Un poco mejor que ayer
El autor vive en Salta, Argentina.
Debemos continuar viviendo el Evangelio. Así es como Sergio puede ser nuestro otra vez.
Cuando su presidente de misión llamó, Sergio había estado fuera casi un año. Él era nuestro único hijo varón y el primero de nuestros hijos en servir en una misión de tiempo completo. Mi esposa, Liliana, y yo estábamos orgullosos de él y del ejemplo que les daba a sus dos hermanas.
Sergio tenía una forma de ser que sabíamos que haría de él un buen misionero. Era un líder natural, era feliz y sincero y podía motivar a los demás.
No le importaba si alguien era miembro de la Iglesia; se hacía amigo de todos. Y si otras personas se burlaban de él por ser un Santo de los Últimos Días, lo tomaba con buen humor y rara vez se ofendía.
Nos entusiasmamos cuando Sergio recibió su llamamiento misional a la Misión Perú Chiclayo. Comenzó su servicio el 20 de noviembre de 2013. Amaba su misión. Al principio era fácil escribirle, pero a medida que pasaban los meses, yo necesitaba más tiempo para pensar en sus cartas y responder a su crecimiento espiritual.
No nos preocupábamos por Sergio; pensábamos que el campo misional era el lugar más seguro donde podía estar. Su presidente de misión nos llamó el 7 de octubre de 2014.
Nunca nos sentimos solos
El presidente de misión nos dijo que Sergio y su compañero habían estado enseñando a unos investigadores acerca del templo y las familias eternas. Después, mientras Sergio ofrecía la oración final, hizo una pausa, de repente perdió el conocimiento y cayó al piso. Recibió una bendición y fue llevado de inmediato a un centro médico. Los médicos determinaron que había sufrido la ruptura de un aneurisma cerebral. Intentaron en vano revivirlo.
La noticia nos llenó de profunda tristeza. Pese a nuestro dolor, Liliana y yo tuvimos que viajar a Perú para recoger el cuerpo y las pertenencias personales de Sergio. Teníamos dificultad para pensar con claridad, así que nos sentimos agradecidos de que alguien de la Iglesia, desde el momento en que salimos de nuestra casa hasta que volvimos, estuviera allí para ayudarnos. También recibimos ayuda del Espíritu Santo, que nos consoló y nos ayudó a sobrellevarlo. Nunca nos sentimos solos.
Es difícil hallar gratitud en la tragedia, pero estoy agradecido por las tiernas misericordias del Señor relacionadas con la muerte de Sergio. Cuando él murió, yo estaba prestando servicio como obispo, Liliana estaba enseñando Seminario y nuestra hija Ximena servía como presidenta de las Mujeres Jóvenes del barrio. Estábamos ocupados sirviendo y amando a otras personas, lo que nos afirmó en el Evangelio. Si Sergio tenía que dejarnos, siempre estaré agradecido de que nuestro Padre Celestial se lo llevara mientras estábamos fuertes en la fe.
También estoy agradecido de que Sergio partió de esta vida mientras servía al Señor y mientras estaba “al servicio de [sus] semejantes” (Mosíah 2:17). El Señor ha declarado: “Los que mueran en mí no gustarán la muerte, porque les será dulce” (D. y C. 42:46).
El Espíritu Santo me dio un pequeño atisbo de lo que debió haber soportado nuestro Padre Celestial cuando Su Unigénito murió por nosotros. Me di cuenta de que no tenía ningún derecho a estar enojado con Dios. Mi Padre Celestial sabía por lo que estaba pasando. Me sobrevino una paz que me permitió aceptar Su voluntad y el momento de la muerte de Sergio. Liliana experimentó y sintió lo mismo.
Palabras de consuelo
Nuestra familia había sido sellada en el templo en 2005, cuando Sergio y Ximena eran pequeños. Ruth nació en el convenio poco tiempo después. Antes de irse a su misión, Sergio la bautizó.
Tres días después de su fallecimiento, Ruth soñó con Sergio. Era la noche de su noveno cumpleaños. Ruth soñó que los dos caminaban juntos de la mano durante todo el día y que él le decía palabras de consuelo.
Ruth y Ximena tenían una estrecha relación con Sergio y lo extrañan muchísimo. Ruth todavía recibe consuelo del recuerdo de su sueño.
Un día, mientras revisábamos las pertenencias de Sergio, Liliana y yo encontramos su agenda misional. Notamos que, en cada página de cada día, Sergio había escrito la frase: “Ser un poco mejor que ayer”.
Esas palabras nunca me han abandonado; me recuerdan que debemos continuar viviendo el Evangelio. Así es como podremos estar juntos como familia después de esta vida. Así es como Sergio puede ser nuestro otra vez.
Cuando pasemos tiempos difíciles, el Salvador nos socorrerá. Sé que eso es verdad, del mismo modo que sé que Sus promesas se cumplirán. Así que nos aferramos al Evangelio y seguimos el ejemplo de Sergio. Tratamos de ser un poco mejores cada día.