“Despertares y resurgimientos”, Temas de la historia de la Iglesia
“Despertares y resurgimientos”
Despertares y resurgimientos
En 1829, Nancy Alexander, de 13 años, asistió a una gran reunión de metodistas. “Ocupaban más de un acre de terreno con sus carpas”, recordaba, y “sus reuniones duraron varios días e hicieron muchos conversos”. Durante las reuniones un ministro la invitó a sentarse en la primera fila, donde ella y otras personas recibieron ánimos de toda la congregación para que entregaran sus vidas a Cristo. “No logré tener un cambio de corazón”, admitió. Los que sí lo tuvieron gritaban: “Gloria aleluya, tengo religión”, recordaba, “pero yo no me sentía diferente”.
José Smith también asistió a reuniones de resurgimiento siendo un adolescente y, al igual que Nancy, también él deseaba “sentir y gritar como el resto”, pero “no sentí nada”. La lucha de personas como Nancy y José por “tener religión” y del clero que anhelaba conseguir conversos y fortalecer sus iglesias desencadenó un resurgimiento religioso que barrió el nordeste de los Estados Unidos en las primeras décadas del siglo XIX1.
La Revolución de las Trece Colonias trajo consigo un nuevo gobierno que recibió el cometido de proteger la libertad religiosa. Al mismo tiempo, los ministros veían cómo se estancaban sus congregaciones, con una asistencia por debajo del 20 por ciento en la mayoría de los estados. En respuesta a esto, ministros de muchas iglesias procuraron impulsar una mayor fe entre sus parroquianos. Iglesias que en el pasado gozaban del apoyo del gobierno ahora perdieron su situación de privilegio, lo cual abrió la puerta a una gran diversidad de predicadores que procuraban conversos de manera agresiva. La propagación de los resurgimientos —lo que luego los historiadores llamarían el Segundo Gran Despertar— inspiró a muchos protestantes estadounidenses a experimentar con denominaciones religiosas diferentes, servir como voluntarios en causas sociales y promover sus creencias cristianas2.
El espíritu del resurgimiento vigorizó a hombres y mujeres de todas las razas y ámbitos sociales. Grupos como los episcopalianos, los congregacionalistas o los presbiterianos practicaban una adoración más estructurada. Sus reuniones de resurgimiento solían consistir en disertaciones formales y prédicas dominicales en las que los ministros dotaban de gran intensidad a sus palabras a fin de instigar una mayor devoción entre los asistentes. Por el contrario, los metodistas y los baptistas hacían proselitismo en zonas rurales, donde llevaban a cabo clases y servicios de adoración. A medida que las rutas de los predicadores se acercaban más a las zonas fronterizas, muchos de ellos se hicieron famosos por sus valientes hazañas para llevar el Evangelio a lugares remotos. En muchas zonas rurales las predicaciones incluían reuniones nocturnas en campamentos que a veces se alargaban durante días.
La conversión personal, el hito de toda prédica evangelizadora, resultaba atractiva para las personas religiosas que no estaban satisfechas con las iglesias predominantes de la época. Los relatos de las conversiones hacían hincapié en una conciencia culpable, la realización de que Dios tendría razones para mandar nuestra alma al infierno y un testimonio profundo de que la gracia de Cristo había acudido a nuestro rescate. Cuando los amigos y vecinos daban testimonio de este tipo de experiencias, se disparaba el interés en las iglesias y sociedades reformistas, así como su actividad.
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