“28. Amarás a tu prójimo: Emma N. Goddard”, At the Pulpit: 185 Years of Discourses by Latter-day Saint Women, 2017, págs. 115–120
“28. Emma N. Goddard”, At the Pulpit, págs. 115–120
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Amarás a tu prójimo
Conferencia de junio de la Asociación de Mejoramiento Mutuo
Tabernáculo, Manzana del Templo, Salt Lake City, Utah
9 de junio de 1918
Amarás a tu prójimo. Esta no era una ley nueva cuando fue dada por el Señor en el meridiano de los tiempos13. El libro de Levítico registra que esa ley le fue dada a Israel en la dispensación mosaica: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo”14. El Maestro hizo hincapié en este mandato de una manera muy bella en respuesta a la pregunta de un intérprete de la ley que se levantó y dijo:
“Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”.
Él le dijo:
“¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?”.
Y él, respondiendo, dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”.
Y le dijo: “Bien has respondido; haz esto y vivirás”.
Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”15.
Ustedes recordarán, y no hace falta que lo repita en detalle, la hermosa y al mismo tiempo clara y sencilla parábola que contó Cristo del hombre que cayó en manos de ladrones y fue abandonado magullado y ensangrentado junto al camino. Cómo primero el sacerdote y luego el levita pasaron de largo, y cómo por último llegó el despreciado samaritano y lo atendió del modo más amable y tierno, echando aceite y vino en sus heridas, y poniéndolo finalmente sobre su cabalgadura para llevarlo al mesón, e incluso entonces diciendo al mesonero que seguía necesitando cuidados, y que cuando él volviera por ese camino le pagaría todos los gastos. Luego el Maestro se volvió al intérprete de la ley y preguntó: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo de aquel que cayó en manos de los ladrones?”, dejando de este modo el peso de la decisión a la persona que le hacía la pregunta. ¿Qué más podía decir de lo que dijo? “El que tuvo misericordia de él”. Entonces Jesús le dijo: “Ve y haz tú lo mismo”16.
En respuesta a uno de los escribas que preguntó cuál era el primer mandamiento de todos, Jesús respondió: “El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás, pues, al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas; este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos”17.
Evidentemente los apóstoles entendieron este mandato, y ha llegado hasta nosotros a través de los tiempos. Pablo, al dirigirse a los romanos que no habían sido instruidos en esta ley de la ética, declaró:
“No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros, porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: No cometerás adulterio; no matarás; no hurtarás; no dirás falso testimonio; no codiciarás; y si hay algún otro mandamiento, en estas palabras se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”18.
De igual manera, al dirigirse a los gálatas, Pablo repitió el mandato diciendo: “Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”19.
Si todas las naciones cristianas se hubieran guiado por esta ley que dio el Maestro como una norma de vida para todos Sus seguidores, no habría habido guerras ni contención, sino paz sobre la tierra, y habría prevalecido la buena voluntad para con los hombres.
La incalculable miseria, la pena y la muerte que existen actualmente en el mundo son una consecuencia de la violación de esta ley, ¿y quién sabe cuándo cesarán?20. Puede que en breve nuestros muchachos heridos regresen a casa, y de nuevo habrá “grande lamentación, lloro y gemido; Raquel que llora por sus hijos, y no quiso ser consolada, porque perecieron”21. Bajo estas condiciones tendremos sobradas oportunidades de demostrar nuestra fe en el mandato del Maestro de esforzarnos por consolar y animar a los que están atribulados, recordando que “la religión pura y sin mácula” es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo22. Cada día estamos rodeados de oportunidades de poner en práctica este mandato divino23.
Pero, ¿cómo se aplica ese hermoso mandamiento a nosotros como oficiales de estas grandes organizaciones? Porque estos muchachos y muchachas, estos jóvenes y jovencitas que están a nuestro cargo, ciertamente son nuestro prójimo. En estos momentos críticos de la historia de nuestro mundo ellos necesitan nuestra ayuda y nuestro socorro más que nunca. Debemos lanzarles todos los salvavidas, porque están rodeados de los más sutiles tipos de tentaciones. Son jóvenes e inexpertos, y por naturaleza aman la libertad y tienen sus propias ideas de cómo obtener placer. Hemos de guiarlos y aconsejarlos en esta etapa adolescente de su vida, y ayudarles a forjar un carácter firme y decidido. Debemos bregar con ellos en sus tentaciones y ayudarles a afrontarlas y a vencerlas. Debemos estudiarlos y tratar de comprenderlos porque, si lo hiciéramos a menudo, hallaríamos la manera de llegar al corazón de los que aparentemente son más descuidados e indiferentes.
Edgar A. Guest ha dicho:
Cuando en ti surja el desdén,
y de tus labios reproche,
conoce del que censuras
más que su oficio y su nombre.
Pues conocer al otro podría
prejuicios desvanecer
y hasta llegar a agradarte
si lo conocieras bien.
Si llegas a conocer a alguien
y a entender su proceder
sus defectos ya no importan
y hallas más virtud en él24.
Mostremos a nuestros jóvenes la gloria de la rectitud en lugar de la horridez del pecado; que vivir la ley del Evangelio produce paz y gozo perdurables en vez de la angustia que sigue a la vida malgastada.
A fin de llegar a su corazón, nosotros mismos debemos vivir muy cerca del Señor. Dios es amor, y cuanto más poseamos este atributo mayor será nuestro éxito25. Nuestros jóvenes deben sentir ese amor, ese gran deseo que tenemos de ayudarlos y bendecirlos. Pero, si después de nuestros esfuerzos unos pocos caen y se convierten en presa de malos hábitos y son abandonados magullados y ensangrentados junto al camino, ¿qué haremos con ellos? Como el buen samaritano, debemos tenderles la mano y, si es posible, traerlos tierna y amorosamente de regreso, y plantar una vez más sus pies en el camino estrecho y angosto.
Piensa con ternura en quien yerra
pues, aunque teñido de pecado,
no debemos olvidar
que sigue siendo nuestro hermano.
Habla con tiento a los que yerran;
con santas palabras y sones de afecto
podemos aun rescatarlos
de escabrosas sendas y de infiernos26.
Debemos ser honestos y sinceros, mostrando siempre por nuestro propio ejemplo que creemos en el Evangelio, que lo amamos con toda nuestra alma y todo nuestro corazón, y que nos esforzamos cada día por vivir de acuerdo con sus preceptos. Debemos darnos a nosotros mismos junto a nuestra ofrenda porque, como dice Lowell:
No lo que damos, sino lo que compartimos,
pues sin el dador la dádiva es vana en sí;
a tres bendice el que con su don se entrega:
a sí mismo, a su prójimo hambriento y a mí27.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”28.
J. L. Spalding dice: “Si la justicia es una ley universal, el amor es un deber universal. Nada sino el amor puede hacernos justos para con nosotros mismos”29. Nuestros miembros deben sentir que los amamos a cada uno de ellos y que sentimos por ellos un interés real y personal.
No conozco un ejemplo mejor de esta clase de maestro que el doctor Karl G. Maeser30. Él vivía para su trabajo. Cada alumno sentía su bondadosa influencia; era como si una bendición siguiera su estela; sus alumnos sentían su presencia. Cada vez que entraba al aula de inmediato reinaba el orden donde había resonado la algarabía despreocupada de jóvenes y jovencitas. El deseo de ser y hacer todo lo que él enseñaba dominaba a sus alumnos. Su sonrisa de aprobación era suficiente recompensa a sus más arduos esfuerzos. Él los guiaba a través de sus más sublimes enseñanzas a consagrar su vida y todo su ser a la profesión para la cual se estaban preparando. Estudiaba individualmente a sus alumnos y los entendía; sabía exactamente cuándo y cómo dar una reprimenda u ofrecer una palabra de elogio o de aliento e incluso mostrar una atención más amorosa y tierna. Haríamos bien en emular su noble ejemplo. Debemos procurar guiar, no obligar, recordando los mandatos del Maestro: “Sígueme”; “apacienta mis ovejas”31.
La temporada que viene debemos tratar de involucrarnos en las actividades recreativas de nuestros miembros y exhortarlos a evitar aun la apariencia del mal. Los acompañantes y protectores naturales de nuestras jovencitas, a saber, sus hermanos y novios, han salido en defensa de los colores de su país; por eso recomendamos más que nunca que, en todas sus salidas, sobre todo cuando se ausenten de casa durante la noche, ellas tengan chaperón. Debemos enseñarles que un chaperón no es un espía, sino un amigo, un protector, un consejero sabio y amoroso. De hecho, que lo apropiado en una fiesta es que haya chaperón, y que la buena ética lo requiere.
La juventud es una etapa de deleites dulces e inocentes; por eso debemos promoverlos y, en todo lo posible, ayudar a proporcionarlos. Pero, además de tomarnos ese interés en su vida social, debemos tratar de inculcar en nuestros jóvenes la seriedad de las circunstancias que actualmente nos rodean, y la necesidad de cada uno de ellos de asumir una responsabilidad personal para ayudar a lograr la victoria de la causa de la verdad y la libertad. Todos podemos poner nuestro granito de arena, no importa cuán pobres y humildes, cuán ricos e influyentes seamos. Nuestros chicos en el frente lo están arriesgando todo32. ¿No deberíamos estar gustosa y alegremente dispuestos a hacer un pequeño sacrificio y privarnos de algunas cosas en casa? Sobre cada uno de nosotros descansa una sagrada obligación, y la gravedad de la situación requiere que refrenemos la frivolidad y ofrezcamos nuestra fuerza y energía juvenil para apoyar la llamada que nos hace nuestro propio gran país y las naciones aliadas en esta lucha mundial por un reinado de rectitud, y no de poder.
Que Dios nos ayude a darnos cuenta de la magnitud de la obra que se nos ha delegado y nos conceda fortaleza y sabiduría para cumplir plenamente nuestro deber en cuanto a ella. Que durante esta conferencia seamos totalmente llenos de este espíritu de dar y de hacer. Sí, consagremos nuestra vida misma, si fuere necesario, para establecer la paz y la rectitud sobre la tierra, demostrando plenamente de este modo que nosotros, en efecto, amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Ayudando así a criar una generación recta, ciertamente prestaremos el mejor servicio a Dios y al país.