“17. Los frutos de nuestra labor: Lillie T. Freeze”, At the Pulpit: 185 Years of Discourses by Latter-day Saint Women, 2017, págs. 69–71
“17. Lillie T. Freeze”, At the Pulpit, págs. 69–71
17
Los frutos de nuestra labor
Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes del Barrio Once de Salt Lake City
Salt Lake City, Territorio de Utah
18 de octubre de 1880
Hace ya nueve años que iniciamos la tarea de remodelarnos8, que comenzamos a ser conscientes de la existencia de nuestro ser espiritual, y de que la vida no se nos dio para que pudiéramos comer, dormir, hacer dinero y morir, sino que empezamos a aprender la necesidad de cultivar la mente, atender las necesidades del alma inmortal y entrenar el corazón en las sendas de la obediencia a Dios y a la luz de la inspiración. Vislumbramos el destello de un propósito más noble y elevado de la vida.
Se ha hecho mucho, pero la obra acaba de comenzar. ¿Cuántas de las niñas que hace años acudían en tropel al banquete para la mente y el alma que se preparaba para ellas cada semana en nuestras pequeñas reuniones son ahora felices esposas (pese a que un gran número de ellas han entrado en el orden del matrimonio celestial)9 y son madres devotas más cualificadas para cumplir con las sagradas tareas de la maternidad y, en consecuencia, hacen un bien a la sociedad?10.
De nuestras filas han salido, y seguirán saliendo a nuevos campos de trabajo, mujeres cuyos nombres serán honrados en todo lugar al que llegue el son del Evangelio. Las semillas de su éxito y su honra se plantaron cuando hicieron su primer conato de hablar en un contexto organizado11, y se sustentaron en una sucesión de incansables esfuerzos, luchando mano a mano contra los poderes de las tinieblas y la maldad que podían ver en sí mismas. Y vencieron en cierta medida mediante el ayuno y la ferviente oración, con cantos y adorando a Dios, y las horas les parecían instantes.
Apenas nos detenemos a pensar seriamente en otra cosa que no sea la moda12. Muchas de nuestras aspiraciones no van más allá de las plumas que adornan nuestra cabeza. Nuestros ojos no ven sino los defectos de otras personas y nuestros oídos consienten el chisme y el prejuicio, mientras que nuestros labios no son sino siervos de nuestros pensamientos frívolos y ociosos. Con demasiada facilidad nos sentimos conformes con nosotras mismas y con nuestras labores. Mientras la gran obra de la vida avanza sin cesar y requiere obreros activos y sinceros en la causa de la humanidad, nosotras, en nuestra búsqueda obsesiva de placer, pasamos de largo toda oportunidad de hacer lo bueno y toda puerta abierta para nuestro progreso mientras nuestra naturaleza espiritual, ansiosa y muerta de hambre, debe hacerse a un lado y esperar el momento en que se le permita abogar por su justa causa sin ser acallada para siempre por la severa e insensible voz de nuestra propia naturaleza egoísta. Ahora, salgamos de este camino que destruye el alma y el cuerpo, y escuchemos el razonamiento que nos mantendrá en la senda de la paz, la honra y la vida eterna.
¡Oh, que nosotras, las hijas de Sion, reclamemos nuestro privilegio de ir a la cabeza en todo lo que sea puro y refinado! Dios requiere esto de nuestras manos. Cultivemos más la verdadera modestia y menos la mojigatería13. Más caridad mutua y respeto fraternal sincero, y menos complacencia en los halagos; que nuestras conversaciones cotidianas dentro y fuera del hogar sean propios de la nobleza pura del alma. Podemos vencer nuestros modales bruscos y ordinarios, usar solamente un lenguaje casto y elegante, y mostrar siempre respeto y consideración por los sentimientos y las opiniones de los demás14. Fortalecidas de este modo podremos sentirnos confiadas en presencia de personas refinadas sin tener que llevar un libro de protocolo en el bolsillo15.
Busquemos esa guía que mantenga limpia una reputación sin mancha y evite que nos relacionemos con los maleducados y los inicuos. Sintámonos orgullosas de preservar los principios de la verdad que permanecerán cuando las naciones que ahora son prósperas se desmoronen, sin amedrentarnos ante las burlas ni temer nada que no sea el castigo de nuestro Creador ofendido. No nos privemos de una herencia con nuestro Padre Celestial por causa de la insensatez y la desobediencia. Dios requiere de nosotras todo lo que podamos hacer, y al final nuestros corazones serán henchidos del gozo y la gratitud sempiternos que sobrepasan todo entendimiento.