“39. La Sociedad de Socorro brinda felicidad: Lucrecia Suárez de Juárez”, En el púlpito: 185 años de discursos de mujeres Santos de los Últimos Días, 2017, págs. 177–181
“39. Lucrecia Suárez de Juárez”, En el púlpito, págs. 177–181
39
La Sociedad de Socorro brinda felicidad
Conferencia de Área para México y América Central
Auditorio Nacional, Parque Chapultepec, Ciudad de México
26 de agosto de 1972
Una grabación original de este discurso está disponible en churchhistorianspress.org (por cortesía de la Biblioteca de Historia de la Iglesia).
Queridas hermanas, qué hermoso y significativo es para todas nosotras pensar que en muchos lugares del mundo, en tierras lejanas, en pueblos, ciudades y regiones rurales, se encuentran las hermanas cuidando sus hogares y familias, y dedicándose al trascendental programa de la Sociedad de Socorro12.
Bienvenidas sean todas ustedes, mis hermanas, y que nuestros corazones sean como uno solo en amor y humildad para el Señor. No hay océanos, ni montañas, ni desiertos, ni barreras de tierra que puedan separar a las hermanas de la Sociedad de Socorro, porque todas son iguales en fe y devoción, iguales en sus deseos de seguir las enseñanzas del Evangelio y en ser mujeres ejemplares ante el mundo. El programa y el espíritu de la Sociedad de Socorro abren la puerta hacia un amplio campo en el que se cultivan los más nobles atributos de la mujer, y esto nos trae felicidad; el ganarla y contribuir a la felicidad de los demás, debe ser la meta más importante de nuestra vida.
Maneras de lograr la felicidad
Las hermanas que logran desarrollar esas cualidades deben manifestarlas primero en su hogar, y después al prójimo en general. La felicidad nos llega por diversos caminos; si damos consuelo a los enfermos y necesitados, a los afligidos, moribundos, huérfanos y viudas, nuestro corazón se siente feliz. Cuando el Señor nos bendice con un llamamiento, sentimos miedo porque sabemos que somos incompetentes, mas si ponemos nuestra voluntad y esfuerzo para desempeñarlo, después sentimos felicidad y decimos, bienaventurado el llamamiento que nos hizo ir más allá de nuestras capacidades. En el trabajo de la Sociedad de Socorro tenemos muchas experiencias, unas más satisfactorias que otras. Si la experiencia fue un éxito, somos felices, y si fracasamos, debemos ser valientes y continuar con más caridad y amor. El amor hacia nuestras hermanas hay que probarlo con hechos a fin de que nos brinde felicidad. La caridad es un amor tan grande que estamos dispuestas a dar parte de nosotras mismas. Tenemos el ejemplo de las maestras visitantes, que llevan mensajes de fe y consolación, y ellas son felices. Las bellas y útiles manualidades para nuestros hogares contribuyen a la felicidad de nuestros seres queridos13; los cánticos que se elevan en alabanza a Dios unen a las hermanas en comunión espiritual, y eso nos hace sentir gozo.
¿Podrá una mujer sola combatir las influencias negativas que dañan a nuestros hijos? No, hermanas; pero estamos unidas como un ejército de mujeres rectas y resueltas que pueden hacer algo.
Como hermanas de la Sociedad de Socorro e hijas de nuestro Padre Celestial, debemos buscar sabiduría, paz, buenos frutos y humildad. ¡Qué mayor felicidad que ver a nuestra familia viviendo limpia y rectamente! En una ocasión, el presidente McKay dijo que una mujer debe ser inteligente y pura porque es la fuente de la vida, “el origen viviente del cual fluye la corriente de la humanidad”14.
El papel que desempeña la madre
Veamos ahora a una hermana en su papel de madre. La experiencia que voy a relatar nos muestra la preparación que la Sociedad de Socorro puede brindar a una madre para educar a sus hijos.
Esta joven madre comenzó el camino de la vida. “¿Es largo el camino?”, preguntó. Su guía respondió: “Sí; el camino es duro y tú serás anciana antes de llegar a su fin, pero el final será mejor que el principio”. La madre era feliz; jugaba con sus hijos, recogía flores para ellos al lado del camino y los bañaba en arroyos puros; el sol brillaba sobre ellos y la vida era buena; la joven madre exclamó: “Nada podría ser mejor que esto”. Después anocheció y vinieron tempestades; el camino senda estaba oscuro y los niños temblaban de miedo y de frío. La madre se acercó y los cubrió con su manto, y los niños dijeron: “Mamita, no tenemos temor porque tú estás con nosotros y sabemos que ningún daño nos puede sobrevenir”. La madre dijo: “Esto es mejor que la luz del día, porque he enseñado el valor a mis hijos, y soy feliz”.
Les enseñó acerca de Dios
Amaneció y frente a ellos había un cerro; los niños subieron y se cansaron, pero ella siempre les decía: “Tengan paciencia y en un ratito llegaremos a la cima”. Cuando los niños llegaron dijeron: “Nunca habríamos llegado sin ti, mamá”. Y la madre, mientras descansaba feliz esa noche, mirando el cielo estrellado, dijo: “Este día ha sido mejor que ayer, porque mis hijos han aprendido a ser fuertes ante las dificultades; ayer les di valor y hoy fuerza”. Al día siguiente vinieron nubes extrañas que obscurecieron la tierra, nubes de guerra, de odio y maldad; y los niños andaban a tientas y tropezaban, y la madre dijo: “Miren hacia arriba; alcen la vista hacia la luz”. Los niños alzaron la vista y vieron, por encima de las nubes, una gloria sempiterna que los guio y los llevó más allá de la obscuridad. Esa noche la madre dijo: “Me siento más feliz que los otros días, porque he enseñado a mis hijos acerca de Dios”.
Pasaron los días, los meses y los años, y la madre envejeció. Era pequeña y frágil, pero sus hijos eran altos y fuertes, y ella caminaba con valor. Cuando el camino era difícil y escabroso la llevaban en sus brazos, porque ella era pequeña y ligera. Al fin llegaron a una colina, y más allá de la colina vieron un camino brillante y una puerta de oro que estaba abierta. La madre feliz dijo: “He llegado al fin de mi jornada, y ahora sé que el fin es mejor que el principio, porque ahora mis hijos pueden caminar solos”. Y los hijos respondieron: “Tu siempre caminarás con nosotros, madre, aun cuando hayas entrado por esa puerta”. Ellos se detuvieron y la vieron avanzar sola, y las puertas se cerraron tras ella. Entonces los hijos, con la mirada fija en el infinito, dijeron: “No la podemos ver, pero aún está con nosotros”.
Y así es, queridas hermanas; nuestra madre no es un dulce recuerdo; es como si estuviera con nosotras. La felicidad de las madres se encuentra en la rectitud de sus hijos, que se alcanza con la guía de la Sociedad de Socorro, el brazo fuerte del sacerdocio, y la valentía de esas madres, así como su fe en Dios.
La Sociedad de Socorro brinda felicidad
La idea que trato de transmitirles es esta: La Sociedad de Socorro brinda felicidad a nuestra vida, si la buscamos diligentemente.
Nuestros corazones en esta noche rebosan de gratitud hacia nuestro Padre Celestial por bendecirnos con la presencia de Sus siervos escogidos, a quienes amamos entrañablemente, porque sabemos que la palabra de Dios está en ellos15. Mi testimonio es que Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo viven, y que el alma del hombre puede comunicarse con Ellos por medio del Espíritu Santo. Mi oración esta noche es que, en el curso que viene, la Sociedad de Socorro nos brinde a cada una de nosotras la fuerza para cumplir con nuestros deberes, el gozo en el servicio y el éxito conforme a nuestros esfuerzos justos.
Les dejo estos humildes pensamientos en el bendito nombre de nuestro Salvador, Jesucristo. Amén.