Capítulo 38
Reales e inconmensurables
En febrero de 2011, Marco y Claudia Villavicencio se sorprendieron al recibir un correo electrónico de Joshua Perkey, un editor de las revistas de la Iglesia en Salt Lake City. El año anterior, Joshua había visitado El Coca, Ecuador, como parte de un esfuerzo por publicar más artículos en las revistas sobre los santos de todo el mundo. Durante varios días, Joshua había visitado a la familia Villavicencio y a otros miembros de la rama; había asistido a reuniones de la Iglesia y a clases de Seminario; y había tomado fotografías de la ciudad y sus residentes.
Al momento de la visita de Joshua, la rama de El Coca tenía solo un año de antigüedad. Sin embargo, había crecido de veintiocho miembros a ochenta y tres. Marco acreditaba aquel crecimiento a los esfuerzos que se hacían en la rama por ayudar a que todos sintieran que se les necesitaba y se les amaba. Le había dicho a Joshua: “Tratamos de poner en práctica la exhortación del presidente Gordon B. Hinckley de que todo nuevo converso necesita ser nutrido por la buena palabra de Dios, tener un amigo y tener una responsabilidad”. Claudia, quien aún servía como presidenta de las Mujeres Jóvenes de la rama, estaba de acuerdo. Ella dijo: “Cuando las personas vienen a la Iglesia por primera vez, les llama la atención el modo en que son recibidas. Por eso enseñamos a las jóvenes lo importante que es cada alma para el Señor”.
Muchos de los miembros habían compartido relatos y testimonios conmovedores con Joshua. Lourdes Chenche, la presidenta de la Sociedad de Socorro de la rama, mencionó la alegría que ella y la presidencia sentían al servir a las mujeres de la rama. “Nos acercamos a ellas cuando tienen problemas”, dijo. “Les hacemos saber que no están solas; que contamos con la ayuda de Jesucristo y de la rama”.
Ahora, en el correo electrónico que había enviado a los Villavicencio, Joshua explicaba que estaba preparando un breve video para las revistas de la Iglesia. El video era parte de una nueva serie en internet para los niños de la Primaria. Se llamaba “Uno en un millón” y presentaba a niños de todo el mundo compartiendo relatos sobre su vida y dando su testimonio. En un video, un niño de Ucrania hablaba de cuando el presidente Thomas S. Monson lo había invitado a poner un poquito de cemento en la piedra angular del reciente Templo de Kiev. En otro, una niña de Jamaica hablaba sobre cómo trataba de dar un buen ejemplo en la escuela.
Cada video duraba aproximadamente un minuto y medio, y Joshua quería saber si Marco y Claudia estaban dispuestos a permitir que su hijo de seis años, Sair, apareciera en un video. Para Sair, el haberse mudado lejos de sus familiares y de su clase de la Primaria había sido difícil, pero durante el último año, al haber llegado más niños a la Iglesia, había podido comenzar a asistir a la Primaria de nuevo. Claudia pensaba que el video sería una buena oportunidad para ayudarlo a recordar su identidad divina.
Entonces Joshua envió a Sair algunas preguntas sobre sus pasatiempos, comidas e himnos de la Iglesia preferidos, y Claudia y Marco lo ayudaron a preparar sus respuestas. Sair estaba entusiasmado por comenzar a grabar con Claudia, y ella atesoraba el tiempo que dedicaban a aquello.
Enviaron el archivo de audio a Joshua y este lo combinó con algunas fotografías que había tomado al visitar El Coca. Tiempo después, una vez que el video se había terminado y publicado en internet, la familia Villavicencio se sentó frente a una computadora en la sala de su casa para verlo. Sair estaba muy entusiasmado por ver cómo había quedado.
El video comenzaba con una fotografía de la familia. Entonces la vocecita de Sair decía en español: “Me llamo Sair y soy de Ecuador”. Luego aparecían imágenes de El Coca en la pantalla y Sair describía las coloridas aves y los animales de la ciudad, así como su comida y deportes preferidos. También hablaba sobre su mudanza a El Coca antes de que se organizara la rama. “No había ninguna Iglesia para asistir”, decía él. “De repente otras familias vinieron a vivir aquí y nos acompañaron, y más personas fueron bautizadas”.
“¡Todos somos misioneros!”, exclamaba él. “Ahora tengo muchos amigos en la Primaria. Cantamos himnos y aprendemos acerca de Jesucristo y el Padre Celestial, como otros niños lo hacen en todo el mundo. Me gusta cantar el himno ‘Soy un hijo de Dios’”.
Sentada junto a su hijo, Claudia apenas podía creer que ahora las personas de todas partes podrían ver lo feliz que el Evangelio hacía a su familia. El video le recordaba que Dios velaba por lugares como El Coca, y que obraba a través de gente como ella, Marco, Sair y los demás santos de la rama.
Esperaba, además, que el video le recordara a Sair que formaba parte de una organización importante y grande como la Primaria, y que, aun siendo un niño, él era capaz de servir al Señor.
A fines de febrero de 2011, Emma Hernández entregó personalmente a su padre una invitación a su graduación. Seis años antes, su padre se había opuesto a que ella se casara con su esposo, Héctor David, pues pensaba que aquello interferiría con su educación académica. Sin embargo, por medio del apoyo económico del Fondo Perpetuo para la Educación, Emma había obtenido un título en mercadotecnia en una prestigiosa universidad hondureña.
Su padre estaba feliz por ella y ella estaba orgullosa de él. Hacía mucho tiempo que él había cambiado de opinión en cuanto a su matrimonio. Antes de la boda, Emma había orado para que se ablandara su corazón. Y su madre lo había ayudado a ver que Héctor David era un buen compañero para su hija. Más recientemente, los esfuerzos de ministración de un diligente presidente de cuórum de élderes, junto con un deseo ferviente de venir a Cristo y hacer convenios con Él, habían llevado a su padre de regreso a la Iglesia después de muchos años de haber estado apartado.
Emma se había regocijado por el regreso de su padre a la Iglesia. Ella y su madre habían orado durante años para que su corazón cambiara a fin de que la familia pudiera ir junta a la Casa del Señor. Esas oraciones fueron contestadas la mañana del 1 de abril de 2010, cuando Emma y la mayor parte de la familia llegaron al Templo de la Ciudad de Guatemala para sellarse unos a otros por la eternidad. El cielo estaba claro y las flores recién plantadas embellecían los jardines del templo cuando ella entró en el templo con su padre, su madre y su hermana.
Emma sintió el Espíritu cuando ingresó a la sala de sellamiento y vio a sus padres arrodillados ante el altar. Sentimientos de paz y amor los invadieron cuando se tomaron de las manos y se miraron a los ojos. En el salón celestial, después de la ceremonia, todos se abrazaron y derramaron lágrimas de felicidad. Aunque su padre no era un hombre expresivo, Emma pudo sentir su emoción en su abrazo.
Ahora, un año después del sellamiento, tanto ella como Héctor David habían alcanzado sus objetivos académicos mientras formaban una familia y servían en la Iglesia sin cesar. Emma había descubierto su pasión por la mercadotecnia y ahora tenía los conocimientos y las herramientas para ejercer su profesión. Con el título de Héctor David en economía, tenían mejores ingresos para cuidar de la familia. Pero lo más importante era que Emma había madurado durante los estudios y había aprendido a superar los desafíos y a confiar en el Señor.
Al principio, se había sentido agobiada por la universidad. En cierto momento, había llegado a pensar que su familia no tenía suficiente dinero como para que ella terminara su carrera. No obstante, el Fondo Perpetuo para la Educación había eliminado aquella preocupación, y el apoyo de su familia le había dado la fuerza para perseguir sus sueños y la había mantenido motivada. Su agradecimiento hacia el Señor aumentó, y ella y Héctor David vieron su servicio en la Iglesia como una oportunidad de dar gracias y mostrar amor por el Salvador. Ahora Emma ansiaba hacer valer su formación y devolver el préstamo del FPE. Creía que era capaz de alcanzar éxitos aún mayores en el futuro.
El 4 de marzo del 2011, el día de la graduación de Emma, su familia se reunió nuevamente, pero esta vez en el gimnasio de su universidad para la ceremonia de graduación. Ella y sus compañeros de graduación llegaron temprano, vestidos con togas y birretes negros, para ensayar la ceremonia. Cuando llegó su familia, Emma estaba encantada de ver no solo a Héctor David y a Oscar David, sino también a su madre, a su padre y a otros familiares.
Mientras caminaba frente a la línea que formaban las autoridades de la universidad para estrecharles la mano y luego recibir el diploma, Emma agradeció al Señor por sus bendiciones. Su padre fue el primero en abrazarla cuando terminó la ceremonia. “Felicitaciones, hija”, le dijo, mientras la miraba como si se le hubiera quitado un gran peso de encima. Emma se alegró al verlo en paz.
Luego abrazó y besó a Héctor David, agradecida por el apoyo que le había brindado durante sus estudios.
—Gracias —le dijo mientras se abrazaban—. No podría haberlo logrado sin ti.
En la mañana del 2 de abril de 2011, el presidente Thomas S. Monson se paró ante el púlpito del Centro de Conferencias y observó los miles de santos reunidos para la conferencia general anual de la Iglesia. “Cuando se planeó este edificio, pensábamos que nunca se llenaría”, dijo con una gran sonrisa, “pero mírenlo ahora”.
La conferencia marcaba su tercer año como Presidente de la Iglesia, llamamiento que lo mantenía más ocupado de lo que la mayoría de las personas podría imaginar. Estaba profundamente agradecido a los santos de todo el mundo, quienes ahora superaban los catorce millones. “Les doy las gracias por su fe y devoción al Evangelio, por el amor y cuidado que demuestran entre sí y por el servicio que prestan en sus barrios y ramas, estacas y distritos”, dijo.
Era un momento emocionante para ser Santo de los Últimos. Medio siglo antes, el presidente David O. McKay se había regocijado por la buena reputación de la Iglesia, especialmente en los Estados Unidos. Pero incluso entonces, la Iglesia era relativamente desconocida para la mayoría de las personas. Ahora ya no era así. Décadas de extensa labor misional, eficaces iniciativas de relaciones públicas, proyectos de ayuda humanitaria a pequeña y a gran escala, así como los humildes actos individuales cotidianos de los santos, habían logrado que la presencia de la Iglesia fuera algo familiar en muchas partes del mundo.
Además, últimamente la Iglesia se había convertido en un importante foco de atención de los medios de comunicación. La cobertura de la Iglesia durante los Juegos Olímpicos de Invierno de 2002 resultó ser el preludio de un alud de publicidad que sobrevino cuando Mitt Romney, que había sido director del comité olímpico organizador en 2002 y era un prominente político Santo de los Últimos Días, anunció que se postularía como presidente de los Estados Unidos. Si bien no ganó las elecciones primarias de 2008 para que su partido político lo nominara como candidato, muchas personas esperaban que volviera a postularse en 2012.
El interés público en la Iglesia seguía siendo alto. Santos de los Últimos Días llegaban a los titulares de las noticias en su carácter de legisladores y líderes empresariales. Algunos competían en reality shows de televisión y en eventos deportivos profesionales. Otros habían llegado a la fama como estrellas de rock o músicos de conciertos. Asimismo, otros habían escrito novelas que eran éxitos de ventas, incluso algunas que se habían adaptado para llegar a ser películas muy taquilleras.
El creciente interés en la Iglesia y sus miembros no significaba que todos estuvieran entusiasmados por aceptar el Evangelio restaurado. Muchas personas malinterpretaban a la Iglesia o no estaban de acuerdo con sus enseñanzas. De hecho, al presidente Monson y a otros líderes les preocupaba que la sociedad se estuviera alejando de los valores cristianos tradicionales y de las enseñanzas y prácticas de la Iglesia. En ningún otro aspecto se evidenciaba más dicho alejamiento que en las creencias sobre el matrimonio.
En años recientes, quienes abogaban por las personas lesbianas, gays, bisexuales, transgénero y queer (LGBTQ) habían actuado como grupos de presión por el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo. La Iglesia y otras organizaciones religiosas se habían opuesto a esas medidas al afirmar que el matrimonio entre un hombre y una mujer era ordenado por Dios.
El caso más prominente al respecto había acontecido en noviembre de 2008, cuando a los residentes de California se les había dado la oportunidad de votar sobre una enmienda a la constitución del estado que definiría legalmente el matrimonio como algo que tenía lugar entre un hombre y una mujer. La Iglesia se unió a otros grupos religiosos para recaudar fondos a fin de apoyar la propuesta. Además, los líderes de la Iglesia en Salt Lake City alentaron a los miembros de California a apoyar y promocionar la propuesta activamente.
Aunque la propuesta se aprobó por muy poco margen, la Iglesia recibió críticas considerables por su rol en la votación, lo que llevó a algunas personas a realizar protestas en el exterior de algunos templos.
El presidente Monson y otros líderes de la Iglesia permanecieron firmes al continuar defendiendo la doctrina del matrimonio y las normas de la Iglesia. Hablaron de la libertad de culto y de la libertad para definir y enseñar el matrimonio como una unión sagrada entre un hombre y una mujer. Además, procuraban tender puentes de entendimiento con otros grupos que creían lo mismo, como la Iglesia Católica, por ejemplo.
Asimismo se esforzaban cada vez más para hallar puntos en común con la comunidad LGBTQ. Conforme continuaban los debates sobre el matrimonio y los derechos de las personas gay, los líderes de la Iglesia alentaban a los Santos de los Últimos Días a ser amorosos y respetuosos cuando surgieran desacuerdos, y a condenar el hostigamiento hacia las personas LGBTQ. En noviembre de 2009, la Iglesia se unió a legisladores de Salt Lake City para apoyar el justo derecho a una vivienda para todos, independientemente de su orientación sexual. Los líderes de la Iglesia también procuraron proporcionar mejores recursos a los miembros de la Iglesia que son LGBTQ y fomentar mayor empatía hacia ellos, que a menudo se sentían atrapados en medio de los debates. Entre dichos recursos en desarrollo se encontraba un nuevo sitio web de la Iglesia que contenía artículos y videos de santos y sus familias donde relataban sus vivencias y compartían sus testimonios.
Uno de los videos narraba la historia de Suzanne Bowser, una miembro Santo de los Últimos Días que había luchado durante años para llegar a aceptar y entender su atracción hacia las mujeres. Continuaba asistiendo a la Iglesia, pero a veces sentía como si el corazón se le partiera en dos. Con el tiempo y con la ayuda de amigos y familiares que la acompañaban en su proceso, logró encontrar más paz. Había comprendido lo siguiente: “Esto es parte de mí y será parte de mí, y estoy bien. Aun así puedo ser feliz; aun así puedo tener al Salvador en mi vida”. Su amor por ella llenaba el vacío que a veces sentía.
Además, ella tenía líderes de la Iglesia que estaban dispuestos a escucharla y eso hacía una gran diferencia. “He tenido líderes del sacerdocio que han estado muy dispuestos a escuchar y entender”, recordó ella.
Al concluir la Conferencia General de abril de 2011, el presidente Monson instó a los santos a dejar que alumbrara su luz, tal como enseñó el Salvador. “Ruego que seamos buenos ciudadanos de los países donde vivimos y buenos vecinos en nuestras comunidades; y que tendamos una mano a aquellos de otras religiones así como a los de la nuestra”, dijo. “Seamos ejemplos de honradez y de integridad dondequiera que vayamos y en lo que sea que hagamos”.
Él y otros líderes de la Iglesia entendían y recalcaban la importancia de ser seguidores de Cristo en palabra y obra. La reciente atención de los medios de comunicación había demostrado que, aunque mucha gente había oído hablar de la Iglesia, la percepción de la Iglesia y de su mensaje fundamental variaba mucho. Para muchas personas, la Iglesia seguía siendo un misterio.
Los líderes de la Iglesia sabían que eso debía cambiar; nunca debía haber duda alguna de que los Santos de los Últimos Días seguían a Jesucristo.
El 17 de agosto de 2011, Silvia y Jeff Allred viajaron a San Salvador, El Salvador, la ciudad donde Silvia había nacido y se había criado, y donde, en cuatro días, se dedicaría una Casa del Señor. El templo se había anunciado poco después de su llamamiento a la Presidencia General de la Sociedad de Socorro y sus nuevas responsabilidades le habían impedido asistir a la ceremonia de la palada inicial. Pero ahora, por invitación de la Primera Presidencia, tenía la oportunidad de participar en la dedicación del templo. Ella y Jeff estaban emocionados.
Silvia había estado sirviendo en la Presidencia General de la Sociedad de Socorro por cuatro años. Durante ese tiempo, los temas “fe, familia y ayuda” habían guiado todos los esfuerzos de la organización. La presidencia había viajado mucho y se había valido de la versión revisada del Manual de Instrucciones de la Iglesia para capacitar a las líderes locales de la Sociedad de Socorro en cuanto a cómo recibir revelación, trabajar en los consejos de la Iglesia, ministrar a los necesitados, y cumplir con otras responsabilidades. Silvia misma había visitado a hermanas de la Sociedad de Socorro en veinte países de los cinco continentes.
La presidencia también había trabajado en conjunto con los miembros de su Mesa Directiva para crear videos que proporcionaran capacitación inmediata a las líderes recién llamadas de todo el mundo. Podía accederse a dichos videos desde la página web de la Sociedad de Socorro y se hallaban también en la Biblioteca de Capacitación de Líderes, que era una nueva colección de materiales instructivos en línea, en el sitio web de la Iglesia.
Fortalecer el programa de las maestras visitantes era otro de los grandes objetivos de su labor. Durante años, las revistas de la Iglesia habían publicado lecciones simples para que las maestras visitantes enseñaran. Ahora las lecciones se publicaban junto con consejos y materiales adicionales a fin de mejorar la enseñanza de las maestras visitantes. Bajo la supervisión de Silvia, las miembros de la Mesa Directiva además habían buscado formas de facilitar la transición de las Mujeres Jóvenes a la Sociedad de Socorro. Cuando viajaba, Silvia a menudo hablaba con las líderes locales de la Sociedad de Socorro y las Mujeres Jóvenes en cuanto a cómo achicar la brecha que existía entre las organizaciones al alentarlas a interactuar más entre sí. Además, alentaba a las hermanas de la Sociedad de Socorro a tender una mano a sus integrantes más nuevas y a buscar maneras de orientar a las jóvenes.
Inspiradas por la historia que habían recibido del presidente Boyd K. Packer y por asignación de la Primera Presidencia, la Sociedad de Socorro se preparaba para publicar un libro: Hijas en mi Reino: La historia y la obra de la Sociedad de Socorro. El libro contenía numerosas ilustraciones y estaba redactado con un estilo sencillo que resultaba fácil de leer para lectores de todos los niveles. También se traduciría a veintitrés idiomas y se distribuiría entre las mujeres de la Iglesia. La presidencia esperaba que aquello ayudara a las hermanas a aprender del pasado, a entender mejor su legado espiritual como discípulas de Cristo y a aceptar la misión divinamente designada de la Sociedad de Socorro.
El día anterior a la dedicación del Templo de San Salvador, Silvia y Jeff recorrieron el edificio y se maravillaron ante sus detalles de ornamentación: la hermosa madera tallada, los cristales decorativos y los accesorios de bronce con la flor de izote tallada, que es la flor nacional de El Salvador. Cerca de la entrada, detrás del escritorio de las recomendaciones, Silvia vio una pintura original del Salvador. Rodeaba con sus brazos a dos niños de unos ocho o nueve años, cuya apariencia era propia de las personas originarias de Centroamérica. El fondo era frondoso y verde, como la vegetación que abunda a lo largo de El Salvador. Al verlo, Silvia lloró, maravillada por el amor del Salvador por todos Sus hijos.
Durante la dedicación al día siguiente, Silvia no pudo evitar pensar en el pasado. Ella había sido una de las primeras miembros de la Iglesia en El Salvador y, aunque sus viajes la habían llevado por todo el mundo, era impactante ver cómo la Iglesia florecía en su país natal.
Sentada en el salón celestial, contempló a los miembros locales que llenaban los asientos. Muchos de ellos eran mayores y, al igual que ella, se habían bautizado cuando la Iglesia era nueva en El Salvador. Se habían mantenido fieles a sus convenios, a menudo, en medio de la pobreza y la adversidad. Algunos de ellos serían obreros de las ordenanzas cuando el templo abriera las puertas. Silvia sabía que ellos habían orado por aquel templo durante muchos años.
Cuando Silvia se había unido a la Iglesia en 1959, siendo adolescente, el templo más cercano estaba en Mesa, Arizona, a cuatro días de viaje. Ahora había cien mil santos en El Salvador. La Iglesia había crecido allí de maneras que Silvia jamás hubiera podido imaginar cuando era joven.
Cuando llegó su turno de tomar la palabra, Silvia se puso de pie. Si bien hablaba inglés con fluidez, el español seguía siendo el idioma en el que pensaba, oraba y procuraba la guía del Espíritu Santo. En la dedicación, pronunciaría su mensaje en su lengua materna, lo que le facilitaría mucho transmitir sus sentimientos más profundos. No solo se dirigía a quienes se hallaban en la Casa del Señor, sino también a los miles de santos del distrito del templo que veían la transmisión de la dedicación desde sus centros de reuniones.
—Hoy mi corazón rebosa de felicidad y gratitud —dijo—. Les testifico que las bendiciones que se nos prometen en el templo son reales e inconmensurables. El templo es la Casa del Señor. Él mismo lo ha santificado. Sus ojos y Su corazón estarán aquí para siempre.
Seis semanas después, el 2 de octubre de 2011, un generador alimentado por gasolina rugía en el centro de reuniones de Luputa, en la República Democrática del Congo. Dentro, unos doscientos santos (incluidos Willy y Lilly Binene) buscaban dónde sentarse frente a un televisor en la capilla. En pocos momentos, comenzaría la transmisión vespertina del domingo de la Conferencia General Semestral número 181 de la Iglesia traducida al francés, uno de los cincuenta idiomas en los que la conferencia se hallaba disponible para los santos de todo el mundo. Era la primera conferencia general que disfrutarían los miembros de la Iglesia de Luputa como miembros de una estaca de Sion.
La organización de la Estaca Luputa, tres meses antes, no había sido una sorpresa para nadie que estuviera familiarizado con el rápido crecimiento de la Iglesia en la ciudad. En 2008, el mismo año en que se selló la familia Binene en el templo, había más de doscientos Santos de los Últimos Días viviendo en Luputa. En ese momento, no había misioneros de tiempo completo que prestaran servicio allí. Sin embargo, durante los siguientes tres años, Willy y otros líderes de la Iglesia habían trabajado con los fieles misioneros de rama para lograr tener más del doble de santos en el distrito. Sin duda, la labor de la Iglesia al llevar agua potable a la ciudad también había contribuido a tales esfuerzos. El distrito incluso había enviado a treinta y cuatro misioneros de tiempo completo a servir en otras partes de la República Democrática del Congo, África y el mundo.
Aun así, Willy se sorprendió cuando los élderes Paul E. Koelliker y Alfred Kyungu, de los Setenta, lo llamaron como presidente de la nueva estaca. La Iglesia en Luputa contaba con varios líderes del sacerdocio experimentados y competentes que podían prestar servicio como presidentes de estaca . ¿Acaso no era momento de que otra persona liderara?
El 26 de junio, el día en que se organizó la estaca, Willy ayudó al élder Koelliker y al élder Kyungu a entregar los llamamientos misionales de tiempo completo a quince mujeres y hombres jóvenes de la estaca. Después, Willy sonrió al posar para una fotografía con el grupo. Dos décadas antes, las luchas entre etnias y el derramamiento de sangre lo habían desplazado de su hogar y lo habían privado de la oportunidad de servir al Señor en una misión de tiempo completo. Sin embargo, sus años de dedicado servicio en la Iglesia en Luputa habían ayudado a brindar a la nueva generación de santos las oportunidades que él no había tenido.
Mientras comenzaba la transmisión de la conferencia, Willy se acomodó para escuchar a los discursantes. Normalmente, el presidente Monson era el primer orador en la primera sesión de la conferencia, pero un problema de salud había retrasado su llegada al Centro de Conferencias. Sin embargo, después del himno intermedio, se acercó al púlpito y dio la bienvenida a los santos a la conferencia con un alegre “hola”.
“Cuando estamos ocupados, el tiempo parece transcurrir muy rápido, y los pasados seis meses no han sido una excepción para mí”, dijo.
El presidente Monson habló sobre la dedicación del Templo de El Salvador y de la rededicación del Templo de Atlanta, al sur de los Estados Unidos. “La construcción de templos continúa sin interrupción, hermanos y hermanas”, dijo. “Hoy tengo el privilegio de anunciar varios nuevos templos”.
Willy escuchaba atentamente. Últimamente, los líderes de la Iglesia de Luputa habían estado pensando en los templos. De hecho, en la primera conferencia de estaca en la ciudad, muchos de los mensajes se habían centrado en preparar a los santos para asistir a la Casa del Señor. Aparte de los Binene, solo unos pocos santos en Luputa habían podido ir al Templo de Johannesburgo. Aunque era relativamente fácil obtener el pasaporte en la República Democrática del Congo, no era sencillo obtener el visado para viajar a Sudáfrica. Aquello significaba que muchos santos del país estaban esperando, preocupados de que sus pasaportes caducaran antes de que pudieran recibir el visado e ir al templo.
El primer templo que el presidente Monson anunció fue el segundo templo que habría en la ciudad de Provo, Utah. Hacía poco, el histórico tabernáculo de la ciudad se había incendiado accidentalmente y las llamas habían consumido casi todo, salvo los muros exteriores. Ahora la Iglesia pensaba reconstruirlo y hacer de él una Casa del Señor.
“También tengo el placer de anunciar nuevos templos en las siguientes localidades”, continuó el presidente Monson. “Barranquilla, Colombia; Durban, Sudáfrica; Kinsasa, República Democrática del Congo; y […]”.
Tan pronto como escucharon “Kinsasa”, Willy y todos los que lo rodeaban se pusieron de pie y comenzaron a festejar. La noticia lo había tomado completamente por sorpresa. Pronto, los santos congoleños ya no tendrían que preocuparse por los visados para viajar ni por la vigencia de los pasaportes. Aquel simple anuncio del profeta lo había cambiado todo.
No había habido rumores ni indicios de que la Iglesia pensara edificar un templo en el país; solo había habido esperanza; la esperanza de que algún día el Señor establecería Su casa en aquella tierra.