Solo para versión digital
Por qué ya no pregunto “¿Por qué?” después de la muerte de mi hermano
La autora vive en Salta, Argentina.
Aunque él no está físicamente conmigo, todavía siento la presencia de mi hermano.
Cuando recibí la noticia de que mi hermano, Sergio, había fallecido, yo estaba en mi habitación estudiando y mamá estaba leyendo correos electrónicos que él nos había escrito el día anterior. Nos decía que estaba feliz de estar sirviendo una misión en Chiclayo, Perú, y de ser un representante de Jesucristo. Nos hablaba de su amor con tanto entusiasmo que fue inevitable que sonriéramos.
Momentos antes de recibir la llamada de su presidente de misión, quien nos dio la devastadora noticia, mi madre y yo escuchamos una canción que a mi hermano le encantaba. De repente, un fuerte sentimiento de paz inundó toda la habitación. El Espíritu se sentía muy intensamente. Incluso derramamos lágrimas, porque la calidez y el sentimiento que nos sobrevinieron fueron tan reales que no hay palabras para describirlos; y tan solo 10 minutos después, sonó el teléfono.
Mi madre y yo escuchamos a mi padre responder todas las preguntas que se le hicieron. Sabíamos que si el presidente de misión llamaba, algo serio estaba sucediendo. Entonces oímos que papá respondía: “Debe haber algún error. Esto no puede estar pasando”.
Pregunté qué sucedía. Fue entonces cuando papá nos respondió, con los ojos llenos de lágrimas y voz ronca: “Sergito ha muerto”.
Lloré amargamente, preguntándome una y otra vez: “¿Por qué, Padre Celestial? ¿Por qué tenemos que pasar por esto? ¡¿No se supone que la misión es el lugar más seguro del mundo?!”.
A pesar de tener el Evangelio en nuestra vida y conocer el plan de felicidad, no parecía haber consuelo para nuestra angustia. Sabía que solamente nuestro Padre Celestial podía ayudarnos en nuestras circunstancias.
Esa noche, en un momento de claridad, corrí a buscar mis Escrituras porque me vino a la mente un pasaje del libro de Alma que mi hermano había compartido con nosotros varias semanas antes de fallecer, que dice: “¡Oh, si fuera yo un ángel y se me concediera el deseo de mi corazón, para salir y hablar… declararía yo a toda alma, como con voz de trueno, el arrepentimiento y el plan de redención… Mas he aquí, soy hombre, y peco en mi deseo… No debería, en mis deseos, perturbar los firmes decretos de un Dios justo, porque sé que él concede a los hombres según lo que deseen, ya sea para muerte o para vida” (Alma 29:1–4).
Comprendí entonces que mi hermano quería que supiéramos que estaba vivo y que estaba con nosotros en espíritu, pero que había dejado esta vida porque había sido llamado a predicar en el mundo de los espíritus. Quería que supiéramos que su ausencia sería como una extensión de su llamamiento misional, simplemente otro traslado, porque le encantaba ser misionero, y que los más profundos deseos de su corazón se habían cumplido: ser “un ángel” del Señor. Podría dedicarse por completo a la obra del Señor, declarar a cada alma “el arrepentimiento y el plan de redención”, el plan de felicidad.
Aunque mi hermano no está físicamente conmigo, todavía siento su presencia. Ya no pregunto: “¿Por qué, padre Celestial?”, porque la respuesta es clara y profunda: “El Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo ello. ¿Eres tú mayor que él?” (Doctrina y Convenios 122:8).
Como familia, hemos derramado nuestro corazón a Dios y hemos hallado consuelo gracias al Evangelio. Sabemos que esta es una vida de probación y que nuestro espíritu es eterno.
Por medio de la esperanza del amor infinito de nuestro Salvador Jesucristo y nuestro Padre Celestial, sabemos que todas las cosas son posibles. Por lo tanto, aunque nuestro entendimiento aún es incompleto y en esta vida todavía no podemos ver a todos aquellos a quienes amamos profundamente, gracias a Su vida sabemos que esto no es más que una circunstancia momentánea y pasajera.
Han pasado poco más de cuatro años desde que Sergio falleció. Reconozco que incluso ahora sigue habiendo días tristes y lágrimas de vez en cuando, porque extraño la presencia de mi amado hermano. Pero mi corazón rebosa de gratitud cuando recuerdo que esto no es más que una situación temporaria. Mi esperanza es que finalmente, un día, nos volvamos a encontrar y nos reunamos con nuestra familia eternamente feliz, para siempre jamás. Eso es más grande que cualquier dolor que tenga que soportar ahora.