Hacer de su vida un EMOCIONANTE VIAJE de crecimiento personal
Aprender, vivir y enseñar el Evangelio es la esencia del progreso hacia nuestro potencial divino.
¡Qué tiempo emocionante es este para ser miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días! Cuando pienso en los acontecimientos recientes en el reino del Señor, parece obvio que Dios nos está llevando en un viaje emocionante, con colinas y valles tan impresionantes que apenas podemos imaginarlos hasta que subimos un poco más y allí están, ante nosotros.
Tan solo en el último año, nos despedimos de un amado profeta y con amor sostuvimos a uno nuevo. Hemos adoptado un nuevo enfoque para las reuniones de la Sociedad de Socorro y del cuórum del Sacerdocio de Melquisedec, con un mayor énfasis en deliberar juntos para llevar a cabo la obra del Señor. Con ese mismo espíritu, hemos visto al Señor reunir a a sumos sacerdotes y a élderes en un solo cuórum y hemos sido testigos de un cambio sísmico en la forma en la que los poseedores del sacerdocio y las hermanas ministran a los hijos de Dios. Si eso no es suficiente para dejarlos sin aliento, consideren el reciente anuncio de la Primera Presidencia sobre los nuevos recursos para apoyar el estudio personal y familiar de las Escrituras, con los correspondientes cambios en los materiales de la Primaria y la Escuela Dominical, por no mencionar los avances continuos en las áreas de la obra misional, la investigación de historia familiar y la obra del templo.
Y seguramente hay más por venir. Como lo declara nuestro noveno artículo de fe: “Creemos todo lo que Dios ha revelado”; a menudo esa es la parte fácil. Se requiere un tipo especial de fe para “[creer] que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino”, y luego estar listos para aceptarlos, cualesquiera que estos sean. Si estamos dispuestos, Dios nos guiará a lugares a los que nunca habríamos soñado que pudiéramos llegar, por más elevados que ya puedan ser nuestros sueños. Sus pensamientos y Sus caminos son sin duda mucho más altos que los nuestros (véase Isaías 55:8–9). En cierto sentido, supongo que no nos diferenciamos de las personas de Kirtland, a quienes el profeta José Smith dijo: “Concerniente a los destinos de esta Iglesia y reino, no saben más que un infante en los brazos de su madre”1.
Él desea cambiar nuestro corazón
Aun así, al mirar hacia atrás donde hemos estado, espero que podamos ver algo más que solo normas modificadas, nuevos programas y manuales revisados. En la obra del Señor, lo importante siempre han sido, a fin de cuentas, las personas, no los programas. Independientemente de los cambios que Él indique en una organización o un programa o un plan de estudios, a quienes Él realmente desea cambiar es a ustedes y a mí. Él desea cambiar nuestro corazón y mejorar nuestro futuro.
No, todavía no podemos ver esas cosas grandes e importantes que están más allá de la próxima curva del camino. Pero tenemos alguna idea sobre el destino final.
“… aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él aparezca, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).
“… ¿qué clase de hombres [y mujeres] habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy” (3 Nefi 27:27).
“Porque si guardáis mis mandamientos, recibiréis de su plenitud y seréis glorificados en mí como yo lo soy en el Padre; por lo tanto, os digo, recibiréis gracia sobre gracia” (D. y C. 93:20).
No sé a ustedes, pero a mí me parece un viaje largo, ¡pero muy estimulante! Tal objetivo divino, aunque elevado, es en esencia lo que hace que el Evangelio restaurado sea tan atrayente e inspirador. En lo profundo de nuestra alma hay un eco, un recuerdo, que nos dice que por eso vinimos a la tierra. Ante todo, aceptamos el plan de nuestro Padre Celestial porque queríamos llegar a ser como Él. Sabíamos que era una meta impresionante que nunca sería fácil de lograr, pero no podíamos sentirnos satisfechos con menos. Nuestras almas se crearon para crecer, y nos sentimos inspirados entonces y ahora para realizar el viaje.
Aprender y llegar a ser
Aprender, vivir y enseñar el Evangelio son los principios clave de la esencia del progreso hacia nuestro potencial divino y de llegar a ser como nuestros Padres Celestiales. Algunas veces llamamos a este proceso progreso eterno. Algunas veces, conversión. Algunas veces, simplemente lo llamamos arrepentimiento. Pero sea como sea que lo llamemos, implica aprender. El profeta José Smith dijo: “Ustedes mismos tienen que aprender a ser dioses, y a ser reyes y sacerdotes de Dios… al avanzar de un pequeño grado a otro, y de una capacidad pequeña a una mayor…
“Cuando suben una escalera, tienen que empezar desde abajo y ascender peldaño por peldaño hasta que llegan a la cima; y así es con los principios del Evangelio, deben empezar por el primero, y seguir adelante hasta aprender todos los principios de la exaltación”2.
Entonces, hablemos sobre el aprendizaje. Como soy maestro de corazón, me encantan la palabra y la idea, aunque creo que deberíamos definirla un poco mejor de lo que solemos hacerlo. Para los propósitos del Evangelio, no me refiero solamente a la acumulación de conocimiento, aunque eso forma parte de ello. Tampoco me refiero solo a escuchar pasivamente una disertación o memorizar datos. Me refiero al aprendizaje en el sentido de crecimiento y cambio, del discernimiento que conduce a la mejora, del conocimiento de la verdad, que a su vez nos acerca al Dios de toda verdad.
El presidente Russell M. Nelson unió el aprendizaje a este cambio de corazón que convierte, cuando enseñó que a medida que “el Espíritu Santo da convicción al que busca la verdad con fervor”, nutre la fe, lo que “promueve el arrepentimiento y la obediencia a los mandamientos de Dios”. Estos ingredientes esenciales de la conversión nos vuelven “de las maneras del mundo hacia las maneras del Señor”, lo cual “efectúa un potente cambio en el corazón”3.
No se trata de conocer los nombres de las doce tribus de Israel o trazar un diagrama de la alegoría de los olivos, por muy útiles que puedan ser esos ejercicios. Este tipo de aprendizaje tiene que ver con cambiarnos a nosotros mismos, de ser diferentes (mejores) porque sabemos más sobre lo que Dios sabe.
Pueden ver que el tipo de aprendizaje del que estoy hablando es demasiado grande para caber en un salón de clase o ser resumido en una lección de 45 minutos. Las Escrituras, los profetas, los padres, el brillo del sol, los días de lluvia, las impresiones espirituales y el curso de estudio diario que la vida misma nos proporciona, todos ellos nos brindan la oportunidad de aprender acerca de Dios y Su plan, pues ciertamente “todas las cosas testifican” de Él (Moisés 6:63). Con el tiempo, todos descubrimos que Él está dispuesto a enseñarnos no solo en la Iglesia sino en cualquier lugar y en cualquier ocasión: en momentos informales con nuestros hijos y nuestros amigos, nuestro vecino o nuestros compañeros de trabajo, el hombre o la mujer que vemos en el autobús o el empleado que nos ayuda en el mercado; donde sea y cuando sea que estemos dispuestos a aprender.
Pero todas estas verdades que Dios intenta enseñarnos todos los días son solo algunas semillas sembradas en pedregales o entre espinos para ser quemadas o ahogadas, a menos que tomemos el consejo de Alma de nutrirlas al experimentar con la palabra o, como dice Santiago, ser hacedores de la palabra y no tan solamente oidores (véanse Marcos 4:1–20; Santiago 1:22; Alma 32:27–43). A medida que aprendemos la verdad y elegimos actuar de acuerdo con ella, nuestro testimonio crece (véase Juan 7:17). Entonces, cuando hacemos que la verdad sea parte de nosotros al esforzarnos por vivirla de manera constante incluso frente a los desafíos, esta nos cambia y nos volvemos más como el Padre de la verdad4.
El aprendizaje del Evangelio se centra en el hogar
Es por eso que decimos que la enseñanza, el aprendizaje y el vivir el Evangelio deben “[centrarse] en el hogar y [contar] con el apoyo de la Iglesia”5. Primero, el hogar es donde pasamos la mayor parte de nuestro tiempo; sin duda, más tiempo que el que pasamos en la Iglesia (sin contar a los obispos con exceso de trabajo). No esperaríamos que nuestro cuerpo físico sobreviviera por mucho tiempo consumiendo una comida a la semana, incluso si se tratara de una muy buena comida. De manera similar, si una clase de una hora en la Iglesia, aun cuando sea una excelente clase de la Iglesia, es el escenario principal para nuestro “[deleite] en la palabra de Cristo” (2 Nefi 31:20), entonces estamos en peligro de desnutrición espiritual.
En segundo lugar, el hogar es a la vez aula y laboratorio, donde aprender y vivir el Evangelio se combinan tan perfectamente que son casi indistinguibles. Esta experiencia de laboratorio viviente simplemente no puede recrearse solo en el salón de clase.
Quizás lo más importante es que el hogar es, o puede ser, un eco del cielo, un recordatorio del objetivo eterno que vinimos a perseguir. Como dijo el presidente Henry B. Eyring, Segundo Consejero de la Primera Presidencia: “Aunque las familias terrenales están lejos de ser perfectas, brindan a los hijos de Dios la mejor oportunidad de ser acogidos en el mundo con el único amor de la tierra que se acerca a lo que sentimos en el cielo: el amor de los padres. Las familias son también el mejor modo de conservar y transmitir las virtudes morales y los principios verdaderos que tienen la mayor posibilidad de conducirnos de vuelta a la presencia de Dios”6.
Padres, ¿los he asustado? Espero que no. Este énfasis en la enseñanza, el aprendizaje y el vivir en el hogar no se supone que sea una carga adicional para las personas y las familias. Todo lo contrario, de hecho; esperamos que al reconocer y apoyar sus esfuerzos en el hogar, podamos aliviar de alguna manera la carga que sostienen allí. O, mejor aún, tal vez podamos fortalecerlos para “soportar sus cargas con facilidad” (Mosíah 24:15).
Apoyar el aprendizaje del Evangelio en la Iglesia
Esta visión ampliada de abrazar el Evangelio fuera del salón de clase no significa que el salón de clase no sea importante. Por supuesto, esperamos que el aprendizaje significativo todavía tenga lugar en la Iglesia. De hecho, la función de apoyo de las clases de la Iglesia es fundamental para el aprendizaje centrado en el hogar. Pero a fin de ayudar a cambiar vidas, la enseñanza en la Iglesia no puede ser independiente de lo que está sucediendo en esas vidas; debe ser relevante y aprovechar las experiencias, tanto de los maestros como de los alumnos.
Claramente, centrarse en un manual o una pizarra o la disposición de las sillas o incluso en algunas preguntas excelentes para el análisis tal vez no sea el método correcto. El hijo de Dios en particular y su progreso eterno deben ser el objeto de nuestro esfuerzo y afecto. Estamos tratando de influir en la vida de las personas, y únicamente tocamos las sillas o la tiza o el equipo audiovisual, si eso nos ayuda a influir en una vida. Parafraseando al Salvador, ¿en qué se beneficia el maestro o la clase que expone la presentación doctrinal más grandiosa del mundo, si nada de esa doctrina se hace evidente en la vida y el amor, el pensamiento y los sentimientos del miembro en particular, la persona a quien Dios tanto desea salvar y exaltar?
La verdadera medida del éxito no será lo bien que salió la clase, cuán bien ocupamos el tiempo, cuántos elogios recibe el maestro después, o incluso cuántos miembros de la clase participaron. El éxito depende de lo que sucede en la vida del alumno. ¿Encontró el hermano Herrero algo en las Escrituras en la clase de la semana pasada que le ayudó a superar los desafíos que ha estado enfrentando? O mejor aún, ¿sucedió algo en la clase que aumentó su capacidad de encontrar durante la semana las respuestas que necesita? Cuando él compartió esa experiencia esta semana, ¿encontró la hermana Schmidt la esperanza y la fe que necesitaba para creer que Dios la ayudaría también? (Véase “Uno no se pone en forma mirando a los demás”).
Todo esto puede significar que, si ustedes son maestros, lo que vean en uno de nuestros nuevos recursos de enseñanza será algo diferente de lo que están acostumbrados a ver en nuestros antiguos manuales. Quizás encuentren instrucciones menos específicas acerca de qué hacer y cómo hacerlo. Esto se hizo intencionalmente a fin de instarlos a orar, buscar y recurrir a sus propias experiencias y a su propia inspiración, así como a las de las personas a quienes enseña. (Véase “¿Está cantando un solo o dirigiendo al coro?”).
Supongamos que el curso de estudio es el Nuevo Testamento y que yo soy el maestro de la Escuela Dominical; no necesariamente llego a la clase con una aljaba llena de minucias sobre el marco histórico de Mateo 5, citas inspiradoras de personas sabias con respecto al Sermón del Monte y actividades creativas sobre cómo ser un pacificador, todo organizado y programado para conducirnos hasta justo cinco minutos antes de la hora. En lugar de eso, estudio y vivo los principios que se hallan en Mateo 5 tal como espero que los alumnos lo hagan. La única diferencia es que quizás lo haré con más reflexión y oración acerca de cada uno de los miembros de mi clase y sobre cómo estos principios podrían ser significativos para ellos. Luego, en clase, bajo la influencia del Espíritu, los animo a edificarse y apoyarse mutuamente en sus esfuerzos por estudiar y vivir según Mateo 5. Les ayudo a ver conexiones entre su vida y la preciada doctrina que se encuentra en las Escrituras. Sobre todo, pido inspiración en el momento para convertir un hecho en fe, transformar una pregunta en una búsqueda.
Por supuesto, en la Primaria mi función sería un poco diferente. Pero mi objetivo no es mantener a los pequeños entretenidos durante 45 minutos, ni lograr que permanezcan callados para que yo pueda decir lo que quiero decir sin interrupción. Mi propósito es hacerlos crecer como aprendices independientes, ayudarlos a ver cómo se enriquecen sus vidas con las verdades del Evangelio y apoyar a sus padres, sus maestros más importantes del Evangelio.
Ahora, después de haber conmocionado a los padres, quizás he asustado a los maestros. Si es así, permítanme tranquilizarlos con dos ideas: (1) Ustedes están enseñando a las personas, no dando lecciones, y conocen a las personas mejor que lo que podría hacerlo cualquier manual de lecciones. (2) Sus esfuerzos personales por aprender y vivir el Evangelio son la mejor preparación posible para enseñar el Evangelio a otras personas. Recuerden que la mejor manera de invitar al Espíritu a nuestra vida y a nuestra enseñanza es aprender y vivir el Evangelio nosotros mismos. El Espíritu es el máximo maestro en esta Iglesia y, afortunadamente, no hay límite para esa influencia.
Él marcó la senda y nos guio
Es nuestro gran deseo que el Señor nos eleve a nuevas alturas de crecimiento espiritual con nuevas maneras de aprender y vivir el Evangelio. Con su ayuda, compartiremos el Evangelio con nuestros amigos, no porque lo consideremos una obligación, sino porque el Evangelio es parte de nuestra vida cotidiana, y no podemos abrir la boca ¡sin que alguna verdad del Evangelio salga en tropel! Idealmente, nuestros amigos de otras religiones verán una mayor luz en nuestra vida y buscarán a los misioneros, incluso antes de que los misioneros los encuentren a ellos, a fin de obtener para sus propias familias algo de lo que han visto. Los matrimonios en el templo, la obra de historia familiar, el poder y las ordenanzas del sacerdocio, la pureza moral, el cuidado de los pobres, todo eso será el resultado bendito de los discípulos de Cristo, profundamente convertidos, que aprenden y viven el Evangelio todos los días, con el apoyo pleno, apropiado y constante de las clases dominicales. ¡Hacia eso es adonde el Señor nos está guiando, y realmente es un viaje emocionante!
Usamos la frase “Enseñar a la manera del Salvador”, pero espero que nunca se convierta en un eslogan o una frase trillada. En realidad, todo lo que queremos decir es que tenemos que ser como Cristo, como maestros y como aprendices, para tratar de compartir el Evangelio de la manera en que Él lo hizo. Esta es una oportunidad para unirse a los discípulos, ir a los caminos principales y secundarios con Jesús, buscando a alguien que pueda estar perdido. Esta es una oportunidad para escalar el Monte de las Bienaventuranzas con las multitudes y sentarnos junto a la orilla de Galilea con la muchedumbre. Esta es una oportunidad para que todos nosotros toquemos el borde del manto del Maestro y seamos sanados.
Siempre me han gustado estas palabras poéticas escritas por Eliza R. Snow para uno de los himnos más conmovedores de la Iglesia:
Hermanos y hermanas, me siento honrado de caminar con ustedes hacia el glorioso futuro que nuestro Padre Celestial tiene reservado para nosotros. Conozco sus corazones; sé que aman al Señor, y quieren hacer Su voluntad. Doy testimonio de que a medida que aprendemos Su voluntad, a medida que recogemos luz y verdad y las hacemos parte de nosotros todos los días, esa luz crecerá en nosotros, “más y más resplandeciente hasta el día perfecto” (D. y C. 50:24; cursiva agregada) cuando podremos estar con Él porque seremos semejantes a Él.