Capítulo 11
En otros países del mundo
A principios de octubre de 1968, Isabel Santana cursaba su segundo año en la escuela Benemérito de las Américas. La escuela de la Iglesia tenía ahora mil doscientos estudiantes (más del doble de lo que tenía cuando Isabel llegó allí) y un campus en expansión con un nuevo auditorio-gimnasio, una pequeña tienda de comestibles, dos edificios comerciales, un centro de recepción y treinta y cinco casas residenciales adicionales. El presidente N. Eldon Tanner llegó a la Ciudad de México a principios de año para dedicar los nuevos edificios y el Coro del Tabernáculo también había ido para cantar en el servicio dedicatorio.
Isabel y su hermana menor Hilda se adaptaron rápidamente a la vida en la escuela. Isabel era tímida por naturaleza, pero se negó a dejar que su timidez se interpusiera en su formación académica. Hizo una amiga íntima, aprendió a afrontar las diferencias culturales que se le presentaron e hizo todo lo posible por hablar con personas que no conocía.
También se destacó como una alumna diligente. Solía pedir consejo a los maestros y administradores de la escuela. Uno de esos mentores, Efraín Villalobos, había asistido a escuelas de la Iglesia en México cuando era joven, antes de estudiar Agronomía en la Universidad Brigham Young. Tenía buen sentido del humor e Isabel y los demás alumnos de la escuela Benemérito sentían que él era alguien muy cercano a ellos. Hallándose lejos de casa, ellos lo consideraban tutor, guía y figura paterna.
Otra maestra que la inspiró fue Leonor Esther Garmendia, quien enseñaba Física y Matemáticas en la escuela. Durante el primer año de Isabel, Leonor pidió a sus alumnos que levantaran la mano si les gustaban las Matemáticas. Varios levantaron la mano. Luego preguntó a quién no le gustaba la asignatura. Isabel levantó la mano.
—¿Por qué no te gusta? —preguntó Leonor.
—Porque no la entiendo —dijo Isabel.
—La entenderás aquí.
El trabajo en la clase de Leonor no era fácil. Sin embargo, a veces daba una asignación a la clase y luego pedía a cada alumno que se acercara a su escritorio para resolver problemas matemáticos con ella. Al poco tiempo, Isabel ya era capaz de resolver los problemas mentalmente, una habilidad que nunca pensó que tendría.
Como muchos de sus compañeros, Isabel equilibraba la escuela con sus responsabilidades laborales. La Iglesia cubría la mayor parte de los costos educativos para mantener la matrícula baja. Para pagar el resto, algunos alumnos limpiaban edificios o trabajaban en la lechería de la escuela. Isabel había encontrado trabajo como operadora telefónica en la escuela. Durante horas se sentaba en una estrecha cabina telefónica y conectaba llamadas en todo el campus mediante un conmutador con clavijas y números. El trabajo era sencillo y solía llevar un libro para pasar las horas.
Por ese entonces, alumnos universitarios de todo el mundo protestaban contra sus gobiernos. En la Ciudad de México, muchos alumnos salieron a la calle para manifestar por una mayor justicia económica y política. También les molestaba la influencia de Estados Unidos sobre los líderes mexicanos. Según los alumnos, la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética fue una oportunidad para que las naciones poderosas dominaran a sus vecinos más pequeños y vulnerables.
Las cosas se complicaron debido a que la Ciudad de México se estaba preparando para llevar a cabo los Juegos Olímpicos de Verano, los primeros Juegos Olímpicos celebrados en un país latinoamericano. El conflicto alcanzó su punto máximo el 2 de octubre de 1968, diez días antes de los Juegos Olímpicos, cuando las fuerzas armadas mexicanas abrieron fuego contra manifestantes en la plaza de Tlatelolco en la Ciudad de México y mataron a casi cincuenta personas. En las semanas siguientes, las autoridades arrestaron a líderes del movimiento estudiantil, mientras que tanto el Gobierno como los medios de comunicación intentaban restar importancia a la brutalidad de la masacre de Tlatelolco.
La escuela Benemérito se hallaba cerca del lugar de la matanza e Isabel se entristeció al enterarse de los asesinatos, pero ella se sentía segura en la escuela, donde la mayoría de los alumnos y maestros no participaban en protestas políticas.
Sin embargo, una tarde, un hombre llamó a la escuela y amenazó con robar los autobuses. Isabel se asustó, pero no entró en pánico. “¿Quién habla?”, preguntó ella.
La persona que había llamado colgó el teléfono.
Sin saber qué hacer, introdujo una clavija en el conmutador y llamó a Kenyon Wagner, el director de la escuela.
—Isabel, nosotros nos encargaremos de ello —le dijo.
La llamada resultó ser una amenaza vacía e Isabel se sintió aliviada de que no pasó nada malo. La escuela Benemérito se había convertido en su oasis, un lugar tranquilo donde podía estudiar el Evangelio y recibir educación.
Mientras estuviera allí, sabía que estaría protegida.
En la mañana del 10 de noviembre de 1968, Henry Burkhardt se reunió con unos 230 santos para una conferencia de distrito en Görlitz, una ciudad en la frontera oriental de la República Democrática Alemana. El edificio de tres pisos donde se reunieron se estaba cayendo a pedazos. Se podían ver ladrillos al descubierto alrededor de las ventanas donde la fachada se había deteriorado.
De repente se extendió un gran gozo por el centro de reuniones. El apóstol Thomas S. Monson se había presentado en la conferencia, lo cual sorprendió a los santos. En los siete años transcurridos desde la construcción del Muro de Berlín, habían tenido pocas oportunidades de reunirse con una Autoridad General.
El élder Monson había sido asignado recientemente para supervisar las misiones de habla alemana y Henry, como líder de la Iglesia en la República Democrática Alemana (RDA), estaba entusiasmado por trabajar con él. A los cuarenta y un años, el élder Monson era apenas unos años mayor que él, pero era un apóstol, lo cual hacía que fuera realmente especial a los ojos de Henry. ¿Cómo será él? ¿Se llevarán bien?
Estas inquietudes se esfumaron casi tan pronto como el élder Monson entró al centro de reuniones. Era una persona centrada y amable; no hablaba alemán y Henry no hablaba inglés, pero se hicieron amigos.
La conferencia comenzó a las diez en punto. Los santos de la congregación sonreían, claramente agradecidos por la presencia del élder Monson. De hecho, algunos de ellos eran informantes: miembros de la Iglesia que informaban al Gobierno sobre las palabras y acciones de los santos de la Iglesia. Henry creía saber quiénes eran la mayoría de ellos, pero no intentó detenerlos. Prefería que el Gobierno recibiera informes de informantes Santos de los Últimos Días, que dijeran la verdad sobre la Iglesia, que de fuentes menos comprensivas.
Sin embargo, le molestaban las numerosas restricciones impuestas sobre él y otros alemanes orientales. Liderar la Iglesia en esas condiciones siguió manteniéndolo alejado de su familia seis días a la semana y ahora él e Inge tenían un segundo hijo, un niño llamado Tobias. Cada vez que tenía que tratar con funcionarios gubernamentales, lo cual era frecuente, intentaban convencerlo de los beneficios del comunismo, pero él seguía sin verlos. Cuando pensaba en las condiciones del país y en un sistema que incitaba a los miembros de la Iglesia a informar sobre otros miembros, se preguntaba: “¿Cómo es posible algo así?”.
El élder Monson también se mostró visiblemente conmovido por las condiciones de la RDA. Cuando se levantó para dirigirse a los santos en la conferencia se le llenaron los ojos de lágrimas. Intentó hablar, pero su voz se entrecortaba por la emoción. Finalmente dijo: “Si permanecen firmes y fieles a los mandamientos de Dios, recibirán todas las bendiciones que los miembros de la Iglesia gozan en otros países del mundo”.
Para Henry y los demás santos de la congregación, el élder Monson acababa de prometer todo lo que anhelaban como miembros de la Iglesia. Sin embargo, muchas cosas tendrían que cambiar en la RDA para que las palabras se hicieran realidad. Cuando los líderes de la Iglesia propusieron crear una estaca en la RDA, Henry había rechazado la idea, ya que temía que atrajera una atención no deseada por parte del Gobierno. Las bendiciones del templo estaban fuera de su alcance desde que la RDA restringió los viajes internacionales. Cada vez que los santos pedían permiso para ir al Templo de Suiza, el Gobierno rechazaba sus solicitudes.
No obstante, un maravilloso espíritu llenó la sala. El élder Monson bendijo a los santos y cerraron la reunión con un ferviente himno:
Por esa época, en Ghana, nación de África occidental, Joseph William Billy Johnson estaba seguro de haber encontrado el verdadero Evangelio de Jesucristo. Cuatro años antes, su amigo Frank Mensah le había regalado el Libro de Mormón y otros libros y folletos de los Santos de los Últimos Días. Ni en Ghana ni en el país vecino, Nigeria, había congregaciones de la Iglesia. Frank quería cambiar eso.
—Siento que eres el hombre con el que debería trabajar —le dijo a Billy.
Desde entonces, ellos habían organizado cuatro congregaciones no oficiales de Santos de los Últimos Días en Accra, la capital de Ghana, y sus alrededores. Después de comunicarse con las Oficinas Generales de la Iglesia, se enteraron de la reticencia de la Iglesia de enviar misioneros a África occidental, pero LaMar Williams y otros los habían alentado a estudiar el Evangelio y a reunirse con creyentes afines. Cuando supieron que Virginia Cutler, una profesora de la Universidad Brigham Young, se hallaba en Accra para iniciar un programa de economía doméstica en la Universidad de Ghana, comenzaron una Escuela Dominical semanal con ella.
A Billy le encantaba compartir el Evangelio. Él trabajaba en la industria de importación y exportación, pero quería dejar su empleo y dedicar más tiempo a la obra misional. Su esposa no compartía su fe. “Esta iglesia es muy nueva”, dijo ella. “No quiero que renuncies”,
pero Billy deseaba predicar más. “Siento una necesidad imperiosa que no puedo ocultar”, le dijo.
La religión había sido importante para Billy durante mucho tiempo. Su madre, Matilda, era una devota metodista y lo había criado para tener fe en Dios y amar Su palabra. En la escuela, Billy solía buscar un lugar privado para cantar himnos y orar mientras los demás alumnos jugaban. Uno de sus maestros se dio cuenta y le dijo que algún día sería sacerdote.
A medida que Billy crecía, su fe se reafirmaba con sueños y visiones extraordinarios. Poco después de que Frank Mensah le presentara el Evangelio restaurado, Billy estaba orando cuando vio que los cielos se abrían y apareció una hueste de ángeles tocando trompetas y cantando alabanzas a Dios. “Johnson, Johnson, Johnson”, lo llamó una voz. “Si tú haces mi obra como Yo te mande, te bendeciré a ti y bendeciré a tu país”.
Sin embargo, no todos habían aceptado a Billy y Frank o sus creencias. Algunas personas decían que ellos seguían a una iglesia falsa, otros los acusaban de no creer en Jesucristo, sus palabras hirieron a Billy. Preguntándose si se había dejado engañar, comenzó a ayunar. Después de tres días, fue a una habitación de su casa donde él había colgado en la pared retratos de los Presidentes de la Iglesia. Se arrodilló y oró a Dios para pedir ayuda.
—Me gustaría ver a estos profetas —dijo él—. Quiero que me den instrucciones.
Esa noche, mientras Billy dormía, soñó que José Smith se le aparecía y le decía: “Muy pronto vendrán misioneros. El profeta McKay está pensando en ti”.
Otro hombre también se le acercó y se presentó como Brigham Young. “Johnson, estamos contigo —le dijo—; no te desanimes”. Antes de que terminara la noche, Billy había visto a todos los profetas de los últimos días, hasta George Albert Smith.
El deseo de Billy de dedicar más tiempo a compartir el Evangelio pronto lo llevó a dejar su empleo y mudarse a Cape Coast, una ciudad al suroeste de Accra, donde planeaba cultivar la tierra y fundar una nueva congregación. Su esposa no apoyó su decisión, por lo que, en lugar de mudarse con su familia, se divorció de Billy y lo dejó a cargo de sus cuatro hijos pequeños.
Billy quedó devastado, pero encontró apoyo en su madre, Matilda. Ella tenía sus propias dudas acerca de que Billy dejara su empleo y se mudara con su familia a Cape Coast, y se preguntaba si tendría éxito en una ciudad que ya tenía muchas iglesias. No obstante, Billy era su único hijo vivo y el bienestar de ella dependía de él, así que se fue con él.
Matilda ahora compartía la fe de su hijo. Cuando Billy le habló por primera vez de sus nuevas creencias, ella no las tomó en serio, pero después de ver cómo esas creencias lo cambiaron a él y a las personas a las que enseñaba, se dio cuenta de que su hijo había encontrado algo especial. Sabía que ella y muchas otras personas serían bendecidas cuando la Iglesia llegara a Ghana y ese conocimiento le dio valor.
Una vez que la familia se asentó en Cape Coast, Matilda cuidó de los hijos de Billy mientras él establecía su nueva congregación. También le dio apoyo moral y ánimo, y lo ayudaba cuando podía para fortalecer la congregación.
—Sean cuales sean las circunstancias, sea cual sea el futuro —afirmó ella—, estoy dispuesta a librar una batalla honesta por la Iglesia.
Después de publicar su álbum con Stan Bronson, las cantantes del orfanato de Songjuk no tardaron en presentarse regularmente en bases militares y en programas de televisión estadounidenses y coreanos. A todo el mundo, incluido el presidente de Corea del Sur y el embajador de Estados Unidos, parecía encantarles el coro de niñas.
Hwang Keun Ok disfrutaba de trabajar con Stan y las cantantes. El grupo causaba un efecto positivo en las niñas. Por un lado, para participar, debían completar sus tareas a tiempo, pero, sobre todo, Keun Ok estaba feliz de ver que las niñas sentían que eran valiosas cantando. A medida que aumentaba la fama del grupo, ella y Stan seguían alentando a las cantantes y guiándolas con delicadeza en cada ensayo, presentación y grabación.
Querían ayudar a las niñas del orfanato ahora y en el futuro. Estando de licencia el año anterior, Stan había hablado con algunas personas de su ciudad natal sobre comprarle a cada niña un abrigo o una muñeca nuevos para Navidad. Luego le pidió a un amigo de habla coreana que se vistiera como Papá Noel para entregar los regalos. Más tarde, él y Keun Ok consideraron pedir a algunas personas en Estados Unidos que proporcionaran apoyo financiero mensual a las niñas.
Una vez que Stan fue dado de baja del ejército, creó una organización sin fines de lucro en Utah. También habló en devocionales, dio conciertos y vendió álbumes para crear conciencia sobre las niñas y sus necesidades económicas. Sin embargo, antes de poder operar en Corea del Sur, la organización necesitaba una licencia del Gobierno. El Gobierno surcoreano había restringido a las organizaciones extranjeras la realización de labores sociales en el país. Afortunadamente, Keun Ok pudo utilizar la popularidad del grupo de canto y sus conexiones en el Gobierno para conseguir una licencia para la organización de Stan.
Mientras creaba la organización sin fines de lucro, Stan leyó un libro inspirador titulado Tender Apples (Manzanas tiernas) sobre una mujer Santo de los Últimos Días que ayudaba a niños en situación de riesgo. A él y a Keun Ok les gustó el nombre, por lo que se comunicó con la autora, quien aceptó que llamaran a su organización Fundación Tender Apples. Keun Ok convirtió una habitación de su casa de dos pisos en Seúl en la oficina coreana de la organización sin fines de lucro y Stan trabajaba allí cuando estaba en Corea. Al poco tiempo, el grupo de canto también adoptó el nombre de Tender Apples.
Un día, algunas de las niñas se rieron mientras le llevaban un diccionario a Stan. Después de cantar en las reuniones de los Santos de los Últimos Días en una base militar estadounidense, se dieron cuenta de que Stan era miembro de la Iglesia, pero, como la mayoría de los coreanos, ellas aún no sabían mucho sobre la Iglesia o lo que enseñaba. Cuando buscaron “mormón” en el diccionario, la definición de la palabra era “pueblo de comportamiento extraño”.
—Bueno —les dijo Stan a las niñas—, ¿creen que soy extraño?
—Oh, no —respondieron ellas.
—¿Creen que la señorita Hwang es extraña?
Las niñas soltaron un grito ahogado. Ninguna de ellas sabía que la directora también era “mormona”.
Stan le contó a Keun Ok lo que había sucedido. Ella sabía que solo era cuestión de tiempo hasta que los patrocinadores protestantes del orfanato se enteraran de que ella era miembro de la Iglesia y se preparó para su reacción.
No tuvo que esperar mucho. Una vez que los patrocinadores se enteraron de que Keun Ok era Santo de los Últimos Días y de que algunas de las niñas del orfanato se habían interesado en la Iglesia, le dieron a elegir: abandonar la Iglesia o renunciar a su puesto. Para Keun Ok, la decisión fue fácil.
Recogió sus cosas y se fue del orfanato. Varias de las niñas mayores, que habían llegado a querer a Keun Ok, pronto la siguieron, llevando consigo sus pocas pertenencias. Cuando aparecieron en su puerta, supo que tendría que encontrar alguna manera de cuidarlas.
En Utah, Truman Madsen no tenía más que buenas noticias para su comité que investigaba los orígenes de la Iglesia. Durante el verano de 1968, los historiadores le enviaron actualizaciones sobre sus viajes de investigación al este de Estados Unidos. Gracias al financiamiento de la Primera Presidencia, pudieron revisar bibliotecas y archivos, localizar documentos históricos, y confirmar fechas y hechos importantes.
“¡Ha sido un verano fantástico!”, manifestó Truman. Estaba seguro de que los historiadores Santos de los Últimos Días ahora estaban mejor preparados para responder a las afirmaciones de Wesley Walters sobre la Primera Visión.
Uno de sus hallazgos más importantes ese verano fue la sólida evidencia de que había habido un resurgimiento religioso cerca de la casa de José Smith en 1820. Milton Backman, profesor de Historia y Religión de la Universidad Brigham Young, notó que José Smith había descrito el entusiasmo religioso en términos generales, sin identificar ningún lugar específico. Esto llevó a Milton a creer que Wesley Walters había centrado demasiado su investigación en Palmyra. Después de pasar semanas revisando minuciosamente los registros históricos del oeste de Nueva York, Milton descubrió que, efectivamente, un “ciclón” de fervor religioso había atravesado la región alrededor de Palmyra entre 1819 y 1820, tal y como el profeta José describió en su relato de la Primera Visión de 1838.
Durante los meses siguientes, Truman y otros historiadores trabajaron en artículos sobre sus hallazgos. Él quería publicar todas las investigaciones en conjunto en una edición de BYU Studies, una revista académica publicada por la Universidad Brigham Young.
Al mismo tiempo, Hugh Nibley siguió estudiando los fragmentos de papiro del Museo Metropolitano de Arte. Cuando la Iglesia adquirió los artefactos, muchas personas estaban ansiosas por saber lo que revelaban sobre el Libro de Abraham y su traducción. Después de todo, durante más de un siglo, algunas personas habían puesto en duda la interpretación de José Smith de los tres “facsímiles” publicados junto con el Libro de Abraham. Reproducidos a partir de ilustraciones encontradas en los papiros, estos facsímiles eran casi idénticos a las imágenes de los pergaminos funerarios egipcios comunes que no parecían estar relacionados con Abraham o su época.
Los primeros análisis y traducciones de los fragmentos confirmaron que se trataba de textos funerarios de siglos posteriores a la época de Abraham y ni la Iglesia ni Hugh cuestionaron este hallazgo. Sin embargo, Hugh creía que estudios adicionales podrían brindar más información sobre el papiro y la traducción del profeta. En más de una docena de artículos publicados en 1968 y 1969, él aprovechó su conocimiento sobre culturas e idiomas antiguos para proponer varias teorías sobre el Libro de Abraham y su relación con la religión y la cultura del antiguo Egipto. Señaló, por ejemplo, que algunas de las pruebas más contundentes de la autenticidad del Libro de Abraham eran su parecido con otros textos antiguos del templo y con tradiciones milenarias sobre Abraham de las que era improbable que José Smith supiera algo. Los escritos de Hugh también daban fe de las poderosas perspectivas que el libro aporta sobre el sacerdocio, las ordenanzas del templo y el Plan de Salvación.
En la primavera de 1969, la investigación realizada por el comité de Truman apareció en BYU Studies. La edición presentaba la información más actualizada sobre la Primera Visión y brindaba un sólido respaldo histórico para el testimonio de José Smith. Leonard Arrington y James Allen, dos miembros del comité, hicieron un resumen de los artículos y libros existentes publicados sobre la historia de los inicios de la Iglesia. Milton Backman escribió un artículo sobre su investigación de las actividades religiosas cerca de Palmyra. Y Dean Jessee, archivista de la Oficina del Historiador de la Iglesia, preparó un artículo sobre los relatos de la Primera Visión de José Smith. Otros artículos trataban temas similares. Aparte de su importancia para la defensa de la fe, Truman creía que los ensayos demostraban el valor del trabajo conjunto de los santos para lograr una comprensión más completa de la historia de la Restauración. Él observó que muchos miembros de la Iglesia tenían cartas, diarios y otros documentos en su poder que podrían ser de inmensa utilidad para los historiadores.
“Hay tareas vitales de recopilación, investigación e interpretación que son demasiado vastas para una sola mente, o para cien mentes”, escribió en su prefacio de la edición de BYU Studies. “En ellas debemos participar todos”.
Mientras tanto, en la República Democrática Alemana, Henry Burkhardt supervisaba varios cambios para los santos a su cargo. Después de la visita del élder Monson a Görlitz, la Primera Presidencia creó una misión en Dresde, una ciudad importante de la RDA y llamó a Henry para que fuera su presidente. Poco tiempo después, el élder Monson regresó al país para organizar la misión, ordenar a Henry al oficio de sumo sacerdote y apartarlo en su nuevo llamamiento.
La esposa de Henry, Inge, fue llamada a servir junto a él. Desde que conoció a los Burkhardt, al élder Monson le preocupaba que la pareja se viera solo unas pocas horas a la semana. “Lo que estás haciendo no está bien”, le dijo a Henry. Ahora Inge, como compañera líder de la misión, viajaba regularmente con él por todo el país y, a veces, se hacía cargo de algunos deberes en la oficina de la misión.
Sin embargo, Henry prefería viajar solo cuando pensaba que podría tener problemas. El Gobierno seguía vigilando las actividades de los santos, pero desconfiaba menos de la Iglesia desde que Henry, ciudadano de Alemania Oriental, fue nombrado presidente de la misión. Mientras los santos no celebraran reuniones no programadas, imprimieran o mimeografiaran cualquier material de la Iglesia o actuaran sin cautela, las autoridades los dejaban en paz. Eran libres de celebrar reuniones sacramentales, realizar la orientación familiar y juntarse para la Sociedad de Socorro, la Escuela Dominical, el sacerdocio y las reuniones de la Primaria.
Henry trataba de ser cauteloso. A muchos santos del país les preocupaba perder el contacto con la Iglesia en general y anhelaban tener más materiales impresos de la Iglesia. A veces, el Gobierno permitía a los santos importar grandes cantidades de materiales impresos, como himnarios y Escrituras. Pero, por lo general, los miembros de la Iglesia tenían que arreglárselas con lo que tenían. Para hacer frente a las restricciones que impedían imprimir y mimeografiar los materiales de la Iglesia, Henry reclutó a voluntarios de confianza que hacían copias de los manuales con máquinas de escribir y papel carbón.
Hacerlo no era infringir la ley, por lo que Henry se sintió justificado para elaborar y distribuir los manuales. Sin embargo, la práctica seguía preocupándolo. Las leyes que restringían la libertad religiosa no siempre estaban escritas ni se aplicaban de manera uniforme en todo el país. Henry sabía muy bien que los agentes de la Stasi no necesitaban ninguna justificación para arrestarlo. Si el oficial equivocado lo encontraba con manuales de la Iglesia extranjeros, Henry fácilmente podía terminar teniendo serios problemas.
Aunque las condiciones en el país no eran las ideales, la Iglesia siguió adelante. Sorprendentemente, cuarenta y siete personas habían sido bautizadas en 1968. Cuando el élder Monson estableció la Misión Dresde, había 4641 santos de Alemania Oriental en cuarenta y siete ramas y siete distritos. Los santos asistían a reuniones, realizaban la orientación familiar y llevaban a cabo actividades de la Iglesia cuando era posible. Incluso celebraron una “semana genealógica” y enviaron catorce mil nombres para la obra del templo.
Al reflexionar sobre su nuevo llamamiento, Henry se comprometió junto con su familia a hacer todo lo necesario. “Ahora nuestra tarea debe ser trabajar con todas nuestras fuerzas para edificar la Iglesia”, escribió Henry en su diario. “Junto con Inge, espero dominar todas las tareas y superar también mis propias debilidades”.