“13. La oración de fe: Drusilla D. Hendricks”, At the Pulpit: 185 Years of Discourses by Latter-day Saint Women, 2017, págs. 51–54
“13. Drusilla D. Hendricks”, At the Pulpit, págs. 51–54
13
La oración de fe
Sociedad de Socorro de Smithfield
Residencia particular, Smithfield, Territorio de Utah
7 de agosto de 1871
La hermana Drusilla Hendricks, una visitante de Richmond, se levantó y tomó la palabra en la reunión: Habría preferido sentarse y escuchar a sus hermanas, pero siempre estaba dispuesta a compartir su testimonio de la verdad y decir unas palabras de aliento. Sentía la necesidad de vivir de manera tal que en su corazón hubiera constantemente una oración de fe. En los últimos días se había dado cuenta de la importancia que eso tenía. Había trabajado día y noche para mantener a su familia y había pagado el diezmo cuando para sostenerla no había nada más que una oración de fe y el consuelo que recibió como respuesta13.
Después de que a su esposo lo abatieron a tiros en Misuri y que el populacho sin compasión lo arrastró de un lado a otro al no poder valerse por sí mismo14, y después de ser expulsados de su hogar, cuando se pidieron voluntarios para que se uniesen al batallón ella estaba tan indignada por la forma en que se había tratado a los mormones que dijo que su hijo no podía ir, y le impidió que hiciera ningún preparativo hasta la mañana en que la compañía había de partir15. Entonces, al verle adentrarse en el alto y húmedo pasto que rodeaba su campamento para traer a la vaca, pensó en cuán fácilmente podía arrancárselo la muerte por congelación, o por las privaciones que tendría que pasar si se quedaba con ella16; y cuántas vueltas le daría a que eso no habría sucedido si el chico se hubiera ido con el batallón. Pero entonces la impresión volvió: “¡No puedo dejarlo ir!”. Luego tuvo una extraña sensación, y fue como si una voz le dijera: “¿No deseas la gloria más alta?”. Naturalmente respondió: “Sí”, y la voz continuó: “¿Cómo esperas ganarla si no es al hacer los sacrificios más grandes?”. Ella preguntó: “Señor, ¿qué más me falta?”17. “Deja al hijo ir con el batallón”, fue la respuesta que recibió. Pero ella alegó: “Es demasiado tarde, ya se están yendo; y además es demasiado joven y no puede portar armas”. Su corazón estaba enormemente angustiado.
Inmediatamente el muchacho llegó con la vaca, y poco después apareció un hombre gritando: “Preséntense y ofrézcanse como voluntarios para ir con el batallón. Todavía nos faltan algunos hombres; pero no queremos presionar a nadie”18. En ese momento quiso ocultarse detrás de la vaca y, tomando un cubo, se arrodilló como si fuera a ordeñarla, pero en realidad iba a orar. Y así fue como oró: “Señor, si quieres a mi hijo, tómalo; solo permite que regrese a mí, tal como el hijo de Abraham”. La respuesta llegó en espíritu: “Así será, tal como tú has dicho”19. Se levantó y con la ayuda de algunos vecinos preparó rápidamente al muchacho y lo dejó ir con la firme convicción de que Dios cumpliría Su palabra y le traería a su hijo de regreso. Durante su ausencia, oró constantemente por él, y como recompensa por su fidelidad su hijo le fue devuelto20. Así será con todos nosotros; tenemos que hacer sacrificios, pero si lo hacemos con espíritu de mansedumbre, con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios, nunca dejaremos de cosechar un rico galardón21.