Capítulo 34
Fortaleza para superar cualquier situación
En la mañana del 15 de octubre de 2004, Anne Pingree descendió de un avión en Santiago, Chile. Estaba allí como Segunda Consejera de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro, para reunirse con los santos locales y capacitar a las líderes de la Sociedad de Socorro y a los líderes del sacerdocio.
Para sus reuniones, Anne planeaba utilizar los cuadernillos de capacitación simplificados desarrollados por el comité de alfabetización de la mesa directiva de la Sociedad de Socorro. Cada cuadernillo tenía alrededor de dos docenas de páginas con fotografías en color y principios sencillos del Manual de Instrucciones de la Iglesia. Ella esperaba utilizar el cuadernillo sobre el Bienestar de la Iglesia para ayudar a las líderes de la Sociedad de Socorro y a los líderes del sacerdocio a aprender a valorarse unos a otros y a trabajar juntos.
Antes de salir de Estados Unidos, Anne había recibido un correo electrónico del élder Carl B. Pratt, de la Presidencia del Área Chile. Hacía poco tiempo, la Iglesia había inaugurado dos centros de recursos de bienestar en Chile, cada uno con un almacén del obispo, un centro de empleo y una oficina de asesoramiento. Al utilizar los recursos de bienestar, los obispos debían trabajar con las presidentas de la Sociedad de Socorro. Sin embargo, los obispos en Chile no estaban haciendo eso.
En Santiago, Anne entendió mejor el problema durante una reunión inicial con el élder Pratt y el élder Francisco J. Viñas, Presidente del Área Chile. El élder Viñas explicó que muchos santos chilenos tenían dificultades para leer, por lo que seguían la tradición, en lugar de consultar el manual. Al igual que en muchas otras Áreas del mundo, el sexismo prevalecía en Chile y algunos presidentes de estaca y obispos no deliberaban en consejo con sus líderes de la Sociedad de Socorro.
—Lo que deseo que haga es que enseñe los procedimientos —dijo el élder Viñas—. Enseñe que lideramos aprendiendo los principios del manual.
Durante la semana siguiente, Anne habló ante cientos de santos. Muchos hablaron de su aprecio por el reciente servicio del élder Jeffrey R. Holland como Presidente del Área Chile. Si bien el élder Oaks y él habían sido llamados para servir en sus respectivas Áreas durante un año, la Primera Presidencia había extendido ambas asignaciones por otro año, lo que les había dado más tiempo para apoyar a los líderes locales y fortalecer a los santos.
Centrando su atención en la baja retención de miembros y en la poca asistencia a las reuniones en Chile, el élder Holland había trabajado en estrecha colaboración con los misioneros y los miembros activos para volver a traer a las personas a la Iglesia. Para disminuir la carga de los líderes del sacerdocio en zonas donde los barrios y las ramas estaban débiles, él había reorganizado muchas unidades de la Iglesia, lo que redujo la cantidad de estacas en Chile de 115 a 75.
También había acortado las reuniones dominicales en el Área de tres horas a dos horas y quince minutos, lo que le dio a los santos más tiempo para estudiar el Evangelio de Cristo, estar con sus familias, visitar a los miembros con dificultades y cumplir con sus llamamientos. Si bien la Iglesia en Chile todavía afrontaba dificultades para retener miembros, muchos santos se mostraron optimistas con respecto a su futuro.
En las reuniones con las líderes de la Sociedad de Socorro y los líderes del sacerdocio, Anne les recordó que ellos eran colaboradores en la obra del Señor. “Hermanos, sigan el ejemplo de la Primera Presidencia y de los Doce”, los instó. “Escuchen la voz de las mujeres, escuchen su sabia comprensión cuando ellas compartan información útil en las reuniones del comité de bienestar, las reuniones de consejo de barrio y las reuniones mensuales de mayordomía”.
Además, instó a las líderes de la Sociedad de Socorro a estar listas para dar consejo a los líderes del sacerdocio. “Vengan preparadas a las reuniones de consejo para marcar una diferencia significativa”, dijo ella. “Eso significa venir con soluciones e ideas, y no solo identificar desafíos o problemas”.
Cuando Anne habló sobre el bienestar, utilizó un retroproyector y el cuadernillo de bienestar simplificado para enseñar a los líderes cómo llevar a cabo las reuniones de comité de bienestar de barrio y las visitas a los hogares para identificar necesidades. Enfatizó que las presidentas de la Sociedad de Socorro eran responsables de realizar las visitas al hogar según lo soliciten los obispos.
“La presidenta visita a la hermana en su hogar. Puede evaluar las necesidades de la hermana. Cuando ella escucha con atención, el Espíritu la ayudará a sugerir maneras de satisfacer esas necesidades”, se enseñaba en el cuadernillo. “Después de la visita al hogar, la presidenta vuelve al obispo o presidente de rama e informa lo que averiguó”.
Anne sintió que la mayoría de los líderes del sacerdocio asistieron a esas reuniones con mentes abiertas, deseando aclarar cómo trabajar con la Sociedad de Socorro en cuanto al bienestar. Y las presidentas de la Sociedad de Socorro parecían estar especialmente agradecidas por la capacitación. Al final de una reunión, una mujer se acercó a ella y le dijo: “Estaba preocupada. Ahora ya sé qué hacer”.
Más tarde, Anne reflexionó sobre las personas que había conocido. La bondad de sus vidas y su dedicación a la obra del Señor la inspiraron.
“Estoy agradecida por todo lo que aprendí y especialmente por todo lo que vi en esta nación”, informó a la mesa general de la Sociedad de Socorro. “Ellos se están esforzando mucho por hacer todo lo que pueden para edificar la Iglesia”.
Mientras tanto, en el otro lado del mundo, Allwyn Kilbert y sus compañeros misioneros en la misión de Bangalore, en India, daban la bienvenida a los nuevos líderes de misión Brent y Robin Bonham a su campo de servicio.
Los Bonham acababan de llegar de Utah, donde recibieron capacitación sobre una nueva guía misional llamada Predicad Mi Evangelio. La guía se había diseñado para dar a los misioneros la flexibilidad que necesitaban para enseñar el Evangelio del Salvador, según la guía del Espíritu, a fin de satisfacer las necesidades de las personas que conocieran.
Conforme Allwyn aprendía más sobre Predicad Mi Evangelio, más emocionado estaba por implementarlo. Se había unido a la Iglesia en su ciudad natal Coimbatore, India, en marzo de 2001, y se sentía en deuda con el programa misional. Unos meses después de su bautismo murió su abuela. Él halló consuelo en lo que los misioneros le habían enseñado sobre el Plan de Salvación. Y después de leer artículos sobre la obra misional en la revista internacional de la Iglesia, Liahona, decidió que serviría en una misión.
Los misioneros Santos de los Últimos Días habían llegado por primera vez a la India en la década de 1850 y, desde ese entonces, siempre había habido algunos santos viviendo en el país. Sin embargo, la Iglesia no comenzó a crecer hasta las últimas décadas del siglo veinte. En la década de los ochenta, los líderes de la Iglesia enviaron misioneros de la misión de Singapur a regiones de la India. Gracias a estos misioneros y a los esfuerzos de los santos locales, la Iglesia empezó a arraigarse. De las más de mil millones de personas en el país, solo un poco más de cinco mil cuatrocientas eran Santos de los Últimos Días.
Este crecimiento fue lento durante muchos años. En 1996, tres años después de establecida la misión de Bangalore en la India, el Gobierno restringió la cantidad de misioneros extranjeros que podían trabajar en el país. La mayoría de las personas en la India eran hindúes o musulmanes, mientras que una pequeña minoría era cristiana, sij, budista, jainista, bahaí o parsi. Cuando Allwyn y otros misioneros enseñaban sobre el Salvador y Su Iglesia, muchas personas no estaban familiarizadas con los principios básicos de las lecciones.
Allwyn creía que Predicad Mi Evangelio podía ayudar a los misioneros a adaptar el mensaje del Evangelio a todas las personas, independientemente de sus orígenes o creencias. Durante más de cuarenta años, las lecciones misionales se habían compuesto de seis lecciones escritas. Por el contrario, Predicad Mi Evangelio le pedía a los misioneros que se centraran en aprender los principios del Evangelio para que pudieran adaptar mejor sus lecciones a las personas a quienes enseñaban.
El nuevo programa de estudio proporcionaba a los misioneros cinco lecciones sobre la Restauración, el Plan de Salvación, el Evangelio de Jesucristo, los mandamientos, y las leyes y las ordenanzas del Evangelio. Otros capítulos del libro, enseñaban a los misioneros más acerca de la función del Libro de Mormón, cómo reconocer el Espíritu, cómo desarrollar atributos cristianos y otros principios importantes.
“La parte central del plan de nuestro Padre es la Expiación de Jesucristo”, decía un pasaje clave de la primera lección. “Por medio de la Expiación podemos ser librados de la carga de nuestros pecados y adquirimos la fe y la fortaleza para hacer frente a nuestras pruebas”.
Durante los meses siguientes, el presidente y la hermana Bonham prepararon a la misión para cambiar a Predicad Mi Evangelio. En una conferencia de zona en agosto de 2004, hablaron con los misioneros sobre cómo utilizar el tiempo sabiamente, uno de los principios del nuevo programa de estudio. Al día siguiente, Allwyn le escribió a su familia para contarles sobre los cambios. “El sistema que se presentó no solo es para la India, sino para todo el mundo”, les dijo. “A los misioneros se les da más libertad y también responsabilidad”.
En septiembre, el presidente Bonham llamó a Allwyn para ser líder de zona en Chennai, una ciudad en la costa sudeste de la India. En las reuniones de zona, Allwyn utilizó Predicad Mi Evangelio para enseñar a los otros misioneros y ayudarlos a adaptarse al nuevo método para compartir el Evangelio.
Pronto la obra misional se aceleró en Chennai. Allwyn y sus compañeros conocieron a una mujer llamada Mary y a su nieto Yuvaraj. La familia se había interesado en el Evangelio restaurado cuando Yuvaraj se inscribió en una escuela administrada por un Santo de los Últimos Días local. A medida que los misioneros les enseñaron las lecciones de Predicad Mi Evangelio, Mary mostró un interés especial en estar sellada a su difunto esposo, quien había muerto años antes. Los misioneros podían notar que para Mary la familia era importante, por lo que adaptaron sus mensajes a fin de enfocarse en la naturaleza eterna de la familia. Cuando Allwyn y sus compañeros la invitaron a ella y a Yuvaraj a ser bautizados, ellos aceptaron.
El día de su bautismo, también fueron bautizadas otras cinco personas.
El domingo 26 de diciembre de 2004, Stanley Wan salió de las reuniones de la Iglesia en Hong Kong para responder una llamada telefónica. Habían pasado más de diez años desde que había ayudado al presidente Hinckley a seleccionar el sitio para el Templo de Hong Kong. Ahora era Setenta Autoridad de Área en Asia y trabajaba como gerente de bienestar de la Iglesia en el Área.
La llamada telefónica era de Garry Flake, director de respuesta humanitaria de la Iglesia. Su voz tenía un tono de urgencia. Quería saber sobre un tsunami en Indonesia.
Stanley no sabía de qué estaba hablando Garry. Colgó y llamó a la oficina de la Iglesia en Indonesia. Nadie sabía mucho sobre el tsunami, sin embargo, ya estaban apareciendo los informes en las noticias.
Temprano esa mañana, un enorme terremoto había azotado el Océano Índico, frente a la costa occidental de la isla indonesia de Sumatra. La fuerza del movimiento se había propagado a través del océano y había propulsado gigantescas olas hacia tierra firme. En Indonesia, India, Sri Lanka, Malasia y Tailandia, las olas, altas como montañas, se habían estrellado contra pueblos y aldeas, inundando las calles y derribando casas y edificios. Una cantidad desconocida de personas estaban desaparecidas o muertas.
Una vez que entendieron el alcance y la gravedad de lo sucedido, Stanley y Garry decidieron reunirse en Colombo, Sri Lanka, para evaluar el caso. La Iglesia tenía varios misioneros y alrededor de 850 miembros en la isla. No obstante, a diferencia de Indonesia e India, Sri Lanka no contaba con una oficina administrativa, ni con personal local de la Iglesia.
De inmediato, Stanley fue al aeropuerto. Llegó a Sri Lanka alrededor de la medianoche y encontró la isla repleta de periodistas, organizaciones de caridad y personas que buscaban a sus amigos y familiares. En el hotel, le habían dado su habitación a otro huésped que pagó más por ella, así que localizó a los misioneros locales y durmió allí en el suelo.
Al día siguiente, Garry Flake llegó desde Estados Unidos, y él y Stanley tuvieron una reunión matutina con miembros y líderes de rama. Después de esto, se desplazaron por la isla para evaluar los daños.
La costa este de Sri Lanka fue la que resultó más afectada. En cualquier dirección en la que miraran, las casas y los edificios habían colapsado. Los caminos estaban llenos de automóviles y personas que intentaban escapar de la destrucción. Los trenes y los autobuses habían dejado de funcionar. Miles y miles de personas sin hogar estaban sentadas junto a montones de escombros, mientras que los soldados buscaban sobrevivientes.
En los últimos años, la Iglesia había proporcionado ayuda en catástrofes en todo el mundo, ayudando a refugiados en Kosovo, Sierra Leona y Afganistán; a las víctimas de inundaciones en Venezuela y Mozambique; y a los sobrevivientes de terremotos en El Salvador, Turquía, Colombia y Taiwán. Ahora, en el sudeste asiático, la Iglesia tenía varios palés de suministros médicos listos para usarse en las áreas afectadas por el tsunami. Stanley y Garry compraron suministros médicos de emergencia, alimentos y otros recursos adicionales con fondos humanitarios de la Iglesia, para que los líderes locales los entregaran a las víctimas. También les indicaron a los miembros de la Iglesia que utilizaran un centro de reuniones local para armar kits de higiene y otros suministros de ayuda.
Después de pasar unos días en Sri Lanka, Stanley y Garry viajaron a Indonesia. Allí se reunieron con el ministro de Coordinación para el Bienestar de las Personas del país, con quien Garry había trabajado antes.
—¿Qué es lo que más necesitan? —Garry le preguntó.
—Necesitamos bolsas para los cuerpos de los muertos —respondió el ministro.
Stanley y Garry se comunicaron con sus contactos en Pekín y encontraron una empresa que podía enviar 10 000 bolsas para cuerpos al día. Stanley y Garry organizaron el transporte a Indonesia.
Con las bolsas para cuerpos en camino, la Iglesia proporcionó tiendas, toldos, kits médicos y ropa usada para las víctimas del tsunami. Además, la Iglesia se alió con una organización musulmana de ayuda para entregar más de setenta toneladas de suministros adicionales.
Sin embargo, aún quedaba mucho por hacer. Continuamente, y hacia donde Stanley y Garry miraran, podían ver personas necesitadas. Se había informado de miles de muertos en Sri Lanka e Indonesia. Miles más murieron en la India y Tailandia.
Y la cantidad de muertos aumentaba rápidamente.
Allwyn Kilbert estaba acostado en la cama, esperando su turno para usar la ducha, cuando el terremoto sacudió a Chennai, India. La noche anterior, él y sus compañeros misioneros se habían sentido agotados después de asistir a una actividad de Navidad con su rama. Cuando la cama comenzó a agitarse, pensó que su compañero le estaba haciendo una broma.
—¿Por qué sacudes mi cama? —le dijo—. Ya estoy despierto.
Su compañero, Revanth Nelaballe, entró a la habitación. —Fue un temblor, un terremoto — le dijo.
Los terremotos eran poco comunes en el sur de la India, pero los misioneros no pensaron mucho más sobre el tema. Aun así, cuando llegaron a la iglesia más tarde esa mañana, Allwyn sintió que algo andaba mal. Después de que la reunión sacramental empezara, el presidente de rama, Seong Yang, se excusó inesperadamente desde el púlpito y salió de la capilla. Su teléfono celular había estado vibrando casi sin parar con llamadas sobre un tsunami en la costa. Salió del edificio para ir a inspeccionar su casa, que estaba cerca de la playa, y evaluar las necesidades de los santos afectados por el desastre.
Más tarde ese día, Allwyn y sus compañeros se dirigieron a la playa para ver lo que había sucedido. Los oficiales de policía habían instalado barreras para mantener a los espectadores alejados y estaban patrullando el área a caballo. A lo largo de la playa, las personas sacaban cuerpos del agua, la cual había llegado hasta más de un kilómetro (más de media milla) tierra adentro. Por toda la costa, las comunidades pesqueras en zonas bajas estaban devastadas y muchos pescadores habían perdido sus botes y sus equipos. En la ciudad de Nagapattinam, a casi 300 km (185 millas) al sur de Chennai, había una destrucción generalizada.
A la mañana siguiente, Allwyn y sus compañeros fueron al centro de reuniones de la Rama Chennai 1 para ayudar con una actividad de servicio organizada por las dos ramas de la ciudad. Durante la noche, la Iglesia había enviado camiones con suministros desde un pueblo ubicado a unos 650 km (casi 400 millas) de distancia. Durante los siguientes dos días, los misioneros y los miembros armaron y clasificaron kits de ayuda que contenían ropa, ropa de cama, artículos de higiene y utensilios para comer.
El martes 28 de diciembre, Allwyn y sus compañeros se reunieron con el presidente Bonham, su presidente de misión. Desde el tsunami, los Santos de los Últimos Días de la India habían trabajado distribuyendo entre las víctimas productos proporcionados por la Iglesia. Después de cargar camiones con cientos de kits de higiene y otros suministros, los misioneros viajaron con el presidente Bonham para entregarlos a una estación de la Cruz Roja de la India.
En la estación, el hombre que los recibió reconoció sus placas. “Oh, son de la Iglesia”, dijo. “¿Qué trajeron?”.
Respondieron que tenían linternas, kits de higiene y varias toneladas de ropa. El funcionario estaba encantado con las donaciones y les dijo que condujeran los camiones hacia las instalaciones.
En el interior encontraron a muchas personas alrededor de grandes montones de ropa. Los trabajadores llevaban máscaras y guantes mientras clasificaban las pilas y se aseguraban de que la ropa estuviera limpia y en buenas condiciones. Personas de varias religiones y organizaciones también estaban entregando suministros, y Allwyn y los otros misioneros pasaron varias horas descargando los camiones y llevando los suministros adonde eran necesarios.
Mientras Allwyn observaba a las personas de los diversos grupos, le sorprendió la forma en que todos trabajaban juntos por amor a su prójimo.
“Hay buenas personas en todas partes”, pensó él.
Para mayo de 2005, Emma Acosta y su novio, Héctor David Hernández, llevaban saliendo unos seis meses. Ella tenía diecinueve años y él había regresado hacía poco de una misión en la Ciudad de Guatemala. Estaban profundamente enamorados y habían comenzado a hablar sobre matrimonio. Sin embargo, en Tegucigalpa, Honduras, donde ellos vivían, era común que los hombres y las mujeres jóvenes no se casaran sino hasta después de haber salido por unos años y haber completado sus estudios universitarios.
Emma se había inscrito recientemente en una universidad pública y estaba decidida a obtener su título. Un año antes, en la reunión general de las Mujeres Jóvenes de la Iglesia, el presidente Hinckley había instado a las mujeres jóvenes a que tomaran sus estudios en serio. “Obtengan toda la educación académica posible”, había dicho. “La capacitación es la clave de la oportunidad”.
Héctor David también planeaba asistir a la universidad. Él y Emma sabían que muchos alumnos casados abandonaban la universidad debido a las responsabilidades financieras que surgían con el matrimonio y al criar una familia. No obstante, se sintieron motivados por el Espíritu a no posponer el matrimonio.
Un día, Emma le contó a Héctor David sobre un viaje del barrio al Templo de la Ciudad de Guatemala. Ella nunca antes había ido al templo y quería ir.
—¿Por qué no vamos juntos y le preguntamos al Señor qué quiere de esta relación? —sugirió Héctor David. A lo largo de los años, los líderes de la Iglesia habían instado a los jóvenes a buscar la guía del Señor para las preguntas relacionadas con el noviazgo y el matrimonio. Emma y Héctor David no tenían que ir a la Casa del Señor para recibir revelación personal, sin embargo, era un lugar santo donde podían sentirse cerca de Él y de Su Espíritu mientras buscaban orientación.
La Ciudad de Guatemala estaba a catorce horas de Tegucigalpa. En su primera mañana en el templo, Emma y Héctor David realizaron bautismos por los muertos. Cuando Emma salió del vestidor, encontró a Héctor David, vestido de blanco, esperándola junto a la pila bautismal. Mientras él la bautizaba, ella recibió un testimonio personal de que debía casarse con él.
Más tarde, después de que Héctor David terminara una sesión de investidura, estuvo con Emma en un jardín en los predios del templo. Él la tomó de la mano y la abrazó. Él también había recibido una respuesta. “Siento que el Señor va a estar con nosotros”, dijo él. “Él nos va a dar la fortaleza para superar cualquier situación que se presente de aquí en adelante”.
Unas semanas después, Emma estaba trabajando en la tienda de comestibles de su familia cuando recibió una llamada de Héctor David. Le dijo que acaba de hablar con el padre de ella para pedirla en matrimonio. La conversación no había ido bien. El padre de Emma era Santo de los Últimos Días, pero hacía tiempo que no iba a la iglesia. No entendía por qué Emma quería casarse ya.
Después de la llamada telefónica, Emma vio a su padre entrar a la tienda y su rostro era muy serio. Él la felicitó por el compromiso, pero era claro que estaba desilusionado. Le preocupaba que ella no completara sus estudios.
—Si planeas casarte, será mejor que busques un trabajo —dijo él—. Ya no quiero que vengas a trabajar aquí.
Emma no estaba segura de dónde trabajar, entonces fue al centro de recursos de empleo de la Iglesia en Tegucigalpa. Se había abierto en 2002 y era uno de los cientos establecidos en todo el mundo para ayudar a los santos a encontrar un mejor empleo. Los instructores del centro eran exmisioneros locales. Hablaron con ella sobre el Fondo Perpetuo para la Educación, que el presidente Hinckley había presentado en 2001. Sin embargo, por el momento, ella no estaba interesada en obtener un préstamo para la universidad. También le dieron consejos sobre cómo realizar una entrevista de trabajo y la ayudaron a crear un currículum. Al disponer de esas habilidades, pronto encontró trabajo en un banco.
Al acercarse el día de su boda, Emma se sentía desanimada. Si bien su padre había aceptado ayudar a pagar la boda, él y otros familiares habían expresado su oposición al matrimonio.
Su desaprobación le producía mucho pesar a Emma. Un día, ella se arrodilló a solas en la sala de estar para orar. —Esto es lo que nos pediste que hiciéramos —le dijo ella al Padre Celestial—. Estoy tratando de ser obediente.
De repente, le vino a la mente la historia del Salvador caminando sobre las aguas. Recordó cómo Pedro intentó ir hacia Jesús, solo para hundirse cuando tuvo miedo. Al igual que Pedro, Emma también sentía que se ahogaba.
Pero luego la invadió una sensación de paz. —Hija, te estás concentrando en la tormenta —le dijo la voz del Señor—. Solo necesito que me mires a Mí. Céntrate en Mí, en lo que ya he puesto en tu corazón—.
Ella sentía como si el Señor estuviera tomándola de la mano, tal como había tomado la mano de Pedro.
Para fines de septiembre de 2005, Angela Peterson había estado trabajado arduamente todo el mes a fin de prepararse para la visita de un funcionario público de alto rango de Oriente Medio. Como parte de su nuevo trabajo en una empresa de relaciones internacionales y gubernamentales en Washington D. C., a veces se le pedía planificar recorridos a pie, cenas y eventos culturales para los visitantes importantes.
Cuando llegó el funcionario, él y Angela hablaron y descubrieron que tenían varias cosas en común. Ambos habían sido criados en áreas rurales y valoraban la familia y la fe. El funcionario no bebía alcohol debido a sus creencias musulmanas y le impresionó que Angela tampoco bebía.
Ella había planificado varias actividades para la estadía del funcionario, sin embargo, después de varios días, él dijo: “¡Creo que ya he visto todo Washington! ¿Hay algo más que pueda mostrarme, quizás algo diferente?”.
Una imagen llegó con rapidez a la mente de Angela: el Templo de Washington D. C. Dudó y se preguntó si sería apropiado llevarlo a un lugar que era sagrado para ella. Aun así, la imagen del templo no se iba de su mente.
—En realidad, hay un lugar que no le he mostrado —le dijo—. Es el lugar más importante para mí en Washington D. C..
El funcionario aceptó con entusiasmo y Angela comenzó a hacer los arreglos. Llamó al director del centro de visitantes del templo, el élder Jess L. Christensen, quien ofreció cerrar el edificio durante unas horas para dar un recorrido privado al funcionario.
Al día siguiente, Angela recogió al funcionario y lo llevó por una hermosa autovía serpenteante hasta el templo. Durante el viaje de casi una hora, él le hizo muchas preguntas sobre la Iglesia. Ella sentía que le venían los pensamientos y las palabras con total claridad. Él escuchaba con atención y parecía interesado en la Primera Visión, el Libro de Mormón, los profetas modernos, el trabajo humanitario mundial de la Iglesia y la ley del diezmo.
Cuando Angela condujo por la última curva de la autovía, era de noche y la Casa del Señor brillaba intensamente con el sol del atardecer. Al cruzar los predios del templo, la estatua del Christus en el centro de visitantes era claramente visible. El élder Christensen realizó el recorrido, el cual incluía una exhibición del Libro de Mormón traducido a muchos idiomas, entre ellos el árabe nativo del funcionario.
Al final del recorrido, el élder Christensen reprodujo un video del presidente Hinckley, en el que testificaba sobre la importancia de las familias. Junto al televisor había una copia enmarcada de “La familia: Una Proclamación para el Mundo”. El funcionario la leyó de forma silenciosa y asintió con la cabeza.
—Esto es lo que yo creo —dijo él—. Esto es lo que mi gente cree.
En el viaje de regreso a la ciudad, el funcionario le dijo a Angela que estaba impresionado por el énfasis de la Iglesia en la familia, y estaba feliz de conocer otra religión que valorara a las familias como lo hacían en la suya. En el último día de su visita a Washington, Angela le entregó una copia de la proclamación.
—Quería darle algo que creo que será significativo para las personas de su país —le explicó ella.