“8. Todas tenemos una misión que cumplir: Elicia A. Grist”, At the Pulpit: 185 Years of Discourses by Latter-day Saint Women, 2017, págs. 33–36
“8. Elicia A. Grist”, At the Pulpit, págs. 33–36
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Todas tenemos una misión que cumplir
Discurso en Latter-day Saints’ Millennial Star
Liverpool, Inglaterra
4 de mayo de 1861
Al dirigirme a las hermanas de la Iglesia, lo hago con la intención de promover y alentar los mejores sentimientos entre ellas, pero de ninguna manera pretendo ser prescriptora. Simplemente sugiero lo que considero que produciría un interés más activo de las unas por las otras, al unirnos más en nuestros esfuerzos y extender una importante influencia en la esfera en que seamos llamadas a obrar.
Cuando tenemos en cuenta las muchas oportunidades y las diversas maneras en que podemos ser de utilidad, y todo lo bueno que podemos lograr quienes estamos embarcadas en una causa tan grande, puede que algunas de ustedes sientan que no nos corresponde interferir en lo más mínimo ni dar un paso para edificar el Reino de Dios. Pero creo que es un error suponer que no podemos realizar actos que ennoblecerían nuestro carácter y posición cuando estamos tan estrechamente alineadas con los hermanos del sacerdocio y a ellos se les requiere realizar intensos esfuerzos para impulsar la causa de Dios. No querría dar a entender que sugiero algo que interferiría con los derechos y las responsabilidades del alto y santo llamamiento de ellos, pero ¿no podríamos abrigar un amoroso espíritu fraternal las unas por las otras? Si no podemos reunirnos con frecuencia en un entorno social, podríamos retener individualmente una unidad más sagrada, e imbuir nuestros pensamientos y sentimientos de un mayor deseo de bendecir y edificar, de fortalecer y alentar, y ser así un medio para esparcir ampliamente un interés más activo en el reino de nuestro Padre, por quien declaramos haber sido adoptadas. Ya que todas somos una familia, seamos unidas en hacer todo el bien que podamos en nuestra área de influencia, porque podemos lograr mucho si tenemos el deseo de hacerlo. Además, nuestras reuniones de hermanamiento dependen mucho de lo que nosotras aportemos12.
Todas tenemos una misión que cumplir si tan solo tenemos en cuenta la responsabilidad que recae sobre nosotras en cada cosa que hacemos, aunque seamos la parte débil y no podamos ser llamadas a cumplir las más altas responsabilidades que recaen sobre aquellos que poseen los oráculos de Dios13. Pero ¿no podríamos, queridas hermanas, tener un sentimiento puro de bondad y ayudar a crear un espíritu entusiasta y una devota sinceridad hacia la causa? Y no hace falta que nombre siquiera uno de nuestros grandes privilegios cuando se nos han dado abundantes oportunidades para testificar y ejercer los dones del Espíritu. ¡Cuántas veces hemos visto claramente el poder de Dios manifestarse en nuestras reuniones!14. En muchos casos, al participar en esas santas inspiraciones, puede que nuestro testimonio haya hecho que alguno de los presentes reflexionase más profunda y atentamente en cuanto a lo que se había declarado15. También se puede hacer lo mismo en otras ocasiones, cuando estamos en compañía de una vecina o de una amable visitante que, quizás, hayan acudido a nosotras para pedirnos un libro prestado. Es posible que esa sea la oportunidad de conversar sobre los principios de la Iglesia y también de difundir la labor de la Iglesia. Y quién sabe, quizá así seamos el medio para convencer a algún amante sincero de la verdad y mostrarle el camino de la salvación. Podría mencionar muchos ejemplos de este tipo, pero básteme decir que no es propio de mí dar ese tipo de instrucciones a mis hermanas, que quizás comprenden plenamente sus deberes y las muchas maneras en que pueden ser de utilidad, y cómo pueden ellas participar más en la propagación del conocimiento de la verdad al invitar a otras personas a asistir a las asambleas y las congregaciones de los santos, porque “la palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!” para quienes capten la indirecta16.
Ahora dirijamos nuestra atención al ámbito doméstico. Gran parte de la clase de espíritu que impregna nuestro hogar depende de nosotras. Como esposas, podemos crear un pedacito de cielo aquí. Cuando el cabeza de familia regresa de un largo día de trabajo, inevitablemente busca esas comodidades y atenciones que no hace falta que mencione, ya que todas saben cuál es la mejor manera para ellas de complacer y consolar a quienes es su privilegio mostrar deferencia. También recaen importantes responsabilidades sobre aquellas de nosotras que somos madres, esto es, la adecuada formación y educación de nuestros hijos. Nunca es demasiado pronto para inculcar en sus jóvenes mentes los principios de la Iglesia. Las preguntas de mis pequeñitos sobre la Iglesia me conducen con frecuencia a una procesión de serias reflexiones. Sus preguntas a menudo despiertan mi sentido del deber. Nosotras, queridas hermanas, somos responsables ante Dios del modo en que criemos a nuestros hijos. ¿Nos escuchan alguna vez nuestros pequeñitos orar por ellos? ¿Nos ven arrodillarnos junto a sus camitas? Porque son los niños que escuchan a sus madres orar los que con mayor probabilidad orarán por sí mismos.
Permítanme sugerirles también otra fuente de bien para nuestros hijos, esto es, leerles en voz alta las obras impresas de la Iglesia tan a menudo como nos sea posible17. Sus jóvenes mentes son muy receptivas, las impresiones se forjan pronto y su interés se estimula con facilidad hacia lo que es bueno. Tomen, por ejemplo, una idea que han sugerido últimamente algunos hermanos del sacerdocio: la de viajar a Sion por un penique cada cinco kilómetros (tres millas), de modo que cada penique ahorrado ¡nos acercará a Sion cinco kilómetros más!18. Si tan solo logramos despertar el interés de nuestros hijos en esto, controlaremos el deseo natural tan extendido entre ellos de correr a comprar pasteles (tortas) y dulces que solo les hacen mal.
Les contaré una anécdota que llegó a mi conocimiento para animar a los jóvenes que puedan leerlo o escucharlo. Dos pequeñitos de una familia de la Iglesia recibieron dos peniques cada uno, y fueron corriendo a su madre con rostros rebosantes de alegría: “¡Oh, madre, ya estamos diez kilómetros (seis millas) más cerca de Sion! Póngalo en la caja, por favor”. Sería bueno animar a nuestros hijos en este nuevo movimiento. Aunque parezca sencillo, nuestros niños más pequeños pueden en algunos casos viajar cinco kilómetros cada día, y podrían hacerlo fácilmente poniendo su penique en la alcancía para este fin19. Esto hará que en su corazón y en el nuestro surja el interés en el recogimiento.
Confío en que estas pocas palabras dispersas, escritas con toda humildad, se reciban con el mismo amable sentimiento; y espero que alguna hermana con más talento retome este tema, para que de ese modo podamos beneficiarnos grandemente las unas a las otras. No quiero que piensen que afirmo ser perfecta. Desafortunadamente no lo soy. Siento mis propias imperfecciones, pero trato de vencer esas cosas que sé que me impiden progresar hacia el Reino de Dios.