Historia de la Iglesia
21. La escuela de la experiencia: Mattie Horne Tingey


“21. La escuela de la experiencia: Mattie Horne Tingey”, At the Pulpit: 185 Years of Discourses by Latter-day Saint Women, 2017, págs. 83–87

“21. Mattie Horne Tingey”, At the Pulpit, págs. 83–87

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La escuela de la experiencia

Congreso Mundial de Mujeres en Órganos Representativos

Instituto de Arte de Chicago, Chicago, Illinois

19 de mayo de 1893

Martha “Mattie” Jane Horne Tingey (1857–1938) creía que las mujeres tenían la responsabilidad de desarrollar su inteligencia y sus talentos a fin de influir en sus hijos y en el mundo, tal como explicó en su discurso de 1893 ante el Congreso Mundial de Mujeres en Órganos Representativos. Siendo la decimocuarta de los quince hijos de Joseph y Mary Isabella Horne, creció en Salt Lake City, donde participó activamente en la Asociación de la Primaria, la Escuela Dominical y la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes (YLMIA, por sus siglas en inglés)1. Cuando era niña, con frecuencia escuchaba a escondidas en el salón de sus padres las conversaciones de los adultos, muchos de los cuales eran líderes de la Iglesia y de la comunidad2. De adolescente, la hermana Tingey editaba el periódico manuscrito de la YLMIA de su barrio, y a menudo leía artículos en las reuniones conjuntas de las Asociaciones de Hombres y Mujeres Jóvenes. Asistió a la Universidad de Deseret3 y fue miembro de la Asociación Literaria Wasatch, así como miembro y secretaria auxiliar del Coro del Tabernáculo4. Conoció a Joseph Tingey cuando trabajaba como cajista en la oficina de Deseret News, y se casó con él el 30 de septiembre de 1884. Juntos tuvieron siete hijos5.

Como su madre, la hermana Tingey prestó servicio activamente en las organizaciones de mujeres de la Iglesia. Ejerció las funciones de consejera en la Asociación de la Primaria del Barrio Catorce de Salt Lake City bajo la presidencia de Clara C. Cannon, y como consejera de la YLMIA durante muchos años. En el verano de 1880 fue llamada como segunda consejera de Elmina S. Taylor, la primera Presidenta General de la YLMIA, llamamiento en el cual prestó servicio durante veinticinco años6. La misma Tingey fue sostenida como Presidenta General de la YLMIA el día 4 de abril de 1905, y prestó servicio hasta 19297.

Incluso antes de que el Manifiesto de 1890 pusiera fin a la aprobación oficial del matrimonio plural, las mujeres mormonas trabajaron para establecer relaciones con grupos de mujeres de la época que tenían creencias y metas similares; pero la década de 1890 se convirtió en un período de cooperación y coordinación sin precedentes entre las mujeres mormonas y las organizaciones nacionales8. Como delegada de la YLMIA, la hermana Tingey viajó a Chicago en 1893, costeando sus propios gastos para asistir a la Exposición Universal de Chicago9. La exposición, o feria mundial, incluía un Congreso Mundial de Mujeres en Órganos Representativos, cuyo propósito era “reunir a representantes de todas las organizaciones honorables de mujeres, cualquiera que fuera su nacionalidad u objetivo concreto”10. El congreso esperaba encontrar soluciones a los muchos problemas relacionados con “la cuestión femenina”11. Se pidió a las mujeres mormonas que planearan visitas a la feria a fin de asistir a “esta reunión tan importante”12.

La YLMIA dirigió una sesión vespertina del congreso en el Día de Utah, el 19 de mayo de 1893, después de la sesión de la tarde patrocinada por la Sociedad de Socorro. Entre las oradoras estaban Elmina S. Taylor y otras mujeres de la Mesa Directiva General de la YLMIA, que abordaron temas tales como arte y literatura, educación, y la situación legal y política de las mujeres en Utah13. La hermana Tingey era conocida por su impresionante capacidad comunicativa, ya que tenía “una linda voz y una pronunciación clara. Es modesta, humilde y reservada de carácter, aunque firme, intrépida y resuelta a la hora de expresar sus convicciones”14. En esta reunión pronunció el discurso que aparece a continuación sobre el papel de la mujer. Ella introdujo importantes creencias de los mormones, incluso la creencia en una Madre Celestial, a una audiencia de personas de diversas tradiciones religiosas15. La reunión se consideró un éxito, dado que varios asistentes —tanto hombres como mujeres, mormones así como personas de otras religiones— expresaron su “sorpresa y satisfacción ante los sentimientos elevados, refinados y puros” que se presentaron en la sesión16.

Mujer, madre; madre, esposa…

Las palabras más hermosas que el hombre jamás haya conocido17.

La escuela de la vida, de la que todos nosotros somos pupilos, es una institución grande y gloriosa. De concepción divina, es perfecta en organización; generalizada y de largo alcance en su funcionamiento; e incomprensible en sus resultados. Se remonta a la existencia preterrenal del hombre, y se prolonga hasta las vastas eternidades por venir18.

Cuando nos dedicamos al estudio de la naturaleza y nos familiarizamos un poco con sus bellezas, su armonía, su grandeza y perfección, nuestra mente se expande y no podemos sino pensar en el Creador, el Organizador, el Poder que controla tanta vida e inteligencia; y casi sin darnos cuenta nos invade un sentimiento de reverencia por ese Poder invisible, por esa inmensa Inteligencia, y surgen naturalmente en nuestra mente las preguntas: ¿Por medio de qué poder llegaron a existir todas estas cosas?19. ¿Quién planeó y quién controla un sistema tan perfecto, y cuál es el objeto de su creación? Este espíritu de indagación en cuanto al porqué de nuestra existencia terrenal es el principio de la teología; porque la religión pura y sin mancha es la verdadera ciencia de la vida20. Desde la perspectiva del llamado pueblo mormón, esta tierra es solamente un departamento de un grandioso sistema de educación que ha sido concebido por nuestro Padre Celestial para el refinamiento y el progreso de Sus hijos. Las sagradas Escrituras —la Santa Biblia— enseñan que todas las cosas fueron creadas primero espiritual y luego temporalmente, y el hombre no es una excepción a la regla21. El departamento primario, o primer grado, en esta escuela de la vida fue el mundo de los espíritus, donde los hijos y las hijas de Dios pasaron por una probación espiritual que les permitió adquirir la inteligencia y la experiencia necesarias a fin de prepararlos para un futuro estado de existencia; en otras palabras, para permitirles entrar en el departamento preparatorio de la escuela de la experiencia22. Su posición o estado en esta segunda probación, o probación terrenal, es conforme a su diligencia y fidelidad en el primer departamento. No tengo tiempo para entrar en detalles sobre esta organización; baste decir que, en la sabiduría de Dios, el hombre ha sido puesto a cargo de este departamento, pero a la mujer se le ha dado el poder y el honor de abrir la puerta que todos deben cruzar antes de poder acceder a esa etapa de acción superior y avanzar en la tarea de progresión que fue diseñada y delineada por nuestros Padres Celestiales23. Y digo padres porque, si bien oímos hablar mucho de nuestro Padre Celestial y muy poco —o nada— de nuestra Madre Celestial, tanto la razón como la revelación nos enseñan que madre hay también allá24. Esta es la maternidad pura y verdadera: proporcionar cuerpos físicos a los espíritus celestiales, para que lo temporal y lo espiritual se unan y avancen en la obra de perfeccionamiento.

Y quisiera preguntar a esta inteligente audiencia: ¿Es acaso desdeñable esta labor? ¿Hay una obra mayor o más noble, o una que sea más importante y beneficiosa para la familia humana que la maternidad? Es igual de importante para el noble y el plebeyo, para el rico y el pobre. El hombre nunca podrá alcanzar una altura de perfección tal, una cumbre de grandeza tal, que pueda negar que le debe la posibilidad de su éxito a una mujer: su madre. Es por esta razón que inculcamos a nuestras niñas la necesidad de prepararse a fin de llegar a ser esposas y madres puras, fuertes e inteligentes, para que sus hijos puedan comenzar su vida en esta tierra con expectativas justas: cuerpos fuertes y sanos; mentes brillantes y activas; libres de enfermedades o vicios heredados. Y a fin de que esto pueda cumplirse de manera perfecta, es un derecho de la mujer —más aún, es su deber— demandar del esposo y padre la misma pureza de vida y de carácter que ella misma mantiene y que él demanda de ella. Porque, a los ojos de Dios, el hombre se halla bajo tan grande condenación como la mujer por la falta de castidad y la vida pecaminosa. Si no, la mujer debe ser el poder superior, la inteligencia mayor, si se espera y se requiere de ella más que de su hermano varón25.

Tampoco es esta una obra solo para la mujer. Por razones que nuestro Padre Celestial conoce mejor, la inteligencia que adquirimos en nuestra existencia previa se nos retira por el momento, y venimos a la tierra en la forma de bebés puros, inocentes e indefensos. Sobre las madres se ha puesto la responsabilidad de nutrir y enseñar a esas tiernas plantas. Durante la infancia es cuando se graban en la mente las impresiones más perdurables. Tengamos madres educadas, refinadas y juiciosas, y el hogar, la sociedad, el país y el mundo cosecharán los frutos. Una vez escuché a un prominente hombre de Utah señalar que, si solo pudiera educar a una parte de su familia, educaría sin duda a sus hijas antes que a sus hijos. Él comprendía el poder y la influencia que tiene la mujer, especialmente cuando se convierte en madre, sobre las generaciones presentes y futuras26.

¡Oh!, si las madres entendieran a fondo, apreciaran plenamente y utilizaran con sabiduría el poder que Dios les ha otorgado, no habría mayor axioma que el viejo dicho: “La mano que mece la cuna es la mano que domina el mundo”27.

Cuando las mujeres albergan la idea de la esposa y madre que se me enseñó a mí, que al casarse renuncia a su propia individualidad y siente que no tiene opinión ni voluntad independientes de las de su marido, ¿podrá sorprendernos que sus hijos crezcan con la idea de que padre y madre son uno, y que ese uno es el padre? Siempre me ha causado un sentimiento de indignación oír a una mujer decir en respuesta a la pregunta de su hijo: “Oh, yo no sé nada de esas cosas; pregúntale a tu padre”. Cada vez que hace un comentario de ese tipo, la madre pierde influencia y el padre la adquiere.

Dejen que la mujer se prepare para estar lado a lado, hombro a hombro con su esposo en todos los asuntos de la vida, para ser una sabia consejera y una ayuda idónea para él, conforme a los designios de su Creador28; dejen que las madres inculquen en sus hijos los principios de justicia e igualdad de derechos, y las mujeres de la próxima generación no tendrán que mendigar y suplicar lo que en justicia les pertenece.

¿Por qué será que hoy en día hay una visión mucho más amplia que antes de la posición que ocupa la mujer? Porque la propia mujer está comenzando a sentir que es un ser inteligente y responsable, con una mente capaz de la inteligencia más elevada, con talentos que es su deber desarrollar y utilizar para el progreso y la sublimación de la familia humana. Este sentimiento aumenta de manera gradual pero incesante; se siente por todo el mundo, y continuará creciendo hasta que llegue a ser un poder sobre la tierra.

Rindo honor a las nobles mujeres de este congreso, que se han mantenido firmes muchas veces frente a oposición extrema y amargo desprecio, y han osado mantener sus convicciones de la verdad y la rectitud. Que su número aumente y su influencia se sienta hasta que llegue a cada rincón y a cada extremo del mundo habitado29.

  1. “Pioneer Woman Goes to Her Rest”, Deseret Evening News, 26 de agosto de 1905; Emmeline B. Wells, “Our Picture Gallery: Martha Jane Horne Tingey”, Young Woman’s Journal, tomo II, nro. 4, enero de 1891, págs. 147, 149–150; “Martha Horne Tingey”, Young Woman’s Journal, tomo XVI, nro. 6, junio de 1905, pág. 260.

  2. La madre de Tingey, Mary Isabella Horne, sirvió como presidenta de la Sociedad de Socorro del Barrio Catorce de Salt Lake City, presidenta de la Sociedad de Socorro de la Estaca Salt Lake, presidenta ejecutiva del consejo del Hospital Deseret y líder de la Asociación de Moderación. (Augusta Joyce Crocheron, Representative Women of Deseret, a Book of Biographical Sketches to Accompany the Picture Bearing the Same Title, Salt Lake City: J. C. Graham, 1884, págs. 20–21).

  3. Susa Young Gates, History of the Young Ladies’ Mutual Improvement Association of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, Salt Lake City: Deseret News, 1911, pág. 287; véase también el capítulo 9 de este libro.

  4. Wells, “Our Picture Gallery”, pág. 150. La Asociación Literaria Wasatch era una sociedad de lectura para jóvenes adultos organizada en 1874 para fomentar el gusto por la cultura. Los miembros del grupo representaban lecturas escénicas y producciones teatrales a pequeña escala, y presentaban conferencias, debates y poesía. (Ronald W. Walker, “Growing Up in Early Utah: The Wasatch Literary Association, 1874–1878”, BYU Studies, tomo XLIII, nro. 1, 2004, págs. 61–63).

  5. También trabajó como cajista para el periódico Woman’s Exponent. (Crocheron, Representative Women of Deseret, pág. 23; Wells, “Our Picture Gallery”, pág. 149; “The New Class of Young Ladies”, Woman’s Exponent, tomo II, nro. 6, 15 de agosto de 1873, pág. 45; “Martha Horne Tingey”, págs. 260–261).

  6. “Martha Horne Tingey”, pág. 260; Gates, History of the Young Ladies’ Mutual Improvement Association, págs. 287–288.

  7. Clarissa A. Beesley, “President Martha H. Tingey”, Young Woman’s Journal, tomo XL, nro. 5, mayo de 1929, págs. 310–311.

  8. Carol Cornwall Madsen, “Decade of Detente: The Mormon-Gentile Female Relationship in Nineteenth-Century Utah”, Utah Historical Quarterly, tomo LXIII, nro. 4, otoño de 1995, págs. 298–300.

  9. “Martha Horne Tingey”, pág. 261.

  10. Hubert Howe Bancroft, The Book of the Fair, Chicago: Bancroft, 1893, págs. 921–922; May Wright Sewall, editora, The World’s Congress of Representative Women: A Historical Résumé for Popular Circulation, 2 tomos, Chicago: Rand McNally, 1894, tomo I, págs. 46–48. La decisión de celebrar el congreso separado de la Feria Mundial de Chicago suponía que los asistentes no tenían que pagar entrada. (“World’s Congress of Representative Women”, Young Woman’s Journal, tomo IV, nro. 8, mayo de 1893, pág. 380).

  11. May Wright Sewall y Rachel Foster Avery, “The World’s Congress Auxiliary of the World’s Columbian Exposition: Woman’s Branch of the Auxiliary”, Young Woman’s Journal, tomo IV, nro. 1, octubre de 1892, págs. 43–45.

  12. “Editor’s Department”, Young Woman’s Journal, tomo IV, nro. 4, enero de 1893, pág. 183.

  13. La madre de la hermana Tingey, Mary Isabella Horne, habló por la tarde en la sesión de la Sociedad de Socorro. (Gates, History of the Young Ladies’ Mutual Improvement Association, págs. 202–204).

  14. “Martha Horne Tingey”, pág. 261. Susa Young Gates describió a la hermana Tingey como “una oradora siempre convincente, y en ocasiones derrama su alma con el verdadero lenguaje de la elocuencia. Es solemne de actitud y de discurso tranquilo, aunque enérgica en sus opiniones. Tiene la prudencia de refrenar su discurso cuando el silencio es oro. Si tuviera que nombrar el rasgo más destacado del carácter de la señora Tingey, diría que es la sinceridad, la autenticidad”. (Gates, History of the Young Ladies’ Mutual Improvement Association, pág. 288).

  15. Reid L. Neilson, Exhibiting Mormonism: The Latter-day Saints and the 1893 Chicago World’s Fair, Nueva York: Oxford University Press, 2011, págs. 98–99.

  16. “Miscellaneous”, Young Woman’s Journal, tomo IV, nro. 9, junio de 1893, pág. 429; Neilson, Exhibiting Mormonism, págs. 100–101.

  17. Se desconoce el origen de estos versos. Una idea similar aparece en un poema de Eliza R. Snow: “A Dialogue, between Jenny and Carry”, publicado en la revista Juvenile Instructor en 1866. (Jill Mulvay Derr y Karen Lynn Davidson, editores, Eliza R. Snow: The Complete Poetry, Provo, UT: Brigham Young University Press; Salt Lake City: University of Utah Press, 2009, pág. 728).

  18. Existencia preterrenal se refiere a un periodo de vida anterior al nacimiento en este mundo. (Véase Gayle Oblad Brown, “Premortal Life”, en Encyclopedia of Mormonism, editado por Daniel H. Ludlow, 5 tomos, Nueva York: Macmillan, 1992, tomo III, págs. 1123–1125).

  19. Véase Doctrina y Convenios 93:36.

  20. Véase Santiago 1:27.

  21. Génesis 2:4–5; véanse también Moisés 3:4–5 y Doctrina y Convenios 29:30–32.

  22. Véanse Alma 13:3 y Doctrina y Convenios 138:56.

  23. Con frecuencia, los Santos de los Últimos Días del siglo diecinueve y los estadounidenses contemporáneos consideraban a las mujeres guardianas, tanto del nacimiento como de la muerte. (Véase Susanna Morrill, “Relief Society Birth and Death Rituals: Women at the Gates of Mortality”, Journal of Mormon History, tomo XXXVI, nro. 2, primavera de 2010, págs. 128–159).

  24. Sus palabras aquí se hacen eco de una estrofa del popular himno “Oh mi Padre”, escrito por Eliza R. Snow en 1845 y basado en una enseñanza de José Smith. Este himno se publicó originalmente con el nombre “My Father in Heaven” [Mi Padre en los cielos]. (Derr y Davidson, Eliza R. Snow: The Complete Poetry, págs. 312–314; véanse también Jill Mulvay Derr, “The Significance of ‘O My Father’ in the Personal Journey of Eliza R. Snow”, BYU Studies, tomo XXXVI, nro. 1, 1996–1997, págs. 85–126; Jill Mulvay Derr, Carol Cornwall Madsen, Kate Holbrook y Matthew J. Grow, editores, The First Fifty Years of Relief Society: Key Documents in Latter-day Saint Women’s History, Salt Lake City: Church Historian’s Press, 2016, págs. 173–175; y “Madre Celestial”, Temas del Evangelio, accedido el 9 de mayo de 2016, lds.org).

  25. En la misma reunión, Julia Farnsworth comparó la pureza y la capacidad de las mujeres y los hombres. Acerca de las mujeres de la historia, ella dijo: “Vemos que, según la influencia y el poder que se le ha permitido ejercer en la sociedad, también hay pureza, moralidad y refinamiento más elevados”. El conflicto entre las ideas de ámbitos segregados en función del género e igualdad de derechos impregnó el movimiento femenil de finales del siglo diecinueve. (Julia Farnsworth, “Woman in All Ages: Address Delivered in the World’s Fair Congress at Chicago, during the Services of the Y. L. M. I. A.”, Young Woman’s Journal, tomo IV, nro. 11, agosto de 1893, págs. 513–514; Nancy F. Cott, The Grounding of Modern Feminism, New Haven, CT: Yale University Press, 1987, págs. 16–20).

  26. Este ejemplo particular de la educación de las mujeres con frecuencia se atribuye a Brigham Young, pero no se encuentra ninguna fuente fiable que lo vincule a él. Antes bien, es probable que la hermana Tingey se refiriera a Joseph F. Smith, que recientemente había declarado que “era necesario que las mujeres aprendieran cualquier cosa que fuera buena y noble. Y fue aún más lejos. Afirmó que consideraba tan necesaria la superación de la mujer que, si hubiera desigualdad de oportunidades, se les diera lo primero y lo mejor a ellas”. (“The Intelligent Advancement of Woman”, Young Woman’s Journal, tomo III, nro. 12, septiembre de 1892, pág. 566).

  27. “The Hand That Rocks the Cradle” [La mano que mece la cuna] es un poema de William Ross Wallace que elogia la maternidad como la sublime influencia para cambiar el mundo, publicado por primera vez en 1865. Este verso se repetía con frecuencia en el periódico Woman’s Exponent, y una persona anónima escribió una versión mormona del poema con ideas similares. (Véanse Martin H. Manser, The Facts on File Dictionary of Proverbs, 2ª ed., Nueva York: Facts on File, 2007, pág. 114; “R.S. Reports”, Woman’s Exponent, tomo VI, nro. 15, 1 de enero de 1878, pág. 114; y Hope, “The Hand That Rocks the Cradle”, Woman’s Exponent, tomo VII, nro. 8, 15 de septiembre de 1878, pág. 57).

  28. Véase Génesis 2:18. En su discurso en esta misma reunión, la hermana Farnsworth habló de que Adán y Eva habían sido verdaderos compañeros, “colocándola él a su lado como compañera y esposa”. (Farnsworth, “Woman in All Ages”, pág. 513).

  29. Los discursos, el debate y la planificación del Congreso Mundial de Mujeres en Órganos Representativos tuvo la participación de 837 mujeres de alrededor de quince países. (Sewall, World’s Congress of Representative Women, págs. 5–6).