Instituto
SECCION 7: LA IGLESIA CRECE A MEDIDA QUE EL TESTIMONIO SE FORTALECE


SECCION 7

LA IGLESIA CRECE A MEDIDA QUE EL TESTIMONIO SE FORTALECE

LECCIONES

  1. “Me seréis testigos” (Hechos 1:8)

  2. “Dios…no hace acepción de personas” (Hechos 10-12)

  3. “Instrumento escogido me es” (Hechos 9)

  4. “Te he puesto para luz de los gentiles” (Hechos 13-18)

EL ESCENARIO DE LA EPOCA

Cuadro político

El cristianismo hizo su aparición en la época en que Roma dominaba la mayor parte del mundo conocido. Fundada en el año 753 A.C., la ciudad de Roma se había convertido en el centro de un imperio que se había extendido en todas direcciones.

A diferencia de las repúblicas modernas en las cuales el gobierno federal preside sobre un grupo de estados (provincias, departamentos), el imperio romano estaba integrado por ciudades independientes, estados y territorios, cada uno de los cuales estaba sujeto a la autoridad general del emperador y del senado. En los días de los apóstoles, grandes territorios, pertenecientes al sistema imperial eran conocidos como provincias. En el libro de Hechos, encontramos algunos ejemplos de ellos, como es el caso de Macedonia (Hechos 16:9), Asia (Hechos 20:4), Bitinia (Hechos 16:7) y Cilicia (Hechos 6:9).

El gobierno era fundamentalmente de dos tipos. las provincias pacificas eran gobernadas por procónsules, llamados directamente de Roma, con facultad para tomar decisiones en forma independiente, siendo sin embargo, responsables ante poderosos miembros del senado romano. los procónsules a veces eran llamados diputados. (Véase Hechos 18:7-12). las provincias generalmente consideradas como inestables estaban bajo la responsabilidad directa del emperador y eran sometidas a constante guardia militar. Palestina, una de las provincias más inestables en la época de Jesucristo y de los apóstoles, estaba bajo la supervisión del emperador mediante un gobernador o procurador. (Véase Mateo 27:2 y Hechos 24:1).

Además, los judíos tenían un rey que, aunque era parcialmente descendiente de judíos, reinaba a discreción de los mandatarios romanos. Herodes el Grande, monarca de Palestina al tiempo del nacimiento de Jesucristo tenía el título de procurador, tetrarca y rey. Después de la muerte de Herodes, el reino de los judíos pasó a tres de sus hijos: Arquelao, Antipas y Felipe.

Los hijos de Herodes fueron sucedidos en el poder por Agripa I. Este, a su vez, fue sucedido por su hijo Agripa II, quien gobernó durante más de cincuenta años. Durante su reinado, Félix fue uno de los gobernadores romanos y ante éste fue juzgado Pablo (Hechos 23:24).

Después de Félix gobernó Festo, mediante el cual Pablo apeló al César al descubrir que no podía obtener justicia en Palestina (Hechos 25:8-13). Durante el encarcelamiento de Pablo en Cesarea, Festo invitó al rey Agripa II a escuchar la declaración de Pablo. Aunque Agripa tenía suficiente comprensión de la ley judía, no estaba plenamente identificado con sus doctrinas religiosas. Simplemente cumplía en forma superficial con los requisitos ceremoniales, más por aplacar a sus súbditos que por una convicción sincera de su verdad religiosa. luego de escuchar la declaración de Pablo su conclUSión fue que “Podía este hombre ser puesto en libertad, si no hubiera apelado a César” (Hechos 26:32).

Entre los varios emperadores que reinaron durante el período del Nuevo Testamento, figuraba el odiado Nerón (54-68 D.C.). Pablo se presentó ante él para ser juzgado (Hechos 27:24). En el año 64 D.C. se produjo un gran incendio en Roma. Nerón, sospechoso de haberlo provocado él mismo, acusó abiertamente a los cristianos como autores del incendio. Muchos creyeron esa acusación. Esto originó la primera (aunque muy limitada) persecusión romana contra los cristianos. La tradición sostiene que durante este período Pedro y Pablo fueron asesinados en Roma. (Para obtener una visión de la relación existente entre los líderes políticos de Roma y los primeros cristianos, véase la sección central del manual Historia Cronológica del Nuevo Testamento.

El cuadro religioso

Muchos están familiarizados con el hecho de que los líderes judíos se oponían abiertamente al mensaje de Jesucristo en los días en que éste ejerció su ministerio. Creyendo que la muerte de Cristo aniquilaría el movimiento que prosperó bajo su dirección, los mandatarios judíos conspiraron para matar al Hijo de Dios. Posteriormente, a medida que este movimiento continuaba expandiéndose, la persecusión también se acentuaba. ¿Por qué? ¿Cuáles fueron las fuerzas que hicieron posible que el cristianismo sobreviviese durante sus primeros años?

Principalmente, entre los muchos factores que merecen mención, sobresale el celo de los conversos cristianos. Su fe no estaba basada en un Salvador muerto sino en un Salvador viviente, quien se había levantado de entre los muertos; muchos de ellos habían sido testigos oculares de este acontecimiento (Hechos 2:23, 24, 32; 5:30-32; 1 Corintios 15:4-8). Además, aunque los judíos se oponían abiertamente a la nueva fe, su oposición era plenamente reglamentada por la ley romana. El gobierno político reconocía a muchos dioses, y la costumbre era no interferir con la fe de ningún hombre en tanto que su forma de adoración no resultase subversiva para el estado. El judaísmo figuraba entre las religiones toleradas y los gobernantes de Roma no veían al cristianismo como un movimiento nuevo sino más bien como otra división dentro del orden judío. La actitud tolerante de Roma ha sido expresada en estas palabras:

“La filosofía religiosa del estado romano no negaba la existencia de los dioses de ninguna religión, ni suponía que hubiese solamente una religión verdadera; tampoco sostenía que existiese una religión que era mejor que otra para el Imperio Romano. En cierto sentido esa tolerancia religiosa rayaba casi en una completa libertad religiosa…

“Fue en ese mundo religioso en el que se aventuró el cristianismo, esforzándose por atraer conversos y salvar a toda la humanidad” (Lyon, Apostasy to Restoration, pág. 21).

Sin embargo, en el transcurso del tiempo, a medida que la nueva iglesia se extendía, la actitud de tolerancia comenzó a cambiar. Aunque la adoración de otros dioses era aún tolerada, la persona del emperador comenzó a ser considerada divina, cada vez más, y se esperaba que los súbditos romanos le rindiesen obediencia como a un dios, así como a sus propias deidades.

En la época de Nerón se acostumbraba que el emperador fuese llamado por títulos, tales como teas (dios) y soter (salvador). En la época de Domiciano (81-96 D.C.) el título de Dominus et Deus (Señor y Dios) se añadió también. El vocablo giego similar al latino, era kurios, o Señor, la misma palabra que comúnmente se aplicaba a Jesucristo. (En el Nuevo Testamento es usada unas setecientas veces).

Existe algo de duda en cuanto a que los primeros cristianos hayan reconocido en el emperador un desafío directo a la divinidad de Cristo cuando lo veían y oían que era llamado “Dios” o “Hijo de Dios”, “el Santísimo”, “Señor” y “Salvador”. Su negativa a inclinarse y adorar a este substituto de la deidad fue una de las causas principales de las terribles persecusiones que llevaron a tantos de los primeros santos al martirio.

Influencia griega en la iglesia primitiva

Aun con un franco rechazo por parte de elementos judíos, los primeros misioneros cristianos generalmente coincidieron en que el imperio era un lugar amigable en el cual podían viajar y predicar. Esto se debió en gran parte a la influencia griega, o helenismo, como se le llamaba. Los griegos no eran testigos inertes del dominio romano. Allí donde los romanos hacían caminos, ellos establecían sistemas postales y buscaban implantar la ley y el orden; los griegos eran una sociedad pensadora, planificadora y amante de la filosofía. Si los romanos eran los que ejecutaban, los que edificaban, los políticos, los griegos en cambio eran los pensadores, los planificadores, los filósofos; si Roma conquistó a Grecia con sus ejércitos, Grecia conquistó a Roma con sus ideas. Los esclavos griegos a menudo eran más educados que los amos romanos a quienes servían.

Los griegos consideraban la religión como uno de los esfuerzos del hombre por entender todos los aspectos de la existencia humana. La religión no era una definición de los dioses ni un acto de sentimiento patriótico, era una creación de la mente del hombre. De acuerdo con los griegos, el hombre tenía la facultad de pensar independientemente, la habilidad de examinar los misterios del universo y de entenderlos suficientemente como para formular explicaciones satisfactorias. De este modo, a medida que declinó el interés en los dioses griegos y romanos, la investigación científica y filosófica ocupó su lugar. La religión vino a ser un intento de correlacionar todo el conocimiento humano en un vasto sistema de lógica comprobada por la experiencia del hombre, mediante su esmerada observación y paciente pensamiento. Así, cuando Pablo vino a Atenas, “…los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo” (Hechos 17:21). Se sintieron entusiasmados por la presencia de Pablo, no porque quisieran conocer y obedecer la verdad, sino porque eran curiosos. Su curiosidad los llevó a invitar a Pablo al Areópago, la suprema corte de Atenas, donde le dijeron: “¿Podemos saber cuál es esta nueva enseñanza de que hablas? Pues traes a nuestros oídos cosas extrañas. Queremos, pues, saber qué quiere decir esto” (Hechos 17:19, 20). Aprovechando la circunstancia, Pablo les predicó un sermón acerca del lidios desconocido” que ellos adoraban.

La influencia griega tuvo dos efectos inmediatos sobre el cristianismo, uno benéfico y otro perjudicial. Fue benéfico en el sentido de que sirvió para proveer un medio a través del cual las enseñanzas de Jesús y de sus apóstoles pudieron esparcirse rápidamente: el idioma griego. Además, el Cristianismo, como se mencionó anteriormente era nuevo y la tendencia griega de ver y escuchar cosas nuevas había influido en muchos. Fue perjudicial porque los hombres no pudieron evitar la tentación de embellecer la revelación cristiana con sus propias interpretaciones. El resultado fue un cristianismo totalmente nuevo. Examinemos cada una de estas influencias por separado.

En el antiguo mundo romano muchas personas eran bilingües. Uno de los idiomas era la lengua nativa, el otro, el griego común, el cual era generalmente el idioma universal de la época. La existencia de un lenguaje común hizo posible el rápido esparcimiento del mensaje cristiano. Antes del nacimiento de Cristo, las Escrituras hebreas (el Antiguo Testamento) habían sido traducidas al griego. Esta traducción, conocida como la versión griega de los Setenta era considerada la Biblia de los judíos de habla griega en la época de Jesús y de los apóstoles. Todo lo que Pablo tenía que hacer para obtener un punto de contacto en cualquier nueva ciudad, era ir el día de reposo a la sinagoga judía del lugar. Allí encontraba escuchas ávidos y podía hablarles en griego (la lengua común), o en arameo, un dialecto del hebreo, que era el idioma de los judíos. Pablo hablaba ambos. (Hechos 21:37-40).

El principal problema a que se enfrentó el cristianismo era el de cómo mantener el mensaje puro y libre de las falsas filosofías tan prevalecientes en el imperio. Con el tiempo se agotó la resistencia cristiana a la filosofía griega. El cristianismo se desposó con el pensamiento griego y ese matrimonio probó ser desastroso para lo que fue el evangelio puro de Jesucristo. Los conversos cristianos educados de acuerdo con las filosofías de Sócrates, Platón, Aristóteles y de otras escuelas de la época se vieron tentados a mezclar su fe (recientemente encontrada) con el saber griego, demasiado grande para resistirlo. Templos dedicados a Atenea, a Zeus y a Diana, llegaron a ser, con el tiempo, centros de adoración cristiana¡ los rituales practicados, sin embargo, no eran puramente cristianos sino una mezcla de la verdad y lo falso. Esta extraña mescolanza de la verdad cristiana con la filosofía y práctica griegas constituyó lo que se conoce como la Gran Apostasía.

Tal como Pablo profetizó a los ancianos de Efeso, así sucedió:

“Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño.

“Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hechos 20:29, 30).

Resumen: un evangelio restaurado en disputa con la sociedad de su tiempo

El cristianismo primitivo, el cual fue el evangelio, restaurado en la dispensación meridiana, hizo su aparición en un momento sumamente propicio de la historia. Los caminos romanos se convirtieron literalmente en avenidas para la obra misional del cristanismo en todas partes del imperio. La tolerancia romana también hizo posible la práctica y la expansión del cristianismo entre pueblos que de otro modo se hubieran opuesto grandemente a él. El espíritu racionalista imperante en Grecia así como el amplio uso del idioma griego, proveyeron la oportunidad de que fuese oído y entendido dondequiera que los hombres se reunían. La dispersión judía hizo posible que los judío-cristianos entraran a las sinagogas en todas partes y predicaran las “buenas nuevas” de Jesucristo a todos los que abrieran sus corazones y escucharan.

Al paso del tiempo, sin embargo, el cristianismo empezó a sufrir los efectos negativos dentro de ese ambiente prolífero de religiones patrocinadas por los gobiernos. La nueva fe no estaba en total armonía con el espíritu de su tiempo. Los griegos consideraban “Iocura” a las doctrinas de la expiación y de la resurrección (1 Corintios 1:23) y se burlaron de los esfuerzos de Pablo por ganar sus corazones para Cristo (Hechos 17:32). Los judíos sostenían que era una abierta amenaza para las instituciones mosaicas (Juan 11:48) y persiguieron “hasta la muerte” a muchos que siguieron la senda de Cristo (Hechos 22:4). Con el tiempo, aun los mismos romanos llegaron a considerar al cristianismo como un culto ilícito, que no merecía aprobación ni favor de parte del estado.

En contraste con las filosofías religiosas y seculares de la época, el cristianismo no era de naturaleza especulativa. No se transmitía por medio de teorías o disputas interminables sino de testimonios visuales. Jesucristo vivió, murió y se levantó de entre los muertos y fue visto por muchos después de su resurrección (1 Corintios 15:3-8). Esta naturaleza no especulativa de la fe cristiana, provocó que no fuese bien vista por muchos cuyas concepciones estaban firmemente asidas a la conjetura filosófica.

LA HERENCIA CULTURAL JUDIA

Por qué el reclamo judío a la herencia genealógica probablemente contribuyó a la formación de un sentimiento de exclusividad.

Los judíos, en el tiempo de los antiguos apóstoles, remontaban su origen hasta Abraham, un gran profeta que vivió en Canaán unos dos mil años antes de Cristo. Dios estableció con él un convenio especial, el cual, entre otras cosas, era el de bendecir a todas las naciones de la tierra (Abraham 2:8-11). Fue Abraham quien fundó la nación hebrea. Mediante él y su posteridad el convenio sagrado que hizo de Israel “especial tesoro…un reino de sacerdotes y gente santa” (Exodo 19:5,6) ante el Señor fue transmitido de generación en generación.

Además de Abraham, los judíos consideraban a su gran legislador hebreo, Moisés, como prueba de su condición elegida. El fue el portavoz de Dios en la tierra, aquel mediante el cual El habló a todo Israel (números 12:5-8). Así fue establecida la preeminencia de Moisés entre los profetas de Israel. ¡Jehová era Dios y Moisés su profeta!

Que su descendencia de Abraham y el legado espiritual recibido de Moisés sirvieron para despertar en la nación judía una falsa interpretación de su propia superioridad, es evidente en la lectura del Nuevo Testamento. Cuando Jesucristo, que era Jehová en el mundo premortal, hizo su aparición entre ellos, los conteciosos judíos no perdieron tiempo para hacerle recordar la exclusividad personal que creían tener: “Nuestro Padre es Abraham”, se jactaron (Juan 8:39) y “nosotros discípulos de Moisés somos” (Juan 9:28). Estaban orgullosos de su historia religiosa. Correspondió a Juan el Bautista recordarles que la verdadera espiritualidad está basada en las obras, no en la herencia genealógica. “no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre;” advirtió Juan, “porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras” (Mateo 3:7-9).

Por qué la interpretación judía de la ley de Moisés probablemente contribuyó a la formación de un sentimiento de exclusividad.

Por revelación de Dios, a Moisés, vino la gran ley que lleva el nombre de Moisés. Contenida en el Pentateuco, o sea los cinco primeros libros del Antiguo Testamento. La ley de Moisés establecía reglamentos para enfrentar las situaciones que surgiesen entre Dios y el hombre, entre el hombre y sus semejantes, y entre el hombre y las otras criaturas de Dios. Los fieles israelitas la reconocieron como la voluntad revelada de Dios para el pueblo del convenio y su violación acarreaba serios castigos. Antes de su cautividad en manos de los babilonios (unos 600 años antes de Cristo) los miembros de la tribu de Judá probablemente no habían obedecido la ley de Moisés tan rígidamente como lo hicieron posteriormente. Los escritos de los profetas de Israel indican que la adoración de divinidades extrañas era más una regla que excepción, aunque eso fue siempre fuertemente denunciado por los profetas de la nación. En su condición de cautiverio, forzados a vivir en el exilio, los judíos fueron compelidos a hacer una decisión importante: ¿permitirían ser absorbidos totalmente por los valores culturales de sus vencedores o permanecerían fieles a Jehová? El resultado de esto fue un judaísmo de muchas facetas.

Que los judíos se consideraban a sí mismos como un pueblo con una posición muy especial y privilegiada es evidente en todas las facetas de su vida cultural. Para ellos, el contacto con quienes no eran de su fe, era contaminante. Dieron por sentado que solamente ellos habían recibido la ley de Dios mediante revelación directa. Moisés prohibió a la gente contraer matrimonio con personas de otras naciones (Deuteronomio 7:3, 4). Además, solamente ellos poseían los textos sagrados en los cuales estaba contenida la revelación. Ellos exclusivamente eran el “pueblo del libro”.

Durante su cautiverio en Babilonios los judíos tuvieron consigo sus escritos sagrados. No teniendo templo en el cual adorar, iniciaron un estudio intenso de los textos sagrados. Surgieron los escribas y los intérpretes de la ley, cada uno con su propio punto de vista en cuanto a la palabra de Dios. En la época de Jesucristo y los apóstoles, mucho del judaísmo estaba irremediablemente confundido en una atmósfera de legalismo contradictorio, si es que no excluía totalmente el verdadero espíritu de la religión. Para muchos judíos la adoración ya no era un asunto del corazón. Las así llamadas tradiciones de los ancianos impedían que lo fuese.

Los eruditos judíos a menudo se consideraban superiores a sus hermanos judíos comunes. Los judíos generalmente manifestaban un marcado desdén hacia los samaritanos que solamente podían reclamar una herencia judía parcial. Cristo utilizó el ejemplo de un fariseo que de pie, en oración delante del Señor decía: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano” (Lucas 18:11, 12). Tales hombres eran reprendidos como hipócritas. Hacían todas las obras, dijo Jesucristo, “para ser vistos de los hombres”. Pagar diezmos, naturalmente, es un acto bueno, pero ellos habían dejado “10 más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe” (Mateo 23:13, 14, 23).

Otro ejemplo es la ocasión en que los fariseos le preguntaron a Jesucristo por qué sus discípulos comían sin lavarse las manos. Este acto de contaminación, aunque no era parte de la ley de Moisés, era prohibido por la tradición de los ancianos. (Marcos 7:3-8.)

De este modo, la religión judaica en los días de los apóstoles era principalmente un sistema de reglas y medidas de seguridad, “vallados alrededor de la ley”, como los judíos los llamaban, introducidos por los ancianos en sus esfuerzos por preservar la santidad de la ley y su observancia. Todo esto tendía a hacer de la observancia religiosa más una actitud externa ante un código de leyes que una actitud interna del corazón y de la mente. La Salvación comenzó a ser medida por actos externos y “obras de la ley” (Gálatas 2:16), condición que Pablo mencionó como el “yugo de esclavitud” (Gálatas 4:3, 9; 5:1). Un hombre que observaba rígidamente las tradiciones de los ancianos siempre estaba en un estado de preocupación por temor de violar alguna de las numerosas reglas de su religión. Cuando un hombre guardaba escrupulosamente estas leyes tendía a considerarse a sí mismo superior a los demás hombres.

Por qué los lugares judíos de adoración probablemente contribuyeron a la formación de un sentimiento de exclusividad.

Antes del tiempo de Salomón, los judíos tuvieron sus lugares especiales de adoración. Uno de ellos, construido en los días de Moisés, era un tabernáculo portátil que podía ser trasladado de un lugar a otro cada vez que el pueblo se mudaba de región. En el tiempo de Salomón, sin embargo, se construyó un templo. Este vino a ser el centro de adoración.

Después de la destrucción del templo de Salomón por Nabucodonosor, la sinagoga se convirtió en el lugar principal de adoración. Aun cuando los judíos volvieron a la Tierra Santa desde su exilio en Babilonia y levantaron nuevamente su templo, la adoración continuó centrada en la sinagoga local, un edificio especial que servía para un propósito similar al de nuestros centros de reunión o capillas. Posteriormente, cuando los judíos fueron esparcidos en los imperios romano y griego, la sinagoga continuó siendo el punto focal de las actividades religiosas. Un viaje hasta el templo, en Jerusalén podía ser considerado una experiencia maravillosa para efectuarse una vez en la vida, pero la adoración en las sinagogas era una actividad semanal. Por lo tanto, fue natural que Pablo, un cristiano judío, visitara primeramente las sinagogas en cada ciudad a la cual llevaba el mensaje del cristianismo. (Véase, por ejemplo, Hechos 13:5, 14; 14:1).

La sinagoga servía para un doble propósito. No solamente era reservada para los asuntos religiosos, sino también servía de centro educativo en el cual los niños judíos recibían diariamente instrucción en cuanto a la ley. Cada sinagoga tenía su dirigente (Lucas 8:41, 46), cuya responsabilidad primaria parece haber sido decidir respecto al orden del servicio público semanal y mantener un estricto decoro dentro de los límites sagrados.

En cada sinagoga se tenían copias de los Libros Sagrados, particularmente de los cinco primeros libros (la Tora). Como se señaló anteriormente, en la época de Pedro y de Pablo la ley había llegado a tenerse en alta estima y sus preceptos eran considerados como inviolables por todos aquellos que se consideraban judíos fieles. Fue natural que Pedro y Pablo citasen muchos de estos escritos sagrados en su deseo de mantener el interés y la atención de sus escuchas judíos. (Hechos 2:16-21,25,26; 3:22-26; 13:16-22, 35). Del mismo modo, la historia de Israel, tal como la cita Esteban antes de ser martirizado, fue algo con lo cual cualquier niño judío de doce años de edad estaba bien familiarizado (Hechos 7).

Todo esto no restó importancia al templo sagrado. Por el contrario, una visita al templo en Jerusalén, siempre había sido un acontecimiento de gran significado. El templo que existía en los días de los apóstoles poseía un patio interior y otro exterior y solamente a los judíos se les permitía la entrada a los recintos interiores. Aun allí existían divisiones especiales que ocupaban, por separado, los hombres, las mujeres y los sacerdotes. En el templo mismo, el Lugar Santísimo estaba reservado exclusivamente para el sumo sacerdote yeso solamente durante el Día de la Expiación. Los gentiles podían tener acceso al patio exterior, conocido como Patio de los Gentiles, pero no podían ir más adentro so pena de muerte. A fin de evitar actos de profanación, se había colocado un gran cartel entre el patio exterior y el inte: ior a fin de que todos lo viesen. Tenía una advertencia clara contra cualquier abuso por parte de los gentiles. La información anterior es esencial para comprender por qué los judíos pretendieron encontrar una falta en Pablo aduciendo un acto de profanación (Hechos 21:27-29).

Los patios sagrados eran reservados exclusivamente para actividades de los judíos y su uso era aprobado por el Sanedrín y sus oficiales.

Por qué la dispersión judía probablemente contribuyó a la formación de un sentimiento de exclusividad

Aunque parezca extraño, la mayoría de los judíos en los días de los apóstoles, no residía ni en Jerusalén ni en sus alrededores. Vivían en comunidades esparcidas por todo el imperio romano y eran parte de lo que era conocido como la Diáspora, o sea “el pueblo de la dispersión”. Casi toda la ciudad grande contaba con suficiente número de estas personas como para formar una sinagoga local; y así también sucedía en las ciudades más pequeñas.

El proceso de dispersión comenzó en el año 721 A.C., durante el reinado de Sargón 11 de Asiria, quien llevó al cautiverio a los habitantes de Israel, las diez tribus del reino del norte de Palestina. Posteriormente, Nabucodonosor conquistó a Judá, el reino del sur, y cerca del año 589 A.C. destruyó a Jerusalén y llevó a sus cautivos a Babilonia. Unos setenta años más tarde, Ciro, un benevolente rey Persa, permitió que los judíos regresasen a su tierra natal y reedificasen su templo santo. Sin embargo, no todos volvieron. Posteriormente, cuando Alejandro el Grande conquistó el mundo conocido, ocurrieron otras migraciones judías desde la Tierra Santa. Muchos de los que se establecieron en otras tierras solicitaron la ciudadanía romana y se les concedió. Pablo y la familia de la cual provino parece haber estado entre estos, pues Pablo había nacido como ciudadano romano libre y siempre se sintió inmensamente satisfecho de esto. (Véase Hechos 21:39; 22:25-29).

Sin duda que estos judíos esparcidos, así como algunos de sus compatriotas en Palestina, fueron influidos por el mundo que los rodeaba. Con el transcurso del tiempo, muchos tuvieron la tendencia de perder su exclusividad y de ser asimilados por el medio en que vivían. A menudo se hace referencia a éstos tildándolos de judíos helenistas, o griegos (Hechos 6:1; 9:29; 11:20) porque adoptaron la cultura y el idioma griego como suyo. Solamente en asuntos de fe permanecían como judíos y aun en esto no era una variedad estricta. Otros se resistieron a ser incorporados en cualquier forma. Mientras que mantenían relaciones amistosas con sus vecinos no israelitas, rehusaron adoptar las costumbres griegas o romanas. Pablo era miembro de una de estas familias. De acuerdo a su propio testimonio, fue “circuncidado al octavo día, era del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo” (Filipenses 3:5). Este tipo de judíos a veces es llamado hebraísta por su tendencia a mantener la exclusividad judía en un medio extraño.

Un buen ejemplo de los judíos de la dispersión serían aquellos mencionados en Hechos 2:5. Se les describe como que “moraban…en Jerusalén”, en el tiempo de la Pascua, “varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo”, y se decían que eran “partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadacia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de Africa más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes…” (Hechos 2:9-11).

Aun en su condición de esparcimiento, los judíos, particularmente los hebraístas, continuaron considerando a Jerusalén como su hogar espiritual en la tierra. Como se señaló anteriormente, los viajes al santo templo, aunque no era un hecho anual para los que estaban en regiones alejadas, eran grandes acontecimientos ansiosamente esperados. Todos los judíos fieles continuaron pagando su impuesto para el mantenimiento de la adoración en el templo. Además, parece que el famoso Sanedrín de Jerusalén ejercía al menos una influencia representativa sobre las comunidades de judíos esparcidos en todo el imperio. Un buen ejemplo sería el de la solicitud de Pablo al sumo sacerdote en Jerusalén, de “cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino [cristiano] los trajese presos a Jerusalén” presumiblemente para ser juzgados. (Hechos 9:1, 2.) (Véanse también las implicaciones de Hechos 22:5, 30 y 26:12.)

Por qué el sistema educativo de los judíos probablemente contribuyó a la formación de un sentimiento de exclusividad

Parte de la exclusividad judía sin duda se debió al hecho de que los judíos se encontraron en muy cercana proximidad con otras naciones, generalmente más poderosas que la de ellos. Existió siempre la gran tentación de absorber las influencias malas de los extranjeros y así incurrir en la ira de Jehová. Particularmente es así en relación a aquellos judíos que no vivían en Palestina. Arrancados de raíz de su tierra natal, no poseyendo un sistema de defensa militar, la preservación de la identidad nacional dependía de la habilidad para perpetuar su herencia judaica, y de ahí el pesado énfasis en el aprendizaje de la Tora. Cada faceta de la vida judía se combinaba con la teología. La educación no fue la excepción. Los niños judíos, dondequiera que viviesen, aprendían que eran un pueblo aparte, que eran llamados de Dios y que debían mantenerse sin las manchas de los paganos de los cuales estaban rodeados. Fallar en esto significaba sacrificar el estado de elegido.

Si mediante su conducta o sus palabras un judío desagradaba a sus mayores, podía literalmente ser expulsado de la sinagoga, echado o excomulgado (Véase Juan 9:13-34). No debe extrañar, entonces, que Pedro y Pablo generalmente se encontraran con ese problema (Hechos 4:16-18; 5:17-32; 13:44-50). Los gentiles podrían considerar al cristianismo meramente como otra secta del judaísmo tal como los fariseos y los saduceos, pero los judíos…¡nunca!

El vocablo gentil se deriva del latín gentilis, el cual proviene de gens que significa naciones. En el pensamiento judío, incluía a todos los pueblos no hebreos. A veces el término era aplicado en forma de reproche, a veces no. A menudo era usado meramente para identificar a aquellos pueblos o naciones cuyo Dios no era Jehová; cuya adoración, ritual y prácticas religiosas eran extrañas a las de Israel. Aunque el mundo romano era mayormente pagano en su orientación y aceptaba y llegaba a abrazar a los dioses de distintas naciones, los judíos creían en un Dios y a El adoraban: Jehová. El únicamente, entre los dioses de los hombres, tenía una existencia de hecho. Los gentiles podían convertirse en judíos siempre que estuviesen deseosos de someterse a todos los requisitos de la ley de Moisés, incluyendo la circuncisión. Quienes no lo hiciesen generalmente eran considerados como inferiores al “pueblo elegido” de Dios.

(Véase Deuteronomio 7:6; 10:15; 14:2; e Isaías 41:8, donde se habla del pueblo elegido por Dios. Lo que los judíos olvidaron fue que ellos eran elegidos entre todos los pueblos de la tierra para una misión especial: bendecir a todos los demás con las verdades de Dios. No eran elegidos para reservarse exclusivamente estas bendiciones para sí mismos. Tampoco la posesión de esas verdades los hacía superiores a los demás.

“…porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará…” [Lucas 12:48; D. y C. 82:3]. Au n los apóstoles tuvieron que aprender esta importante verdad.)

Un problema especial: los judíos convertidos a la Iglesia

Ya hemos mencionado cómo era considerada la ley de Moisés por los judíos de la época apostólica. Entre aquellos que exponían la interpretación más rígida sobre su estricta obediencia estaba la secta judía de los fariseos, el grupo que Jesús denunció por su hipocresía (véase Mateo 23) y grupo al que Pablo se refirió llamándolo “el más estricto de nuestra religión” (Hechos 26:5). Aunque judío de la dispersión, Pablo fue criado “fariseo, hijo de fariseo” (Hechos 23:6) y se refería a sí mismo llamándose “hebreo de hebreos”, uno que era sin “mancha” en lo que concernía a la rígida observancia de la ley. (Filipenses 3:5, 6).

Sin embargo, luego de su visión y conversión en Damasco Pablo cambió su actitud hacia la Ley. La ley de Moisés había sido cumplida y suprimida en el acto expiatorio de Cristo. Ya en el martirio de Esteban los judíos acusaban a los santos del deseo de cambiar “las costumbres que nos dio Moisés” (Hechos 6:14). Con cuánta rapidez o en qué forma ocurrió este cambio, no podemos decir. Lo que se puede decir es que asuntos relativos a la naturaleza obligatoria de la ley sobre los nuevos conversos, judíos o gentiles, llegaron a ser el centro de muchas de las cartas de Pablo dirigidas a persuadir a sus lectores de que la ley de Moisés estaba muerta, en lo que concernía a los cristianos.

No todos los conversos judíos a la Iglesia de Jesucristo estaban de acuerdo con Pablo. De hecho, por lo menos una parte estaba en franco desacuerdo. Probablemente de raíz farisaica, insistían éstos en que la ley que había dado Dios debía ser observada siempre. Los que sostenían estos puntos de vista llegaron a ser conocidos como judaizantes, aunque ese término no se encuentra en las Escrituras. Entiéndase claramente que estos judaizantes eran conversos a la iglesia, hombres que pensaban que habían aceptado la causa cristiana y a Cristo como su Redentor. Generalmente eran judíos fieles que veían al cristianismo como un mero gajo del judaísmo más que como un evangelio restaurado que dio fin a la ley de Moisés. Como tales, continuaron haciendo presión en relación a la observancia rígida e inflexible de la ley por parte de todos los miembros de la Iglesia. Tal insistencia creó toda clase de problemas especiales. Pablo y los santos gentiles consideraban su condición de miembros como una liberación formal de todo el ceremonial religioso de sus creencias anteriores. ¿Por qué ponerse ahora bajo el yugo del ritualismo judío?

Si preguntamos por qué había judaizantes en la Iglesia de Jesucristo en aquellos primeros días, consideremos también el hecho de que la influencia judía era un rasgo sobresaliente en la vida de cada judío fiel. Solamente mediante algunas dificultades estas tradiciones y dogmas eran dejados del todo. La dificultad de desprenderse de viejos hábitos y de reemplazarlos con hábitos nuevos, es obvia para cualquiera que ha buscado el verdadero arrepentimiento. La ley de la circuncisión era común para Pedro, Pablo y los otros judíos. Aun los gentiles convertidos al judaísmo se habían sometido a ella para poder reclamar un verdadero lugar entre sus nuevos amigos (Génesis 34:14-17; Exodo 12:48).

Los judíos se consideraban únicos entre todos los hijos de nuestro Padre. Los factores que contribuyeron a este sentimiento de exclusividad, los efectos de la dispersión judía entre las naciones gentiles, y el efecto del evangelio sobre los conversos judíos es esencial para entender el ambiente histórico del Nuevo Testamento y particularmente la correspondencia escrita de los directores de la Iglesia a los miembros esparcidos por el mundo romano.

BIOGRAFlAS

LUCAS

Médico (Colosenses 4:14) y compañero misional de Pablo, Lucas hizo una significativa contribución a los santos de todas las edades escribiendo dos de los libros del Nuevo Testamento: el Evangelio que lleva su nombre y el libro de Hechos. (En realidad son dos volúmenes de la misma obra, tal como se puede observar en la introducción de ambos). Era de origen gentil y se unió a Pablo en el segundo viaje misional, probablemente a Troya (Véase Hechos 16:10 donde se inicia la sección que se ha llamado “nosotros”). La investigación bíblica y arqueológica modernas lo muestran como un historiador veraz y lleno de sensibilidad.

PEDRO

Pedro, hijo de Jonás, vivía con su esposa y otros miembros de la familia, en Betsaida, una villa sobre el Mar de Galilea cerca de Capernaum. Era pescador de oficio. El, con su hermano Andrés y los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, eran socios en el negocio de la pesca. Fue Andrés quien presentó a Pedro con Jesús de Nazaret en un momento en que Pedro, Andrés, Santiago y Juan eran discípulos de Juan el Bautista. En la primera reunión con Cristo, Pedro recibió otro nombre de parte del Salvador: Cefas, de origen arameo y que significa “roca o piedra”.

Junto con Santiago, Juan y Andrés, Pedro fue llamado a abandonar las empresas mundanales y seguir los pasos del Salvador. Cuando el Primer Quórum de los Doce Apóstoles se formó, jesucristo llamó a Pedro al apostolado, lo ordenó y lo mandó con Andrés a predicar el evangelio. Fue Pedro quien declaró la misión mesiánica del Señor después que la mayoría de sus escuchas rechazaron el sermón del Pan de Vida. Fue Pedro quien testificó que El era “el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16).

No mucho después del sermón del Pan de Vida, Jesucristo llevó a Pedro, Santiago y Juan al Monte de la transfiguración. De discípulo común, Pedro había ascendido la escalinata de la fe, peldaño por peldaño, hasta que tuvo el privilegio de estar en aquel momento y recibir revelación de seres celestiales que incluían a Jesucristo, Elohim, Moisés y Elías el Profeta.

De todos los apóstoles, Pedro parece haber sido el más impulsivo. A menudo se nos muestra actuando arrebatadamente. En el aposento alto, Pedro protestó abiertamente cuando Jesucristo presentó la ordenanza del lavamiento de los pies. En Getsemaní, durmió mientras el Salvador sufría la agonía. En el momento del arresto del Salvador, fue él quien sacó su espada y cortó la oreja de Maleo, el siervo del sumo sacerdote. No mucho después, Pedro negó tres veces conocer al Salvador.

Sin embargo, siempre el arrepentimiento de Pedro fue sincero y completo. Siempre tuvo la determinación y la fuerza de no repetir el mismo error. Que Pedro gozaba del perdón del Señor y de su aprobación, es evidente teniendo en cuenta el hecho de que Jesucristo apareció ante el principal apóstol el día de la resurrección y le mandó diciendo “apacienta mis ovejas” (Juan 21:16).

A través de todas sus experiencias con Jesucristo, Pedro fue cuidadosamente enseñado para asumir su responsabilidad preordinada y servir como presidente de la Iglesia de Jesucristo después de la ascensión del Señor. Los primeros doce cápitulos del libro de Hechos contienen un relato de la firmeza de Pedro en los momentos de gran oposición. Pedro ciertamente fue un profeta del Señor Jesucristo. (Al final del manual, en el Apéndice D, se encuentra un excelente tratado de la vida de Pedro).

PABLO

Es díficil señalar con exactitud la fecha del nacimiento de Pablo, aunque es probable que haya ocurrido entre el año 1 y 6 de nuestia era. En cuanto al lugar de nacimiento, fue Tarso, capital de la provincia romana de Cilicia; nació de padres judíos que eran de la tribu de Benjamín.

En Hechos 22:28 aprendemos que Pablo nació libre como ciudadano romano, sin embargo no sabemos cómo obtuvieron esa condición sus progenitores. A través de la vida de Pablo, su ciudadanía romana le sirvió como medio de protección física así como también de mucha influencia entre los gentiles.

Si siguió la costumbre judía de su época, entonces seguramente recibió la educación de todo niño judío. A los cinco años de edad, sus padres habrán iniciado su instrucción en cuanto al Antiguo Testamento. El habrá aprendido de memoria todos o parte de los Salmos 63 al 68 (el Shema y el Hallel). A los seis años debe haber comenzado a asistir a una escuela rabínica; a la edad de diez, debe haber estudiado la ley oral; a los trece debe haber sido confirmado como “hijo del mandamiento” (la bar mitzvah) y debe haber dejado la “Casa del Libro” donde trabajara, para aprender las Escrituras, a fin de ocupar su lugar entre los hombres judíos.

Se piensa que Pablo posiblemente se quedó en Tarso hasta los trece años de edad. A esa edad los jóvenes judíos comienzan sus estudios a los pies de un gran maestro si es que desean llegar a ser rabinos. Sabemos que Pablo era un estudioso en Jerusalén bajo el famoso rabino y maestro Gamaliel (Hechos 22:3). El propio testimonio de Pablo nos lleva a la conclusión de que pasó la mayor parte de su juventud en Jerusalén. (Hechos 26:4).

“La frase ‘sentarse a los pies de Gamaliel’ nos da una verdadera descripción del método que Pablo tenía para estudiar. El gran maestro Gamaliel se sentaba en un banco alto y a su alrededor, sentados sobre el piso, a los pies de él, estaban sus ávidos discípulos” (Sperry, Paul’s Life and Letters, pág. 7). Los estudios de Pablo habrán incluido un detallado examen de todos los aspectos de la ley de Moisés. Tal como Pablo mismo nos lo dice, “instruido…estrictamente conforme a la ley de nuestros padres” (Hechos 22:3). Fue, como él dijo, un “hebreo de hebreos” (Filipenses 3:5).

Era deber religioso de los jóvenes judíos casarse entre los dieciséis y los dieciocho años de edad. Como Pablo era un devoto fariseo, hay buena razón para suponer que era casado. Si Pablo llegó a ser miembro del Sanedrín, a fin de alcanzar lugar en ese cuerpo tenía que ser casado y además, padre.

Pablo tal vez estuvo presente para escuchar el poderoso discurso en el que Esteban defendió la fe y estuvo presente en su ejecución. (Hechos 7:58). Se piensa que posiblemente Pablo asistió a la lapidación en calidad de oficial. Posiblemente estuvo allí por mandato del Sanedrín para asegurar la obediencia al mandato bíblico en relación a la presencia de testigos en un caso de ejecución . (Deuteronomio 17:6, 7). Es un hecho que Pablo consintió en la muerte de Esteban (Hechos 8:1; 22:20). Después de la muerte de Esteban, Pablo “asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel” (Hechos 8:3). Para evitar la pesada mano de la persecución, los santos se esparcieron por el país.

Habiendo obtenido cartas del Sanedrín que lo autorizaban para capturar a los miembros de la Iglesia en Damasco, Pablo salió para cumplir su tarea. Sus esfuerzos fueron infructuosos porque en el camino a Damasco el curso de su vida fue completamente alterado por una visión celestial. “La vida de Pablo fue transformada en el Camino a Damasco. Antes, un feroz perseguidor del cristianismo, pero después de aquel camino a Damasco fue uno de sus más fervientes propagadores” (Howard W. Hunter, en CR, oct. de 1964, pág. pág. 109).

El profeta José Smith dio una descripción de Pablo el 5 de enero de 1841, al organizarse la escuela de instrucción: “Medía unos cinco pies (1.50 metros) de altura, cabello muy obscuro, tez morena, nariz romana abultada, cara aquilina, ojos negros pequeños, sumamente penetrantes; encogido de hombros, voz destemplada, salvo cuando la elevaba, y entonces casi parecía el rugido de un león. Era buen orador, activo y diligente, siempre procurando el bien a sus semejantes” José Smith (Enseñanzas, pág. 215).

(Nota: En otras secciones se incluye más material biográfico acerca de Pablo).

Libro de la Ley (cerrado)

Libro de la Ley (abierto)