“21. La escuela de la experiencia: Mattie Horne Tingey”, At the Pulpit: 185 Years of Discourses by Latter-day Saint Women, 2017, págs. 83–87
“21. Mattie Horne Tingey”, At the Pulpit, págs. 83–87
21
La escuela de la experiencia
Congreso Mundial de Mujeres en Órganos Representativos
Instituto de Arte de Chicago, Chicago, Illinois
19 de mayo de 1893
Mujer, madre; madre, esposa…
Las palabras más hermosas que el hombre jamás haya conocido17.
La escuela de la vida, de la que todos nosotros somos pupilos, es una institución grande y gloriosa. De concepción divina, es perfecta en organización; generalizada y de largo alcance en su funcionamiento; e incomprensible en sus resultados. Se remonta a la existencia preterrenal del hombre, y se prolonga hasta las vastas eternidades por venir18.
Cuando nos dedicamos al estudio de la naturaleza y nos familiarizamos un poco con sus bellezas, su armonía, su grandeza y perfección, nuestra mente se expande y no podemos sino pensar en el Creador, el Organizador, el Poder que controla tanta vida e inteligencia; y casi sin darnos cuenta nos invade un sentimiento de reverencia por ese Poder invisible, por esa inmensa Inteligencia, y surgen naturalmente en nuestra mente las preguntas: ¿Por medio de qué poder llegaron a existir todas estas cosas?19. ¿Quién planeó y quién controla un sistema tan perfecto, y cuál es el objeto de su creación? Este espíritu de indagación en cuanto al porqué de nuestra existencia terrenal es el principio de la teología; porque la religión pura y sin mancha es la verdadera ciencia de la vida20. Desde la perspectiva del llamado pueblo mormón, esta tierra es solamente un departamento de un grandioso sistema de educación que ha sido concebido por nuestro Padre Celestial para el refinamiento y el progreso de Sus hijos. Las sagradas Escrituras —la Santa Biblia— enseñan que todas las cosas fueron creadas primero espiritual y luego temporalmente, y el hombre no es una excepción a la regla21. El departamento primario, o primer grado, en esta escuela de la vida fue el mundo de los espíritus, donde los hijos y las hijas de Dios pasaron por una probación espiritual que les permitió adquirir la inteligencia y la experiencia necesarias a fin de prepararlos para un futuro estado de existencia; en otras palabras, para permitirles entrar en el departamento preparatorio de la escuela de la experiencia22. Su posición o estado en esta segunda probación, o probación terrenal, es conforme a su diligencia y fidelidad en el primer departamento. No tengo tiempo para entrar en detalles sobre esta organización; baste decir que, en la sabiduría de Dios, el hombre ha sido puesto a cargo de este departamento, pero a la mujer se le ha dado el poder y el honor de abrir la puerta que todos deben cruzar antes de poder acceder a esa etapa de acción superior y avanzar en la tarea de progresión que fue diseñada y delineada por nuestros Padres Celestiales23. Y digo padres porque, si bien oímos hablar mucho de nuestro Padre Celestial y muy poco —o nada— de nuestra Madre Celestial, tanto la razón como la revelación nos enseñan que madre hay también allá24. Esta es la maternidad pura y verdadera: proporcionar cuerpos físicos a los espíritus celestiales, para que lo temporal y lo espiritual se unan y avancen en la obra de perfeccionamiento.
Y quisiera preguntar a esta inteligente audiencia: ¿Es acaso desdeñable esta labor? ¿Hay una obra mayor o más noble, o una que sea más importante y beneficiosa para la familia humana que la maternidad? Es igual de importante para el noble y el plebeyo, para el rico y el pobre. El hombre nunca podrá alcanzar una altura de perfección tal, una cumbre de grandeza tal, que pueda negar que le debe la posibilidad de su éxito a una mujer: su madre. Es por esta razón que inculcamos a nuestras niñas la necesidad de prepararse a fin de llegar a ser esposas y madres puras, fuertes e inteligentes, para que sus hijos puedan comenzar su vida en esta tierra con expectativas justas: cuerpos fuertes y sanos; mentes brillantes y activas; libres de enfermedades o vicios heredados. Y a fin de que esto pueda cumplirse de manera perfecta, es un derecho de la mujer —más aún, es su deber— demandar del esposo y padre la misma pureza de vida y de carácter que ella misma mantiene y que él demanda de ella. Porque, a los ojos de Dios, el hombre se halla bajo tan grande condenación como la mujer por la falta de castidad y la vida pecaminosa. Si no, la mujer debe ser el poder superior, la inteligencia mayor, si se espera y se requiere de ella más que de su hermano varón25.
Tampoco es esta una obra solo para la mujer. Por razones que nuestro Padre Celestial conoce mejor, la inteligencia que adquirimos en nuestra existencia previa se nos retira por el momento, y venimos a la tierra en la forma de bebés puros, inocentes e indefensos. Sobre las madres se ha puesto la responsabilidad de nutrir y enseñar a esas tiernas plantas. Durante la infancia es cuando se graban en la mente las impresiones más perdurables. Tengamos madres educadas, refinadas y juiciosas, y el hogar, la sociedad, el país y el mundo cosecharán los frutos. Una vez escuché a un prominente hombre de Utah señalar que, si solo pudiera educar a una parte de su familia, educaría sin duda a sus hijas antes que a sus hijos. Él comprendía el poder y la influencia que tiene la mujer, especialmente cuando se convierte en madre, sobre las generaciones presentes y futuras26.
¡Oh!, si las madres entendieran a fondo, apreciaran plenamente y utilizaran con sabiduría el poder que Dios les ha otorgado, no habría mayor axioma que el viejo dicho: “La mano que mece la cuna es la mano que domina el mundo”27.
Cuando las mujeres albergan la idea de la esposa y madre que se me enseñó a mí, que al casarse renuncia a su propia individualidad y siente que no tiene opinión ni voluntad independientes de las de su marido, ¿podrá sorprendernos que sus hijos crezcan con la idea de que padre y madre son uno, y que ese uno es el padre? Siempre me ha causado un sentimiento de indignación oír a una mujer decir en respuesta a la pregunta de su hijo: “Oh, yo no sé nada de esas cosas; pregúntale a tu padre”. Cada vez que hace un comentario de ese tipo, la madre pierde influencia y el padre la adquiere.
Dejen que la mujer se prepare para estar lado a lado, hombro a hombro con su esposo en todos los asuntos de la vida, para ser una sabia consejera y una ayuda idónea para él, conforme a los designios de su Creador28; dejen que las madres inculquen en sus hijos los principios de justicia e igualdad de derechos, y las mujeres de la próxima generación no tendrán que mendigar y suplicar lo que en justicia les pertenece.
¿Por qué será que hoy en día hay una visión mucho más amplia que antes de la posición que ocupa la mujer? Porque la propia mujer está comenzando a sentir que es un ser inteligente y responsable, con una mente capaz de la inteligencia más elevada, con talentos que es su deber desarrollar y utilizar para el progreso y la sublimación de la familia humana. Este sentimiento aumenta de manera gradual pero incesante; se siente por todo el mundo, y continuará creciendo hasta que llegue a ser un poder sobre la tierra.
Rindo honor a las nobles mujeres de este congreso, que se han mantenido firmes muchas veces frente a oposición extrema y amargo desprecio, y han osado mantener sus convicciones de la verdad y la rectitud. Que su número aumente y su influencia se sienta hasta que llegue a cada rincón y a cada extremo del mundo habitado29.