Ezequiel 21–24
La iniquidad lleva a la destrucción
En Ezequiel 21–23 continúa la explicación del Señor de las razones por las que Jerusalén iba a ser destruida. En Ezequiel se explica que algunas personas justas también sufrirían durante esa destrucción. Ese sufrimiento, que tal vez se considere injusto, se debe a que el Señor honra el principio del albedrío en Sus hijos. En algunos de los juicios de los últimos días también habrá justos que sufran, pero el Señor les ha prometido una gran recompensa eterna (véase D. y C. 58:2).
Otra profecía interesante del capítulo 21 está en los versículos 25–27, en los que Ezequiel profetiza que se destronaría al rey de Judá y que no habría otro sino hasta que reinara “aquel cuyo es el derecho” (vers. 27), o sea, Jesucristo. Desde le época en que los judíos estuvieron cautivos en Babilonia su reino, no se ha restablecido nunca. Jesucristo será el único rey que tengan.
En Ezequiel 22 se analizan los muchos pecados por los que se destruiría a Jerusalén. Si nos fijamos en cuáles son los pecados que hicieron que el Señor permitiera su destrucción, entenderemos mejor cuáles son las cosas que lo ofenden.
Ezequiel 23 es otro capítulo en el que el Señor se refiere a las tierras de Israel (Samaria) y Judá (Jerusalén) como mujeres rameras. Esta comparación nos indica cuán intenso es el sentimiento del Señor cuando Su pueblo del convenio adora otros dioses.
En el capítulo 24 dice que el Señor empleó la imagen de una olla hirviente para representar a los judíos “quemados” por los babilonios. En este capítulo se habla de la muerte de la esposa de Ezequiel; el Señor le dijo que no llorara su muerte como señal para los judíos de que no debían llorar la destrucción de Jerusalén y del reino de Judá, porque la gran iniquidad de éstos hacía que sus castigos fueran merecidos y justos.