“14. Una elevación muy por encima de lo común: Eliza R. Snow”, At the Pulpit: 185 Years of Discourses by Latter-day Saint Women, 2017, págs. 55–59
“14. Eliza R. Snow”, At the Pulpit, págs. 55–59
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Una elevación muy por encima de lo común
Asociación de Moderación Cooperativa para Jóvenes y Mayores
Salón de Asambleas del Barrio Catorce, Salt Lake City, Territorio de Utah
11 de octubre de 1872
Los santos de Dios no pueden ser edificados sino por el Espíritu de Dios. Hemos logrado elevarnos tan por encima de las cotidianidades de la vida, que no hay nada que edifique a los santos sino las revelaciones de los cielos, al ser sus aspiraciones mucho más altas. Me agradó un comentario en el acta de una hermana que dijo que es una ardua empresa11. Es ardua, y si continúan llegarán mucho más alto que aquellos que eligen el camino fácil. ¡Cuánto más satisfactorio será si podemos mirar atrás, a los años pasados, habiendo hecho lo que Dios requirió de nosotras! Puede que quienes siguen un curso contrario al que han tomado las señoritas parezcan divertirse por un breve momento, pero no saben lo que es probar la felicidad verdadera. No es más que la gratificación de las más bajas capacidades de la mente; las emociones más elevadas emanan de Dios. Me interesan mis jóvenes hermanas; ellas han tomado un rumbo que las elevará, las preparará y las purificará para estar en presencia de diosas en la eternidad.
Esta vida está llena de dificultades. Entonces, ¿por qué habríamos de enfocarlo todo en lo que se desvanece y desaparecerá? Mis jóvenes hermanas, no se enfríen, sino prepárense activamente para ser de alguna utilidad en el Reino de Dios. Algunas parecen pensar que no viven para nada que no sea su propia gratificación. Nuestra religión no es una fábula; es una realidad. Y si la vivimos de manera que tengamos el Espíritu de Dios en nuestro corazón, no importa lo que tengamos que pasar, Dios está con nosotras para darnos consuelo y fortaleza. A veces pienso que todas debemos mirar hacia arriba, pero para las mujeres parece natural mirar a los lados. Eso no es suficiente. Mis jóvenes hermanas que se reúnen y tienen el Espíritu de Dios en su corazón tienen una pequeña muestra de lo que es la felicidad eterna.
La sabiduría humana nunca puede transmitir el espíritu y la inteligencia que ellas poseen12. Podemos hablar con alguien por horas, pero ni aun así podremos iluminar su entendimiento con palabras. Si tenemos la influencia de Dios para penetrar su corazón, eso les mostrará la diferencia que hay entre las cosas de Dios y las cosas del mundo. Es necesario que las jóvenes se reúnan y practiquen su religión; es de tanta utilidad para ellas como para cualquiera. Debemos considerarnos seres inmortales y vivir para la inmortalidad. Debemos mejorar cada oportunidad de atesorar conocimiento y todo lo que tienda a iluminar nuestro entendimiento y hacernos útiles, pero no para engrandecernos. Hemos de vivir para los demás; al hacerlo, nos beneficiamos a nosotras mismas. La persona que hace el mayor bien, es la más feliz. Cuando era niña, tuve la bendición de darme cuenta de las ventajas y la superioridad de hacer lo bueno para ser útil. Dediqué los primeros años de mi vida a estudiar. ¡Cuánto me aflige la pérdida de tiempo y de energías físicas de algunas jóvenes que se entregan a la diversión en lugar de al estudio!13. No es que yo deseche la diversión, pero no hago una prioridad de ello. En ese caso deja de ser diversión.
Me sentí muy complacida con la conferencia. Al hablar de las personas que viven muy por debajo de sus privilegios, el presidente Young ha dicho hasta en tres ocasiones: “Aun de entre este pueblo, el Señor llamará a un pueblo que hará Su voluntad”. Me he preguntado cómo, cuándo y a quién se hará este llamado. En sus palabras un día durante la conferencia, el presidente Young habló de establecer una colonia formada por aquellos que confíen lo suficiente los unos en los otros como para unirse en una alianza eterna14. Aquellos que no pueden ver el orden de Enoc pensarán que es un arrebato de los hermanos. Mi corazón se regocija al ver que Dios está obrando entre nosotros, ¿y quiénes están preparados para ser parte de ello? Aquellos que se han sujetado a toda la ley. Cuando nos examinemos a nosotros mismos veremos las debilidades de la carne.
Agradezco a Dios por poder relacionarme con buenas hermanas. Sé que muchas de ellas piensan en algo más que en la grandeza del hombre y las riquezas terrenales; sé que ustedes aman y buscan las cosas de Dios. Hagámoslo con todo nuestro corazón. Sugiero que pongamos sobre la mesa temas que nos mejorarán y nos beneficiarán como hijas del Altísimo. Dejemos de lado aquellas cosas que son ajenas a nosotras. No quiero que piensen que los ejercicios espirituales van a perfeccionarnos. No lo harán por sí solos. Nos congregamos para renovar energías que nos ayuden en las tareas de la vida. Para los seres mortales resulta difícil seguir un curso constante, dedicar a cada tarea la porción de tiempo que le corresponde.
Queremos estudiar, reflexionar, orar, hablar, cantar, asistir a reuniones, tomar la Santa Cena, buscar al pobre y al necesitado y a quienes están perdiendo la luz de la eternidad en su pecho. No creo en seguir el curso que está tomando el mundo sectario, esto es, ocuparse de los paganos y descuidar sus deberes en el hogar15. No se olviden de quienes están cerca para ir en pos de quienes están lejos de nosotros. Nuestras obras a favor del avance del Reino de Dios no serán en vano; de cierto tendrán su recompensa. Podemos trabajar por otras cosas, y estas perecerán como la hierba. Quisiera exhortar a las ancianas a utilizar su influencia en las jóvenes para tratar de despertar en ellas el interés en las cuestiones académicas. Deseamos ser buenas amas de casa. Nuestras jovencitas deben aprender oficios y obtener todo el conocimiento que puedan de los libros. Pero el conocimiento perfecto de las tareas del hogar es la base de una dama completamente realizada. Esto constituye el fundamento sobre el cual pueden acumular una gran cantidad de logros más finos sin que estos se tambaleen. Pero los ornamentos no son útiles si carecemos de otros conocimientos. Para llegar a ser reinas y sacerdotisas, debemos ser mujeres emprendedoras16. Estamos poniendo los cimientos del Reino de Dios, y es nuestro deber moldear el carácter de esta generación. No queremos ser ignorantes con respecto a los principios del Evangelio ni a ningún aspecto de la educación que nos eleve para el campo de acción. Esperamos que en el cielo haya un orden más alto y más perfecto y libre de las debilidades y la impureza de la carne.