Capítulo 5
Ningún poder en la tierra
En el transcurso del año 1960, Henry Burkhardt luchó para evitar que la Iglesia se deshiciera en la República Democrática Alemana. La RDA había prohibido a todos los misioneros extranjeros servir dentro de sus fronteras, por lo que los santos alemanes del este habían asumido la responsabilidad total del proselitismo en su país. Sin embargo, debido a que los misioneros no podían ir de puerta en puerta, su alcance era limitado. En octubre, el gobierno prohibió que los misioneros de tiempo completo sirvieran en ciudades en las que la Iglesia no tuviera congregaciones considerables. También puso fin a casi todas las actividades de la Sociedad de Socorro, la AMM y la Primaria bajo el argumento de que el Gobierno era el único responsable de proporcionar a sus ciudadanos actividades recreativas.
Un funcionario dijo a los miembros de la Iglesia que al Gobierno no le gustaban los santos por esta razón: “Ustedes tienen todo lo que necesitan en la Iglesia”.
Pronto, la Iglesia en la RDA era una sombra de lo que había sido. En lugar de soportar estas condiciones, muchos santos alemanes del este huyeron del país en busca de una mayor libertad religiosa y mayores oportunidades económicas en Alemania Occidental. Y los santos no fueron los únicos. Una multitud de personas estaban abandonando la RDA y a menudo cruzaban por la frontera entre Berlín Oriental y Occidental.
Esta migración masiva era motivo de vergüenza para el gobierno de Alemania Oriental y sus aliados soviéticos. Muchas personas, incluido Henry, creían que era solo cuestión de tiempo antes de que el Gobierno cerrara todo acceso a Berlín Occidental. Con la sede central de la misión ubicada en el lado oeste de la ciudad, Henry temía que un paso tan drástico pudiera aislar a los santos de Alemania del Este del resto de la Iglesia.
El 18 de diciembre, Alvin R. Dyer, presidente de la Misión Europea y Asistente del Cuórum de los Doce Apóstoles, llegó a la RDA para hablar con Henry y otros líderes locales de la Iglesia sobre el bienestar de los santos bajo su cuidado.
Los líderes alemanes del este presentaron un panorama desalentador. El Gobierno había colocado duras restricciones para la importación de libros publicados recientemente y otros materiales impresos. Estas restricciones hacían prácticamente imposible que los santos recibieran revistas nuevas de la Iglesia, manuales de lecciones o himnarios sin tener que contrabandearlos desde el oeste. La asistencia en la rama estaba disminuyendo. Los centros de reuniones eran funcionales, pero algunos se encontraban en mal estado. Y ahora que las reuniones de los jóvenes se habían cancelado, los programas patrocinados por el Estado estaban alejando a muchos jóvenes de la religión. Henry explicó que las ramas a veces realizaban actividades para jóvenes en secreto, pero todos los que estaban en la reunión estuvieron de acuerdo en que hacer eso era peligroso.
El valor de la moneda de Alemania Oriental también estaba disminuyendo y los programas de bienestar del Gobierno eran lamentablemente inadecuados. Muchos santos eran demasiado pobres como para costear la comida y el combustible, por lo que utilizaban fondos de la cuenta de bienestar de la Iglesia para comprar carbón y patatas o simplemente prescindían de ellos.
Después de la reunión, el presidente Dyer habló en privado con Henry para expresar preocupación sobre el estado de la obra misional en la RDA. El gobierno alemán del este no solo había restringido en gran medida dónde y cómo podían servir los misioneros, sino que esperaba que todos los hombres capaces tuvieran un trabajo remunerado y el servicio misional de tiempo completo podría considerarse perjudicial para la economía alemana oriental. El hecho de que la mayoría de los misioneros dependieran del apoyo financiero de las ramas locales o de los santos de Alemania Occidental también era un problema. Para el presidente Dyer, eso parecía prácticamente un ministerio remunerado. Por estos motivos, le pidió a Henry que relevara a todos los misioneros de tiempo completo que prestaban servicio en la RDA.
Al principio, Henry se mostró reticente a cumplir esta solicitud. Los misioneros ya no estaban compartiendo el Evangelio de puerta en puerta, por lo que la Iglesia no estaba causando ningún problema para el Gobierno. Además, algunas ramas de la Iglesia aún dependían de los misioneros en cuanto al liderazgo del sacerdocio. Si se relevaba a los misioneros, las ramas podrían desmoronarse. Sin embargo, Henry respetó al presidente Dyer y siguió el consejo, a pesar de sus reservas.
Unos meses después, los santos alemanes del este y del oeste se reunieron en Berlín Occidental para una conferencia de la AMM. Todos sabían que la frontera podía cerrarse en cualquier momento y se sentía la tensión en el aire. Sin embargo, una y otra vez, los jóvenes santos expresaron un tema común a medida que compartían sus testimonios: no sabían qué les depararía el futuro, pero incluso si nunca tenían la oportunidad de volver a reunirse, sabían que el Evangelio sería verdadero a ambos lados de la división política.
Se mantendrían firmes en su fe.
La propagación de gobiernos autoritarios a través de Europa Central y Oriental y en otras partes del mundo alarmó en gran manera al presidente McKay. Durante más de una década, había visto a dichos gobiernos llegar al poder, promocionar el ateísmo y debilitar la creencia religiosa en lugares como Alemania del Este y Checoslovaquia, donde la Iglesia alguna vez había prosperado.
Sin embargo, la ferviente devoción de los santos le daba esperanza. Estados Unidos y Europa Occidental estaban experimentando una gran prosperidad, y algunas personas temían que la sociedad estuviera cada vez más preocupada por las riquezas y el estatus que por Dios. El presidente McKay no pensaba que esto fuera cierto para los miembros de la Iglesia. Conforme se reunía con santos de todo el mundo, admiraba su altruismo. “Dudo que haya habido algún momento en el que la membresía de la Iglesia haya tenido una mayor espiritualidad, una mayor disposición a dar y servir”, dijo a un periodista en enero de 1961.
Le conmovía particularmente la generosidad de los santos en el pago de los diezmos y de las ofrendas. En generaciones pasadas, financiar la obra del Señor a menudo había sido un desafío para la Iglesia. Las contribuciones de los santos, junto con la confianza en el servicio voluntario y los ingresos de diversos intereses comerciales, permitían a la Iglesia continuar financiando sus muchos esfuerzos, incluidos los programas educativos, de bienestar, misionales y de construcción.
Aunque el programa de construcción era especialmente costoso, el presidente McKay creía que el gasto era vital para la Iglesia en crecimiento. “El propósito de estos edificios —declaró— no se alcanza cuando se construyen las paredes, se coloca el techo de manera segura, se completa la torre y se ofrece la oración dedicatoria. Se construyen para la edificación del alma”.
Las nuevas capillas de todo el mundo servían como lugares de reunión importantes donde los santos podían adorar a Dios y tener comunión unos con otros. En Denton, Texas, una pequeña ciudad del sur de los Estados Unidos, dos docenas de miembros de la Iglesia comenzaron a reunirse en 1959 en el hogar de John y Margaret Porter. Cuando el grupo pasó a ser demasiado grande para caber en el hogar de los Porter, se reunieron en un edificio vacío de dos pisos con un techo con goteras. Para el año 1961, el grupo se había convertido en una rama con suficientes miembros activos para solicitar permiso al Comité de Construcción de la Iglesia a fin de construir un centro de reuniones.
En ese momento, se esperaba que los miembros de la Iglesia que vivían en las misiones donaran el treinta por ciento del costo de los nuevos centros de reuniones. En las estacas, la expectativa era del cincuenta por ciento. Para alentar a los santos de Denton a contribuir a la capilla, el presidente de estaca, Ervin Atkerson, igualó los primeros 1000 dólares estadounidenses donados al fondo con su propio dinero. Con la aprobación de la Iglesia, John Porter compró personalmente un lote de algo más de una hectárea, vendió una tercera parte a un restaurante y donó los otros dos tercios para el edificio.
Las congregaciones que construían centros de reuniones a principios de la década de 1960 tenían varios planos arquitectónicos aprobados por la Iglesia de entre los que podían elegir. Algunos planos permitían que los centros de reuniones se construyeran con el tiempo, en dos o tres fases, dependiendo del tamaño y del crecimiento del barrio o de la rama. La primera fase de un edificio constaba de los salones de clases y de un gran salón de usos múltiples que se podía utilizar como salón sacramental. La segunda fase agregaba un gran salón sacramental y un salón para la Primaria, y la tercera fase incluía un salón de actividades, una cocina y más salones. Con su rama en rápido crecimiento, los santos de Denton optaron por construir un centro de reuniones basado en un plano que combinaba las dos primeras fases. Si bien un supervisor de construcción empleado de la Iglesia administró el proyecto, los santos de Denton aportaron la mayor parte del trabajo.
Riley Swanson, un miembro de la rama, era ebanista y elaboró bellos trabajos en madera para la capilla. Riley era un converso local que había dejado de fumar para unirse a la Iglesia. Cuando se dio inicio a la obra, él comenzó a trabajar por las noches para poder pasar sus días trabajando en la capilla como voluntario de tiempo completo.
Con el aumento de centros de reuniones en todo el mundo, la Iglesia también planeaba construir un gran edificio de oficinas en Salt Lake City para proporcionar un espacio de trabajo para los líderes generales de la Iglesia y los empleados de la Iglesia. Además, se estaban realizando planes para un nuevo centro de visitantes en la Manzana del Templo, una bóveda para almacenar registros genealógicos en las montañas cerca de Salt Lake City y un nuevo templo en Oakland, California.
El presidente McKay también tenía esperanza en la juventud de la Iglesia y su deseo de compartir el Evangelio. En 1959, había invitado a cada miembro de la Iglesia a encontrar, enseñar y hermanar a los nuevos miembros y posibles conversos. Desde entonces, la obra misional se había acelerado, especialmente en Gran Bretaña, donde el nuevo templo había traído en verdad una “nueva era” para la Iglesia. Los bautismos de conversos en la Misión Británica comenzaron a aumentar drásticamente, en particular entre las personas jóvenes, lo que llevó a la Iglesia a crear la Misión Británica del Norte y la Estaca Manchester en marzo de 1960. Un año después, el presidente McKay regresó una vez más a Inglaterra para organizar la Estaca Londres y dedicar una hermosa capilla nueva cerca de Hyde Park, en el corazón de Londres.
Mientras estaba en Gran Bretaña, el presidente McKay reiteró su invitación de que cada miembro participara en la obra misional. “Si todos los miembros asumen esa responsabilidad —recordó a los misioneros de la Misión Británica del Norte—, ningún poder en la tierra puede impedir que esta iglesia crezca”.
Unos meses después de que el presidente McKay regresara de Gran Bretaña, la Primera Presidencia recibió un memorando de LaMar Williams sobre las decenas de cartas que había recibido de las personas de Nigeria. “Si el Evangelio va a predicarse a esta gran cantidad de personas, que son en verdad los hijos de Dios —escribió LaMar—, me parece que este es un momento oportuno para investigar un comienzo de la obra”.
El presidente McKay ya estaba al tanto del interés de los nigerianos en el Evangelio restaurado. El año anterior, le había pedido a Glen Fisher, un presidente de misión que regresaba de Sudáfrica, que visitara Nigeria. Glen había presentado un informe favorable de la preparación del país para la obra misional, lo que le dio al presidente McKay mucho que considerar cuando llegó el memorando de LaMar.
El 1 de julio de 1961, el presidente McKay trató el asunto en una reunión de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce Apóstoles. Sabiendo que la restricción de la Iglesia en cuanto al sacerdocio presentaría graves desafíos para la obra misional en Nigeria, comparó la situación con el dilema que enfrentaron los apóstoles antiguos cuando surgieron preguntas sobre llevar el Evangelio a los gentiles. Esos apóstoles no habían actuado hasta después de que Pedro recibió una revelación de Dios.
El presidente McKay había buscado orientación del Señor sobre la restricción del sacerdocio, pero no había recibido una respuesta clara. Por ahora, no tenía la intención de abrir una misión en Nigeria hasta que él también conociera la voluntad del Señor.
Aun así, creía que LaMar tenía razón. La Iglesia necesitaba más información y propuso enviar representantes de la Iglesia a Nigeria para observar la fe de los nigerianos. Después de analizar el asunto, los apóstoles dieron su apoyo a la propuesta del profeta.
Alrededor de esta época, Suzie Towse, de dieciséis años, tenía una rutina. Todos los días, cuando terminaba su ruta de reparto del periódico después de la escuela, se iba a casa y le pedía permiso a su padre para unirse a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de Últimos Días. Ella estaba interesada en la Iglesia desde hacía aproximadamente un año. Una amiga la había invitado a una actividad para jóvenes en la rama local de Beverley, Inglaterra, y Suzie pronto llegó a amar el Evangelio restaurado. Sin embargo, sus padres católicos y metodistas pensaban que su deseo de unirse a la Iglesia era solo una cuestión pasajera, y se negaban a darle su consentimiento para el bautismo.
Sin embargo, Suzie estaba decidida a ser Santo de los Últimos Días. Estaba entre las miles de personas de las Islas Británicas que se sentían atraídas a la Iglesia en ese momento. Al igual que Suzie, muchas de ellas habían aprendido sobre la Iglesia a través de un nuevo programa misional de referencias, que alentaba a los santos a invitar a amigos y a familiares a reuniones de la Iglesia y a ponerlos en contacto con los misioneros. De hecho, en la época en que la amiga de Suzie le presentó la Iglesia, más del ochenta y cinco por ciento de los bautismos recientes en la Misión Británica habían provenido de las referencias.
Desde que conoció la Iglesia, Suzie se había enfrentado a una importante oposición. Luego de recibir un ejemplar del Libro de Mormón, ella se lo mostró a su sacerdote católico para obtener su permiso para leerlo. Normalmente, él era un hombre amable, pero cuando ella le mostró el libro, todo su comportamiento cambió. Dijo que el Libro de Mormón era del diablo y la acusó de contaminar su casa con herejías. Luego, le sacó el libro de la mano y lo tiró en la chimenea. El libro no cayó en las llamas y Suzie logró recuperarlo antes de que el sacerdote la forzara a irse por la puerta principal.
—Bueno, ahora no hay vuelta atrás —había dicho ella posteriormente.
Pronto, su presencia se volvió algo regular en las reuniones de la Rama Beverley. Luego de haber asistido por años a los servicios de adoración en una capilla católica ornamentada, a Suzie le parecía extraño, al principio, estar en servicios de adoración con solo un puñado de personas en una habitación de hotel con suelos de tablones sin alfombrar y sillas duras de madera. Sin embargo, después de asistir a su primera reunión sacramental, había sentido una cálida confirmación de que las palabras que había escuchado allí eran verdaderas. El Espíritu le dio un profundo testimonio de que debía regresar.
Sintió un espíritu similar en las reuniones de la AMM, que eran mucho más concurridas. Algunos de los jóvenes, como Suzie, habían sido referidos a la Iglesia por sus amigos. Otros eran hombres jóvenes que habían conocido la Iglesia jugando béisbol con los misioneros. Durante décadas, los misioneros habían utilizado los deportes para conocer a los jóvenes y presentarles la Iglesia a ellos y a sus padres. Últimamente, el béisbol se había vuelto especialmente popular en las misiones británicas y muchos jóvenes se habían unido a la Iglesia para poder jugar en equipos liderados por los misioneros. Debido a que los líderes de las misiones en esa época a menudo reconocían y premiaban a los misioneros que bautizaban más que otros, algunos misioneros centraban sus esfuerzos en los jóvenes, quienes generalmente estaban mucho más dispuestos a bautizarse que los adultos.
Aunque estos jóvenes conversos generalmente recibían algunas lecciones del Evangelio antes de su bautismo, a menudo estaban más interesados en formar parte de un equipo deportivo que en asistir a la Iglesia. En la mayoría de los casos, sus bautismos no habían conducido a que otros miembros de la familia se unieran a la Iglesia, por lo que la Rama Beverley y la mayoría de las otras ramas de las Islas Británicas tenían decenas de jóvenes que eran miembros de la Iglesia solo en nombre.
Sin embargo, semana tras semana, Suzie asistía a las reuniones de la Iglesia y hablaba con sus padres sobre el bautismo. Un día, al llegar a casa luego de su reparto del periódico, encontró a su padre con los pies sobresaliendo de debajo de un automóvil que estaba reparando. “Papá —le dijo—, ¿puedo bautizarme?”.
—Sí, puedes, muchacha —respondió estando aún debajo del auto—. Si significa tanto para ti, puedes.
Suzie estaba sorprendida. “¿De verdad quisiste decir eso, papá? —le preguntó—. ¿Puedes decirlo de nuevo?”.
Él repitió que sí. Si lo deseaba, podía ser bautizada.
—Gracias —exclamó ella—. ¡Gracias! Inmediatamente se fue en bicicleta hasta el apartamento de los misioneros y les dio la buena noticia. Ninguno de ellos se sorprendió de que su padre cambiara de opinión.
—¿Por qué no están sorprendidos? —preguntó ella—. Yo me sorprendí.
—Sabíamos que lo haría —explicaron—. Hemos estado ayunando por usted.
Despuntando la mañana del 13 de agosto de 1961, la República Democrática Alemana colocó barricadas alrededor del perímetro de Berlín Occidental. Los tanques se posicionaron en cruces fronterizos y los soldados instalaron ametralladoras en las ventanas de los edificios cercanos. En la Puerta de Brandeburgo, un monumento histórico en el centro de la ciudad, grandes multitudes se reunieron enojadas y confundidas. Al día siguiente, los trabajadores martillaron las calles frente al monumento y comenzaron a construir un largo muro improvisado de bloques de hormigón y alambre de púas detrás de una línea de guardias armados.
Después de meses de rumores, el gobierno alemán del este finalmente había cerrado la frontera entre Berlín Oriental y Occidental.
La rápida construcción del muro inquietó a Henry Burkhardt. Como temía, el cierre de la frontera cortó la comunicación con el oeste. No podía realizar una llamada telefónica, enviar un telegrama ni mandar una carta por correo a la oficina de la misión. Si intentaba cruzar la frontera, como había tenido la libertad de hacerlo el día anterior, los guardias lo detendrían, o incluso lo matarían.
“¿Cómo va a continuar la obra?”, se preguntaba. Aunque los distritos y las ramas de la RDA ya funcionaban con líderes locales y los miembros misioneros habían reemplazado en gran medida a los misioneros de tiempo completo, Henry siempre había dependido de tener al menos algo de contacto con la sede central de la Misión Berlín que se hallaba en Berlín Occidental. ¿Qué pasaría ahora que el muro creaba una barrera muy real entre ellos?.
Henry tuvo su respuesta a fines de agosto. Si bien la RDA había prohibido que sus ciudadanos viajaran fuera del país, permitía que los residentes de Alemania Occidental, con permisos especiales, ingresaran por sus fronteras. El 27 de agosto, Percy K. Fetzer, presidente de la Misión Berlín, y uno de sus consejeros, David Owens, se reunieron con Henry y otros santos en Berlín Oriental. Antes de ingresar al país, los dos hombres vaciaron su automóvil y sus bolsillos y se deshicieron de cualquier objeto innecesario. Encontraron una línea de policías y soldados en el punto de control, conteniendo a una aglomeración de miles de personas. Una vez que los soldados dispersaron a la multitud, el presidente Fetzer avanzó de a poco, conduciendo a través de un laberinto de obstáculos hasta que llegó a la entrada de la ciudad.
Henry y los santos se regocijaron en extremo por ver al presidente de la misión. La visita fue breve, pero el presidente Fetzer y otros líderes de la Iglesia hicieron visitas similares en los meses siguientes. Actuaron con cautela, conscientes de que su presencia en Berlín Oriental podría ponerlos en peligro a ellos y a los santos. Afortunadamente, las nuevas restricciones no parecieron sacudir la resolución de los santos de Alemania del Este. La asistencia a la reunión sacramental aumentó y muchas personas daban firme testimonio de que el Evangelio era verdadero.
En una conferencia de líderes locales, Henry reconoció que las circunstancias no eran ideales para los santos de la RDA. “La obra del Señor no debe sufrir como resultado de las condiciones impuestas por el hombre —recordó a los líderes—. El que la obra de Dios continúe avanzando en este país dependerá en mayor o menor medida de nosotros y de cómo desempeñemos nuestros llamamientos”.
Unas semanas antes de la Conferencia General de octubre de 1961, el presidente David O. McKay invitó al élder Harold B. Lee a su oficina en Salt Lake City. El profeta se había despertado a las seis y treinta de esa mañana con una clara impresión de que la próxima Sesión General del Sacerdocio debía presentar un nuevo programa diseñado para unificar el curso de estudio de la Iglesia.
Desde finales del siglo XIX, cada una de las organizaciones de la Iglesia (la Escuela Dominical, la Primaria, las AMM de Hombres y Mujeres Jóvenes, la Sociedad de Socorro y los cuórums del sacerdocio) habían redactado sus propias lecciones semanales, independientes unos de otros. A partir de principios del 1900, los líderes de la Iglesia habían buscado formas de correlacionar las lecciones y las actividades semanales de las organizaciones y los cuórums de la Iglesia haciendo hincapié en la doctrina esencial y eliminando las lecciones repetitivas o superpuestas. Sin embargo, estos esfuerzos habían sido esporádicos y de corta duración.
El presidente McKay, que había participado en algunos de los primeros esfuerzos de correlación, creía que era el momento de volver a intentarlo. Más de un tercio de las personas de la Iglesia se habían convertido en miembros en los últimos diez años y el curso de estudio de ese momento no siempre satisfacía las necesidades de los nuevos santos. El profeta estaba especialmente preocupado por las lecciones que presentaban ideas incorrectas o que se alejaban demasiado de las enseñanzas básicas del Evangelio. Quería un curso de estudio uniforme basado en los principios fundamentales del Evangelio.
—El único programa que es válido en nuestra opinión —declaró él— es el que tiene por objetivo salvar almas.
El élder Lee había estado estudiando el asunto con un pequeño comité durante más de un año. Él también deseaba que la enseñanza en la Iglesia hiciera más énfasis en la doctrina de salvación. Y, últimamente, le había inquietado enterarse de que algunos materiales de capacitación publicados por la Iglesia habían llegado a manos de las congregaciones locales antes de que los apóstoles los hubieran visto. Quería que el nuevo programa se asegurara de que las lecciones y los manuales recibieran una revisión adecuada antes de llegar a los santos. Creía que una mejor coordinación entre las organizaciones de la Iglesia eliminaría la confusión.
Al trabajar en unión, el comité había propuesto que el curso de estudio de la Iglesia se escribiera bajo un nuevo principio de organización. En lugar de que cada organización general escribiera su propio material para las lecciones de manera independiente, tres comités supervisarían el curso de estudio: uno para niños, otro para jóvenes y otro para adultos.
Los representantes de las diversas organizaciones de la Iglesia, tanto mujeres como hombres, ayudarían a desarrollar un curso de estudio centrado en algunos principios básicos y de salvación. El Cuórum de los Doce Apóstoles supervisaría su trabajo y un Consejo de Coordinación de toda la Iglesia, liderado por cuatro apóstoles, supervisaría las actividades de los tres comités.
Al organizar el curso de estudio según el grupo etario, los comités podían evitar la duplicación innecesaria en las lecciones. Además, desarrollar las lecciones con las Autoridades Generales permitiría que el curso de estudio se beneficiara de la experiencia de estos al visitar a los miembros en congregaciones de todo el mundo.
Una vez que el comité hubo preparado su propuesta, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce la revisaron y aprobaron, justo a tiempo para que el élder Lee presentara el nuevo programa a los santos en la Sesión General del Sacerdocio de la conferencia general de octubre.
—Al adoptar este programa —declaró el élder Lee—, posiblemente podremos esperar que se consoliden y simplifiquen los cursos de estudio, las publicaciones, los edificios y las reuniones de la Iglesia, así como muchos otros aspectos importantes de la obra del Señor.
El élder Lee estaba seguro de que la decisión del presidente McKay de comenzar a correlacionar el curso de estudio de la Iglesia era inspirada. “Si tan solo nos mantenemos atentos al Presidente de esta Iglesia —declaró—, lo veremos moviéndose para hacer aquello que será para la salvación de los hijos de los hombres de la manera más eficaz posible”.
Poco después de la conferencia general, LaMar Williams abordó un vuelo hacia Nigeria. En su equipaje, LaMar había empacado una cámara y un grabador de cintas para poder compartir más tarde con la Primera Presidencia los rostros y las voces de las personas que conociera. Su acompañante para el viaje era un misionero de veinte años llamado Marvin Jones, quien estaba en camino a la Misión Sudáfrica.
Su destino era Port Harcourt, una ciudad en la costa de Nigeria, donde una multitud —casi todas las personas que habían intercambiado cartas con LaMar— los esperaba. Sin embargo, entre la multitud no se encontraba Honesty John Ekong, cuyas cartas habían dirigido la atención de LaMar hacia África por primera vez.
Al saludar a sus amigos, LaMar se sorprendió al enterarse de que no se conocían entre ellos. Él pensaba que habían estado trabajando juntos. En el grupo se encontraba un hombre llamado Matthew Udo-Ete, quien había escrito la mayor cantidad de cartas a LaMar. Llevó a LaMar y a Marvin a su pequeña casa, donde una multitud de personas se había reunido para escucharlos hablar. El aire era más caluroso y más húmedo que cualquier cosa a la que LaMar estuviera acostumbrado, pero durante las siguientes dos horas enseñó a las personas y respondió sus preguntas sobre la Iglesia.
En su primer domingo en Nigeria, LaMar se dirigió a otra gran multitud en la capilla de Matthew. La gente había recorrido muchos kilómetros para escucharlo hablar. Les enseñó sobre la Trinidad, la apostasía y la restauración del Evangelio a través de José Smith. Explicó la restricción del sacerdocio y dijo que había venido a Nigeria para averiguar si sus amigos aún estarían interesados en la Iglesia, incluso si no podían poseer el sacerdocio.
Cuando terminó de hablar, cedió el tiempo a Matthew para cerrar la reunión. De repente, las personas de la congregación comenzaron a hablar en un idioma que LaMar no podía entender. LaMar miró a Matthew para que le tradujera.
—Aquí tenemos personas que quieren compartir su testimonio —dijo Matthew.
LaMar se sorprendió. Esperaba que las personas estuvieran cansadas y tal vez tuvieran hambre. En lugar de ello, durante las siguientes tres horas, las personas compartieron sus testimonios.
Entre ellos se encontraba un hombre viejo con cabello cano, una camisa blanca y tela de color rosa envuelta alrededor de las piernas. Tenía los pies descalzos. “Tengo sesenta y cinco años —dijo—, y estoy enfermo. Caminé veinticinco kilómetros para estar aquí esta mañana”.
—No he visto al presidente McKay y no he visto a Dios —continuó él—, pero lo he visto a usted y lo haré personalmente responsable de volver al presidente McKay y decirle que nuestra intención es sincera.
Una mujer de la congregación simplemente le preguntó a LaMar: “¿Permitirá que este amor que tenemos por la Iglesia sea en vano?”.
Un poco más de una semana más tarde, en la ciudad de Uyo, LaMar finalmente conoció a Honesty John Ekong. Se enteró de que su amigo había viajado más de ciento sesenta kilómetros para conocerlo en el aeropuerto, pero de alguna manera no se habían visto. Honesty John mostró a LaMar las paredes de su hogar. Estaban decoradas con artículos y fotografías de las Autoridades Generales tomados de las revistas de Iglesia.
Una vez más, LaMar se sintió impresionado por la fe de los nigerianos. Se enteró de que alrededor de cinco mil personas en casi cien congregaciones querían unirse a la Iglesia. Sin embargo, no podía ver la forma de avanzar en Nigeria mientras se implementaran las restricciones del sacerdocio y el templo. Quería dar a sus nuevos amigos garantías sobre el futuro de la obra misional en su país, pero sabía que no estaba autorizado para hacerlo.
“Ellos insisten en que si hago mi parte cuando informe a la Primera Presidencia, la Iglesia llegará a Nigeria —escribió en su diario—. No se dan cuenta de cuán insignificante soy en el análisis final de semejante decisión”.
Sin embargo, tenía esperanza. “Gracias al cielo, todas las cosas son posibles con la ayuda del Señor”, escribió.