Voces de Los Santos de los Últimos Días
Mis oraciones fueron escuchadas
Recuerdo no hace muchos meses cuando me encontraba alistándome para asistir a una conferencia de estaca, cuando mi hija, que para ese entonces se encontraba a miles de kilómetros de distancia, me dijo que se sentía un poco mal de salud. Le dije que no se preocupara, que todo iba a estar bien pero era necesario que visitara a un médico. Esa noche mientras en la conferencia se hacían las oraciones, aprovechaba para pedirle a mi Padre Celestial por el bienestar de ella, sintiendo dentro de mí que esta vez las cosas no eran tan fáciles y desde esa noche mis ruegos y súplicas no cesaron.
Mi hija me volvió a llamar a la mañana siguiente para decirme que no quería visitar al médico porque no sabía cómo iba a pagar, ya que no tenía trabajo y se encontraba en ese país con una visa de turista. En mi interior sabía que algo no estaba bien y conociendo que mi hija estaba reacia, le pedí a mi amiga que es doctora que la llamara y explicara la necesidad de buscar un médico en la ciudad donde se encontraba.
Esa noche mis rodillas permanecieron más del tiempo acostumbrado dobladas a la par de mi cama. Pedí con todo fervor que ella pudiera ser ayudada, que ella entendiera que necesitaba ser vista por un médico; y sentí la esperanza de que mi Padre Celestial estaría con ella cuidándola, ya que yo no podía estar a su lado. Recordé la Escritura que se encuentra en Enós 1:4, “Y mi alma tuvo hambre; y me arrodillé ante mi Hacedor, y clamé a él con potente oración y súplica por mi propia alma; y clamé a él todo el día; sí, y cuando anocheció, aún elevaba mi voz en alto hasta que llegó a los cielos”. No tenía ninguna duda de que mis oraciones serían escuchadas y me acosté a dormir.
Al día siguiente estando ya en mi trabajo, recibí otra llamada de mi hija. Su tono de voz denotaba tristeza y me quedé en silencio mientras ella me decía: “mami, estoy bien; estoy con mi esposo al lado. Te llamo para decirte que fui en la madrugada al hospital. Me hicieron muchos exámenes para saber qué tenía, y tuve un embarazo ectópico. Estuve en riesgo de morir, pero el bebé se fue” y rompió en llanto. La dejé que se desahogara y le recordé las promesas del sellamiento y de su bendición patriarcal. Entendí que la expiación del Señor cumple sus propósitos en esta vida y por la eternidad, y que somos bendecidos a pesar de nuestros dolores y sufrimientos, lo que nos obliga a seguir esforzándonos para ser merecedores de la misericordia de Dios.
Cada uno de nosotros tiene un propósito en esta vida y aunque gocemos de momentos felices, siempre tendremos pruebas, las que nos fortalecerán y prepararán para esta vida y por la eternidad.