“22. Nuestro sexto sentido, o sentido del entendimiento espiritual: Sarah M. Kimball”, At the Pulpit: 185 Years of Discourses by Latter-day Saint Women, 2017, págs. 88–92
“22. Sarah M. Kimball”, At the Pulpit, págs. 88–92
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Nuestro sexto sentido, o sentido del entendimiento espiritual
Consejo Nacional de Mujeres
Auditorio de Música Metzerott, Washington D. C.
21 de febrero de 1895
Ven, Santo Espíritu, celestial paloma;
con tus poderes vivificantes,
de amor sagrado prende una llama
en estos fríos corazones nuestros16.
En ocasiones como esta conviene tener en cuenta aquellos temas que serán de mayor beneficio para el género femenino; y en mi opinión es oportuno hablar aquí de la capacidad mental en que la mujer está preferentemente preparada para sobresalir. La contemplación del sentido del entendimiento espiritual me produce, en primer lugar, un sentimiento de pequeñez e incapacidad, y luego me anima en mi intento de expresar algunos pensamientos sobre este apasionante tema.
Esta facultad, como nuestros sentidos físicos, es algo que se puede cultivar. Sus posibilidades son ilimitadas; es la causa más incomprendida; es lo divino de nuestra naturaleza; abre nuestro entendimiento a cosas que no se ven con los ojos naturales ni se disciernen con la mente terrenal; amplía nuestra percepción. Con los ojos y los sentidos de nuestra naturaleza física nos conectamos con nuestro entorno físico; con los ojos y los sentidos espirituales despiertos y cultivados entramos en comunión con el infinito.
Este sexto sentido conecta la existencia terrenal con la inmortal; testifica con un lenguaje inconfundible de la inmortalidad del alma17. Instruye, exalta y refina a quienes prestan atención a sus susurros y siguen su influencia guiadora. Este sentido conduce a cumbres maravillosas de entendimiento superior; enseña los secretos de la siempre existente vida —nuestra relación con el pasado, el presente y el futuro— y restituye nuestra armonía con la fuente infinita de vida e inteligencia18. Ilumina al alma que lo cultiva, purifica los pensamientos y las acciones, ensancha la esfera de comprensión y exalta las aspiraciones. El ejercerlo continuamente acerca al que lo posee cada vez más al trono del Todopoderoso.
Quienes responden a los susurros de este sentido se acercan con compasión los unos a los otros, tal como se vio ejemplificado en el congreso religioso que se celebró en Chicago en 1893, donde peregrinos religiosos y potenciales reformadores de todas las tierras y todos los credos se reunieron y armonizaron en un vínculo de amor. Esto fue especialmente cierto en la sección femenina de ese memorable congreso19.
La luz de este sentido se ha presagiado en varias épocas de la historia del mundo. En el siglo diecinueve, los brillantes reflectores de la religión, la filosofía y la ciencia se han unido en el estudio de una senda inexplorada hacia un refugio de luz que es inextinguible.
El ejercicio legítimo del poder espiritual que se adquiere por medio del funcionamiento de este sentido pone a la persona en posesión de las llaves del conocimiento, y la viste con una responsabilidad adicional relacionada con el entendimiento y la elevación de la familia humana.
Aquellos que buscan mediante la fe y la sincera oración hallan la luz que conduce a la puerta de oro20. El camino angosto se abre ante los que llaman con la seguridad que proviene del estudio y la fe21, y son recibidos en comunión con el Padre y la Madre Infinitos22, se les permite entrar en las sagradas mansiones, asistir a la escuela de los profetas23 y, paso a paso, llegar a la escuela de los dioses, donde aprenden los procesos mediante los cuales se organizan los mundos al combinar elementos eternos, inteligentes y obedientes; los usos por los que los mundos son creados; el modo en que son gobernados y las leyes de progreso mediante las cuales todos los seres y las cosas animadas son perfeccionadas y glorificadas en sus respectivas esferas24.
Los estudiosos de este sentido llegan a familiarizarse —unos más y otros menos— con la condición de esa porción de la familia humana cuyos diversos estados son a semejanza de las estrellas. Ellos contemplan la inteligencia, la gloria y la paz que son a semejanza de la luna; y progresivamente este sentido instruye, disciplina, ilumina y pone al que lo posee en armonía con el resplandor de la luz celestial y la gloria que son a semejanza del sol25. Todos los que entran en esta gloria superior son herederos con Jesucristo, nuestro hermano mayor en el estado preterrenal, de todo conocimiento, poder, exaltación y gloria que posee el Padre26.
Cuando a través de nuestra naturaleza espiritual estamos en comunión con Dios, nos acercamos cada vez más los unos a los otros, y nuestras palabras y obras se combinarán de manera cada vez más armoniosa hasta que los hijos diligentes de la tierra, reconociendo el parentesco espiritual universal, saluden al apacible amanecer milenario y participen en el triunfante reino de nuestro Dios y Su Cristo.
Se espera mucho de las aventajadas pensadoras y diligentes obreras que componen el Consejo Trienal de la Mujer27. Sus labores de preparación han sido arduas; los susurros de este sentido han desarmado la oposición y les han traído una gran medida de victoria. El poder de muchas oraciones ondea sobre ustedes en forma de inspiración; y, en respuesta, la más sublime expresión de su sabiduría combinada debe irradiar e inspirar a las almas receptivas de todo el mundo, despertando esperanzas más elevadas y actividades más firmes en la causa de una civilización más refinada, y a un entendimiento más perfecto de la ciencia divina, tal como nos revela nuestro sexto sentido, o sentido del entendimiento espiritual.
Para concluir, la autora, en amorosa solidaridad, pide que esa luz espiritual aumentada ilumine la senda de las diversas líneas del buen trabajo representado en el Consejo Trienal.