo venidero, la posición para la cual esté mejor capacitado” (CR, abril de 1939, pág. 115).
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“A aquel que acepta a Jesús de Nazaret como el Hijo de Dios, que cree con toda su alma en que El vive en la actualidad, que puede…e influye en el mundo, a él le digo…las enseñanzas de Cristo así como su personalidad son reales. Uno no puede proclamar ser verdaderamente un cristiano si rehúsa vivir los principios que Cristo enseñó y obedeció” (CR, abril de 1918, págs. 78-79).
Este curso de estudio narra en forma cronológica la vida, discursos y el testimonio escrito de hombres que, como testigos oculares, vieron al Señor resucitado y fueron transformados por su poder e influencia. Se espera que ustedes, al considerar esos testimonios junto con los testimonios de los testigos especiales del Señor en esta dispensación, reciban los mismos como una evidencia, más poderosa que la vista misma, de la resurrección de nuestro Señor y de su misión redentora.
El Areópago y el apóstol Pablo
La Atenas que Pablo conoció era casi dos mil años más joven que la actual. Aun lo poco de la ciudad que ha sobrevivido a los estragos que causan 2 milenios, es un elocuente testigo de la magnificencia que alcanzaron los griegos; pero no debe uno pensar que las columnas de mármol y la arquitectura elegante son el único legado de los nobles griegos a las generaciones futuras. La democracia y los ideales políticos de la mayor parte del mundo tuvieron su origen en Atenas; los alumnos de las mejores y más prestigiadas universidades del mundo aún exploran las filosofías de Sócrates, Platón y Aristóteles; los dramas de Sofocles y Eurípides, escritos de años antes del nacimiento de Cristo, aún son escenificados en todo el mundo; los estudiantes de matemáticas memorizan los teoremas y fórmulas de Pitágoras y Euclides; y cada cuatro años, millones de personas ven, via satélite, cómo atletas de muchas naciones compiten en los Juegos Olímpicos, evento iniciado por los Griegos en 776 A.C.
A Atenas, por muchos años centro de la cultura romana, se dirigió Pablo, un humilde siervo de Jesucristo. Aun cuando recientemente había sido golpeado y encarcelado en Filipo; así como recién expulsado de Tesalónica y Berea por parte de los encolerizados judíos, Pablo tenía la esperanza de que Atenas pudiera aceptar la palabra de Dios. Pero Atenas era una ciudad ajena al espíritu de la verdadera cristiandad.
Los templos y construcciones que han sobrevivido al paso del tiempo nos dan un indicio de la gloria y poderío que debe haber estado ante los ojos de Pablo cuando éste entró en la ciudad. El Partenón, aun después de casi 5 mil años, dominaba la ciudad de Atenas majestuosamente desde un sitio, podríamos decir, encima de la acrópolis. Al igual que otros edificios cercanos a él, el Partenón atraía a los adoradores de Atenas, la diosa de la sabiduría. Por las calles de la ciudad se encontraban numerosos altares y templos, pues Atenas fue una ciudad saturada de idolatría. Los precavidos griegos habían erigido un altar dedicado al dios no conocido, por temor a ofender a algún dios que sin querer hubiese pasado inadvertido para ellos.
Los pensamientos con respecto a la belleza y gloria de Atenas deben haber sido opacados en la mente del apóstol por todas las otras cosas que vio, porque Lucas registra que mientras Pablo esperaba el arribo de sus compañeros, “su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría” (Hechos 17:16).
Movido por este espíritu, Pablo intentó enseñar a los atenienses las verdades del evangelio, tanto en las sinagogas judías como “en la plaza”. Después fue llevado ante el afamado concilio del Areópago, en el Cerro de Marte, en donde expuso un poderoso sermón acerca del tema del Dios No Conocido. Pero aunque los atenienses estuvieran dispuestos a escuchar esta nueva filosofía, pues eran receptivos a todo lo nuevo o extraordinario, cuando Pablo habló de la resurrección se burlaron de él (véase Hechos 17:32). Los griegos creían en la inmortalidad del alma, pero la idea de la resurrección literal les parecía simple y sencillamente absurda. Poco después Pablo dejó la ciudad y viajó a Corinto. No hay registro de mayor obra misional en Atenas.
Aunque Pablo permaneció ante el concilio del Areópago sólo unos cuantos minutos y dejó la ciudad de Atenas después de una muy breve estancia, su presencia en la ciudad simboliza el antagonismo entre el evangelio y el mundo en los tiempos de Pablo. A la vista del terrible Partenón, este converso judío de Tarso, un hombre que no presumía de aprendizaje mundano y que predicaba un evangelio simple, habló a los letrados hombres de Atenas acerca de su ignorancia, de su estado como hijos de Dios, y de su resurrección final después de la muerte. Ellos no le creyeron entonces; una gran parte del mundo actual tampoco le cree. ¿No es una extraña ironía que la ciudad de Atenas, renombrado centro de conocimiento al que el mundo ha conocido a través de las edades por su sabiduría, rechazara aquellas verdades que son, por encima de cualquier otra, las más preciosas? No fue solamente la idolatría de Atenas el punto principal de ese rechazo, porque muchas otras ciudades igualmente idólatras proveyeron para los apóstoles de Jesucristo un rico y fructífero campo de labor. El mal del que adolecía Atenas era la adoración a la sabiduría del hombre. Ese era realmente el problema, más que cualquier otro, que provocó la ruina de la iglesia primitiva de Jesucristo. Una y otra vez, a medida que el evangelio era diseminado por todo el mundo, sus sencillas verdades fueron mezcladas con las filosofías de los hombres. La sabiduría de Dios fue rechazada menospreciándola. Los milagros de la Expiación, Resurrección y ordenanzas fueron alteradas y desaparecieron. Los hombres, cegados a la sabiduría de Dios por su propia arrogancia intelectual, a voluntad añadieron y restaron a las verdades que Dios reveló. Gradual e inevitablemente, estas preciosas verdades fueron cambiadas, pervertidas y nulificadas. La simplicidad se revistió de ostentación, lo que era santo se volvió corrupto y la verdad fue falsificada. La tragedia de Atenas se convirtió en la tragedia de la gran apostasía. Los hombres vivían a la sombra del Partenón y no podían ver la Luz del mundo; se gloriaban en el esplendor de su propio conocimiento y estaban ciegos a la gloria de Dios; caminaban por las sendas de su propia hechura y Cristo y su crucifixión eran una piedra de tropiezo para ellos; se autonombraban filósofos —amantes de la sabiduría— pero estaban tan enamorados de su propio aprendizaje que eran incapaces de amar la más grande de todas las sabidurías.
Después de su experiencia en Atenas, Pablo viajó a Corinto. Después escribiría a los corintios:
“¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?
“Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura;
“Mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios.
“Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Corintios 1:20, 22-25).