“5. Este Evangelio de alegres nuevas para todos: Lucy Mack Smith”, At the Pulpit: 185 Years of Discourses by Latter-day Saint Women, 2017, págs. 21–26
“5. Lucy Mack Smith”, At the Pulpit, págs. 21–26
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Este Evangelio de alegres nuevas para todos
Conferencia general
Jardines del templo, Nauvoo, Illinois
8 de octubre de 1845
Hermanos y hermanas, he estado observando a esta congregación. Por mucho tiempo he esperado el momento en que el Señor me diera fuerzas para contemplarles a ustedes y a mis hijos18. Me siento solemne. Deseo que todos miren en su corazón para averiguar la razón por la que han venido a este lugar, ya sea para seguir a Cristo por buena o mala fama, o por cualquier otra causa. Quiero darles un consejo. Quiero tener tiempo para hablar sobre mi esposo, y sobre Hyrum y José. Quiero darles a todos un consejo. Brigham Young ha cumplido con el encargo; lo ha arreglado completamente. He esperado mucho tiempo para preguntarles si estarían dispuestos a aceptar artículos robados o no19. Quiero saber si creen en tales cosas. Hay algo de lo que deseo hablar. Puede que aquí haya dos mil personas que nunca conocieron al señor Smith ni a mi familia. He criado a once hijos, siete de ellos varones20. Los crié en el temor de Dios. Cuando tenían dos o tres años de edad les dije que quería que amasen a Dios con todo su corazón. Les dije que hiciesen el bien.
Deseo que todos ustedes hagan lo mismo. Dios nos da a nuestros hijos, y nosotros somos responsables. En el temor de Dios les advierto. Quiero que tomen a sus pequeñitos y les enseñen en el temor de Dios. Quiero que les enseñen acerca de José en Egipto y esas cosas y, cuando tengan cuatro años de edad, les encantará leer la Biblia. Supongo que nunca hubo una familia más obediente que la mía. Solo tenía que decirles las cosas una vez. Enseñen a sus hijos a trabajar y traten de criarlos para su tranquilidad. No les permitan jugar fuera de la casa21. Si no puedo hablar a unos cuantos miles aquí, ¿cómo voy a conocer a millones y hablar en la gloria celestial? Quiero que los jóvenes recuerden que amo a los niños, a los jóvenes y a todo el mundo. Quiero que sean obedientes a sus padres. Sean buenos y amables, y hagan en secreto lo mismo que harían en presencia de millones. Les llamo hermanos, hermanas e hijos. Si me consideran una madre en Israel quiero que lo digan. (El presidente B. Young se levantó y dijo: “Todos aquellos que consideren a Mamá Smith una madre en Israel, sírvanse indicarlo diciendo ‘Sí’”. Exclamaciones de “¡Sí!”)22.
Me ha dolido escucharles decir “vieja Mamá Smith”: “Ahí va la vieja Mamá Smith”. Me ha dolido mucho.
Deseo hablar de los muertos. El pasado 22 de septiembre hizo dieciocho años que José sacó las planchas de la tierra, y el lunes pasado23 hizo dieciocho años desde que José Smith, el profeta del Señor…
Fue una mañana cuando mi hijo vino a mí y me dijo que había sacado esas planchas de la tierra, y dijo: “Vaya y dígales a los tres (la familia Harris) que he sacado las planchas de la tierra24, y quiero que Martin me ayude. Deseo extraer algunos de los caracteres y enviarlos a Nueva York”25.
Ahora tengo setenta años. Hace dieciocho años que comencé a recibir este Evangelio de alegres nuevas para todos26. Lo he reunido todo en un registro histórico, y deseo que este pueblo sea tan bueno y tan amable de imprimirlo antes de irse al Oeste27. Martin Harris fue la primera persona que ayudó a José en esta tarea de imprimir el Libro de Mormón28, porque el Evangelio no podía ser predicado hasta que estuviera impreso. Aquí solo estaba mi familia y Martin Harris para hacerlo todo. Tan pronto comenzaron, el diablo empezó a rugir y a tratar de destruirlos. Pero un poco antes de que nos expulsaran de nuestra casa y hogar, José fue a Pensilvania29. Hyrum y Samuel tuvieron que trabajar todo el día en el bosque, y por la noche tuvieron que acarrear la madera y conseguir los medios para ayudar a José a publicar el libro. Dos de ellos vigilaban la casa30.
Así fue como comenzó todo, y miren ahora a esta congregación, que habla de ir al Oeste, con qué facilidad puede hacerse. Mi familia pudo trabajar y conseguir los medios para imprimir el Libro de Mormón. No se desalienten ni digan que no pueden conseguir carromatos y cosas; como dice Brigham, han de ser completamente honestos o no llegarán allá31. Si sienten enojo tendrán problemas.
Mi familia se esforzó para imprimir el libro. El ángel del Señor les dijo qué hacer. El lunes hizo dieciocho años que comenzaron.
Miles se han unido a la Iglesia desde entonces, y no han conocido a José, a Hyrum, a [Don] Carlos ni a William. Todos se han ido menos el pobre William; y él se ha marchado y no sé adónde32.
Tengo tres hijas en casa; ellas nunca han tenido nada, pero han trabajado en beneficio de la Iglesia33. Después de que el libro fuera impreso, Samuel tomó algunos ejemplares para venderlos y le cerraron la puerta tres veces34. Fue a casa del hermano Green, un predicador metodista35. Samuel dijo: “¿No quiere comprar un libro?”. “¿Qué es?”, preguntó ella, y Samuel respondió: “Es un Libro de Mormón que mi hermano José ha traducido de unas planchas que ha sacado de la tierra”. Le preguntó a su esposo, pero él no quiso comprarlo, y Samuel dejó un ejemplar hasta su regreso. Él tenía que venderlos para comprarnos provisiones. Quiero hablar de esto para que no se quejen de los tiempos difíciles. Entró en una casa y pidió el desayuno a cambio de un libro36. Volvió a casa de la hermana Green y ella dijo que tenía que devolverle el libro. Samuel lo tomó y la miró fijamente37. Más tarde ella me dijo que nunca había visto a un hombre mirar así; supo que tenía el Espíritu de Dios. Él respondió: “El Espíritu me prohíbe tomar este libro”. Ella se arrodilló y le pidió que orase con ella. Leyó el libro y se hizo mormona38. Y así comenzó la obra, y luego se propagó como la semilla de mostaza39.
Después de que la Iglesia comenzara a crecer, fuimos expulsados de un lugar a otro, a Kirtland y luego a Misuri40. William enfermó, y también la esposa de Samuel y otros 41, y durante la persecución del populacho yo cuidé de veinte o treinta personas enfermas42. Yo estaba bien de salud; podía cuidar de treinta enfermos entonces mejor de lo que puedo sentarme en una silla ahora.
Mientras William yacía enfermo vio en una visión venir al populacho. Dijo que vio venir a miles y miles, y añadió: “Madre, usted será expulsada”, y continuó: “Si muero, quiero que cuide de mi esposa y que lleve mi cadáver adondequiera que vaya”. El populacho llegó el primer día que William estuvo en condiciones de caminar hasta la puerta. Diez de ellos entraron en mi habitación después de llevarse a José y a Hyrum a su campamento43. Había miles azuzando y chirriando en mis oídos. ¿Cómo creen que me sentí? ¿No sienten compasión por mí?
Mientras estuvieron en el campamento no pude verlos, y ahora mis hijos están muertos. Vinieron diez hombres y dijeron: “Hemos venido a matar al cabeza de familia”. “¿Quieren matarme?”, repliqué yo, y ellos asintieron. Les dije: “Quiero que hagan rápido su trabajo, porque entonces seré feliz”44. Luego dijeron: “Maldita sea; estos mormones están tan dispuestos a morir como a vivir”. Luego procesaron a José y a Hyrum y los sentenciaron a ser fusilados en quince minutos. Un hombre entró y dijo: “Mamá Smith, si quiere volver a ver a José debe ir ahora, porque lo van a fusilar en el condado de Jackson”45. Me tomó de la mano y nos costó muchísimo pasar entre la muchedumbre hasta llegar al carromato.
Los hombres alzaron sus espadas y juraron que no los vería. Por fin llegué al carromato y extendí mi mano. Él la agarró y la besó. Yo dije: “José, déjame escuchar tu voz una vez más”. Replicó él: “Dios la bendiga, mi pobre madre”. Se los llevaron atados y esposados46. Todo ese tiempo mi hijo William y su esposa estuvieron enfermos47. La esposa de Samuel y otras personas estaban enfermas, y yo estaba al cuidado de todos48. Después de eso tuvimos que irnos.
Luego José fue a la ciudad de Washington49. Durante tres días llovió a raudales, pero tuvimos que viajar y no teníamos nada para cobijarnos. Caminé diez kilómetros (seis millas) por el fondo del río. Tenía la ropa tan empapada que apenas podía caminar, y cuando llegamos al río Quincy nevó y llovió y granizó50. Hicimos nuestra cama sobre la nieve helada y nos cubrimos con una cobija; nos quitamos los calcetines empapados e hicimos lo mejor que pudimos. Por la mañana, la cobija estaba congelada. No pudimos hacer fuego a causa de la nieve51. Entonces José fue a la ciudad de Washington, ya que se le había revelado que había de apelar personalmente al gobernador y al presidente, y el Señor dijo que, si no prestaban atención a su causa, Él afligiría al país52. Cuando llegó a casa, predicó entre la casa del señor Durfee y la Mansión. Dijo a los hermanos y a las hermanas que había hecho todo lo posible por ellos: “Están resueltos a no hacernos justicia mientras permanezcamos en Nauvoo”53. Pero dijo: “Mantengan el buen ánimo. Nunca les faltará el pan como sucedió en el pasado”; y prosiguió: “Todos estos casos se registran en la tierra, y lo que se registra aquí, se registra en los cielos54. Ahora bien”, dijo, “expondré este caso de expropiación a la que hemos sido sometidos, etc. Voy a llevarlo ante el más alto tribunal de los cielos”. Lo repitió tres veces. Yo ni imaginaba que nos dejaría tan pronto para llevar ese caso a los cielos. Nunca se nos hubiera podido hacer justicia hasta que él lo llevara allí.
El Señor tiene incluso al jefe de policía allá55. Ellos conocen todos nuestros padecimientos, ¿y creen que nuestro caso no está siendo juzgado? Creo que harán más por nosotros allí de lo que podrían hacer si estuvieran aquí. Siento que si cada alma se quedara en casa, serían bendecidos. Siento como si Dios estuviera afligiendo al país, un poco aquí y allí, y siento que el Señor dejará que el hermano Brigham se lleve a este pueblo de aquí. No sé si yo iré, pero si el resto de mi familia va, yo iré, y ruego que el Señor bendiga a los líderes de la Iglesia, al hermano Brigham y a todos ustedes, y cuando yo salga de este mundo deseo encontrarlos a todos. Aquí yacen mis muertos, mi esposo y mis hijos56. Quiero que mis huesos descansen aquí, para que en la resurrección pueda levantarme con mi esposo y mis hijos, si es que mis hijos se van. Y suplico a Dios que todos mis hijos se marchen. Ellos no se irán sin mí, y si yo me voy deseo que mis huesos sean traídos de vuelta para que reposen con mi esposo e hijos57.