“30. El valor de la fe: Amy Brown Lyman”, En el púlpito: 185 años de discursos de mujeres Santos de los Últimos Días, 2017, págs. 126–129
“30. Amy Brown Lyman”, En el púlpito, págs. 126–129
30
El valor de la fe
Amy Brown Lyman
Conferencia General de la Sociedad de Socorro
Salón de Asambleas, Manzana del Templo, Salt Lake City, Utah
3 de abril de 1926
La falta de fe en el mundo hoy en día, junto con algunas experiencias personales recientes, me ha llevado últimamente a apreciar más que nunca antes el valor de la fe y la gran bendición que es para quienes la poseen.
Estoy segura de que cada mujer de esta audiencia ha pasado pruebas y aflicciones que habrían sido casi insoportables sin la fe en Dios y sin un testimonio del Evangelio, con todo lo que ello abarca.
La fe en nuestro Padre Celestial y en Su Hijo Jesucristo es un punto a su favor para cualquier persona. Le ayuda a ser valiente y audaz, y a desarrollar un carácter positivo y enérgico en lugar de uno negativo y vacilante. Ayuda a tener confianza en uno mismo y en otras personas; a creer en uno mismo y en los demás; a ser generoso con aquellos que están necesitados, y caritativos con los menos afortunados; a ser alegre y optimista, y a tener esperanza.
La fe en el Padre y en el Hijo es una bendición; sí, una de las bendiciones más grandes que una persona puede tener. Como consolador es más trascendental que cualquier otra influencia. Es una fuente de solaz en tiempos de enfermedad, de pesar o desesperación. La fe ayuda a la persona a mantener la calma y a sufrir con relativa entereza cualquier cosa que venga; a ser paciente y a reconciliarse con las circunstancias que no puede controlar. Le ayuda a ser sumiso y humilde, y a poner su confianza en Dios.
La fe en el Padre y en el Hijo implica la creencia en Sus enseñanzas, que incluyen un estado preterrenal y una vida más allá del sepulcro; y para un Santo de los Últimos Días abarca el plan del Evangelio para vida y salvación tal como se nos ha revelado por medio del profeta José Smith12. Una fe y una creencia así ayuda a la persona a desarrollar un plan de vida en un plano más elevado, y a establecer normas de vida nobles, que valgan la pena y vayan de acuerdo con las normas del Evangelio. Ayuda a hacer juicios de valor, a elegir entre las cosas que realmente valen la pena, aquellas que son duraderas y eternas, y aquellas que son temporales y pasajeras. Hace que nos demos cuenta de que la vida es un peldaño hacia una vida superior, y que cuanto mejor sea la vida aquí, mayor será la felicidad aquí y en la vida venidera. La fe llena a quien la posee del deseo de emular la vida del Salvador y de guardar los mandamientos de Dios.
La fe sublime es uno de los más grandes de todos los dones. Declaremos nuestra lealtad a nuestra fe. Que, como algunos dicen, “no haya hombre que pueda destruir mi fe, mi esperanza y mi creencia, y dejarme un pedregal”. Porque he observado que aquellos que no tienen fe y tienden a minar y a destruir la fe de otras personas, nunca, hasta donde yo sé, dejan nada constructivo en su lugar.
No nos dejemos influir por los cínicos, los ateos o los que dudan, ni por la ola de duda y desesperación que cubre la tierra hoy en día13. Aferrémonos a la creencia de que la fe, con buenas obras, es un activo14, un consolador, una bendición; es el poder de Dios para salvación para todos aquellos que creen15. Aferrémonos a la creencia de que la fe es nuestra primogenitura, y no la vendamos por un plato de lentejas16.