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El llamamiento más importante
Hablando en una conferencia general, el élder Jeffrey R. Holland dijo: “Estamos tan agradecidos por todos aquellos que imparten enseñanza. Los amamos y los apreciamos más de lo que nos es posible expresar. Confiamos mucho en ustedes”. Y continuó diciendo: “El enseñar con eficacia y el sentir que se está surtiendo efecto es en verdad una tarea muy difícil; pero vale la pena. No hay ‘llamamiento más importante’… El que cada uno de nosotros ‘ven[ga] a Cristo’, guarde Sus mandamientos y siga Su ejemplo para volver a la presencia del Padre es en verdad el propósito más sublime y sagrado de la existencia humana. El ayudar a los demás a lograr esto también —el persuadir y conducirlos con fervor a que anden también por el sendero de la redención— en verdad debe ser la segunda tarea más importante de nuestra vida. Tal vez esa sea la razón por la que el presidente David O. McKay una vez dijo: ‘La responsabilidadmás grande que puede tener un hombre [o una mujer] es la de ser maestro de los hijos de Dios’ ” (“ ‘Venido de Dios como maestro’ ”, Liahona, julio de 1998, pág. 26).
La función de la enseñanza en el plan de nuestro Padre Celestial
A fin de poder ejercer plenamente nuestro albedrío con rectitud, es necesario que aprendamos en cuanto al Salvador y las doctrinas de Su Evangelio. Por tal motivo, la enseñanza del Evangelio siempre ha cumplido una función esencial en el plan de nuestro Padre Celestial para Sus hijos.
En el mundo premortal de los espíritus recibimos nuestras “primeras lecciones… y [fuimos] preparados para venir en el debido tiempo del Señor a obrar en su viña en bien de la salvación de las almas de los hombres” (D. y C. 138:56). Después de que Adán y Eva fueron expulsados del Jardín de Edén, el Señor envió ángeles para que les enseñaran el plan de redención (véase Alma 12:27–32). Tiempo después mandó a Adán y a Eva que enseñaran “sin reserva a [sus] hijos” (véase Moisés 6:57–59).
En cada dispensación del Evangelio, el Señor ha encomendado la enseñanza del plan de redención. Él ha enviado ángeles (véase Mosíah 3:1–4; Moroni 7:29–32; José Smith—Historia 1:30–47), ha llamado a profetas (véase Amós 3:7), ha proporcionado las Escrituras (véase D. y C. 33:16) y ha ayudado a la gente para que conozca la verdad mediante el poder del Espíritu Santo (véase 1 Nefi 10:19; Moroni 10:5). Él ha mandado a Sus seguidores que enseñen el Evangelio a los miembros de sus familias (véase Deuteronomio 6:5–7; Mosíah 4:14–15; D. y C. 68:25–28), a otros miembros de la Iglesia (véase D. y C. 88:77–78, 122), y a los que aún no han recibido la plenitud del Evangelio (véase Mateo 28:19–20; D. y C. 88:81).
Refiriéndose a la importancia de enseñar el Evangelio en la Iglesia, el élder Gordon B. Hinckley dijo: “La enseñanza del Evangelio a todos los miembros de la Iglesia es fundamental para cada uno de los programas deésta. En cumplimiento de esta responsabilidad que le fue encomendada desde sus comienzos, la Iglesia ha establecido un sistema de notables organizaciones de enseñanza: los quórumes del sacerdocio, tanto el de Melquisedec como el Aarónico, el amplio sistema educativo de la Iglesia y las organizaciones auxiliares… todos los cuales cumplen una importante función en la educación de nuestra gente” (en Conference Report, octubre de 1962, págs. 72–73).
Cada miembro un maestro
Cuando el Salvador resucitado enseñó a los nefitas, les dijo: “Alzad, pues, vuestra luz para que brille ante el mundo. He aquí, yo soy la luz que debéis sostener en alto: aquello que me habéis visto hacer” (3 Nefi 18:24). Al dar esta instrucción, elSeñor no hizo distinción alguna entre los que oyeron Su voz. A todos se les mandó enseñar.
Lo mismo ocurre hoy día. La responsabilidad de enseñar el Evangelio no se limita a quienes hayan recibido un llamamiento oficial como maestros. Como miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de losÚltimos Días, usted tiene la responsabilidad de enseñar el Evangelio. Como padre o madre, hijo o hija, esposo o esposa, hermano o hermana, líder de la Iglesia, maestro o maestra en el salón de clases, maestro orientador, maestra visitante, compañero o compañera de trabajo, vecino o vecina, amigo o amiga, usted tiene oportunidades para enseñar. Algunas veces puede enseñar abierta y directamente por medio de las cosas que dice o el testimonio que dé; y, además, siempre enseña mediante el ejemplo.
El Señor declaró: “Ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). Al pensar en el papel que juega la enseñanza del Evangelio en la salvación y exaltación de los hijos de Dios, ¿puede imaginar que exista un deber más noble o sagrado? Ello requiere que se esfuerce diligentemente por aumentar su entendimiento y por mejorar sus habilidades, sabiendo que el Señor irá magnificándole a medida que enseñe de la manera que Él ha mandado. Es una obra de amor, una oportunidad para ayudar a otros a fin de que ejerzan correctamente su albedrío, vengan a Cristo y reciban las bendiciones de la vida eterna.